domingo, 22 de abril de 2012

DE GARCÍA LORCA A LEÓN Y QUIROGA


No se vea en el epígrafe un intento torpe pero deseable de abandonar por algún tiempo (la apetencia aconsejaría perpetuo) ese quehacer, casi adictivo, que me impulsa a examinar la política contemporánea, cotidiana. Tampoco un desgaste moral que pudiera traducirse en hastío o frustración; impulsos ambos capaces de alterar compromisos personales. Es cierto que, inmersos en una masa acrítica, el futuro se conjetura arduo, con tintes poco tranquilizadores, amargo. Soy consciente del sinuoso camino que nos aguarda, asimismo a nuestros descendientes, para llegar a un sistema compensado, justo. Hasta es probable que no lo saboreemos jamás. La Historia, en este sentido, se muestra remisa, casi inmóvil. Esto, no obstante, me anima a pregonar la plaga de políticos, parásitos voraces, que nos sojuzga y despoja. Debemos despertar, a la contra, el respeto como ciudadanos.

A finales del siglo XIX, perdidas Cuba y Filipinas (restos del glorioso imperio español), el caos generado por tan infaustos sucesos -causa, a la vez, de abatimiento colectivo, destemplanza aviesa, recesión y desgobierno-  hizo que la intelectualidad se apiñara en torno a Baroja, Azorín y Maeztu para auspiciar la censura contra el canovismo malévolo y exigir un regeneracionismo quizás ilusorio. Se les denominó Generación del 98. Pusieron al descubierto la diferencia entre la España real, miserable, y la España oficial, enmascarada. Cien años más tarde, ayunos de posesiones y con grave mengua de cohesión nacional, percibimos similar tesitura salvo el hecho ominoso de un vacío intelectual y de una divergencia suicida.

Tras el 20N, con la mayoría absoluta que le fue otorgada al PP, España recuperó por un momento la esperanza de escapar a la catalepsia que le había llevado Zapatero en su segunda legislatura. La sociedad se encontraba mustia, pusilánime, sin salida. Los nuevos aires, aquellas renovadas promesas hechas meses atrás, acabaron por remozar anhelos vitales, devolvieron afanes e ilusiones. Protagonizamos, aun los escépticos o prevenidos, una suerte de  metamorfosis colectiva, un júbilo instigador, una templanza virtuosa al olvidar hambres ancestrales. Era el último refugio. A poco abriese paso una entelequia vejatoria. Al romanticismo quejumbroso del ocaso imperial, le sustituye ahora esa quietud arrebatada, pródiga, casi eremítica, de quien se abandona a la suerte del fatalismo inevitable. Nos cubre un sudario común a base de ignominia e insensatez. Deberíamos buscar la identidad del hombre, del ciudadano y en ella de lo español; de aquella rebeldía privativa que generó héroes singulares.

El gobierno, desde el primer instante, se mostró reacio a interpretar su mayoría absoluta. Abrasivo en la oposición, deja al descubierto debilidades o desganas. Seguir un camino marchito les lleva a confundirse con el paisaje; un marco que ya ocasionó hastío y vergüenza ajena. En conjunto, parece ofrecer mayor consistencia que cualquier antecesor. Sin embargo, las apariencias empiezan a engañar; vamos descubriendo, día a día, que el hábito definitivamente no hace al monje. Algún miembro, y su femenino a lo Bibiana (concepción de alta cocina gramatical), exhibe más contras que pros al finalizar el periodo de gracia; factible de confundir con un escaparate de vanidades.

Aparte ese jurar y perjurar que, al menos, no subirían los impuestos (junto a la pobre excusa de su incumplimiento) y otras veleidades, Gallardón anunció modificar el Código Penal y recoger en él la cadena perpetua revisable, para (a renglón seguido) desdecirse bajo el tinte de que afectará sólo a los delitos de terrorismo. El señor Fernández Díaz afirma tajante que ETA tendrá que disolverse “por las buenas o por las malas”. Nadie aportó mejor testimonio de negociación con la banda. El “copago” en medicinas lleva meses deshojando el sí y el no para llegar a donde sabemos. Al presente, la indecisión blande impuestos indirectos y copago sanitario. Temamos lo peor. Me desconcierta tanta elasticidad cuando ayer se jactaban de rotunda firmeza.

Ahorrar diez mil millones de euros adicionales (a tres días de presentar los presupuestos generales) en Sanidad y Educación pone el broche de oro al capítulo de improvisaciones. Si bien constatamos el acierto y justicia que impregnan algunas medidas aprobadas, no puede decirse lo mismo de las declaraciones, sin tajar exclusión o morralla, efectuadas por Cospedal relativas a la necesidad perentoria de tales disposiciones para asegurar el Estado de Bienestar. ¿Acaso si se disminuye el derroche y la reserva costeara estas urgencias, no se conseguiría lo mismo? ¿Cuántas fábulas nos quedan por oír?

Este ir, venir y volver, me recuerda la Tarara, aquella canción infantil del inmortal granadino. En mis años mozos, las evocaciones resuenan a  copla, en particular a la Parrala de celebérrimos autores. Así, ellos y nosotros (al compás, en periplo pendular) vamos de García Lorca a León y Quiroga.

 

 

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