domingo, 15 de abril de 2012

TENER LAS IDEAS CLARAS


No ha mucho, en un arranque de torpeza más que de vano e inconstante dominio, Rajoy afirmaba tener las ideas claras; él y su gobierno “saben cómo gestionar la crisis, qué hacer en cada dificultad”. Sin embargo, dados los criterios, réplicas y correcciones con que profusamente nos obsequian cada día, parece haber una distancia astronómica, insalvable, entre lo referido y la realidad que se impone adversa. Siento cierta repulsa a la inclemencia, pero siempre tras el panegírico gratuito o  la fuga espuria. Platón certificó la siguiente máxima: “Un hombre que no arriesga nada por sus ideas, o no valen sus ideas, o no vale nada el hombre”. Temo estar de acuerdo con Platón.

El acontecer diario en los variados aspectos gubernativos: económicos, estructurales, ideológicos, etc., indica lo aventurado y jactancioso del aserto presidencial a pesar de “llevar una orientación correcta” según indica esa cantinela monótona e insidiosa. El Ibex bate índices remotos, más allá del recuerdo. La prima de riesgo presenta su cara menos familiar y afectiva. Cada jornada hunde un poco nuestra economía sin que se otee cercano el fondo. Porcentualmente, tenemos un paro rayano al veinticinco. Del déficit prefiero hacer un silencio relajante; sólo así puedo escapar a la inercia fatal de martirizarme con la escalada impositiva. Encima, este escenario se presenta recurrente, pelma, indefinido.

Esperanza Aguirre, en pasadas fechas, dejó caer la eventualidad de que algunas competencias (sanidad, educación y justicia) volvieran a la Administración Central con el fin de ahorrar, a su entender, cuarenta y ocho mil millones de euros. La cantidad puede cuestionarse; lo que escapa a cualquier controversia objetiva son los recursos considerables, vitales, que tal ordenanza aportaría. Nada contrario a lo que pondera la mente colectiva, incluyendo el aumento significativo de las medidas. Un histórico personaje de igual apellido ya despertó la cólera de Dios. Ella, humilde, ha avivado la saña de los políticos, que no de los ciudadanos. Hasta su propio partido manifestó reparos a tal opción: “eso, ni se discute ni se plantea”. Algunos, incluso, desbarraron en opiniones y calificativos.

Sé que debe haber prioridades a la hora de ajustar los objetivos. No obstante, nadie prohíbe la simultaneidad sobre todo cuando los tiempos de ejecución son diversos. Ante ese curso lento para conseguir frutos económicos y laborales, un ejecutivo inteligente (asimismo comprometido) se decantaría por otros débitos menos penosos. Rescindir la Ley Antitabaco de dos mil once y la Ley del Aborto de dos mil diez, son servidumbres incumplidas por el PP. El PSOE, haciendo una oposición anticipada (dando cuerpo a una quimera), ha anunciado que derogará La ley del Aborto, ¿cuál?, así que gobiernen de nuevo. Sintetiza de manera palmaria el programa que asume la oposición; una disección profusa de sus ideas para garantizar el tan socorrido Estado de Bienestar. ¡Pues no aseguran ahora conocer la salida a la crisis! Aparte lenguaraces, son demasiado prematuros.

Hay hechos que, como la manzana de Newton, caen por su propio peso; avalando a través de la ley su veracidad. Uno de ellos abate al individuo cuando descubre el grado de interés que despierta en el político, sin excepción. Para el prócer existe únicamente su codicia; al ciudadano lo considera un obstáculo que le exige la democracia. Una molestia, un engorro. En su defecto pasa a ser un apunte estadístico. A poco que se reflexione, evaluando nuestra experiencia, es difícil encontrar mejor disensión para discriminar al régimen menos malo de otro peor. El relato histórico de la Primera y Segunda Repúblicas contribuye a reforzar la certidumbre.

Otro que admite escasa polémica se refiere al papel actual de los sindicatos; esos órganos burocráticos de poder, subvencionados al igual que los partidos, cuya función básica es velar por la propia pervivencia sin importarles nada más allá de su perímetro vital. Junto a ellos -y formando ese bloque, ayuno de representación, denominado fuerzas sociales- se encuentra la patronal que arrastra parecidas anomalías. Constituyen, así, un lastre (uno más)  para la viabilidad económica del Estado.

Termino el sucinto examen evocando a comunicadores que sustituyen ideas por ideales. Argumentan con mayor habilidad que juicio. Cínicos y sofistas, cuando acometen esa ridícula defensa del desastre  provocado por Zapatero o las comunidades socialistas, se agarran siempre al mismo “clavo ardiendo”: la Comunidad Valenciana. Curiosamente es el paradigma que utilizan sin alternativa, como si hubiera un arbitraje previo. Acreditan tener clara la apelación, no tanto las razones. Lo dijo el conde de Rivarol: “Las ideas son capitales que sólo ganan intereses entre las manos del talento”.

 

 

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