domingo, 27 de enero de 2013

POLÍTICA INCONSECUENTE


No ha mucho, sindicalistas y políticos de diferente pelaje dejaban perlas verbales que saturan, por méritos propios, los anales de la estupidez más conspicua; lacra sabida de quien utiliza el parloteo como “modus vivendi” casi exclusivo. Se esfuerzan en batir récords históricos, ya bastante eximios. Toxo, consumiendo quizás arrebatos que la cercana primavera trasmite al hombre, se dejó decir: “Los sindicatos son el dedo democrático y constitucional que señala los gravísimos problemas que supone la reforma laboral”. Semejante alegato, entre presuntuoso e incierto, surgió a raíz de la primera huelga que hicieron los sindicatos a Rajoy, todavía barbilampiño presidente. Era una frase hueca, artera; un adorno cínico al objeto de justificar la movilización pregonada y que ofrecía no pocas contradicciones. 

El PSOE lanza una ofensiva multitudinaria y ciega. Pretende dañar el crédito del rival (raído de por sí) sin observar que la incoherencia actúa cual boomerang arrojadizo. Rubalcaba en Asturias indicaba: “Con austeridad y ahorro también se puede gobernar”. ¿Qué…? Elena Valenciano, empapada de paroxismo: “Las mujeres van a sufrir en España y Andalucía si gana el PP”. La coletilla, dicha en el fragor de la campaña andaluza, refleja al menos dos yerros o vicios. Por un lado, exhala un tufo feminista innecesario y nocivo desde el punto de vista electoral. Por otro, impulsa una divergencia inexistente al diferenciar España y Andalucía. Cierra Chaves esta burda colección de gansadas: “La democracia perderá calidad si gana el PP”. Salvo rostro pétreo, es inconcebible que miembros destacados de un gobierno nefasto divulguen estos mensajes. Parecen inocentes vestales del templo democrático. Obscena mezcla de abuso y desvergüenza.

Nacionalistas vascos y catalanes, sobre todo los últimos, restringen sus declaraciones al hecho soberanista. Casi toda su artillería dialéctica converge y se sintetiza en la frase: “España nos roba”. Consideran que tiene más fuerza argumental lo crematístico y abandonan por estrategia, asimismo indigencia, lo doctrinal. Arrinconan afectos y emociones cuando sólo la codicia desencadena pulsiones nacionales. En el mapa político mundial, no tiene cabida ninguna nación cuyo principio vertebrador tenga carácter contingente. Sin embargo, yo aconsejaría a los catalanes que indagasen con cuidado quién les roba ahora y las expectativas de futuro, hoscas e inciertas.  

Menciono, finalmente, la aviesa incoherencia del PP. Tiempo atrás, un opositor Rajoy  aseveraba: “La subida del IVA es el sablazo que el mal gobernante  le pega a todos sus compatriotas que ya están muy castigados por la crisis”. Cospedal, Esperanza Aguirre y un sinfín de voceros, actuaban de eco perfecto. Luego, en el gobierno, sabemos qué hizo nuestro presidente. Aquella explicación del déficit oculto, teniendo en cuenta el traspaso ejemplar de poderes (según responsables peperos intervinientes) y que gran parte de las autonomías estaban controladas por el partido, supone una excusa torpe o, peor aún, que don Mariano, en aquel momento cuanto menos, no se enteraba de nada.

Preguntará el amable lector por qué evoco frases antiguas si hoy disponemos de un selecto ramillete. La razón es sencilla. El periodo electoral enmascara una orgía retórica y, por ello, se constituye en cénit del disparate. Tal escenario nos permite comprobar la flaqueza, inclusive hipocresía, del conjunto. Sin duda, aquí muestran obscenos numerosos vicios, su rapacidad y el desdén por el ciudadano; ahora mero contribuyente.

