viernes, 30 de agosto de 2019

METAMORFOSIS, DESBARRE, TRUEQUE Y MUTACIÓN


Ignoro si es bueno, regular o malo, pero mi capacidad de asombro -pese a los años que pasan y pesan en la experiencia individual- aún está ilesa; es decir, intacta. Desde hace tiempo soy testigo, gozoso a veces insatisfecho otras, de coyunturas extraordinarias, casi quiméricas, absurdas, que dejan al personal confundido, turulato. Para nada sirve “estar curado de espanto” porque el grado de maquinación acuña tal refinamiento que hace improbable refutarla ni con las acciones o razonamientos más versados. La impostura viene envuelta en una pátina indeleble y de ahí su fortaleza, su inexpugnabilidad aparente desde todos los puntos de vista. Añadamos al menú desaliento e indiferencia social y obtendremos la tormenta perfecta.


Desconozco, asimismo, si los medios alimentan a los políticos o son estos quienes nutren las parrillas audiovisuales. Aun admitiendo que existan, las fronteras son tan difuminadas que es imposible determinar en qué regiones se ubican unos y otros. A menudo aparecen protagonizando un papel impropio, cuyo contenido corresponde al otro individuo del par. Ahora, desparecida, agostada, mayoritariamente la clase política (¡y qué clase!), los medios -también en rebajas- toman el relevo y nos idiotizan rodando sin parar noticias viejas, requeteoídas, que constituyen el museo del fósil informativo. A falta de pan buenas son tortas, deben pensar quienes sustituyen las diarias veleidades políticas por reseñas poco o nada acordes con la lucha de siglas.


Cualquier cadena -pasada la estela de Díaz Ayuso- abre los telediarios con los migrantes del Open Arms y el buque Audaz que se dirige a Cádiz con quince de ellos, la muerte del piloto en La Manga y el encallamiento del Turia (cazaminas que debía recoger los restos del avión siniestrado), la infección por listeria e hipertricosis (minoxidil, crecepelo dado a bebés por error en vez de omeprazol) y que provoca aparición exagerada de bello en niños. Agosto se completa informativamente con estas noticias. La gota fría, sus destrozos y secuelas, duraron horas. Pareciera que responsables mediáticos o gubernamentales quisieran acortar una realidad penosa para alargar otra de alcance menor, sin sugerir qué razones llevan al encomio o la mancilla en sus juicios absolutos.


Metamorfosis, en su acepción segunda, significa “mudanza que hace alguien o algo de un estado a otro”. Desbarrar, también en su acepción dos indica “discurrir fuera de razón”. Trueque, de acuerdo con su acepción primera, significa “cambio de una cosa por otra”.  Mutación, en tercera opción, significa “alteración en la secuencia del ADN de un organismo”. Los cuatro vocablos tienen semejanzas semánticas, aunque los separan matices que van desde la normalidad ética a la excentricidad funcional pasando por el laberinto lingüístico-genético. Desde luego, vistas las usanzas estivales donde la crónica anodina configura un escenario rutinario, este verano -me temo- se han batido todos los récords. Sin embargo, acepto el hecho indiscutible de que memoria y fugacidad suelen ir aparejadas desarticulando análisis y certidumbre. 


El primero, y tal vez más prolongado, conllevó semanas de obstinación mediática con perverso refuerzo en según qué cadenas. Los migrantes -al decir de voces bien informadas, a lo peor con intereses precisos- supusieron una metamorfosis tomando como marco referencial la actitud del gobierno con el Aquarius en junio de dos mil dieciocho. Pese a ímprobos esfuerzos efectuados por una Carmen Calvo desatada, meritoria, nadie supo a ciencia cierta los motivos que llevaron a Sánchez a prolongar innecesariamente el suplicio para luego pasarse tres pueblos mandando al Audaz, buque militar, con la orden de recoger finalmente quince migrantes. Podríamos decir sin temor a exagerar que su metamorfosis fue de “ida y vuelta”. Pudo determinarla un apacible despertar en las Marismillas. ¡Vaya sujeto!


La alerta sanitaria provocada por listeria (llevamos un mes y lo que te rondaré morena), pone al descubierto el vacío interés a la hora de conjugar esfuerzos; por tanto, de remar juntos. En su lugar, quien se cree libre de responsabilidad carga tintas contra los adversarios al objeto de ganarle, usurparle, dos votos. Incluso los hay que esconden sus presumibles negligencias acusando a otras instituciones de ser ellas entes infractores según el organigrama gubernativo. Ocurre con la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Sevilla, o sea PP y PSOE. Este le achaca a la Junta tardanza, insensibilidad e ineptitud, si no presunto delito penal. El consejero de sanidad andaluz manifiesta estar limpio, inmaculado, mientras -esgrimiendo total competencia del ayuntamiento- voces poco anónimas denuncian una inexistente inspección municipal. Ejemplo claro de desbarre.


