Vimos sorprendidos,
porque no implicaba ninguna necesidad social ineludible, el inicio de la Ley
52/2007 de veintiséis de diciembre, llamada Memoria Histórica, ratificada por
Zapatero y su mayoría parlamentaria. Hoy, nos sobrepasa la Ley 20/2022 de
diecinueve de octubre, denominada Memoria Democrática, proyectada por Sánchez en
una maraña terminológica pues la Guerra Civil se libró entre fascistas, al
decir de unos, y marxistas totalitarios, según otros. Nadie menciona que
hubiera demócratas en ninguno de los dos bandos, seguramente por no tener
constancia de tal coyuntura. El objetivo, doble, es calificar de demócrata al
bando perdedor (al final, como siempre, perdió la sociedad española fuera de
toda adscripción política) y nacionalizar con interés electoral a nietos de exiliados.
Este proyecto último sería justo si no naciera de una Ley disgregadora y
fraudulenta.
La Ley de Memoria
Democrática —además de postiza, falsa, tergiversadora— es maniquea. Divide a
los contendientes en malos, malísimos, y buenos, bonísimos, cuando la realidad
dista mucho de sendos epítetos. A lo sumo, se dieron alternativamente en ambas facciones
sin que supusiera característica permanente, ni tan siquiera usual. Las
consecuencias visibles, innecesarias, tópicas, se centran en la exhumación de
restos que llevan más de ochenta años descansando en sus tumbas, fosas comunes
o cunetas para reavivar un odio miserable, útil para todos. La izquierda más o
menos extrema supone que esos rituales crean una atmósfera emocional diferenciada
en determinadas personas, presuntamente frías a la hora de depositar su voto.
Es decir, la Ley está urdida como estímulo, no para reparar supuestas
impunidades históricas.
Pese a lo dicho, Susana
Díaz promulgó la Ley 2/2017 de dieciocho de marzo, apodada Ley de Memoria
Histórica y Democrática de Andalucía. Era todo un referente, una mezcolanza de
lo antiguo y lo moderno, un cachivache dinámico con raíces antañonas, pero envoltorio
innovador. Su ampulosidad, no obstante, le sirvió de poco pues perdió las
elecciones autonómicas, tras más de tres décadas atesorando el famoso
clientelismo, en enero de dos mil diecinueve a favor de Juan Manuel Moreno
Bonilla. Lo predijo James Carville, director de campaña de Bill Clinton, cuando
dijo: ¡”es la economía, estúpidos”! EEUU estaba en recesión y Carville entendió
que ningún tema, fuera de la economía, interesaría a los electores. Constituyó
el error de Susana Díaz y probablemente el de Sánchez al hacer hincapié en algo
sin incentivo para la gran masa social.
Veo similitud entre la
epistemología (teoría del conocimiento) que transfiere criterios para
justificar o eliminar conceptos, como verdad y otros, con el deseo de
adoctrinar los instintos en sus variantes y calidades. El conocimiento se
vertebra en el intelecto mientras los instintos son receptados por vísceras
nauseabundas cercanas a una vida inferior, animal. Considero que el gobierno,
con ayuda inestimable de los medios, está empeñado en el guerracivilismo y el
deterioro de Ayuso. Está todo planificado según puede advertirse viendo los
medios audiovisuales. La sexta intercambia la “terrible” situación hospitalaria
madrileña, con la guerra de Ucrania. Llevan días centrados en esas dos
informaciones: Una para reconquistar Madrid —imposible según encuestas de
última hora— y otra para descargar sobre ella la, no por falseada, terrible,
angustiosa, situación económica patria. Peor aún, se otean cercanas
perspectivas de agotamiento generalizado.
Instinto, en forma
singular, es un conjunto complejo de reacciones exteriores determinadas y
adaptadas a una finalidad de las que el sujeto no tiene conciencia. El
psiquismo humano incorpora un determinismo ajeno a lo biológico. La vida
social, desde este enfoque, se encuentra entramada con la cultura, las formas
de producción y dependencia mutua. Sigmund Freud considera que no existe el
instinto; en su lugar actúan pulsiones. Konrad Lorenz conforma un modelo
denominado “puntos fijos de acción (comportamiento) que responden a estímulos
llamados “llave” y operan sobre “mecanismos desencadenantes innatos”. Pávlov y
el “condicionamiento clásico” consolida también la tesis sobre el
adoctrinamiento de los instintos. “Instintos” adquiere cierto grado de maldad,
incluso perversión, respecto a su singular.
Desde mi punto de vista,
el gobierno está adoctrinando “los instintos”, las entrañas, los aspectos
irracionales del hombre, que conforman la “llave” para desencadenar reacciones
determinadas. Al mismo tiempo, realizan experimentos condicionados para lograr
(intentar, al menos) fines concretos. Solo así puede entenderse la exhumación
de los restos de Queipo de Llano, verbigracia, a quien apenas conocen en
Sevilla y que no forman parte de ninguna preocupación social, salvo
fantasmagoría de retrotraer el enfrentamiento cainita con remates electorales. Quisiera
hacer un alto, asimismo, entre Memoria Histórica y Memoria Democrática, ambas
pura invención y recreación pues no se corresponden con ningún modelo estudiado
por la psicología experimental. La primera integra todos los hechos mencionados
por la Historia; la segunda, únicamente la correspondiente al gobierno del
frente popular, con presunta legitimidad democrática, y los alzados contra él;
un revisionismo putrefacto y repugnante.
Resulta intolerable que
al Frente Popular se le considere gobierno legítimo, democrático, de la Segunda
República Española y sin embargo Hitler, surgido democráticamente de la
República de Weimar, sea tratado de ilegítimo y nazi. Una muestra más del
diferente rasero utilizado por la izquierda marxista y totalitaria. ¿No es
respuesta internacional suficiente el hecho de que los primeros países en
reconocer a Franco fueran Gran Bretaña y Francia? Siguen sin enyugar el
apelativo “fascistas”, otorgado por los partidarios de la Tercera Internacional
comunista, y la venia democrática de Gran Bretaña y Francia concedida a Franco.
Ocho decenios después, seguimos en trincheras similares de forma artificiosa,
exacerbada y cruel. Cierto que la ONU, donde la URSS tenía derecho de veto (que
ya era el colmo), pidió la retirada de embajadores en la calificada España
dictatorial.
De pronto aparece lo que
puede ser el estertor de esta fisura social que malinventó Zapatero
administrándole un apellido inconveniente, delator, y que Sánchez —mucho más
inepto, pero experto publicitario y agitador— pulió sutilmente mediante
apéndice abracadabrante: democrática. El plus de eficacia aparente lleva
implícito su propio sepelio. Aquel vocablo complejo, casi inexistente en la
práctica, falsea (sobre lo ya cuestionable) hechos y vicisitudes; más cuando
hace distinciones oníricas si no psicóticas. El presidente y, bajo su batuta,
gobierno, medios, comunicadores, sindicatos, conmilitones, proyectan el
adoctrinamiento de los instintos inferiores, siguiendo probablemente las tesis
de Konrad Lorenz y su “llave”. Sospecha que tal vez tenga perdidas las
elecciones, pero no concibe siquiera que enterrará para siempre una memoria apócrifa,
malintencionada, imposible. Como dijo Galileo, “eppur si muove”.
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