Políticamente IU, UPyD o partidos de menor poderío, carecen de posibilidades para fiscalizar al gobierno central. De cara a futuras confrontaciones electorales lucen notables perspectivas, pero mientras desarrollan un ínfimo papel en este pintoresco arreglo patrio. Día a día, medios afines y adversos expresan noticias cada vez más chocantes e increíbles. El señor Lara, don Cayo, y la señora Díaz procuran a menudo acaparar un protagonismo que les viene holgado desde un punto de vista democrático. Si bien es cierto que doña Rosa mantiene la fuerza moral incólume, le falta peso específico dentro del arco parlamentario. Don Cayo, aunque parezca chocante, se encamina hacia la virtud al abarcar tales magnitudes en un término medio.

Firme en estas lucubraciones partidarias, cotejando la mediocridad de cualquier sigla gobernante, me pilla tranquilo (no exento de preocupación) la noticia de que el Parlamento Catalán ha aprobado su soberanía nacional frente a la de toda España. Menos sosiego me produjo la reacción del Rey y de un ejecutivo timorato. Veinticuatro horas después, el gobierno no sabe qué hacer. Fuera, de viaje, el presidente encarga a la abogacía del Estado un informe jurídico sobre el pulso de Mas. Rajoy no quiere reconocer los incumplimientos asiduos de la Constitución; le aterra tomar medidas definitivas que el pueblo pide expresamente. ¿Para esto quería gobernar? Cuando la gangrena se extiende, exige tratamiento drástico sobre el miembro enfermo. Nos estamos metiendo de lleno en un avispero. Suspender dádivas y peculios ajenos a los acuerdos del Consejo de Política Fiscal y Financiera podría ser una solución sabia, ponderada.

Gobierno y oposición hacen imposible el pacto por estrategia electoral. Recrean, como consecuencia, un tancredismo arriesgado, desesperante; son campeones de una política nefasta, tornadiza, penosa. Así, España y los españoles acabaremos sumergidos en la desdicha.

 

sábado, 19 de enero de 2013

SEXO, PASTILLAS E IDIOMAS


Creía conocer, junto a millones de compatriotas, la situación económica (asimismo moral) en que nos encontramos. Sin duda consumaba un error notable. Al parecer, la zozobra, probablemente desesperanza, lleva al hombre a cometer o propiciar acciones inéditas, malsanas, casi pecaminosas. Cuando se pierde de vista el horizonte aledaño, cuando buscamos respuestas ajenas a un acontecer ordinario, próximas a esa fe que nos mueve al sosiego incluso a la redención, el individuo -acéfalo, desarbolado el aparejo- naufraga, hace estupideces. Viene siendo norma rancia en el espécimen humano.

Madrugadora, esta noticia constata mi tesis de que la esencia del individuo se llama libertad, no razón. Sólo así puede entenderse que tenga relevancia y preocupe al análisis social hasta el punto de ser materia estadística. Según un estudio de Cambridge University Press, el veinticinco por ciento de españoles estarían dispuestos a no realizar sexo durante un año (verdadero periplo eremítico) a cambio de aprender inglés. El sesenta y cuatro, prefieren pagar diez mil euros por una pastilla que les produjera el mismo efecto. Suponen, unos y otros, que tal idioma (cual bálsamo de Fierabrás) es remedio estándar, que sirve igual para un roto que para un descosido. La lengua, amigos míos, ayuda pero no debemos tasar su eficacia más allá de lo razonable. Ojalá fuera llave maestra que abriera cualquier acceso al mundo laboral.

El estupor inicial (la reseña supone un órdago a la lucidez) fue dando paso, abiertos los sentidos tras la catatonia primigenia, al acreditado alcance de la crisis en que estamos inmersos. Jamás pude imaginar que un marco material, penoso donde los haya, llevara al desbarre emitido. Seguramente mi examen fuera anodino e insolente. Deben concurrir estos factores para explicar un comportamiento, a tenor del estudio, que perturba mi capacidad comprensiva y me lleva a conclusiones ayunas de reserva. Acepto la existencia de posibles lastres conceptuales que puedan desvirtuar considerandos y calificativos.

