jueves, 31 de mayo de 2018

TROPIEZO DE SÁNCHEZ O BATACAZO DEL PSOE


“Sólo en el peor de los desastres conoce uno la auténtica valía de los hombres”. Este proverbial aforismo, en palabras de Posteguillo (escritor valenciano y entusiasta afecto a los clásicos), parece apostar por el repudio del político patrio. Diría, más bien, que aquella coyuntura ofrece la innegable verificación de la indigencia moral e intelectual común a nuestros prohombres. España, a la vez y sin que haya otros dones reparadores, lidera un escenario tan espinoso como tragicómico.

Espantados por una crisis con apariencia estructural, padeciendo continuos efectos de un hipnotismo colectivo e inquietos ante la quiebra social que padece Cataluña, improvisan una moción de censura para apuntillar al noble -asimismo estólido- pueblo español. Sin embargo, todos dicen hacerlo en favor del ciudadano. ¿No les parece, amigos lectores, que no queda ninguna línea roja por traspasar? Somos insensibles, pues nutrimos con cada proceso electoral el sistema que nos devora como Saturno a sus hijos.

Venimos sobrellevando durante años el desprecio absoluto que siente Rajoy por los españoles. Podría asegurar que el cartel sustituto no ofrece ninguna garantía de mejora, de regeneración. Tal escenario, no impide -de ningún modo- la crítica sincera, leal y sosegada. El presidente ha dilapidado su credibilidad desde el minuto uno, cuando la sociedad, ahíta de Zapatero, puso en sus manos los destinos del país.

Había prometido, durante el crudo desamparo de la oposición, metas imposibles, quiméricas. Luego acusó al gobierno saliente de felón para exculpar sus propios yerros. Se ha ido sosteniendo en difícil equilibrio apuntalándose sobre un arsenal de mentiras infames. Bajada de tributos, reducción del paro, salida de la crisis, faro económico de Europa, etc., etc., constituyen un rosario de ficciones. El hecho verdadero, innegable, fue subir impuestos nada más ocupar La Moncloa. Lo demás, pura cocina.

Rajoy, si fuera patriota, si le importara el bienestar del ciudadano, dimitiría. Tal y como se está poniendo el patio, añado que es la mejor salida. Su obstinación, complementada con otras razones espurias, solo ayuda a prolongar una muerte anunciada. La corrupción, sucias campañas mediáticas y más o menos culpa en diversos conciertos, han borrado de forma definitiva el poco crédito que le restaba. Se intuye un proceso irreversible, sin escapatoria encubierta. El PP precisa una catarsis urgente.

Debiera, para evitar nuevas tentaciones, organizar un congreso extraordinario y permitir que políticos menos calcinados tomen las riendas del partido. Lograría atajar un estertor largo y estéril. Evita, al tiempo, excusas aventadas por aquellos que pretenden utilizarlo como cabeza de turco en sus ambiciones desmedidas. Además de salvar el caos nacional, le permite a esta sociedad -asaz indolente- realizar una instantánea fidedigna de cada sigla poniendo al descubierto su auténtico rostro. ¿Qué mejor servicio a los españoles?   

Sánchez, ese político que vive sin vivir en él, está a punto de realizar un triple salto mortal sin red. Forzado por su codicia irrefrenable, va camino del suicidio personal o colectivo. También a él, la corrupción -pretendido venero del golpe de mano- no le es ajena a ningún nivel. Encima pretende el voto favorable del renacido grupo PDECat que el propio PSC, rigiendo el tripartito (de oscuro peregrinar por las instituciones catalanas), denominó tres por ciento. Semejante apoyo y amuleto contamina cualquier sigla con pretensiones de gobierno.

