viernes, 25 de noviembre de 2022

CURRÍCULOS YERMOS O ESTÉRILES

 

Rechazo pensar que la desdicha se haya cebado con este pueblo desde hace siglos porque no creo en espíritus vengadores ni tampoco antojadizos para penalizar salvaje y asiduamente a sociedades apáticas. Deduzco que la conjunción caprichosa, caótica, anárquica, de la idiosincrasia española y la corrupción instintiva que manifiesta el poder en nuestro país, al menos, ha permitido abusos en toda clase de regímenes hasta el presente. No es que hayamos tenido infortunio al contar con gobernantes lerdos, necios o tontos en diferentes grados, que también; asombra (incluso estremece), no obstante, que cuando la providencia ha colocado para regir los destinos patrios a un grupo instruido, culto, competente, el fracaso ha sido similar tal vez porque los intereses se hayan desvirtuado debido a su envilecimiento personal, ingénito.

Un aforismo popular, sabio como todos, constata: “lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”. Los hechos históricos no desmienten tal afirmación; por el contrario, siglos de experiencia la hacen indiscutible. Quienes tenemos unos cuantos años, si el dogma deja limpios entendimiento y voluntad, podríamos rubricar algunas décadas de modelos presuntamente dictatoriales y democráticos. Charles Bukowski, al respecto, mantenía: “la diferencia entre democracia y dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes, en la dictadura no tienes que gastar tiempo votando”. Personalmente, comparto sin acotar una coma el mensaje de Bukowski. Preciso alegar que jamás estuve afiliado a ningún partido político ni sindicato; sí realicé los esfuerzos precisos para ser funcionario docente durante mi vida laboral.

Cuando murió Franco yo tenía treinta y dos años. Antes, mis prioridades eran estudios, futuro e hijos. Tampoco el carácter me infundía interés alguno por conocer currículos de diferentes gobiernos franquistas, aunque traslucían cierto carisma en su constitución. La lejana década de los sesenta fue famosa, reputada, debido a ejecutivos tecnócratas. Luego, durante un corto periodo, se hizo de la necesidad virtud llegándose a los Pactos de la Moncloa, en mil novecientos setenta y siete, donde los partidos legalizados acordaron acuerdos económicos, jurídicos y políticos. Más tarde, aparecieron desavenencias entre Suárez y el rey. Este —con fundadas o infundadas desazones— habilitó la alternancia socialista iniciando así un cambio de estilo que nos ha llevado hasta aquí. Reconozco, pese a errores gigantescos, condicionantes a futuro, que González modernizó el país.

Felipe González mostró un currículo denominado ilusión del que apena había participado en su hechura. Cierto que sus libranzas e integridad personales daban un plus de confianza suficiente para superar el exiguo currículo intelectual y profesional que puede atesorar un abogado laboralista. Luego tuvo una vida política llena de luces y sombras. Aznar, su sucesor, era Inspector de Hacienda, por tanto, mejor pertrechado a priori de títulos y experiencias laborales. Curiosamente, le sentó fatal la mayoría absoluta que no supo digerir con la moderación que las circunstancias requerían. Y eso que en la primera legislatura tuvo el desdén de hablar catalán íntimamente. Dejó una economía próspera (era lo suyo) porque supo domeñar la burbuja inmobiliaria. Luego los estros, quizás los siniestros, quebraron el encantamiento y vino lo que vino: Zapatero.

Es difícil olvidar qué circunstancia concurrieron en las Elecciones Generales de dos mil cuatro. Supusieron el premio a todas las infidelidades cometidas por Zapatero en León a su amigo y mentor Secretario General del PSOE leonés. Recuerdo cómo el día de reflexión (sagrado hasta entonces) Rubalcaba, presuntamente, ordenó cercar las sedes del PP al grito de ¡asesinos! El socialismo, acostumbrado, no inició injuria alguna a la Historia, pero alcanzó el poder sin limpieza democrática. En la praxis, fue peor conocer a Zapatero: un político, junto a su tercera vía, anodino, poco formado, infantiloide, cuyo currículo laboral detallaba tres años como profesor asociado en la Universidad leonesa. Su idea de Estado propendió a “la alianza de civilizaciones”. Ni economía, política institucional, separación de poderes, nada que “escamoteara” aquella esencia.

