Nada más lejos de mi
intención que plagiar, no ya una letra amuleto -fatua superstición- sino título
tan sutil, equiparable a cualquier encarnadura melódica. Madrid, desde hace
siglos, simboliza el corazón vivificante, eje neurálgico del paisaje nacional. Niego
toda suposición ofensiva contra la dispensa autonómica, aunque considere
oneroso, desde un punto de vista económico, el Estado de las Autonomías.
Reconozco el prestigio de Barcelona, Valencia u otras ciudades que salpican
solemnes los rincones patrios. Ciudades llenas de espíritu, de hervor, de
sentimiento; pero, como en las percepciones, cada cual adiestra su umbral para
priorizar estímulos y pasiones. La Historia ha decidido que su umbral se
optimice cuando afloran sentimientos auténticos, entrañables, reales, hacia una
ciudad presidida por el oso y el madroño.
No todo fueron lisonjas
entusiastas. Hubo tiempos infortunados a fuer de violentos. Federico Bravo
Morata, historiador marxista, hace una semblanza completa, cabal, sobre Madrid
a lo largo del siglo XX. Se detiene ampliamente en la Segunda República y elige
paciente una atalaya específica para abarcar la Guerra Civil. Un volumen que
conforma esta Historia, lo titula “La batalla de Madrid”. Repasa, con todo detalle,
desde el otoño del treinta y seis hasta el enfrentamiento entre casadistas y
comunistas -en marzo del treinta y nueve- a cuyo fin contribuyó Cipriano Mera y
su cuerpo de ejército. Existía la creencia arraigada de que quien dominara
Madrid ganaría España. Creo innecesario mencionar diferentes papeles protagonizados
por los madrileños en la Guerra de la Independencia, así como otros en conflictos,
más o menos medulares, mientras ocurrían asiduas alternancias políticas durante
el reinado de Alfonso XIII.
Hoy, al igual que antaño,
Madrid se pliega a ser sede de experimentación, tal vez preocupación, política.
Cataluña, ahora mismo, opone un marco infecto, sin apenas colofón inmediato.
Diría más, cualquier salida parece venir acompañada de negros nubarrones que
nadie desea evitar. Eso se otea, al menos. El desastre catalán, generado por
una evidente indigencia de los políticos independentistas con la anuencia
cómplice del resto (básicamente PSOE y PP), se diluye entre lo muy difícil y lo
imposible. Por esta razón, el campo de batalla -la actual- se ha consolidado de
nuevo en la capital del reino. Ignoro qué argumentos acumulan las siglas
preeminentes para asirse al dogma de afianzar la gloria quien venza en Madrid. Muchas
veces, probablemente demasiadas, la estrategia o el empirismo no son los
garantes definitivos de una realidad azarosa, extravagante. Es innegable la
terrible lucha -incluso entre amigos- para rendir tan codiciada plaza. Luego
pudieran aparecer emboscadas funestas para los vencedores. Realidad e impresión
encadenada a la espuela del individuo constituyen una paradoja ontológica.
Madrid se ha convertido
en talismán con la pasión de quien quema afectos sin madurar consecuencias. Las
víctimas ya se alinean en campos opuestos. Un máster postizo y una arrogancia
zaherida por un video ¿inoportuno? hicieron que Cristina Cifuentes entrara en
espiral luctuosa. Considero que su desaparición política fue pertinente, pero
no justa. En este juego letal, un bolo importante, notable, ha sido derribado
de forma inmisericorde. Pero como no hay cara sin cruz, tampoco hay mal sin
bien. Desaparecida doña Cristina, aparece en el horizonte, se especula, Pablo
Casado que recogería un testigo, veremos si envenenado. Se convierte, de golpe
y porrazo, en la esperanza del PP. Tocado con hálito triunfador, y por ello
mismo, algunas incógnitas pudieran pasarle factura ingrata, penosa, fatal.
Podemos tiene su propio
victimario. La difunta -o difuntos, quién sabe- a priori es Carolina Bescansa, cofundadora
del partido; es decir pieza importante. Aquí se dio un fusilamiento al
amanecer; político, evidentemente. Existe tal razón, que es imposible enviciar
la purga a la que le sometió el gran jefe. Primero fue Tania, luego Errejón y
ahora esta gallega, cuyo nutrimento doctrinal difiere del que dicta el déspota.
Un partido con ínfulas democráticas apela raudo, felón, al ordeno y mando. Se hace
necesario conocer en su verdadera salsa a siglas e ideólogos (menuda tontada
acabo de afirmar, ¡ideólogos!). Pese a la bilis que le debe amargar a algún -quizás
alguna- “camarada”, Errejón irá de número uno y Tania de dos. No hay mejor
candidato. Todo sea por una derrota pírrica.
El PSOE dispone de un
buen cabeza de lista, pero le falta pegada. Para el ayuntamiento surgen dudas
mínimas porque lo tiene perdido. Su plan, a dúo con Podemos, lo arroja Ciudadanos
a la papelera. Menudo rebote entonado a dos voces y llorado a coro. ¿Pero qué
esperaban? Pedir el suicidio de Ciudadanos a estas alturas, además de propósito
nada fraterno, constituye petición indigesta. ¡Pobres míos! Cuánta inocencia,
mezclada con mala uva. Como decía aquel: “Y el tonto soy yo”.
Ciudadanos tiene el
combate casi ganado de forma mecánica. Cuantos flecos le resulten inquietantes,
quedarán resueltos en el año que falta. Lo demás conforma el rival más débil.
Estoy convencido de que gana sin bajarse del autobús, al decir popular. Si
encima lograra el plácet de Vargas Llosa -bulo tan fabuloso como seductor- sería
la bomba. Villacís y él se llevarían ayuntamiento y autonomía de calle; no
tengo ninguna duda. Incluso Ignacio Aguado, falto de gancho, podría ser buen
candidato para llevarse la victoria al parlamento regional. Compete, no
obstante, al partido apostar por el mejor situado en el puesto de salida.
Equivocarse es casi imposible porque los demás ya lo han hecho en grado
superlativo. La sociedad española no perdona traiciones, purgas ni tejemanejes.
Verdad es. Madrid será el
escenario de la primera batalla importante, siempre lo fue. Sin embargo, un año
después vendrá la madre de todas las guerras electorales y el escenario puede
cambiar. Pese a todo, Madrid es un baluarte atractivo para cualquier estratega,
aunque fuera considerada plaza virtual. Con acierto o no, los partidos sin
excepción creen que vencer (locales y autonómicas) allí supone recibir la llave
maestra que les permitirá entrar a saco en las generales. Advertimos crueles prolegómenos
y, a año vista, reviviremos una “batalla de Madrid” previsiblemente pacífica.
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