Más todavía, le falta certificar a las puertas de la votación si cuenta o no con el favor del PNV. Incluso Podemos, cuya coherencia se opone al recorrido que dista desde lo “incondicional” a la exigencia sutil de entrar en el futuro gobierno, pudiera aportar alguna sorpresa. Cuenta, eso sí, con el plácet riguroso de ERC y ese ingrediente folklórico-festivo que añaden sus portavoces congresuales Joan Tardá y Gabriel Rufián. Por cierto, hace días -hablando con gente de Alcaudete (Jaén)- obtuve diversa información de la familia Rufián. Callo los adjetivos utilizados sobre dicha parentela.

Mañana pueden ocurrir dos cosas. Que la moción no triunfe y Sánchez quede de nuevo con un palmo de narices. Tras los continuos fracasos e indigencia estratégica, debiera hacer mutis por el foro que no lo hará. Aumentará su porcentaje de invalidez política (para alegría de Podemos), pero seguirá, erre que erre, sin sentido del ridículo, en sus vanas tentativas de alcanzar La Moncloa. Puede triunfar la moción con una amalgama heterogénea, divergente, patética, y dos años después el PSOE entrará en coma profundo. Previo a esa situación, España experimentaría una sepsis severa de consecuencias funestas.

Espero que, a última hora, subidos al cadalso y con el hacha rozando el pescuezo, a no sé quién le entre un gramo de cordura y retraiga a la vía correcta tanto desenfreno. Constituye la prueba definitiva de la caterva que dirige este país. Sin echar fuera balones propios, considero que no es posible tanta escasez intelectual, ética y estética, así como de principios, que adorna a nuestros a políticos. Sin embargo, tengo que rendirme ante la realidad actual e histórica. Ignoro si azares, hados o un fatalismo made in spain, enrarece el hábitat y toca vivir en permanente ay.

Insisto, si al final Rajoy aguantara el embate ha de replantearse en qué situación quedaría. La inestabilidad de un gobierno aislado y con graves casos de responsabilidad jurídica, originaría un periodo de retroceso económico, social e institucional de ardua reversión. España precisa en estos momentos, donde nos jugamos el futuro, que cada cual deje fines particulares, arrime el hombro y concierte una política de Estado, para conseguir el bienestar ciudadano al que dicen servir. Es una servidumbre de la que ninguno debiera evadirse, incluido el individuo con su voto o abstención.

Tengo esperanza que, plagiando a Europa, bien por estar en un marco capitalista bien por seguidismo socialdemócrata de la izquierda radical, haya un resurgir imparable de las ideas liberales. Tampoco los conservadores aúnan demasiadas esperanzas de sobrevivir a tan elevado inmovilismo y agotamiento. A nivel nacional, lo expresa la intervención vieja e inacabable de denuncia en vez de ofrecer soluciones. Rajoy quema sus postreros cartuchos en gemela respuesta. Así, Rivera será futuro presidente por mayoría simple, probablemente absoluta.




viernes, 25 de mayo de 2018

EL PISITO


Aquel lejano eslogan “España es diferente” pudiera entenderse, como argumento a pari, “el español es diferente”. Tengo plena certidumbre del insondable mensaje que encierra semejante expresión atemporal, pese a que tuvo épocas de mayor esplendor. Diseña básicamente al individuo patrio y los contrastes con aquellos otros del hábitat europeo. Si bien el perspectivismo orteguiano tuvo antecedentes en Leibniz y Nietzsche, el filósofo español lo moldeó con cincel particular. La dualidad apariencia-profundidad, símil del bosque (lo que no se ve es profundidad, lo visto perspectiva), fue desarrollada en su obra Meditaciones del Quijote. Revela completa identificación entre su filosofía y el carácter netamente español.

El año mil novecientos cincuenta y nueve, aún fresca la miseria de postguerra, se estrenó “El Pisito”. Rafael Azcona y Marco Ferreri elaboraron un guion horrendo. Una pareja lleva doce años de relaciones. El chico vive realquilado casa de una señora a punto de morir, circunstancia que el casero espera ansioso a fin de desalojar la vivienda y derribar el edificio. Algunos amigos le aconsejan que se case con la anciana para heredar el alquiler. Advierto en este negro relato cierto maridaje con el perspectivismo de Ortega. Un escenario que hace de la vivienda foco existencial del individuo español, de su realidad intrínseca.

