domingo, 29 de abril de 2012

NO ME GUSTA EL GOBIERNO


Este epígrafe empuja, equivocadamente, a la sospecha de fascinación por el anterior. Nada más lejos de la realidad. Quien siga mis lucubraciones político-sociales, sabe qué concepto me merecía el anterior ejecutivo y, sobre todo, su presidente. Expuse sin ambages, sin paliativos, pero también sin acritud, una notoria incapacidad para tan altos designios (acreditada en mil ocasiones) así como el envoltorio artero con que disimulaba su talante fanático, amén de ambicioso y calculador. Calificar su presidencia, así como los diferentes gobiernos remodelados, de la peor a lo largo del último periodo democrático es quedarse muy corto. Siglos ha que no hubo un prócer tan siniestro para España.

Lo cortés no quita lo valiente, afirma un proverbio algo vago. Mi interpretación se aproxima al hecho de que la censura a alguien desautoriza esa traducción pueril de ensalzar al contrario. En este contexto no sirven las proposiciones “a contrario”; menos si el hipotético antagónico no pasa de vestir un vulgar, fraudulento, disfraz. Pareciera que, desde diciembre, estemos recorriendo vericuetos conocidos antes. El cuento se imponía a la reseña; los relatos mostraban una querencia al delirio y las entelequias tomaban cuerpo en el populacho. Ahora, con diferentes autores, con retóricas nuevas, volvemos a reencontrarnos donde habitan los fraudulentos, en el octavo círculo de Dante. Sí, aunque es inútil apetecer el epíteto “divina”, esto es una comedia.

Aprensivo irredento, practico la abstención en defensa propia. Ni tan siquiera me motiva ir al colegio electoral porque (aun teniendo todo el tiempo del mundo, contra algunas tesis sobre deberes y gestos democráticos) rechazo -casi con repugnancia- rituales y discursos de ordenanza. Tales arranques, empero, permiten (pese a quien pese) adentrarme en genuinos espacios de diatriba cáustica, asimismo liberadora. Hay quienes utilizan el vocablo democracia (distinto a la actitud) como asidero o excusa para cometer excesos antisociales e incluso blandirlo, cual martillo de herejes, sobre ciudadanos que perpetran el sacrilegio de refutar al ídolo o se evaden del proselitismo satélite. Son sectarios más allá de la perversión.

Me disgusta, digo, un gobierno hipócrita o, en su defecto, desinformado. Me desagrada un ejecutivo clónico, sosias, calcomanía, burlador. ¿Para qué precisaba mayoría absoluta si se oferta al nacionalismo (traba clave) a precio de saldo? Supongo que la situación económica es objeto inquietante, pero me perturban más los sujetos que la tratan. La gobernación es demasiado importante para dejarla en manos de políticos, reza una sentencia popular. Sin desmerecer título ni profesión, debería hacerse un paralelismo fértil entre crisis y economistas (tres de mis hijos lo son). Líderes del PP, profanos en demasiadas disputas, pronostican para fechas inminentes optimistas niveles financieros con una alegría que atemoriza. Deben esperar un milagro, pues ningún dato ni prospectiva mediata permiten alimentar tales comidillas.

No me gusta el gobierno porque, en síntesis, utiliza una estrategia maldita. Parafraseando la conocida regla del juego familiar, mata uno y cuenta veinte, anuncia haber hecho en tres meses tropecientas reformas, cuando ninguna ha superado el estadio de gusano en esa metamorfosis que dibujan espléndida para el dos mil veinte. Cuán largo lo fiais a pesar de la modestia con el cronos (la alianza de civilizaciones o el calentamiento global superaba, al menos, varias generaciones). Pasan sobre ascuas al tratar otras materias, antaño vertebrales. Sistema educativo, justicia, ETA, organización del Estado, garantías constitucionales, moralidad pública, etc., quedan vinculadas a un falso orden de prioridades; centran sus esfuerzos en la crisis y el problema laboral, ambos de tardíos frutos. No hay argumento mejor para no hacer nada. Siembran, eso sí, frustración y desengaño. ¿Aguantarán una legislatura?

¿Y la oposición? Como dicen en mi pueblo: “aquí la romana entra por arrobas”. No conozco detalles ni referencias similares, por defecto, al cinismo y deslealtad que muestran estos insólitos ejemplares de un PSOE en el que (además de permanente conflicto cuando les alejan del poder) confunden el destinatario de los derechos que emergen en una democracia. Lo de estos señores no tiene parangón, habría que inventar un epíteto que reflejara su naturaleza y comportamiento. Atinar con los actuales supone un imposible metafísico. Los usos en la confrontación política tienen límites estéticos. Puede decirse que, estratégicamente, el PSOE acude a una legitimidad deplorable.

Debo terminar mencionando los medios de comunicación. Otro gremio que, aparte dignas excepciones, se está cubriendo de gloria. Cuando más necesita el pueblo contar con la integridad del mensaje, se atrincheran pertinaces en púlpitos baratos para conformar autos de fe llenos de fariseísmo y patraña; carecen de agarre, no resisten el menor examen deontológico.

Quizás hubiera sido lógico titular estos párrafos de manera diferente. Lo hice tal cual porque a quien ostenta un poder con mayoría absoluta, debe exigírsele responsabilidad total.

 

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