Emerge, por desgracia, un asunto que frustra a los políticos la obtención de cualquier rédito: el minoxidil. Este error farmacológico, al realizar una fórmula mágica para evitar el reflujo gástrico infantil, impide toda manipulación mediática al carecer de cimientos sólidos para culpabilizar a nadie que no sea el propio laboratorio. Advierto, en este caso, cierta disonancia entre política y medios. No descubro secreto alguno si manifiesto el apoyo recíproco entre una y otros con el empeño de lucrarse ambos, bien logrando significativos dividendos electorales bien aumentando la cuota de pantalla. Desconozco qué estrategia planean los medios, pero de momento solo informan de cómo evoluciona la hipertricosis (nacimiento de pelo en los niños al confundir omeprazol por minoxidil, un crecepelo). Evidentemente aquí el trueque aparece firme. 


Acostumbro a ver los debates en Tele Cinco y Sexta. La comparecencia en las Cortes de la señora Calvo esta semana no ha merecido ni una corta referencia, probablemente porque todas las siglas sin excepción -oliéndose el adelanto electoral- se hayan confabulado para vapulear al PSOE. Deduzco que, situados ya ante nuevas elecciones, los medios sumisos al poder hayan querido congraciarse con el PSOE ocultando al máximo el espectáculo bochornoso vivido hace dos días. Intuyo que los gurús presidenciales, capaces del triple salto mortal sin red, aprovechen la soledad de Carmen Calvo para invertir el fracaso, sacando a relucir un oportuno victimismo mientras cimientan en esta soledad la convocatoria de nuevas elecciones. Conocemos las extrañas artes de este indocumentado para salir indemne cuando la coyuntura parece asfixiarlo. ¿Azar o corazonada? Quizás sea mutación ladina.

viernes, 23 de agosto de 2019

¿QUIÉN ES QUIÉN?


Les aseguro que no pretendo iniciar un juego donde se ponga a prueba la rapidez mental o el descubrimiento ocioso, pintoresco, de personajes populares. Mi objetivo, aun con similares efectos, consiste en presentar protagonistas del acontecer político destacando de ellos sobre todo expresiones inauditas, chocantes. Quizás no aparezca quien, en buena lid, debiera formar parte importante de mi selección. Quede claro que, salvo error u olvido, no he creído oportuno mencionarlos y -de forma consciente, voluntaria- los he obviado porque alzaban el vuelo con escasa entidad. Reconozco sobrados atributos en quienes están, pero también pudieran evocarse méritos menos ostensibles de otros que seguramente, ignoro si por suerte o por desgracia, pasarán inadvertidos.

Tal vez alguien piense en qué injusta aventura nos metemos haciendo juicios de valor sin conocer a los señalados. Cierto. Sin embargo, Edmund Husserl resuelve tal aprieto cuando aplica los criterios de su fenomenología trascendental. Husserl mantenía la tesis de que al sujeto (ora “sujeta”, según terminología de uso izquierdoso e inclusivo), le es imposible conocer el ser fuera de vivencias perceptivas e intencionales, ajenas al mundo de las ideas. Fundamento del conocimiento constructivo, el ente se identifica solo a través de sus manifestaciones, de sus fenómenos. Siguiendo dicho principio, no es necesario un conocimiento previo a la hora de analizar al individuo. Basta con advertir ciertas señales para conseguir juicios acordes con su esencia.

Reitero una vez más que mis opiniones se refieren exclusivamente al político, nunca a la persona. Esa dualidad paradójica, armazón argumental que se reivindica a veces como evidencia definitiva, no cabe en mí ni como excusa. Haciendo un minucioso repaso, hay una política que me causa admiración, sentimientos encontrados, hechizo. Carmen Calvo me cautiva desde que, siendo ministra de cultura con Zapatero, dijo aquello: “El dinero público no es de nadie”. Presiento que debe tener un vasto bagaje formativo; por esto mismo, ciertas expresiones suyas hieren el basamento lógico y sentido común constitutivos de mi andamiaje cerebral.

