Este epígrafe empuja,
equivocadamente, a la sospecha de fascinación por el anterior. Nada más lejos
de la realidad. Quien siga mis lucubraciones político-sociales, sabe qué
concepto me merecía el anterior ejecutivo y, sobre todo, su presidente. Expuse sin
ambages, sin paliativos, pero también sin acritud, una notoria incapacidad para
tan altos designios (acreditada en mil ocasiones) así como el envoltorio artero
con que disimulaba su talante fanático, amén de ambicioso y calculador. Calificar
su presidencia, así como los diferentes gobiernos remodelados, de la peor a lo
largo del último periodo democrático es quedarse muy corto. Siglos ha que no
hubo un prócer tan siniestro para España.
Lo cortés no quita lo
valiente, afirma un proverbio algo vago. Mi interpretación se aproxima al hecho
de que la censura a alguien desautoriza esa traducción pueril de ensalzar al
contrario. En este contexto no sirven las proposiciones “a contrario”; menos si
el hipotético antagónico no pasa de vestir un vulgar, fraudulento, disfraz.
Pareciera que, desde diciembre, estemos recorriendo vericuetos conocidos antes.
El cuento se imponía a la reseña; los relatos mostraban una querencia al
delirio y las entelequias tomaban cuerpo en el populacho. Ahora, con diferentes
autores, con retóricas nuevas, volvemos a reencontrarnos donde habitan los
fraudulentos, en el octavo círculo de Dante. Sí, aunque es inútil apetecer el
epíteto “divina”, esto es una comedia.
Aprensivo irredento, practico
la abstención en defensa propia. Ni tan siquiera me motiva ir al colegio
electoral porque (aun teniendo todo el tiempo del mundo, contra algunas tesis
sobre deberes y gestos democráticos) rechazo -casi con repugnancia- rituales y
discursos de ordenanza. Tales arranques, empero, permiten (pese a quien pese) adentrarme
en genuinos espacios de diatriba cáustica, asimismo liberadora. Hay quienes
utilizan el vocablo democracia (distinto a la actitud) como asidero o excusa
para cometer excesos antisociales e incluso blandirlo, cual martillo de
herejes, sobre ciudadanos que perpetran el sacrilegio de refutar al ídolo o se
evaden del proselitismo satélite. Son sectarios más allá de la perversión.
Me disgusta, digo, un
gobierno hipócrita o, en su defecto, desinformado. Me desagrada un ejecutivo
clónico, sosias, calcomanía, burlador. ¿Para qué precisaba mayoría absoluta si
se oferta al nacionalismo (traba clave) a precio de saldo? Supongo que la
situación económica es objeto inquietante, pero me perturban más los sujetos
que la tratan. La gobernación es demasiado importante para dejarla en manos de
políticos, reza una sentencia popular. Sin desmerecer título ni profesión,
debería hacerse un paralelismo fértil entre crisis y economistas (tres de mis
hijos lo son). Líderes del PP, profanos en demasiadas disputas, pronostican para
fechas inminentes optimistas niveles financieros con una alegría que atemoriza.
Deben esperar un milagro, pues ningún dato ni prospectiva mediata permiten
alimentar tales comidillas.
No me gusta el gobierno
porque, en síntesis, utiliza una estrategia maldita. Parafraseando la conocida
regla del juego familiar, mata uno y cuenta veinte, anuncia haber hecho en tres
meses tropecientas reformas, cuando ninguna ha superado el estadio de gusano en
esa metamorfosis que dibujan espléndida para el dos mil veinte. Cuán largo lo fiais
a pesar de la modestia con el cronos (la alianza de civilizaciones o el
calentamiento global superaba, al menos, varias generaciones). Pasan sobre
ascuas al tratar otras materias, antaño vertebrales. Sistema educativo,
justicia, ETA, organización del Estado, garantías constitucionales, moralidad
pública, etc., quedan vinculadas a un falso orden de prioridades; centran sus
esfuerzos en la crisis y el problema laboral, ambos de tardíos frutos. No hay
argumento mejor para no hacer nada. Siembran, eso sí, frustración y desengaño.
¿Aguantarán una legislatura?
¿Y la oposición? Como
dicen en mi pueblo: “aquí la romana entra por arrobas”. No conozco detalles ni
referencias similares, por defecto, al cinismo y deslealtad que muestran estos
insólitos ejemplares de un PSOE en el que (además de permanente conflicto
cuando les alejan del poder) confunden el destinatario de los derechos que
emergen en una democracia. Lo de estos señores no tiene parangón, habría que
inventar un epíteto que reflejara su naturaleza y comportamiento. Atinar con
los actuales supone un imposible metafísico. Los usos en la confrontación
política tienen límites estéticos. Puede decirse que, estratégicamente, el PSOE
acude a una legitimidad deplorable.
Debo terminar
mencionando los medios de comunicación. Otro gremio que, aparte dignas
excepciones, se está cubriendo de gloria. Cuando más necesita el pueblo contar
con la integridad del mensaje, se atrincheran pertinaces en púlpitos baratos
para conformar autos de fe llenos de fariseísmo y patraña; carecen de agarre,
no resisten el menor examen deontológico.
Quizás hubiera sido
lógico titular estos párrafos de manera diferente. Lo hice tal cual porque a
quien ostenta un poder con mayoría absoluta, debe exigírsele responsabilidad
total.