Me detengo porque aquel gobierno vino tras un acto terrorista, el mayor en Europa, que costó la vida a casi doscientas personas junto a miles de heridos. Jurídicamente se consideró concluido tras una resolución con bastantes incógnitas por resolver. Complejidades y terrenos pantanosos pudieron ser razones de peso para probablemente cerrar en falso aquel hecho terrible. A caballo, henchido y gozoso, vino el primer presidente con hechuras de dejar el país en la miseria. Qué podíamos esperar de quien dijo en el prólogo al libro de Jordi Sevilla, Nuevo Socialismo: “En política no hay ideas lógicas… Todo es posible cuando carecemos de valores y de argumentos racionales”. Como algo esperado, consiguiente, razonable, el absurdo ocupó el poder y nos llevó a la “champions league”. ¿Recuerdan?

Rajoy —quedamente tranquilo, exánime— cosechó por acción de Zapatero la segunda mayoría absoluta más abultada de la Transición. Socarrón, pero sin apresto ganador, pasó penando legislatura y media hasta que las cañas peneuvistas se transformaron en lanzas perjuras y letales. Político intelectual y culturalmente notable, tuvo una actividad estéril cuanto a los frutos recogidos; pues la desidia acabó ocultando su entendimiento. Resulta inolvidable la ignominiosa huida a un bar mientras se celebraba una moción de censura que él cría ganar por tener al PNV “atado y bien atado”. Las inestables quiebras nacionalistas (independentismo de ocasión) se han descubierto demasiado exigentes. Jamás podrá consolidarse España como nación única, indivisa, mientras otros intereses con inmenso poder posean una llave totalmente antinatural, falsaria e impropia.

Termina el artículo, quizás no (o si) con el peor currículum de los presidentes. Sin duda, de forma incontrovertible, es el más estéril incluso desde los gerifaltes de Atapuerca. Nunca este país había conocido un político deslegitimador del Estado de Derecho, impostor, falso e impresentable. De traicionero, ni hablamos; aunque su defección no espante a la bajeza moral y patriótica que destila. El mandarín y su vanidad necesita derrochar sin tiento para asentar una egolatría enfermiza, psicótica, dejando al personal extenuado a impuestos confiscatorios. Mis palabras parecen exageradas, pero si analizamos detenidamente, en limpio, sin hojarasca (quitando propagandas, escaparates, imagen, palabrería vacía), lo hecho por tan siniestro personaje, llegaremos a la conclusión de que hasta he podido quedarme corto. El gobierno está a la altura, abarrotado de mindundis. La arrogancia mostrada por Irene Montero indica solo el atrevimiento propio de una ignorante. Félix Bolaños, desconoce la Historia o miente cuando afirma que el “PP no le va a dar lecciones al PSOE de lucha contra el totalitarismo fascista o contra Eta”. En mil novecientos treinta y seis el totalitarismo marxista era el PSOE, no la CEDA antecedente real de esta derecha social.

viernes, 18 de noviembre de 2022

TONTO ÚTIL Y DESUBICADO

 

Estamos —más que cautivos, ensartados— en este debate tedioso y superfluo, a la postre, del final legislativo de sedición. Se argumenta como fundamento de peso el que ningún país europeo contemple dicha figura penal en los textos legales. Completa la falacia una “exigencia” comunitaria para acoplarnos con Europa. Al igual que la falta de literatura picaresca no sostiene un mundo ingenuo, probo, la ausencia del vocablo sedición no da pátina de quietismo vehemente. Sedición por sí misma ni es acicate ni hipnótico; al presente, constituye un falso enfoque discursivo. Hermana menor, inocente, casi cándida, de sublevación (hoy desaparecida del tronco familiar) hasta ahora pasaba desapercibida, pero esta coyuntura extraña le ha hecho presidir brevemente el candelero informativo. A poco, finará físicamente y su hermana mayor seguirá en paradero desconocido.