Hasta el momento, la interacción que se ofrecía entre idioma y sexo -siempre contraria a actitudes abstencionistas- procedía de un común léxico grecorromano. Francés y griego constituían el soporte lingüístico de la práctica erótica o deleitable (escapan a mi instrucción, con escaso bagaje, otras erudiciones de procedencia indefinida y  excluidas del didáctico kamasutra). Tanto en épocas de bonanza cuanto en sus opuestas plenas de rigor, acudir a la vorágine léxico-libidinosa pertenece a ese encuadre que todo adulto procura a lo largo de una vida que algunos, ayunos de optimismo y ecuanimidad, califican de perra. Desconozco si tal esfuerzo taxonómico se hace por alcance simbólico o arrebatados por un laberinto epicúreo.

Al parecer está en desuso, quizás no lo compense, compaginar aprendizaje y denuedo por tierras de la pérfida Albión, Irlanda u otro dominio anglófono. Es probable que continencias o alternativas sean caminos idóneos para trasegar esa adversidad incómoda de aprender un idioma como apuesta laboral. Si no satisficiésemos plenamente nuestro objetivo, el ensayo habría mostrado -en términos más o menos exactos- qué recursos totaliza un año de abstinencia carnal.

Los resultados estadísticos no aclaran si los encuestados son célibes. Tampoco si su fortaleza financiera sobrepasa la media. Las cifras, en principio, manifiestan cierta inclinación por la entrega al placer a costa del patrimonio. Pareciera, pues, que el orden clásico debiera establecerse así: salud, amor y dinero; suponiendo que amor, como alguien advierte, quiera decir sexo. Es evidente recelar la juventud de la muestra. Ningún jubilado, inclusive muchedumbre entrada en años, debe encontrarse en esa terrible tesitura de acoquinar diez mil del ala, salvo dieta genital, a fin de conseguir una herramienta imprescindible, conjeturan, para encontrar trabajo.

Corrupción, desafueros independentistas, justicia cara y feudataria, desvertebración social, crisis degradante, etc. van perdiendo entidad, a poco, si se comparan con el esfuerzo titánico que deben realizar nuestros jóvenes, vacíos de bolsillo y en permanente hervor unos instintos que permitan la pervivencia de la especie humana.

Nosotros, cuando fuimos mozalbetes, nos alimentamos de carencias, represiones morales, tabúes. “Peccata minuta” con la sombría carga actual. Nosotros, ya mayores, perdidas lozanías y pasiones, si fuera preciso nos situaríamos en el sesenta y cuatro por ciento; es decir, en el grupo de los diez mil. ¿A que sí? No nos va a arrugar una pastilla de más.

sábado, 12 de enero de 2013

REGLAS, NORMAS Y REGLAMENTOS


Es costumbre arraigada, en este país volcánico, empezar cada año deseando buenos augurios a familiares, amigos y conocidos. Si bien las predicciones se adivinen pésimas, aunque el común sienta un horizonte sombrío, todo individuo consume animosas dosis de superación. Pareciera un ritual necesario en lugar de una simple pauta gentil. Hay lenitivos menos eficaces que también curan, pues cualquier enfermedad humana (incluyendo la desesperanza) tiene un componente psíquico. No obstante, prensa escrita, digital y telediarios, continúan ofreciendo reseñas en las que reina una gran corrupción que agrava la quiebra económica. Apenas queda impoluta alguna institución del Estado.

Los tres vocablos que constituyen el epígrafe son sinónimos de ley; cada uno con su matiz diferenciador. Función de la regla es dirigir y ejecutar una cosa. Se aplica la norma cuando nos dan pautas de conducta con el objetivo de mantener un orden. El reglamento conforma principios jurídicos de carácter general dictados por la Administración Pública u otros órganos del Estado. Según el lexicógrafo José March, las reglas se refieren a las cosas que se deben hacer y los reglamentos al modo como deben hacerse. Guardan rigurosa relación con el derecho natural y primitivo, respectivamente. Aquellas son más indispensables pero más frecuentemente violadas porque estimulan los pormenores de los reglamentos sobre las ventajas de las reglas. Parsons mantiene que un sistema social debe alcanzar estabilidad a través de la disciplina. Con este anhelo aparece la norma que implica prohibición y, en puridad,  afecta sólo al ciudadano.

