No ha mucho, en un
arranque de torpeza más que de vano e inconstante dominio, Rajoy afirmaba tener
las ideas claras; él y su gobierno “saben cómo gestionar la crisis, qué hacer
en cada dificultad”. Sin embargo, dados los criterios, réplicas y correcciones
con que profusamente nos obsequian cada día, parece haber una distancia
astronómica, insalvable, entre lo referido y la realidad que se impone adversa.
Siento cierta repulsa a la inclemencia, pero siempre tras el panegírico
gratuito o la fuga espuria. Platón
certificó la siguiente máxima: “Un hombre que no arriesga nada por sus ideas, o
no valen sus ideas, o no vale nada el hombre”. Temo estar de acuerdo con
Platón.
El acontecer diario en
los variados aspectos gubernativos: económicos, estructurales, ideológicos,
etc., indica lo aventurado y jactancioso del aserto presidencial a pesar de “llevar
una orientación correcta” según indica esa cantinela monótona e insidiosa. El
Ibex bate índices remotos, más allá del recuerdo. La prima de riesgo presenta
su cara menos familiar y afectiva. Cada jornada hunde un poco nuestra economía
sin que se otee cercano el fondo. Porcentualmente, tenemos un paro rayano al
veinticinco. Del déficit prefiero hacer un silencio relajante; sólo así puedo
escapar a la inercia fatal de martirizarme con la escalada impositiva. Encima,
este escenario se presenta recurrente, pelma, indefinido.
Esperanza Aguirre, en
pasadas fechas, dejó caer la eventualidad de que algunas competencias (sanidad,
educación y justicia) volvieran a la Administración Central con el fin de
ahorrar, a su entender, cuarenta y ocho mil millones de euros. La cantidad
puede cuestionarse; lo que escapa a cualquier controversia objetiva son los
recursos considerables, vitales, que tal ordenanza aportaría. Nada contrario a
lo que pondera la mente colectiva, incluyendo el aumento significativo de las medidas.
Un histórico personaje de igual apellido ya despertó la cólera de Dios. Ella,
humilde, ha avivado la saña de los políticos, que no de los ciudadanos. Hasta
su propio partido manifestó reparos a tal opción: “eso, ni se discute ni se
plantea”. Algunos, incluso, desbarraron en opiniones y calificativos.
Sé que debe haber
prioridades a la hora de ajustar los objetivos. No obstante, nadie prohíbe la
simultaneidad sobre todo cuando los tiempos de ejecución son diversos. Ante ese
curso lento para conseguir frutos económicos y laborales, un ejecutivo
inteligente (asimismo comprometido) se decantaría por otros débitos menos
penosos. Rescindir la Ley Antitabaco de dos mil once y la Ley del Aborto de dos
mil diez, son servidumbres incumplidas por el PP. El PSOE, haciendo una
oposición anticipada (dando cuerpo a una quimera), ha anunciado que derogará La
ley del Aborto, ¿cuál?, así que gobiernen de nuevo. Sintetiza de manera
palmaria el programa que asume la oposición; una disección profusa de sus ideas
para garantizar el tan socorrido Estado de Bienestar. ¡Pues no aseguran ahora
conocer la salida a la crisis! Aparte lenguaraces, son demasiado prematuros.
Hay hechos que, como la
manzana de Newton, caen por su propio peso; avalando a través de la ley su
veracidad. Uno de ellos abate al individuo cuando descubre el grado de interés que
despierta en el político, sin excepción. Para el prócer existe únicamente su codicia;
al ciudadano lo considera un obstáculo que le exige la democracia. Una
molestia, un engorro. En su defecto pasa a ser un apunte estadístico. A poco
que se reflexione, evaluando nuestra experiencia, es difícil encontrar mejor
disensión para discriminar al régimen menos malo de otro peor. El relato
histórico de la Primera y Segunda Repúblicas contribuye a reforzar la
certidumbre.
Otro que admite escasa
polémica se refiere al papel actual de los sindicatos; esos órganos
burocráticos de poder, subvencionados al igual que los partidos, cuya función
básica es velar por la propia pervivencia sin importarles nada más allá de su
perímetro vital. Junto a ellos -y formando ese bloque, ayuno de representación,
denominado fuerzas sociales- se encuentra la patronal que arrastra parecidas anomalías.
Constituyen, así, un lastre (uno más)
para la viabilidad económica del Estado.
Termino el sucinto
examen evocando a comunicadores que sustituyen ideas por ideales. Argumentan
con mayor habilidad que juicio. Cínicos y sofistas, cuando acometen esa
ridícula defensa del desastre provocado
por Zapatero o las comunidades socialistas, se agarran siempre al mismo “clavo
ardiendo”: la Comunidad Valenciana. Curiosamente es el paradigma que utilizan
sin alternativa, como si hubiera un arbitraje previo. Acreditan tener clara la
apelación, no tanto las razones. Lo dijo el conde de Rivarol: “Las ideas son
capitales que sólo ganan intereses entre las manos del talento”.
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