Cierto que ambas figuras penales de anatomía semejante, pero distinta condena, siempre fueron bendecidas por una izquierda desaprensiva y democráticamente peregrina. En el pasado, tales apuntes legislativos significaron un freno para el convulso siglo XIX lleno de asonadas y golpes provenientes principalmente de la derecha social y castrense. Luego, todos asaltaron aquellas leyes por procedimientos contrarios no solo a la norma sino a la justicia y al pueblo que veía impotente, incluso cohibido, las desvergüenzas del poder. Pasó con el golpe de Jaca, en mil novecientos treinta, donde (salvo los capitanes Galán y García Hernández) a todos se les conmutó la pena y luego, meses después, amnistiados. Igual ocurrió con el golpe de Sanjurjo en mil novecientos treinta y dos, amnistiado en el treinta y cuatro. Indalecio Prieto y Companys, responsables del alzamiento en Asturias y del Estado Catalán, fueron amnistiados dos años más tarde de protagonizar tales sucesos.

Las derechas, en sus diferentes formulaciones y complejos, jamás han iniciado textos legales con referencia a delitos de sublevación y sedición. La primera vez que aparecieron en el código penal fue en mil ochocientos veintidós, durante el trienio liberal. Con posterioridad, se revisa en mil ochocientos cuarenta y ocho, mil novecientos treinta y dos y mil novecientos noventa y cinco, todos gobiernos liberales o de izquierdas. La derecha ha sido incapaz de proponer restricciones a la transgresión porque durante mucho tiempo fue su personaje principal. No es que la izquierda, desde su nacimiento, le hiciera ascos a agitar al pueblo, ni mucho menos; pero el sino tiránico característico exime de cualquier remilgo legal: simplemente circunvala o elude la Ley. Acaso sea plagio, anhelo o desenfreno; no obstante —dentro de la moderación diestra, incluso acatando la Ley— apenas existe al respecto distancia sustantiva entre izquierda y derecha.

Esta derecha patria, estéril, incapaz de gestar o derogar sedición dentro del código penal, nunca revertirá su caída, pese al compromiso de Feijóo. Estoy convencido de que cuando el PP tenga mayoría parlamentaria no tocará la Ley que “descubra” este desalmado y ambicioso personaje. Lo que en adelante se denominará Desorden Público Agravado va a beneficiar casi en exclusiva al independentismo catalán y vasco. El resto de la ciudadanía puede sufrir incómodas repercusiones por un “quítame allá estas pajas” a consecuencia de esa ambigüedad contenida en el título del texto legal. PSOE, PP y ahora sanchismo, han vendido su alma al diablo nacionalista (hoy independentismo acérrimo e inacabable) a cambio de una gobernanza tranquila. Todo ello se ha ido gestando en cuatro décadas de nefasto bipartidismo sin cambiar la Ley Electoral. Cosa distinta son las excusas dadas para seguir alimentando el monstruo que nos devora. 

Los nacionalismos —independentistas o no, al fin un matiz acomodaticio— por muchos afijos con que se acompañen, son partidos ultras, nazis en su pragmatismo solar o hábitat diferenciado. Quien crea ver algún principio marxista en la CUP, Bildu, o doctrinas similares, se equivoca de pleno. Con mayor motivo, si considerase izquierda a ERC donde se cobija y ubica la burguesía liberal catalana. Para qué hablar de Junts o PNV portadores del estigma altoburgués catalán y vasco. Al compás, hay partidos camaleónicos, camuflados. Son el PSC y PSE, nacionalistas y constitucionalistas a ratos, según convenga dentro de su atavismo republicano. Aconsejaría al lector curioso, interesado, que analizara la historia del PSOE desde el segundo decenio del siglo XX, al menos.