Regla, norma y reglamento presentan, asimismo, diferencias meticulosas cuyo conocimiento (quizás desnaturalización) permite una salida tangencial al poder de turno en sus diversas manifestaciones o afanes. Esta circunstancia posibilita explicarnos qué sutilezas arguyen quienes se saltan a la torera una legalidad que, ilegítimamente, suele segregar a dignatarios y ciudadanos de a pie. Disculpa, por el mismo criterio, todo trinque, traspaso o sinecura.

La sociedad española está anegada de sentimientos contradictorios. Percibe, con claridad histórica, el latrocinio consuetudinario del poder durante siglos. Lo curioso, aun admirable, se da cuando el individuo acepta, consiente, tal escenario como mal menor; un peaje que ha de abonar por la “tutela” obtenida. Censura, reprueba a la menor ocasión, todo aprovechamiento personal o partidario. A poco, la ira cede paso al extravío que lo convierte en corderillo débil y tímido; presto a participar en el cuatrienal protocolo democrático. Alimenta, inconsciente, una dispendiosa farsa de decenios. Imitando la célebre sentencia: “el rito no hace al monje”.

Me exaspera que nos esquilmen con impuestos, apesta que se evaporen -para “compensar” sus esfuerzos- en manos de casi todos los políticos, por no decir todos y ubicarme junto a las antípodas de quien se escandaliza por una generalización evidente, que responde a la realidad. Sin embargo, supera mi disposición de aguante el hecho frecuente de que un responsable gubernativo, sindical, judicial o universitario (es el caso), invoque cualquier elemento de los que intitulan estos renglones como fuente del dictamen. Acudir además al cinismo oportuno, invitarnos a comulgar con ruedas de molino, representa desde mi punto de vista una indignidad extraordinaria. Apoyar decisiones trascendentes en el exquisito cumplimiento de códigos éticos, cuando se transgreden según los casos, llega a ser un trámite deshonesto.

Políticos y prohombres diversos, atesoran bienes crematísticos o morales ilícitos burlando todo límite que les imponen leyes, reglas, normas y reglamentos. Desconocen cualquier barrera que a los demás se les exige. Acaparan y mantienen privilegios que se consienten únicamente a élites privativas. Para ellos no cuentan restricciones; sus caprichos generan legitimidades, también soportes éticos y estéticos. Mientras el común de los mortales debe constreñirse a la regla,  ellos utilizan válvulas de escape toleradas por la conciencia ciudadana.

Alabo la sabiduría popular que se ha cimentado, desde tiempos remotos, por tradición oral. Si alguien proyecta saltarse la ley e intenta exonerar este marco de ruptura, en mi pueblo acostumbran a contestarle con retintín: “Vale, no me vengas encima con reglamentos”. Puya sana lo de mi pueblo.

 

                 

sábado, 5 de enero de 2013

EL VALOR DE LA INMUNDICIA


Vivimos un momento excepcional, atípico, sorprendente. El pasado siglo, minorías intelectuales escrutaban respuestas, quizás temibles, a ciertos interrogantes. Su anhelo era encontrar la sustancia de una vida que, en principio, se mostraba absurda, sin objetivos diáfanos. Chocaban reiteradamente con un infranqueable muro que les impedía comprender detalles y matices. Hoy, la masa social al completo palpa parecida angustia cuando inquiere qué sutilezas (quizás consentidas tosquedades) llevan a instituir una casta inicua, parasitaria, cuya pretensión se centra en saquear al pueblo a quien dice servir. Aquella élite, que lucubraba su origen y destino, alumbró una corriente filosófica entusiasta; el existencialismo. Esta muchedumbre sustraída, mansa, tibia, conforma -en esta piel de toro- un fraude caricaturesco al que llaman democracia.

