Rechazo pensar que la
desdicha se haya cebado con este pueblo desde hace siglos porque no creo en
espíritus vengadores ni tampoco antojadizos para penalizar salvaje y
asiduamente a sociedades apáticas. Deduzco que la conjunción caprichosa,
caótica, anárquica, de la idiosincrasia española y la corrupción instintiva que
manifiesta el poder en nuestro país, al menos, ha permitido abusos en toda
clase de regímenes hasta el presente. No es que hayamos tenido infortunio al contar
con gobernantes lerdos, necios o tontos en diferentes grados, que también;
asombra (incluso estremece), no obstante, que cuando la providencia ha colocado
para regir los destinos patrios a un grupo instruido, culto, competente, el
fracaso ha sido similar tal vez porque los intereses se hayan desvirtuado
debido a su envilecimiento personal, ingénito.
Un aforismo popular,
sabio como todos, constata: “lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo
presta”. Los hechos históricos no desmienten tal afirmación; por el contrario,
siglos de experiencia la hacen indiscutible. Quienes tenemos unos cuantos años,
si el dogma deja limpios entendimiento y voluntad, podríamos rubricar algunas
décadas de modelos presuntamente dictatoriales y democráticos. Charles Bukowski,
al respecto, mantenía: “la diferencia entre democracia y dictadura consiste en
que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes, en la
dictadura no tienes que gastar tiempo votando”. Personalmente, comparto sin
acotar una coma el mensaje de Bukowski. Preciso alegar que jamás estuve
afiliado a ningún partido político ni sindicato; sí realicé los esfuerzos
precisos para ser funcionario docente durante mi vida laboral.
Cuando murió Franco yo
tenía treinta y dos años. Antes, mis prioridades eran estudios, futuro e hijos.
Tampoco el carácter me infundía interés alguno por conocer currículos de
diferentes gobiernos franquistas, aunque traslucían cierto carisma en su
constitución. La lejana década de los sesenta fue famosa, reputada, debido a
ejecutivos tecnócratas. Luego, durante un corto periodo, se hizo de la
necesidad virtud llegándose a los Pactos de la Moncloa, en mil novecientos
setenta y siete, donde los partidos legalizados acordaron acuerdos económicos,
jurídicos y políticos. Más tarde, aparecieron desavenencias entre Suárez y el
rey. Este —con fundadas o infundadas desazones— habilitó la alternancia
socialista iniciando así un cambio de estilo que nos ha llevado hasta aquí.
Reconozco, pese a errores gigantescos, condicionantes a futuro, que González
modernizó el país.
Felipe González mostró un
currículo denominado ilusión del que apena había participado en su hechura.
Cierto que sus libranzas e integridad personales daban un plus de confianza
suficiente para superar el exiguo currículo intelectual y profesional que puede
atesorar un abogado laboralista. Luego tuvo una vida política llena de luces y
sombras. Aznar, su sucesor, era Inspector de Hacienda, por tanto, mejor
pertrechado a priori de títulos y experiencias laborales. Curiosamente, le
sentó fatal la mayoría absoluta que no supo digerir con la moderación que las
circunstancias requerían. Y eso que en la primera legislatura tuvo el desdén de
hablar catalán íntimamente. Dejó una economía próspera (era lo suyo) porque
supo domeñar la burbuja inmobiliaria. Luego los estros, quizás los siniestros,
quebraron el encantamiento y vino lo que vino: Zapatero.
Es difícil olvidar qué circunstancia
concurrieron en las Elecciones Generales de dos mil cuatro. Supusieron el
premio a todas las infidelidades cometidas por Zapatero en León a su amigo y
mentor Secretario General del PSOE leonés. Recuerdo cómo el día de reflexión
(sagrado hasta entonces) Rubalcaba, presuntamente, ordenó cercar las sedes del
PP al grito de ¡asesinos! El socialismo, acostumbrado, no inició injuria alguna
a la Historia, pero alcanzó el poder sin limpieza democrática. En la praxis,
fue peor conocer a Zapatero: un político, junto a su tercera vía, anodino, poco
formado, infantiloide, cuyo currículo laboral detallaba tres años como profesor
asociado en la Universidad leonesa. Su idea de Estado propendió a “la alianza
de civilizaciones”. Ni economía, política institucional, separación de poderes,
nada que “escamoteara” aquella esencia.
Me detengo porque aquel
gobierno vino tras un acto terrorista, el mayor en Europa, que costó la vida a
casi doscientas personas junto a miles de heridos. Jurídicamente se consideró
concluido tras una resolución con bastantes incógnitas por resolver.
Complejidades y terrenos pantanosos pudieron ser razones de peso para
probablemente cerrar en falso aquel hecho terrible. A caballo, henchido y
gozoso, vino el primer presidente con hechuras de dejar el país en la miseria.
Qué podíamos esperar de quien dijo en el prólogo al libro de Jordi Sevilla,
Nuevo Socialismo: “En política no hay ideas lógicas… Todo es posible cuando
carecemos de valores y de argumentos racionales”. Como algo esperado, consiguiente,
razonable, el absurdo ocupó el poder y nos llevó a la “champions league”.
¿Recuerdan?
Rajoy —quedamente
tranquilo, exánime— cosechó por acción de Zapatero la segunda mayoría absoluta
más abultada de la Transición. Socarrón, pero sin apresto ganador, pasó penando
legislatura y media hasta que las cañas peneuvistas se transformaron en lanzas
perjuras y letales. Político intelectual y culturalmente notable, tuvo una
actividad estéril cuanto a los frutos recogidos; pues la desidia acabó
ocultando su entendimiento. Resulta inolvidable la ignominiosa huida a un bar
mientras se celebraba una moción de censura que él cría ganar por tener al PNV “atado
y bien atado”. Las inestables quiebras nacionalistas (independentismo de
ocasión) se han descubierto demasiado exigentes. Jamás podrá consolidarse
España como nación única, indivisa, mientras otros intereses con inmenso poder
posean una llave totalmente antinatural, falsaria e impropia.
Termina el artículo,
quizás no (o si) con el peor currículum de los presidentes. Sin duda, de forma
incontrovertible, es el más estéril incluso desde los gerifaltes de Atapuerca.
Nunca este país había conocido un político deslegitimador del Estado de
Derecho, impostor, falso e impresentable. De traicionero, ni hablamos; aunque su
defección no espante a la bajeza moral y patriótica que destila. El mandarín y
su vanidad necesita derrochar sin tiento para asentar una egolatría enfermiza,
psicótica, dejando al personal extenuado a impuestos confiscatorios. Mis palabras
parecen exageradas, pero si analizamos detenidamente, en limpio, sin hojarasca
(quitando propagandas, escaparates, imagen, palabrería vacía), lo hecho por tan
siniestro personaje, llegaremos a la conclusión de que hasta he podido quedarme
corto. El gobierno está a la altura, abarrotado de mindundis. La arrogancia
mostrada por Irene Montero indica solo el atrevimiento propio de una ignorante.
Félix Bolaños, desconoce la Historia o miente cuando afirma que el “PP no le va
a dar lecciones al PSOE de lucha contra el totalitarismo fascista o contra Eta”.
En mil novecientos treinta y seis el totalitarismo marxista era el PSOE, no la
CEDA antecedente real de esta derecha social.