La derecha nacionalista catalana y vasca (en su amplia mutabilidad, sin complejos al contrario de su sosia nacional) ha sido padre putativo y benefactor único del prometido destierro del término sedición y probable cambio de fisionomía textual en “malversación”. Ello, a la sombra antojadiza de un individuo insaciable, sin escrúpulos, desprestigiado y nocivo. Sánchez y su codicia están resultando el tonto útil de una derecha atormentada, medrosa, incapaz de imponer sus criterios e intereses sin el plácet siniestro. Esta derecha social —salvo algunos, mejor algunas, ejemplares rebeldes, con personalidad arrolladora— al contrario de la nacionalista se muestra pusilánime, de respuesta nula ante una oposición disipada y fulera. Ignoro por qué acepta una falsa supremacía ética de la izquierda, así como “cargar” con la ficción de heredera franquista.

El último escollo, por ahora, que le queda a Sánchez para disfrutar un año más de cuatro palacios, Falcon y Puma, es “velar” el concepto malversación. Gabriel Rufián —célebre y prestigioso jurista, dueño además de un loado sentido común— dijo, desconozco si como velada amenaza o “pertinente” sugerencia, que la malversación debería cumplir una labor quirúrgica. Se ignora también si el “tajo” quirúrgico se refería solo a condenados por el “procés” o incluía corruptos socialistas andaluces. Malversar es apropiarse o destinar los caudales públicos a un uso ajeno a su función. Sin embargo, se empiezan a oír voces que discriminan entre si lo apropiado queda a disposición del malversador o lo reparte a otras personas. Según se de una circunstancia u otra, la pena será mayor o menor cuando se juzga únicamente el hecho, su cuantificación, no los arrabales posteriores. La apropiación, por lógica, sería delito distinto y su pena unitaria, firme, inmutable.

Parece haber pocas dudas de que, en adelante, los independentistas podrán elegir entrambos caminos con total impunidad: volver otra vez a la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) o exigir financiación y competencias abusivas, en detrimento del resto de Comunidades, rompiendo la solidaridad y conciliación nacional. Como lo he expresado anteriormente, pese a tanta vestidura rasgada por diversas cuestiones, solo hay dos culpables. No importa ya la autoría sino esa obcecación sempiterna. Tal contingencia permite que catalanes y vascos, de facto, tengan un peso esencial en la gobernanza de España. Conforma una inexplicable paradoja que quienes renuncian a ser españoles conlleven, si no conducen, los destinos del país. Veremos en breve si la sociedad permite tanto cesarismo antidemocrático puesto en práctica por un Sánchez necio y desubicado.

            

viernes, 11 de noviembre de 2022

ADOCTRINAR LOS INSTINTOS

 

Vimos sorprendidos, porque no implicaba ninguna necesidad social ineludible, el inicio de la Ley 52/2007 de veintiséis de diciembre, llamada Memoria Histórica, ratificada por Zapatero y su mayoría parlamentaria. Hoy, nos sobrepasa la Ley 20/2022 de diecinueve de octubre, denominada Memoria Democrática, proyectada por Sánchez en una maraña terminológica pues la Guerra Civil se libró entre fascistas, al decir de unos, y marxistas totalitarios, según otros. Nadie menciona que hubiera demócratas en ninguno de los dos bandos, seguramente por no tener constancia de tal coyuntura. El objetivo, doble, es calificar de demócrata al bando perdedor (al final, como siempre, perdió la sociedad española fuera de toda adscripción política) y nacionalizar con interés electoral a nietos de exiliados. Este proyecto último sería justo si no naciera de una Ley disgregadora y fraudulenta.

La Ley de Memoria Democrática —además de postiza, falsa, tergiversadora— es maniquea. Divide a los contendientes en malos, malísimos, y buenos, bonísimos, cuando la realidad dista mucho de sendos epítetos. A lo sumo, se dieron alternativamente en ambas facciones sin que supusiera característica permanente, ni tan siquiera usual. Las consecuencias visibles, innecesarias, tópicas, se centran en la exhumación de restos que llevan más de ochenta años descansando en sus tumbas, fosas comunes o cunetas para reavivar un odio miserable, útil para todos. La izquierda más o menos extrema supone que esos rituales crean una atmósfera emocional diferenciada en determinadas personas, presuntamente frías a la hora de depositar su voto. Es decir, la Ley está urdida como estímulo, no para reparar supuestas impunidades históricas.