Más allá de cualquier teoría sobre verdad y realidad, se impone la razón vital inherente a la propia vida. Queda en entredicho el principio cartesiano: “Pienso, luego existo”. El hombre, primero vive y acomoda después sus circunstancias. Según parece, el español encierra una estrecha concomitancia entre vivienda propia y razón vital. Eso se desprende, al menos, del filme “El Pisito” y la pulsión inexorable, desleal, de Pablo Iglesias. Aquel estoico enamorado, menesteroso, con dramática escapatoria, tuvo que luchar entre dos alternativas: abandonar a su amada o perder la vivienda. Terrible aprieto, difícil perspectiva.

Iglesias (refractario y desubicado demócrata), en un acceso de patriotismo insólito, se ha comprado el complejo residencial que le exige tal marchamo. Ocurre, no obstante, que la inversión supera lo permitido a un español medio. Este, compra una casa -doscientos mil euros máximo- con enorme esfuerzo. Don Pablo, el líder que agrede a la casta, compra dicha mansión como parte de un “proyecto familiar”. Semejante aseveración es un insulto mordaz, vil diría yo, sobre quienes viven a caballo entre padres y suegros. Casi setecientos mil euros, junto a otros desembolsos nada despreciables, dejan al descubierto obscenas diferencias en dichos y hechos.

Quitarse la máscara constituye el peaje costoso, inmoral, a que le apremia su ego inconmensurable. Pese a la claridad irradiada, a que ahora se ofrece ligero de aderezos, sigue mostrándose presuntuoso, bravucón, ridículo. Ayer, temerario, aseguró: “Hay que echar al PP porque es un peligro para la democracia”. ¿Cínico? ¿Soñador? Mucho más vulgar, padece cierta psicopatía que le lleva a confundir deseo y realidad.

¿Creen mis amigos lectores que la incoherencia manifiesta hace mella en los acólitos cercanos? Error. Por convicción o para evitar purgas tangibles, la mayor parte aplaude, peor todavía, excusa, la ostentación. Veamos algunos testimonios bochornosos. Monedero afirma sin rubor: “Iglesias se compra un chalet de seiscientos mil euros porque Inda publicó una ecografía”. Qué no dirá un iletrado. Echenique, miembro del CSIC, sentenció: “Las críticas son reaccionarias, caricaturas que intentan frenar el cambio político”. Sor Sonrisa hubiera tarareado: “Echenique, nique nique/ pobremente por ahí/ va él cantando amor”. Lo que nos queda por ver y oír.

Hubo críticas también al gesto de nuevo rico, de casta, que pretendía superar con la anterior y fachendosa humildad vallecana. Víctima de retórica, quiere acallar las voces levantiscas con otro señuelo. “Lo que tiene que hacer un político decente cuando se cuestiona su credibilidad es someterse al criterio de las bases. Espero que si alguna vez su credibilidad es puesta en cuestión tengan la misma actitud que nosotros”. Esta consulta plebiscitaria lleva aparejada un pucherazo indudable. No lo digo yo (son las palabras eximentes, crediticias, preferidas de Iglesias), lo dice Openkratio -auditora de Podemos- que dejó de supervisar las elecciones internas del partido tras Vistalegre II por el descontrol del escrutinio. Lo confirma un arrobado Mayoral cuando asegura: “Iglesias y Montero son de las mentes más brillantes de este país”. Amén.