El clímax de la frescura -lejos del aspecto meteorológico- lo proporcionó la señora Calvo hace casi un año. Alguien le adujo la curiosa oposición de dos declaraciones de Sánchez sobre si era rebelión o no los episodios perceptibles del independentismo catalán. Ella respondió: “El presidente nunca ha dicho que hubiese rebelión en Cataluña, lo dijo Pedro Sánchez”. ¿Hay “frescura” o no en semejante dualidad paradójica? Ni los sofistas realizaron tantos excesos laberínticos una vez oída tan iluminada reflexión.

Al compás de los buenos vinos y jamones, doña Carmen mejora con el tiempo. Ahora mismo es casi imposible superar la “bondad” de sus efervescencias dialécticas. Lleva a la par, en perfecta consonancia, porfiar sobre nuevos intentos de Podemos para resolver una investidura lejana. Al ofrecimiento de cuatro opciones para formar un gobierno de coalición, Calvo les responde: “El gobierno de coalición está rechazado y rechazado queda” mientras les propone un estúpido acuerdo programático. Además, lleva desfondada, con burda alternancia, el tema del Open Arms que le origina críticas mediáticas furibundas por frases poco solidarias e inacción gubernamental. Me asombra, asimismo, la notable hipocresía fraterna de acomodados izquierdosos con la inseguridad y dinero ajenos. Su palabrería jamás consume patrimonio propio.

Podemos, avaro y certero al maná populista, advierte -por boca de su portavoz adjunta- que debiera ser obligación de cualquier gobierno democrático sufragar con cargo al erario público la recogida de migrantes. En franco (perdón) litigio, Carmen Calvo anuncia que el Open Arms carece de permiso para rescatar personas y que puede ser multado. Podemos, partidario absoluto del estatalismo marxista, aquí sí defiende la propiedad privada -el barco- costeada con fondos públicos. Son capaces, utilizando parecidos argumentos, de defender o censurar a muerte un mismo efecto público-privado.

El presidente en funciones consumió ayer su ocio vacacional mientras España se incendiaba por la polémica del Open Arms y Canarias ardía de fuego e injuria. Hoy, cinco días después, retomaba el Falcon para hacerse la foto entre fieles servidores y tierra quemada. Vergüenza. Luego, terminales mediáticos definidos, amplifican cajas de resonancia -diapasones incluidos- para linchar a la Junta andaluza por su presunta negligencia al tratar el mortal brote de listeriosis. Semejante oprobio me trajo a la mente aquel incendio en Guadalajara que dejó once muertos alrededor de un caos organizativo terrible durante dos jornadas. Mientras altos cargos de la Autonomía manchega pasaban el fin de semana ajenos al incendio, Zapatero se fue a China cuando tenía más cerca los cerros de Úbeda. Al fin y al cabo, para lo que procuraba, igual servía uno u otro destino.

Pablo Casado -sin que se note mucho- previo a auparse al gobierno de la nación debe someter a algunas huestes hostiles en el País Vasco y Galicia, sobre todo. Disciplina no es sinónimo de intransigencia y conseguir crédito cuesta sacrificios, sinsabores. Su mayor déficit, probablemente fundamental, consiste en ofrecer un exquisito afán de conciliación, de apertura, con quien evidencia no merecerlo. Tal vez, y pese a lo dicho, pudiera considerarse virtud sustantiva para conducir los tiempos que corremos. Albert Rivera, por el contrario, raptado por un tacticismo suicida al querer protagonizar una oposición precursora, se muestra desdeñoso, cargado de irreflexión. No se puede ser tan esquivo con el PSOE, tiquismiquis con Vox, ni tan artero con el PP. Me parece un yerro colosal desdibujar esa tarea bisagra que le ha asignado hoy el ciudadano. Él verá.

Vox -si el nuevo bipartidismo, con bisagra incluida, a repartir entre PSOE, PP y Ciudadanos, fracasa- se convertirá en gobierno sin remisión posible. Un análisis empírico de lo que viene ocurriendo en Europa, niega otra disyuntiva. Ahora bien, si el equipo antedicho gobernara con acierto, Vox (al igual que Podemos) se desintegraría poco a poco en partidos colindantes o quedaría reducido a sigla testimonial de compleja pervivencia financiera. Tiempo al tiempo.