Pese a lo dicho, Susana Díaz promulgó la Ley 2/2017 de dieciocho de marzo, apodada Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía. Era todo un referente, una mezcolanza de lo antiguo y lo moderno, un cachivache dinámico con raíces antañonas, pero envoltorio innovador. Su ampulosidad, no obstante, le sirvió de poco pues perdió las elecciones autonómicas, tras más de tres décadas atesorando el famoso clientelismo, en enero de dos mil diecinueve a favor de Juan Manuel Moreno Bonilla. Lo predijo James Carville, director de campaña de Bill Clinton, cuando dijo: ¡”es la economía, estúpidos”! EEUU estaba en recesión y Carville entendió que ningún tema, fuera de la economía, interesaría a los electores. Constituyó el error de Susana Díaz y probablemente el de Sánchez al hacer hincapié en algo sin incentivo para la gran masa social. 

Veo similitud entre la epistemología (teoría del conocimiento) que transfiere criterios para justificar o eliminar conceptos, como verdad y otros, con el deseo de adoctrinar los instintos en sus variantes y calidades. El conocimiento se vertebra en el intelecto mientras los instintos son receptados por vísceras nauseabundas cercanas a una vida inferior, animal. Considero que el gobierno, con ayuda inestimable de los medios, está empeñado en el guerracivilismo y el deterioro de Ayuso. Está todo planificado según puede advertirse viendo los medios audiovisuales. La sexta intercambia la “terrible” situación hospitalaria madrileña, con la guerra de Ucrania. Llevan días centrados en esas dos informaciones: Una para reconquistar Madrid —imposible según encuestas de última hora— y otra para descargar sobre ella la, no por falseada, terrible, angustiosa, situación económica patria. Peor aún, se otean cercanas perspectivas de agotamiento generalizado.

Instinto, en forma singular, es un conjunto complejo de reacciones exteriores determinadas y adaptadas a una finalidad de las que el sujeto no tiene conciencia. El psiquismo humano incorpora un determinismo ajeno a lo biológico. La vida social, desde este enfoque, se encuentra entramada con la cultura, las formas de producción y dependencia mutua. Sigmund Freud considera que no existe el instinto; en su lugar actúan pulsiones. Konrad Lorenz conforma un modelo denominado “puntos fijos de acción (comportamiento) que responden a estímulos llamados “llave” y operan sobre “mecanismos desencadenantes innatos”. Pávlov y el “condicionamiento clásico” consolida también la tesis sobre el adoctrinamiento de los instintos. “Instintos” adquiere cierto grado de maldad, incluso perversión, respecto a su singular.

Desde mi punto de vista, el gobierno está adoctrinando “los instintos”, las entrañas, los aspectos irracionales del hombre, que conforman la “llave” para desencadenar reacciones determinadas. Al mismo tiempo, realizan experimentos condicionados para lograr (intentar, al menos) fines concretos. Solo así puede entenderse la exhumación de los restos de Queipo de Llano, verbigracia, a quien apenas conocen en Sevilla y que no forman parte de ninguna preocupación social, salvo fantasmagoría de retrotraer el enfrentamiento cainita con remates electorales. Quisiera hacer un alto, asimismo, entre Memoria Histórica y Memoria Democrática, ambas pura invención y recreación pues no se corresponden con ningún modelo estudiado por la psicología experimental. La primera integra todos los hechos mencionados por la Historia; la segunda, únicamente la correspondiente al gobierno del frente popular, con presunta legitimidad democrática, y los alzados contra él; un revisionismo putrefacto y repugnante.

Resulta intolerable que al Frente Popular se le considere gobierno legítimo, democrático, de la Segunda República Española y sin embargo Hitler, surgido democráticamente de la República de Weimar, sea tratado de ilegítimo y nazi. Una muestra más del diferente rasero utilizado por la izquierda marxista y totalitaria. ¿No es respuesta internacional suficiente el hecho de que los primeros países en reconocer a Franco fueran Gran Bretaña y Francia? Siguen sin enyugar el apelativo “fascistas”, otorgado por los partidarios de la Tercera Internacional comunista, y la venia democrática de Gran Bretaña y Francia concedida a Franco. Ocho decenios después, seguimos en trincheras similares de forma artificiosa, exacerbada y cruel. Cierto que la ONU, donde la URSS tenía derecho de veto (que ya era el colmo), pidió la retirada de embajadores en la calificada España dictatorial.