El señor Iglesias padece, fuera de otras enfermedades, egolatría. Tal veneración al yo, le exige que “la participación baja en la consulta sería un fracaso y me obligaría a dimitir”. Sin embargo, todas las tretas que va desgranando no le impiden comportarse como líder incontestado de Podemos. No le pasa por la mente la más mínima probabilidad de dimitir en ningún cargo ni función, está todo atado y bien atado. Seguro de ello, manifiesta el apoyo incondicional al PSOE en la ya presentada moción de censura (pobre PSOE). Sospecho que, antes o después, pondrá alguna reserva. Asimismo, le cuesta comprender la negativa de Ciudadanos a apoyar cualquier propuesta de gobierno si entra Podemos. Menos, incluso, con los ataques a Rivera al que denomina joseantoniano. Supone la salida airada de quien considera el mayor hándicap para tocar verdadero poder.

Por cierto, si tuviera que elegir entre Podemos y Vox, optaría por Vox. Ellos, al menos, aceptan el contraste de ideas sin agravios ni insultos. Necesitaríamos un democratómetro para comprobar quien amenaza más a la democracia. Podemos alega que Vox es el peligro evidente en la nuestra, pero… quítate allá que me tiznas.




jueves, 17 de mayo de 2018

RAJOY Y EL NUDO GORDIANO


 

El marido de una popular presentadora de televisión, notorio independentista, dejó escrita la siguiente perla: “Un pueblo que pisa a otros pueblos para seguir sintiéndose vivo está en la antesala de su defunción. Eso lo sabemos los pueblos que luchamos por algo más que por una bandera, un himno, un rey, un ejército o una unidad ficticia forjada a cañonazos o encarcelando a buenas personas”. ¿Perdone? Semejante cinismo le lleva, presuntamente, a exaltar la estelada; cantará, sospecho, els segadors; se sentirá, conjeturo, adscrito al afecto de un presidente pseudorepublicano; aprobaría, creo, la creación de un ejército para garantizar la seguridad patria y se sentirá, por último, ciudadano de una nación ilusoria, disgregada por los subversivos araneses y tabarnios. Por otro lado, personas antidemócratas -buenas, menos y diabólicas- se jactan de desobedecer las leyes. Señor, cuánta chorrada hija del dogmatismo irracional. 

Nuestro país está socavado por las raíces de tres nacionalismos cuyo vínculo común es el vocablo que los define. El nacionalismo catalán cultiva como única fuerza de cohesión la pasta, no precisamente de limpieza bucal. “España nos roba” fue durante cuarenta años concentrado identitario, grosero pero eficaz. Este tipo de aglutinante actúa con rapidez, de forma persuasiva, porque estimula los instintos primarios, viscerales. No inspira emociones de exquisita sensibilidad ni atrae lucubraciones sesudas, irritantes, sin rédito aparente. Ganó terreno un pragmatismo corruptor, disolvente a medio plazo. Si Cataluña lograra la independencia su economía, de forma inmediata, entraría en recesión con grave riesgo de levantamiento o enfrentamiento civil. Es la consecuencia de convertir los sentimientos en mero instrumento pecuniario.

El nacionalismo vasco porta vena romántica, sensual, casi libidinosa. Tarda más en cuajar, en tomar encarnadura visible; pero al final consigue robustecer, confluir, pulsiones diversas. Como consecuencia del concierto y de una ley electoral nociva para los intereses del común, las autonomías vasca y navarra viven tiempos de prosperidad, de vino y rosas. Pese a ello, en circunstancias específicas, enarbolan sin demasiado ardor la bandera del independentismo. Pretenden una soberanía sin desgarros, armonizadora, disfrutando el mismo ecosistema político con matices diferenciadores. Es decir, aplacando odios para avenir diferencias aunque haya sectores propicios a desplegar métodos belicosos. Quieren resucitar tácticas del pasado ante la mayoría que anhela paz y conciliación.