Ada Colau, deficiente e inepta política, alcaldesa de Barcelona por obra y gracia de algunos catalanes, del PSOE y de Valls (dirigente extinto a temprana edad, por propios y abultados méritos), al parecer ha convertido dicha ciudad en sucursal del Bronx neoyorquino.

viernes, 16 de agosto de 2019

EXCELENCIA VERSUS ZAFIEDAD


Días atrás presencié densos debates de investidura para presidir la Comunidad de Madrid. Nada nuevo ni sobresaliente bajo el sol; ese astro manoseado, mustio (luz y taquígrafos), cuando parecido ritual sustenta el Parlamento Nacional. Fiel seguidor de semejantes faustos retóricos, llevaba tiempo sin experimentar diferencias entre las diversas intervenciones. Por ello, es de agradecer que -en esta ocasión- advirtiera algún contraste sugerente, llamativo. Sí, me sorprendió aquí también el afán desmedido de agigantar presuntas maldades del antagonista y exponer desastrosas inoperancias gubernativas.  Mientras, en la misma medida, olvidan (tal vez porque carecen de ellas) plantear providencias alternativas que sean factibles, no especulaciones idílicas. 


Es verdad que fui incapaz de apreciar disensiones entre unos líderes nacionales, a priori con mayor pericia retórica, y sus respectivos correligionarios autonómicos. Cierto que se les notaba falta de consistencia, de albedrío, probablemente porque sobre todos se cerniera la sombra concluyente del ojo escrutador, restringido. Sin embargo, cada cual terminó su encomienda con habilidosa solvencia. Desde luego, cuesta apreciar mengua dialéctica con respecto a sus hermanos mayores, sin que tal realidad suponga encomio o censura a ninguno. Simplemente constato una apreciación personal que puede infringir los rudimentos más elementales de la estética constructiva.


Notable, definida, fue la distancia entre los parlamentos del común y el de Ángel Gabilondo. No existe ningún género de dudas: el discurso del intelectual metido a político estaba cargado de ideas; el alegato del político con ínfulas de intelectual carecía de ideas, pero andaba atiborrado de apetencias. En su defensa (la del político), reparé que cualquier referencia dirigida al líder socialista iba acompañada de afectivas tasaciones sobre sus atributos intelectuales y personales. Incluso la señora Díaz Ayuso realizó titánicos esfuerzos para alejarlo de la sigla cuando repartió estopa al PSOE. Concluyó aseverando que estaba mal ubicado porque un político inteligente, ético, ha de abominar el nutrimento ideológico sectario. No obstante, no debe inferirse que un discurso magnífico, sublime, implique acción personal de la misma consonancia. 


Izquierda Unida y Podemos, por boca de Sol Sánchez e Isa Serra respectivamente, cayeron en la rutina habitual a base de demagogia y populismo. Adscritas a la reiteración tediosa, urdieron sendos discursos indigentes, desnudos, zafios. Asidas al “progresismo” (esa nota posmoderna, estúpida, denominada mantra), lo batieron con más voluntad que efecto consiguiendo un entramado de sitios comunes en los que asentar su misión vertebral. Abandonados aquellos principios genuinos, primigenios, terribles, la izquierda (más o menos extrema) ajusta doctrina blandiendo nuevos desafíos tan utópicos como los anteriores: emergencia climática, desigualdad, feminismo, discriminación positiva, memoria histórica, corrupción de la derecha, “regeneración democrática” y otros objetivos, grotescos e irrisorios cuando son propuestos por partidos comunistas.


Rocío Monasterio cuajó una intervención decorosa, aseada, sin concesiones a la corrección política. Seguro que a nadie dejó indiferente. Cuestión distinta es lo trenzado por Íñigo Errejón. Inició su turno con las siguientes palabras: “Espero que la descomposición del PP no se lleve por delante las instituciones madrileñas”. Bien montado, preciso, recurrente, levantó su estructurado discurso (con esa apostilla peyorativa de político; es decir, falto de estilo) sobre una serie de pilares que pueden sintetizarse en: emergencia climática, eficiencia energética (aseveró que un euro gastado en este empleo, generaba dos de ahorro), servicios públicos nacionalizados, etc. Asimismo, desmenuzó una serie de datos económicos sobre recortes y el desastre social-monetario a que el PP habría llevado a Madrid. Cabe aquí la reflexión de Thomas Carlyle: “¿Puede haber en el mundo algo más espantoso que la elocuencia de un hombre que no habla la verdad?”