De pronto aparece lo que puede ser el estertor de esta fisura social que malinventó Zapatero administrándole un apellido inconveniente, delator, y que Sánchez —mucho más inepto, pero experto publicitario y agitador— pulió sutilmente mediante apéndice abracadabrante: democrática. El plus de eficacia aparente lleva implícito su propio sepelio. Aquel vocablo complejo, casi inexistente en la práctica, falsea (sobre lo ya cuestionable) hechos y vicisitudes; más cuando hace distinciones oníricas si no psicóticas. El presidente y, bajo su batuta, gobierno, medios, comunicadores, sindicatos, conmilitones, proyectan el adoctrinamiento de los instintos inferiores, siguiendo probablemente las tesis de Konrad Lorenz y su “llave”. Sospecha que tal vez tenga perdidas las elecciones, pero no concibe siquiera que enterrará para siempre una memoria apócrifa, malintencionada, imposible. Como dijo Galileo, “eppur si muove”.

viernes, 4 de noviembre de 2022

CONSENSO ROTO

 

Este título, que parece la analogía de una película legendaria —lanza rota— no es ni más ni menos que el disgusto enrabietado, algo infantiloide, de Podemos (ver las declaraciones venenosas de Monedero) por no haber podido colocar a la jueza Rosell en el CGPJ. Todo procede del erróneo análisis-predicción que algunos líderes realizaron. Iglesias, allá en el lejano octubre de dos mil catorce, se dejó decir arrogante, endiosado ante triunfos anormalmente brillantes: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Un año después, en las elecciones generales de noviembre de dos mil quince, Podemos obtuvo sesenta y nueve diputados. Aquel éxito debió producir un efecto entre iluso e ilusorio a todo el conjunto de coautores. Surgieron demasiado pronto afectos contradictorios, envidias y ambiciones personales, incompatibles con el conjunto armónico.

Iglesias, un estalinista metódico, purgó enseguida a Errejón y Bescansa fragmentando el partido en banderías que ya existían dormidas. Monedero, hábil, prefirió acumular un poder periférico que lo ponía a cubierto de cualquier eventualidad. Casi de inmediato fue abanderado político de la facción mayoritaria comandada por Iglesias. Vocero tendencioso algunos años en medios concretos, ahora intenta defenderse de varios procesos abiertos por presuntos delitos fiscales y —de uvas a peras— a desbarrar contra el PP. Le falta casi todo para ser buen profesor, en sentido clásico del término; como con el vino excelente, no basta con tener color Burdeos ni tampoco cierta entidad o presencia. Para ser un buen vino, primero hay que serlo porque si no hay materia hablar de cualidades es pura inconsciencia. Un bulto con conocimientos no puede ser buen profesor.  

Sánchez —sin poder “torear” al PP, único que quedaba por tomarle el pelo— está tan encolerizado como Podemos, por torpedear ese prurito pundonoroso que tiene a gala e impedir el presunto “arreglo” de un futuro incierto. Ultrajado su egocentrismo, ha ordenado un ataque frontal contra quien no tiene especial culpa: Feijóo. Ministros y tertulianos braman al compás del mismo eslogan, propaganda o epíteto. El presidente del PP, dicen, es un irresponsable, antipatriota que burla la Constitución y antisistema convencido. Tanta infamia, tan grueso aparejo de epítetos, tampoco justificaría la falsa realidad que le quieren colgar. En última instancia fueron los votantes y barones quienes evitaron la desaparición política del presidente recién llegado, preso de cobarde fogosidad. Socialmente desgastado, le quedan pocas opciones para rectificar el yerro.