Vemos al nacionalismo gallego, en ciernes, nutrirse indisimuladamente de una izquierda que pugna contra el sempiterno caciquismo regional. Parece la materialización de un enfrentamiento clasista, pues es difícil visibilizar los elementos genuinos del nacionalismo puro. Creo que denominar comunidad histórica a Galicia, supone un exceso semántico, cuanto ni más político o social. Otra cosa es comprobar cómo ciertas élites aprovechan malos entendidos, tal vez apetencias minoritarias, para obtener dividendos valiosos. Sabemos que el egoísmo carece de razones. Tampoco exhibe principios morales porque la ética es un freno indeseado. Al igual que el vasco, el nacionalismo gallego carece de entidad porque descarta entelequias seductoras.

Rajoy, un presidente indeciso y a veces contradictorio, aborrece atajar el peligro que implica cualquier independentismo, máxime si se cimienta en bajas pasiones. Quiérase o no, PSOE y PP son gestores -si no cómplices- de la situación actual. Durante demasiados años cerraron ojos y oídos al escenario que se divisaba tras cada campaña electoral. Consintieron infinitos excesos, asimismo menoscabos al marco legislativo, traicionando compromisos y juramentos. Tanto fraude permitió políticas que fundamentaron adoctrinamientos y abusos. Hoy, tras meses aplicando el artículo ciento cincuenta y cinco, tenemos la sensación de que unos y otros nos han tomado el pelo más o menos conscientemente. Es de dominio público la nula eficacia del controvertido artículo. Un proverbio castellano enseña que: “Vale más vergüenza en cara que dolor de corazón”. Parece evidente que don Mariano presta escasa atención al refranero. Puede que haga algo parecido con distintos menesteres.

Nuestro presidente se protege, y en eso es experto, tras las espaldas de Sánchez, un político sin sentido de Estado. A nadie se le oculta que dejar mossos y radio-televisión catalana intactos ha favorecido una situación peor que la precedente. Personajes y discursos radicalizan el marco actual, ya perturbador. Sin embargo, don Mariano goza de mayoría absoluta en el Senado, institución capacitada para marcar con qué firmeza puede aplicarse dicho artículo. Cuando él habla de prudencia, los políticos catalanes -junto a la gran mayoría de la sociedad española- intuyen cobardía. Tal marco empuja a aquellos a mostrarse irracionalmente inflexibles mientras estos lo sustituyen por Ciudadanos. Me recuerda el marasmo electoral tras la última legislatura de Zapatero. Luego vendrá el llanto y crujir de dientes.

Cataluña configura el nudo gordiano, rompecabezas mitológico, que Alejandro Magno supo resolver tajándolo con su espada. El inconveniente surge cuando se constata que Rajoy no es personaje mítico ni sabe blandir ninguna espada metafórica. En consecuencia, seguiremos padeciendo las incertidumbres que genera el “nudo”, junto a tan indecoroso proceder. Ahora me encuentro en Roquetas, con ciudadanos de diferentes Comunidades, disfrutando un viaje del Imserso. Intercambiando impresiones, casi todos acusan al gobierno de pacato. Al mismo tiempo, distinguen una oposición desorientada, ramplona y en permanente titubeo. Menos mal que, de suyo, Cataluña nunca será independiente. No debido a acciones contundentes, firmes, de un ejecutivo romo sino por imposibilidad metafísica. Su añorada república pasaría a ser un sistema ad hoc, aparte de ruinoso. Los penosos gruñidos supremacistas son estúpidos biombos de última hora debidos a quimeras o, peor aún, a trastornos paranoicos de mentes calenturientas, quizás enfermas, a lo peor absurdas.

 

viernes, 11 de mayo de 2018

PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID


Nada más lejos de mi intención que plagiar, no ya una letra amuleto -fatua superstición- sino título tan sutil, equiparable a cualquier encarnadura melódica. Madrid, desde hace siglos, simboliza el corazón vivificante, eje neurálgico del paisaje nacional. Niego toda suposición ofensiva contra la dispensa autonómica, aunque considere oneroso, desde un punto de vista económico, el Estado de las Autonomías. Reconozco el prestigio de Barcelona, Valencia u otras ciudades que salpican solemnes los rincones patrios. Ciudades llenas de espíritu, de hervor, de sentimiento; pero, como en las percepciones, cada cual adiestra su umbral para priorizar estímulos y pasiones. La Historia ha decidido que su umbral se optimice cuando afloran sentimientos auténticos, entrañables, reales, hacia una ciudad presidida por el oso y el madroño. 