La candidata, Isabel Díaz Ayuso, fue contestando a los intervinientes, uno por uno. Sus discursos tuvieron como pauta común huir de los complejos para airear los vicios, defectos y horrores, de una izquierda que trae miseria y esclavitud. Lejos de ser intervenciones reducidas a ortodoxa composición, esgrimió con frialdad -no exenta de arrebato- una dureza inapelable expuesta, al cincuenta por ciento, con proyectos cabales, efectivos, cuyo cumplimiento queda en manos del futuro. Entrar a saco en el terreno personal dejó al descubierto temporalmente inelegancia y falta de argumentos que luego corrigió de manera meritoria. Errejón quedó desnudo, al descubierto, tras un rosario inmenso, detallado, de fracasos como asesor medular de Chávez y Maduro. A poco, vino la puntilla con aquella frase certera: “Usted tiene las manos manchadas de dictadura”. Fue definitiva, letal.


Pese a lo dicho (aparte filias y fobias), las sesiones para investir a la señora Díaz Ayuso presidenta de Madrid confirman lo expuesto por Eurípides: “Frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes”. Obviando cualquier objetivo de efectividad, debemos reconocer que los discursos fueron zafios, ramplones. Gabilondo fue el único en superar la nota que le eximía de estos atributos rastreros. Errejón elaboró un discurso bien trenzado, pero lo entintó de populismo severo e incoherente. Creo que iba dirigido a una parroquia ansiosa, tal vez ávida de alimento putrefacto. La actuación de Ignacio Aguado supuso para mí el insólito descubrimiento de las jornadas. Pronóstico y confirmación se dieron la mano en todo momento salvo cuando el futuro vicepresidente se decantó por un discurso institucional, humilde, propio de estadista brillante. Quizás fuera otra intervención destacada, excelente.


Resumiendo. Podemos e IU quedan convertidas en siglas testimoniales, hundidas moralmente ante una soledad que presagia un futuro incierto. Vox, opositor y bisagra, ocupa el espacio ideal para sacar amplios réditos a su arbitraje gubernamental. Ha conseguido el protagonismo más fecundo si sabe rentabilizarlo. PP y Ciudadanos otean un triunfo glorioso, probable, con trabajo y modestia. Peor parados quedan Más Madrid y PSOE a quienes auguro larga oposición aun valorando el efecto prodigioso de los discursos bien ordenados, pero -al menos uno- incoherente, populista, manipulador y, por ende, corrupto.

viernes, 9 de agosto de 2019

LOS HERMENEUTAS


Hermenéutica es un método particular de interpretación. En Grecia clásica no se daba un paso político-social importante sin consultar los oráculos, auténticos hermeneutas del acontecer previsible. Sin embargo, Mario Bunge (filósofo argentino) mantiene que la hermenéutica constituye un obstáculo a la investigación de las verdades acerca de la sociedad. Sea como fuere, parece incontrovertible que el poder democrático -si es que existe- suele justificar su arbitrariedad escudándose en inéditas interpretaciones de la voluntad ciudadana. 


Cierto es que las complejidades sociales en su devenir, esa aparente vocación política de satisfacer cualquier necesidad perentoria -o no tanto- del individuo, hace casi mágica, si no totalmente mágica, la acción gubernamental. Mis amables lectores deben deducir el sentido peyorativo, despreciable, del vocablo mágico. Abandono por principio, y desde temprana edad, cualquier sentimiento noble, solidario, que alimente el corazón o intelecto de quien protagonice el turbio papel de político. Es evidente, y así ha de concebirse, que dicha concepción exonera a aquellos escogidos, escasos, cuyo sacrificio por su pueblo (gratis et amore) pasa inadvertido. Los hay, y yo conozco algunos.  


Hoy, los ciudadanos se han convertido en oráculos virtuales cuya función pervive exclusivamente en el acto de la interpretación. Es decir, la sustancia deshecha el compendio, su encarnadura, para rendirse sin condiciones a inferencias sui géneris procedentes de un exterior no solo profano sino ponzoñoso. Ese exterior felón, arbitrario, corruptor, lo alberga -en estricto sentido- la caterva de políticos que acomodan al mismo compás lecturas ciudadanas e intereses. No obstante, unos por defecto y otros por exceso, ninguno sabe centrar sus acotaciones con la pureza exigida por temática tan compleja, asimismo tan artificiosa.