Dos son los argumentos que utiliza el sanchismo contra Feijóo. Ambos, igualmente perniciosos para sus intereses electorales, suelen salir de bocas diferentes. Con la pequeña, afirman que Ayuso le ha doblado el brazo. Con la grande, aseguran que el presidente del PP es un político anticonstitucional e irresponsable.  A Ayuso no quieren ni nombrarla porque cada vez que lo hacen “sube el pan”; es una pieza intratable. La caza se ha centrado en el “poco respeto constitucional” que muestra Feijóo. Sin embargo, la realidad (siempre machacona) revela que fue el PSOE quien traicionó espíritu y letra de la Constitución. Ocurrió el año mil novecientos ochenta y cinco sin que por aquella fecha la oposición, revestida de incógnito, latente, oculta, expresara ninguna impugnación. Antes bien, se adscribió a aquella frase de Alfonso Guerra y que suponía el final de la independencia judicial: “Montesquieu ha muerto”. ¡Larga vida a la arbitrariedad partidaria!, pudo pensar.

El artículo ciento veintidós, referente a la ley orgánica del poder judicial, en su punto tres dice: “El Consejo General del Poder Judicial estará integrado por el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte miembros nombrados por el Rey por un periodo de cinco años. De estos, doce entre Jueces y Magistrados de todas las categorías judiciales en los términos que establezca la ley orgánica, cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados y cuatro a propuesta del Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros, entre abogados y otros juristas, todos ellos de reconocida competencia y con más de quince años en el ejercicio de su profesión”. En mil novecientos ochenta y cinco, Alfonso Guerra —haciendo una interpretación libre del texto legal, según el cual las Cámaras elegirían ocho vocales— cambió la encarnadura constitucional, por su cuenta y riesgo, haciendo que todos los vocales fueran elegidos por diputados y senadores respetando procedencias y cualidades de los representantes; es decir, doce entre Jueces y Magistrados y ocho entre juristas de “prestigio”.

Cierto que, a lo largo de años, el PP ha sido cómplice de este cambio a espaldas del pueblo. Cierto que se ha beneficiado del control judicial. Cierto que ha puesto dificultades solo cuando pretenden desalojarlos del banquete haciéndolos vanos e inservibles. Se han quedado sin fortaleza moral, pero constitucionalmente piden lo justo: que los jueces se elijan a sí mismos, no los Parlamentos. Esto dice espíritu y letra del texto original. Pese a todo, si volvieran a tener posibilidad de repartirse PSOE (no sanchismo) y PP el gobierno de los jueces en condiciones de igualdad, volverían a aceptar el trapicheo constitucional. Todo sea por la continuidad, sin sombras, de un bipartidismo que los acontecimientos han confirmado nefasto. ¿Quién de ambos escamotea nuestra soberanía? Pregunta clave.

Se afirma con frecuencia (ignoro si con certidumbre) que desde el primer momento los jueces clamaron por su autonomía. Considero que los dos partidos principales han intentado quebrar esa independencia judicial a través de sus órganos de poder. No obstante, quienes se rinden son los jueces sometidos a estímulos mundanos, alejados del juramento que les exige impartir justicia sin desviaciones intencionadas. Dicho de otra forma, la politización de la justicia constituye el escenario favorito de los jueces. Nadie se dobla si uno no quiere, pero hay excusas con intenciones convincentes, en ocasiones paradójicas; tal vez, la mayor parte de las veces ininteligibles.

El PP proyecta quitarse cualquier responsabilidad que Sánchez y su tropa le imputan, día sí y otro también, al fracasar la compleja y reñida renovación del CGPJ. Niego que la inocencia anide o arraigue de forma espectacular, ni tan siquiera estándar, en ninguno de los belicosos contendientes. Objetivamente, a través de la Historia, los partidos siniestros y nazis son quienes han cimentado su doctrina usando la propaganda como principal, si no único, motor de adoctrinamiento social. Cuando se han destruido los engranajes nacionales, morales e institucionales y las crisis económicas aparecen por el horizonte, surgen intentos desesperados de dominio pleno. Llega el momento exacto de romper los consensos igualitarios para conseguir presuntos equilibrios o, desde otra orilla, ventajas espurias. Llegamos así al enfrentamiento social, pretensión de los que huyen hacia adelante porque tienen todo perdido.