Observo con verdadera inquietud
que la campaña electoral de Madrid Comunidad empieza a restituir un operar aparentemente
olvidado. Diría que cada líder hace esfuerzos titánicos para ajustarse a las
palabras de Miguel de Unamuno en su obra Amor y Pedagogía: “Extravaga, hijo
mío, extravaga cuanto puedas, que más vale eso que vagar a secas … Sé ilógico a
sus ojos hasta que renunciando a clasificarte se digan: es él, Apolodoro
Carrascal”. Parece que a estos candidatos una voz interior les conminara a
extravagar, sin otro objetivo concreto, en toda su extensión e intensidad. Tal
vez lo hagan para desorientar al votante ante la penuria de propuestas rigurosas
y viables. A falta de alumbrar sus mentes con programas de mejora, piensan,
llenemos de saña la víscera que es menos complejo y más productivo. A la postre,
todos son Apolodoro Carrascal, postulantes desclasificados, asimismo ciertos
ellos inclasificables.
Extravagar
significa desatinar, delirar, disparatar, desbarrar, andar errante. Lucubrando,
sin demasiado empeño, descubriremos enseguida que el conjunto anda errante,
aunque sus respectivos jefes de campaña los alaben diciendo lo contrario (en
esta ocasión Tezanos hace escuela). Unos, desbarran; otros, disparatan y alguno
específico, delira. Es cierto que las campañas electorales me interesan lo
mismo que la fisiología de la mosca cojonera, verbigracia, dada mi ejecutoria
abstencionista. En cualquier caso, efecto social no tienen ninguno porque estos
políticos nuestros despliegan poca memoria y menos voluntad. Se preocupan del
ciudadano —y solo de boquilla— unos días, de uvas a peras o viceversa; cuando
toque. Estoy convencido de que el ciudadano (contribuyente en España) tendrá cociente
intelectual, conductividad térmica y hasta punto de evaporación, pero carece de
peso específico. Somos seres angélicos, sin magnitud corpórea ni corporativa.
Sánchez es el Guadiana de
la política, aparece y desaparece misteriosamente. Suele cubrirse bastante
bien, hasta demasiado bien, porque no tiene otra cosa que hacer. En la
precampaña protagonizó varios programas televisivos, venidos a cuento o sin él.
Unas veces “divagaba” —vocablo oblicuo— en el Parlamento y otras “desinformaba”
sobre vacunas y situación económica con sus cada vez más abundantes, tediosos y
desahogados, “Aló Presidente”. Ahora, pasó un tiempo oculto hasta que se le
ocurrió acompañar a Gabilondo saltándose el confinamiento en zona de riesgo
extremo. No hay nada más alarmante que se salte el Estado de Alarma quien lo
propició. Es el “puto amo”, utilizando una expresión poco ortodoxa pero muy en
boga. Ignoro si este silencio casi inconcebible se debe a táctica tutelada o pragmatismo
personal evitando una exposición inútil, demoledora, dicen las encuestas.
La acepción tres indica
que polarizar comporta orientar en
dos direcciones contrapuestas, pero sin espíritu de acercamiento sino con afán combativo.
Todavía está fresco aquel exordio de Zapatero a Iñaki Gabilondo: “Nos conviene
que haya tensión”. Constituye el remedio alternativo de quien no posee argumentos
persuasivos: la izquierda intransigente en un marco capitalista. Dicha estrategia
viene acompañada con tramoya semántica y arancelaria. La Historia (rotunda,
incontestable, probada a través de los siglos) discrimina las izquierdas
advirtiendo incompatibilidad absoluta entre comunismo y democracia. Pues bien,
en esta piel de toro, Podemos reparte sin empacho ni sonrojo carnets de
demócrata o fascista de forma vejatoria, incluso tiránica. Esas mismas aguas
bautismales beben independentistas de ambos signos —es decir, burgueses y
zurdos— junto a Bildu. Toda una tropa que despliega hipocresía y despierta aturdimiento,
si no pasmo.