No todo fueron lisonjas entusiastas. Hubo tiempos infortunados a fuer de violentos. Federico Bravo Morata, historiador marxista, hace una semblanza completa, cabal, sobre Madrid a lo largo del siglo XX. Se detiene ampliamente en la Segunda República y elige paciente una atalaya específica para abarcar la Guerra Civil. Un volumen que conforma esta Historia, lo titula “La batalla de Madrid”. Repasa, con todo detalle, desde el otoño del treinta y seis hasta el enfrentamiento entre casadistas y comunistas -en marzo del treinta y nueve- a cuyo fin contribuyó Cipriano Mera y su cuerpo de ejército. Existía la creencia arraigada de que quien dominara Madrid ganaría España. Creo innecesario mencionar diferentes papeles protagonizados por los madrileños en la Guerra de la Independencia, así como otros en conflictos, más o menos medulares, mientras ocurrían asiduas alternancias políticas durante el reinado de Alfonso XIII.

Hoy, al igual que antaño, Madrid se pliega a ser sede de experimentación, tal vez preocupación, política. Cataluña, ahora mismo, opone un marco infecto, sin apenas colofón inmediato. Diría más, cualquier salida parece venir acompañada de negros nubarrones que nadie desea evitar. Eso se otea, al menos. El desastre catalán, generado por una evidente indigencia de los políticos independentistas con la anuencia cómplice del resto (básicamente PSOE y PP), se diluye entre lo muy difícil y lo imposible. Por esta razón, el campo de batalla -la actual- se ha consolidado de nuevo en la capital del reino. Ignoro qué argumentos acumulan las siglas preeminentes para asirse al dogma de afianzar la gloria quien venza en Madrid. Muchas veces, probablemente demasiadas, la estrategia o el empirismo no son los garantes definitivos de una realidad azarosa, extravagante. Es innegable la terrible lucha -incluso entre amigos- para rendir tan codiciada plaza. Luego pudieran aparecer emboscadas funestas para los vencedores. Realidad e impresión encadenada a la espuela del individuo constituyen una paradoja ontológica.

Madrid se ha convertido en talismán con la pasión de quien quema afectos sin madurar consecuencias. Las víctimas ya se alinean en campos opuestos. Un máster postizo y una arrogancia zaherida por un video ¿inoportuno? hicieron que Cristina Cifuentes entrara en espiral luctuosa. Considero que su desaparición política fue pertinente, pero no justa. En este juego letal, un bolo importante, notable, ha sido derribado de forma inmisericorde. Pero como no hay cara sin cruz, tampoco hay mal sin bien. Desaparecida doña Cristina, aparece en el horizonte, se especula, Pablo Casado que recogería un testigo, veremos si envenenado. Se convierte, de golpe y porrazo, en la esperanza del PP. Tocado con hálito triunfador, y por ello mismo, algunas incógnitas pudieran pasarle factura ingrata, penosa, fatal.

Podemos tiene su propio victimario. La difunta -o difuntos, quién sabe- a priori es Carolina Bescansa, cofundadora del partido; es decir pieza importante. Aquí se dio un fusilamiento al amanecer; político, evidentemente. Existe tal razón, que es imposible enviciar la purga a la que le sometió el gran jefe. Primero fue Tania, luego Errejón y ahora esta gallega, cuyo nutrimento doctrinal difiere del que dicta el déspota. Un partido con ínfulas democráticas apela raudo, felón, al ordeno y mando. Se hace necesario conocer en su verdadera salsa a siglas e ideólogos (menuda tontada acabo de afirmar, ¡ideólogos!). Pese a la bilis que le debe amargar a algún -quizás alguna- “camarada”, Errejón irá de número uno y Tania de dos. No hay mejor candidato. Todo sea por una derrota pírrica.