Inmundicia significa, según el diccionario, suciedad, porquería; dicho o hecho sucio donde hay una cualidad de repulsión que levanta y despierta disgusto entre las personas decentes. Así, al menos, debiera ocurrir. Sin embargo, actitudes y sucesos se empecinan en mostrar comportamientos contrarios. El ciudadano, en ese doble papel de individuo o de grupo, sufre con asiduidad por parte del poder manejos repugnantes. Curiosamente no prevalece réplica adecuada porque la bajeza ha sufrido antes el efecto malsano de una manipulación sistemática que conlleva cualquier plan diseñado con fines concretos; en este caso la entrega y negligencia.

La Banca (en particular las politizadas Cajas, asimismo el no menos politizado Banco de España)  en un ambicioso apalancamiento orientado por humanos desenfrenos, produjo deudas privadas de imposible reintegro. Se prestaron descomunales cantidades de euros, sin advertir ninguna dificultad postrera, en un horizonte que la lógica  (ignota herramienta obligatoria para componer un discurso correcto) dibujaba complejo si no angustioso. Aunque las entidades privadas cometieron errores de cálculo, las públicas perpetraron irregularidades vinculadas al delito penal. FROB y rescate europeo han consignado cien mil millones a fin de “tapar pequeños agujeros” en frase usual del ciudadano común. Lamento desconocer quién ha de sufragar semejantes y delictivos derroches, aunque lo intuyo. No hallo adjetivo que califique la empresa casi consumada de que sus culpables se despidan con la más absoluta impunidad económica y penal.

Los sindicatos, contención retribuida del mundo laboral, acuerdan inoportunos desahogos recurriendo a sus liberados (sustancia y accidente al tiempo) en las huelgas generales. A veces, manejan sectores específicos con empeños turbios. Incordian, sojuzgan, a una ciudanía inocente, harta de aguantar maneras y fórmulas que sobrepasan lo admisible; más teniendo en cuenta la conflictiva situación que nos aflige. Los codazos, el pulso que templan sin descanso para mantenerse asidos a la teta ubérrima, les impele a un difícil equilibrio entre una comunidad que abandona, a poco, tiempos mediatos y unos planteamientos doctrinales obsoletos que, así y todo, ellos mismos se encargan de reafirmar.

CiU (aparte el nacionalismo vasco), junto a ERC que lo vigila estricto, un PSC inestable y un PP cabalístico, conduce a Cataluña al abismo económico y a la fractura social. Un grupúsculo exaltado, sumido en la estrategia intemperante, airea ese eslogan paradójico de “España nos roba”. Tal falacia interesada va calando poco a poco en el subconsciente colectivo que gana adeptos. A su pesar, los ladrones -como en aquella serie- van a la oficina. Debieran agachar la vista para prevenir un tropiezo con quien los esquilma, empobrece y hasta arroja al despeñadero. El soberanismo petulante, postizo, apetece soterrar tras sus bambalinas una corrupción, de la que no se libra sigla alguna, cuyo protagonismo es proporcional al periodo de mandato. Agigantan sugerencias con el vano intento de tapar unas garras también luengas.

Dejamos para el final aquellos que junto a la Banca son los principales autores del desenfreno: PSOE, PP y españoles. Un partido socialista desarbolado, hundido, preconiza ahora el federalismo con el mismo lucimiento que si planteara adivinar el sexo de los ángeles. Consciente del nulo éxito, del saco roto en que ha caído la idea decimonónica, termina por exigir a Rajoy cuatrocientos euros (el famoso quita y pon) para los parados sin subsidio. Con un brindis al sol, matizado por el rescoldo laboral al que ellos se encargaron de echar un jarro de agua fría, aguarda Rubalcaba recuperar el crédito dilapidado. Pues que se siente y espere. El PP, falto de logros veraces, se atrinchera en la cocina y sigue obstinadamente los pasos perdidos del gobierno lamentable de Zapatero. Los españoles acaparan el papel del consentidor corneado;  es decir, del que regala al verdugo un zurriago.

Tras lo dicho, además de aquello que callo por prudencia y espacio, constato que la inmundicia tiene alto valor porque nadie se ocupa de limpiarla u ordenar que lo hagan. Entre tanto, seis millones de conciudadanos son engullidos por el paro. El resto, en la práctica,  sobrevivimos asfixiados.