He dicho en alguna
ocasión que soy televidente habitual de Al Rojo Vivo, programa del que Iglesias
tiene dudas, desconfianza, con dicho color. Hay un tertuliano, joven y fanático
(hincha, casi hooligan), que cuando habla de la “extrema derecha española”, Vox
según él, pone como ejemplo a Viktor Orbán, líder del partido ultranacionalista
húngaro Unión Cívica. Dos cuestiones. Seguramente Hungría prefiere a este
presunto autócrata antes que la invasión rusa de mil novecientos cincuenta y seis
cuando la población reclamaba libertad. Por otro lado, el personaje —para poner
ejemplos— no precisa saltar fronteras: tiene a mano los ultranacionalistas conservadores
PNV y JxCat, quizás también ERC. Mancebía (mancebo) y falta de memoria
democrática o desafuero doctrinal, suelen jugar a la gallina ciega si no se
espera una compensación pecuniaria solvente, decorosa.
Antes he hablado de
tramoya semántica y lo reitero. ¿Quién da autoridad moral y etimológica a
políticos y medios para etiquetar a nadie con el “tóxico” epíteto fascista? ¿Quién
dice que Vox es extrema derecha y fascista? ¿Podemos, PNV, ERC, JxCat, Bildu? Con
un par. ¿Quién clama contra el PP por “mancharse” de extremismo, mientras pacta
con partidos que en Europa estarían ilegalizados? La campaña electoral (perdón,
enfrentamiento sádico) alcanza tal grado de indecencia que dibuja a las claras el
fuste democrático de nuestro país, qué convicciones exhiben algunos candidatos
y la perspectiva futura que ya ofrecemos. Gabilondo —candidato prestigioso, de
referencia moderada y exquisitez formal— se ha pegado un tiro al pedir un “cordón
sanitario” contra Vox. La obediencia monacal le ha jugado una mala pasada.
Pobre.
Ayuso también ha cometido
errores. El primer eslogan de la campaña, “Socialismo o libertad”, era irreal, desatinado,
porque ambos vocablos no son antitéticos. Se hubiera corregido, ajustado,
sustituyendo socialismo por “sanchismo”. El segundo, “comunismo o libertad”, no tiene
desperdicio, pone las cosas en su lugar exacto. La izquierda y algunos digitales,
sin saber el orden exacto, han puesto en circulación, “fascismo o democracia”,
un sarcasmo falaz porque lo evocan —nada más y nada menos— una banda y dos
partidos comunistas. Fascismo fue un ideal, junto al nazismo, creado al socaire
del crack económico de mil novecientos veintinueve, sin rigurosa existencia
actual. El “dóberman” crece, se agranda, por cobardía de unos e indolencia del resto.
Reconozco que mis
principios humanísticos me empujan a condenar la violencia ilegítima, pero no
tengo seguro que mi fortaleza cristiana me pida ofrecer la otra mejilla. Viene a
colación por el episodio esperpéntico, caricaturesco, días atrás en la cadena
Ser. Iglesias se empeñó en que Rocío Monasterio rectificara sus dudas sobre las
amenazas recibidas. Ella recordó que ni él ni Podemos condenó las agresiones
sufridas por Vox en Vallecas, justificándolas inclusive por presunta provocación.
Recordó también que Echenique puso en duda (y kétchup) la herida sufrida por
Rocío de Meer. Iglesias tiró por la calle de en medio y se marchó del debate. Con
toda incertidumbre, mucha gente desconfía de Sánchez e Iglesias por el abismo
entre palabras y hechos; también por buscar la respuesta lógica a: ¿a quién
beneficia?, complementada inconscientemente con el fundamento de Ockhan. La izquierda
ha probado históricamente que cuando tiene perdido el poder se agarra a
prácticas esperables, pero impredecibles.