El PSOE dispone de un buen cabeza de lista, pero le falta pegada. Para el ayuntamiento surgen dudas mínimas porque lo tiene perdido. Su plan, a dúo con Podemos, lo arroja Ciudadanos a la papelera. Menudo rebote entonado a dos voces y llorado a coro. ¿Pero qué esperaban? Pedir el suicidio de Ciudadanos a estas alturas, además de propósito nada fraterno, constituye petición indigesta. ¡Pobres míos! Cuánta inocencia, mezclada con mala uva. Como decía aquel: “Y el tonto soy yo”.

Ciudadanos tiene el combate casi ganado de forma mecánica. Cuantos flecos le resulten inquietantes, quedarán resueltos en el año que falta. Lo demás conforma el rival más débil. Estoy convencido de que gana sin bajarse del autobús, al decir popular. Si encima lograra el plácet de Vargas Llosa -bulo tan fabuloso como seductor- sería la bomba. Villacís y él se llevarían ayuntamiento y autonomía de calle; no tengo ninguna duda. Incluso Ignacio Aguado, falto de gancho, podría ser buen candidato para llevarse la victoria al parlamento regional. Compete, no obstante, al partido apostar por el mejor situado en el puesto de salida. Equivocarse es casi imposible porque los demás ya lo han hecho en grado superlativo. La sociedad española no perdona traiciones, purgas ni tejemanejes.

Verdad es. Madrid será el escenario de la primera batalla importante, siempre lo fue. Sin embargo, un año después vendrá la madre de todas las guerras electorales y el escenario puede cambiar. Pese a todo, Madrid es un baluarte atractivo para cualquier estratega, aunque fuera considerada plaza virtual. Con acierto o no, los partidos sin excepción creen que vencer (locales y autonómicas) allí supone recibir la llave maestra que les permitirá entrar a saco en las generales. Advertimos crueles prolegómenos y, a año vista, reviviremos una “batalla de Madrid” previsiblemente pacífica.

 

 

viernes, 4 de mayo de 2018

DEMOCRACIA, PARTIDOS POLÍTICOS Y SOCIEDAD


Democracia es el menos malo de los sistemas políticos, al decir de Winston Churchill. Pudiera ser que, aparte renunciar a la búsqueda -como método inapelable- implicara cierta heterodoxia intelectual. Churchill no supo ver a qué meta puede llevarnos la estulticia o el caos por ella generado. Cierto que una democracia, más o menos tangible, puede conllevarse porque el poder, cualquiera que sea su fuente, tiende a la tiranía, a oponerse al reparto equitativo o generoso de mercedes. No sé los demás, pero yo tengo el convencimiento absoluto de que difícilmente podemos encontrarla en estado puro, con entraña etimológica. Suele mostrarse disfrazada de atributos embaucadores que envilecen su esencia. Nosotros la conocemos “representativa”, justificando necesariamente los partidos como elementos básicos, imprescindibles. Surge la partidocracia, un apéndice maligno a lo que se ve y aprecia.

Inmersos en esta democracia con divergencias sustanciales del carácter original, vemos incrédulos como nos sisan poco a poco un supuesto ya bastante viciado. Pasamos casi inadvertidamente de un sistema de reparto a otro donde una élite acapara cuanto puede hasta el abuso. Eso sí, inundando el sistema, ofrecen, regalan, fórmulas ilusionantes que acaban causando frustraciones. Sin embargo, como el ave fénix cada tiempo, el señuelo renace de sus cenizas y el individuo retoña a la farsa en un rito cíclico e ininterrumpido. El poder, según Robert Michells, lo monopolizan élites concretas que quieren perpetuarlo retroalimentándolo a costa de sociedades apáticas o impotentes. Conforman un régimen de hegemonía e iniquidad admitida.

