Cruzada designa
“expedición militar contra enemigos infieles, pretendiendo recuperar los Santos
Lugares, que demandaba el papa mientras concedía indulgencias a quienes en ella
participaran”. Asimismo, esperpento
indica “persona, cosa o situación grotescas o estrafalarias”. Se dice que las
cruzadas fueron contiendas atroces, sanguinarias, para reconquistar Jerusalén
(siglo XI), territorio cristiano ocupado por árabes (siglo VII). En el fondo, puede
interpretarse —y no debe ser laberinto retórico— forma frecuente de aquellos
tiempos medievales para hacerse con poder y riquezas. Si ampliamos dicho
concepto, todo conflicto doctrinario y fundamentalista puede ser considerado
cruzada. España realizó una de ochocientos años contra los árabes para redimir
el país, pero también la Guerra Civil puede considerarse tal por absoluto enfrentamiento
doctrinal.
Conviene asentar algunos
hechos históricos para presuponer ciertos movimientos actuales. A principios de
los años veinte del siglo pasado, Lenin invitó al PSOE a formar parte de la III
Internacional que proponía condiciones precisas a quienes quisiese pertenecer a
ella. Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano, dirigentes enviados a Rusia,
representaban las corrientes socialdemócrata y tercerista del PSOE. El segundo
sería uno de los que lo abandonaron para adscribirse a la Internacional y crear
el PCE. Surgieron así, un partido comunista-leninista y otro socialdemócrata. Pese
al acuerdo, en este grupo quedaron adeptos “terceristas” como Largo Caballero e
Indalecio Prieto. Tal escenario condujo al Frente Popular, bajo potestad comunista
a partir de mil novecientos treinta y siete. Franco y Cipriano Mera
(anarquista), entre otros, pusieron fin a aquella cruzada ideológica e
intolerante y disiparon todo empeño de instaurar el marxismo totalitario.
Ignoro qué razón lleva al
PSOE (hoy partido cesarista) a radicalizarse, a asumir los fundamentos de la
izquierda ultra que inauguró Rodríguez Zapatero. Se me ocurren dos
probabilidades. Un ejercicio de alpinismo, casi salto al vacío, ante el
decaimiento de la socialdemocracia europea y otro, tal vez más consistente,
debido a la frustración producida tras los pormenores biográficos del abuelo
paterno. Su conducta actual con la dictadura venezolana, me empuja al segundo
presupuesto. Zapatero quiso suprimir sesenta y ocho años de Historia para
enlazar su gobierno con el de Casares Quiroga, allá por mayo del treinta y
seis. Se equivocó de tiempo y de statu quo europeo. Con dudosa lucidez, al
menos, considero que su funesta gestión no puede calificarse de concienzudamente
maligna. En absoluto me ocasionó rechazo, sino contrariedad; ahora mismo, casi
vergüenza debido a su pestilente papel exterior.
Sánchez supera con creces
lo inimaginado. Ha blanqueado, antes de conseguir el gobierno, a partidos
independentistas, filoetarras y revoltijo podemita, pese al “aseo democrático”
que pretenden destilar: (nazis, fascistas, antifascistas, totalitarios). Ya entonces
indicaba las raíces de su cruzada particular ayuna de doctrina y motivación,
hasta hace poco, motores fundamentales —quizás engañosos— de dichas aventuras
beligerantes. Este fraude presidencial tiene olvidados, hartos, a los españoles;
vivir opíparamente y satisfacer su egolatría ilimitada mueven el único recurso
que domina: la propaganda envuelta con argucia tediosa. Para algunos, este
personaje goza de reputación según las encuestas electorales. Sea como fuere,
ahora mismo está inmerso en una cruzada doble: dentro, contra sus apoyos
disolventes; fuera, Europa le exige lo que no puede dar: veracidad. Entre
tanto, irresoluto, vano, España desaparece por el desagüe.