Se afirma, con mayor o menor acierto, que cada país tiene los políticos que merece. Una vez más, el ciudadano es reo de culpa mientras quien debiera cargar con la indignidad queda exonerado. Padecemos una servidumbre heredada de siglos sin que las últimas teorías sobre el poder, y sus relaciones con los individuos, hayan acotado abusos y miserias morales, aun materiales. Tal vez sean precisas revoluciones cuya metodología haya que ajustar para obtener objetivos ventajosos. Quizás fuera conveniente inhibir nuestro papel de coartada, de justificación, porque -en demasiadas democracias- las sociedades dejan de ser fundamento para convertirse en reliquia de usar y tirar. Probablemente rompiendo el nexo soberanía social-democracia, tuviéramos una acción efectiva mucho más fructífera. Para ello sería preciso usar la estrategia de tierra quemada. Es decir, rechazar toda concurrencia a esos paripés vivificadores denominados elecciones.

El miércoles amaneció un día de profundas sensaciones, duras realidades y experiencias provechosas. Sobre las nueve, empezando la jornada, recibí una llamada aflictiva, plena de dudas e inquietudes. Era mi hijo pequeño (cuarenta y cinco años) que había tenido un accidente de coche en Alacuás, un pueblo cercano a Valencia. Las primeras impresiones fueron duras; otro vehículo invadió su carril y el choque fronto-lateral fue inevitable. Intervino policía local, guardia civil y, al menos, una ambulancia que llevó a mi hijo a la Nueva Fe, un hospital inmenso. Por la cantidad de gente que observé durante las muchas horas que estuve en urgencias, me pareció poco operativo -en consultas externas- dentro de su grandiosidad.

Nos pusimos en marcha otro de mis hijos, mi señora y yo. Desde el primer momento, di con personas extraordinarias, atentas y muy amables. Contacte primero con el ciento doce. De forma rápida y cortés, no exenta de afabilidad, me dieron el teléfono de la policía local de Alacuás cuya atención, a lo largo de dos o tres llamadas que hice, resultó exquisita con las diferentes personas que comuniqué. Terminó el apartado policial con la patrulla que estaba señalando el accidente y cuyo cometido, previo atestado, concluyó cuando la grúa se llevó el coche. Me dio tiempo a darle las gracias personalmente, con el ruego de que las hiciese extensivas a toda la plantilla. En una palabra, insuperables.

Entretanto, una persona instalada en recepción de urgencias de la Fe había comunicado con mi nuera para indicarle el lugar donde estaba mi hijo. Pusimos dirección al hospital y al llegar tuvimos las primeras noticias tranquilizadoras. Poco después fueron llegando el resto de la familia, incluida nieta. El trato amable se convirtió en tónica general dentro del personal adscrito inequívocamente a la sanidad: médicos, enfermeras, celadores. Hago especial reconocimiento de una señora, siento desconocer su nombre, que se tomó como asunto personal mantener a mi esposa, su interlocutora, al tanto de las informaciones que ella conseguía. Así desde la diez de la mañana hasta las seis de la tarde. Extraordinario proceder.

El jueves nos acercamos a Silla, lugar donde la grúa dejó el vehículo. Recogimos la silla de mi nieta y resto de objetos personales. Observamos el deplorable estado en que quedó el coche, un todoterreno que minimizó los posibles daños físicos. Las personas de las grúas, una chica de la oficina y tres señores del taller, entre ellos Carlos, tuvieron un comportamiento ejemplar.

En definitiva, desde el miércoles vengo advirtiendo -por propia experiencia- que el pueblo español, mayoritariamente, tiene políticos más execrables de lo que nos merecemos. Yo no encontré, estos días, ningún ciudadano que fundamente proposición tan impropia e insultante. Ellos sabrán qué les ha hecho convertirse en seres extraños, sin cuna, asociales. Como dijo Goethe: “Los pecados escriben la Historia, el bien es silencioso”.