Urbano II, papa, promovió
las cruzadas con palabras de Mateo: “Renuncia a ti mismo, toma la cruz y
sígueme”. Permítanme una ironía metafórica con cierto busilis. Sánchez
(Carpanta) e Iglesias (Rompetechos), sin más, hicieron suyas las palabras de
Nietzsche: “¡Seamos francos! Las cruzadas, ¡piratería superior, nada más!”.
Comenzaba la batalla de Madrid. Rompetechos, con aprobación o visto bueno de
Carpanta, concibe una cruzada esperpéntica, sin ataduras umbilicales. No habrá
árabes ni cristianos, tampoco doctrina ni lugares sacros. Aquel, audaz,
imaginativo, inventará “fachas” provocadores para que legiones de
“antifascistas” —armados de adoquines (por supuesto bandera, santo y seña), fabricados
presuntamente por la misma inteligencia— apedreen e impidan hacer mítines a
quienes piensen diferente. Medios y comunicadores amigos, apologetas
antiestéticos, se empeñan en atenuar lo injustificable: aplicar tácticas nazis.
Parece evidente que el
comunismo totalitario —a la sombra del sanchismo (PSOE radicalizado, montaraz)
e incluso con su soporte tácito— pretende eliminar lo que trunque los objetivos
marcados. Así, el Poder Judicial, periodistas carismáticos e imparciales,
partidos puntillosos y políticos indomables, son acosados tiránicamente, sin
cuartel. Soportan la etiqueta “fascista” y son presa por ello del
“antifascismo” cainita y falsario. Vivifican, de forma impostada y temeraria,
una época sin retorno posible aun con algunos cismas sociales. Afanes diarios
constatan la quimera ininteligible a que proyectan llevarnos. Su empresa, si no
fuera pavorosa, daría risa. Ejemplo aclaratorio lo da, desde el mismo gobierno,
Yolanda Díaz, nueva vicepresidenta tercera: “El comunismo es democracia e
igualdad”. Toda una declaración de principios.
Me asombran dos
realidades ignoradas por falta de reflexión y juicio crítico. La primera surge
del interrogante, ¿cómo es posible tanta indigencia intelectual? Lo digo porque
parece, y es, obtuso que haya individuos explotadores, desaprensivos, viviendo como
magnates —aupados con discursos siempre despreciativos contra la “casta”— y
siguen teniendo seguidores (lacayos) entusiastas. Encima, sin ninguna
perspectiva de recibir ni migajas políticas ya que están previamente asignadas.
Quizás olviden aquella frase bíblica: “porque muchos son los llamados, pero
pocos los escogidos”. La segunda, menos perceptible, llevaría a comprender que
el bienestar social solo puede venir de partidos que generen riqueza, progreso;
es decir, liberales. A la izquierda totalitaria le interesa que haya miseria,
subsidio, porque constituyen fuente indiscutible e inagotable de votos.
Ahora mismo estamos a
merced de aventureros sin escrúpulos cuyo único objetivo, aparte disquisiciones
oratorias, es atenazar el poder para uso (tal vez abuso) particular. A mayor
abundamiento, culpan a otros de corruptos, amorales, ineptos, etc. cuando son
ellos quienes personifican estas maldades. Además, exhiben excesivas lacras antidemocráticas.
Imputan al resto algunos vicios ciertos, pero —estoy convencido— de menor
calibre y trastorno. Este gobierno insolvente anhela llevarnos a que se confirme
la previsión de Jacques Attali, asesor de François Mitterand, en su obra Breve historia del futuro: “En el
futuro será cuestión de encontrar la forma de reducir la población. Empezaremos
por el viejo, porque en cuanto supera los 60-65 años el hombre vive más de lo
que produce y le cuesta caro a la sociedad. Luego los débiles y luego los
inútiles que no aportan nada a la sociedad porque cada vez serán más, y sobre
todo finalmente los estúpidos”. Un pionero del exceso, pero con qué agudeza
final recrea a nuestros políticos.
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