Rajoy, un personaje presuntamente capaz, malinterpretó las profundas raíces (también veleidosas) que le llevaron a obtener once millones de votos. Un oráculo asfixiado, enclenque, le señalaba el camino que no supo o no quiso ver. Cualquier individuo, atento al devenir del grotesco gobierno Zapatero, pudo advertir que el pueblo español veía en Rajoy su última oportunidad. Pero, jactancioso -tal vez lerdo, sometido a aquella sobredosis- dilapidó pronto el magnífico capital político por incapacidad lectora o, tal vez, por complejo putativo, por faltarle confianza en que aquello era merecimiento suyo y no menoscabo del señor Rodríguez. Triste destino de quien apela al método antilampedusiano (dejar que se consuma, que se corrompa, lo inmediato) para obtener similares recompensas. 


Pese a lo dicho, hoy se ha llegado al sumo grado de atrevimiento, de petulancia. Cualquier don nadie se convierte en experto perito de la voluntad popular, desatinado las más de veces. Santones de la política -esos que ascienden a jefaturas y asesorías asistidos, reforzados, por vehemencias no siempre naturales- inducen a poner en boca de auténticos saltimbanquis tantas necedades que sobrecogen y esclarecen las limitaciones con que se adornan nuestros “bienhadados” próceres. Constituyen genuinas legiones de indoctos e incompetentes adscritos por el azar y la aprobación estúpida, onerosa, de ciudadanos incalificables. Temo que estas incurias, como la novela picaresca, tengan un hábitat concreto, acreditado.


Después de dos derrotas electorales y una victoria pírrica, que los clarines mediáticos pretenden traducir como victoria sin precedentes, Sánchez intenta elevarse por encima de la altura política que le corresponde según sus aptitudes. Él, junto a sus aguerridos ministros y adláteres más representativos, siembran el espacio informativo con la especie de que el pueblo se ha manifestado en abril y mayo de forma clara. “No hay alternativa al PSOE” suelen aventar empachados de indecencia y engaño. “Los ciudadanos quieren un gobierno progresista que corrija los errores de Rajoy” es otro de los eslóganes fraudulentos; inverosímil con ese latiguillo de “nuestro primer, natural, aliado es Podemos”. 


Señores, concebir un gobierno “progre” con Podemos es tan antinatural como que un enano, verbigracia y sin ninguna maldad, quisiera jugar de pívot en la NBA. Transformar una realidad en apariencia, o viceversa, atenta contra las reglas lógicas para caer en absurdos notables, advertidos incluso por los más lerdos. Decir que los españoles quieren un gobierno del PSOE porque lo arguyeron el 28-A, como mínimo se erige en aventurada lectura. Aseguro -y me atrevería a hacerlo en nombre de millones de compatriotas- que, si los votantes hubieran perseguido un gobierno pleno del PSOE, si quisieran que Sánchez dirigiera el país, le habrían dado mayoría absoluta y no ciento veintitrés diputados insuficientes incluso para obtener mayorías con otra única sigla.


España puede presumir de malísimos, a la par que desorientados, hermeneutas. Pablo Iglesias le trapicheó a Sánchez una presidencia a cambio de compromisos vagos, antojadizos, y seis guardias civiles. Luego, cuando el disfrute del poder lo vuelve insensible a los humanos, concluye que Iglesias es un peligro serio para seguir habitando la Moncloa. Su error consiste en hacer públicas sus más íntimas lucubraciones. Continúa errando el día que ofrece a Podemos, diluido ya Pablo, una vicepresidencia y tres ministerios. Entonces surge con sorpresa -otro desliz insólito- la recusación de Podemos a dicha propuesta generosa puesto que, entre ambos, no era posible conseguir mayoría. 


PP y Ciudadanos equivocan su trayectoria a fin de legitimar una oposición que ahora mismo no es prioritaria. Los hermeneutas monclovitas no se cansarán de poner a ambos en la diana popular acusándolos falazmente de ser ellos quienes bloquean un gobierno, al momento, imprescindible. Se impone, pese a intentos hercúleos, la falsedad de tal culpa, pues Sánchez quiere gobernar, sin ataduras y sin contraprestaciones, alejado de una mayoría absoluta o consistente.  Creo acertar si aseguro que los intereses ciudadanos les importan, sin excepción, un bledo. Así, al menos, parecen constatarlo acciones que no palabras.


Según sugiere el axioma praxeológico, si una persona es perfectamente feliz no actúa porque ya no desea nada. ¡Qué suerte! Somos un pueblo feliz.

viernes, 2 de agosto de 2019

FIESTAS: UNA PRÁCTICA DE COHESIÓN SOCIAL


 

Bien está que, de vez en cuando, dejemos a un lado el comentario político para ofrecer tiempo a otros desempeños más sugestivos. Sería conveniente, incluso saludable, acotar la frecuencia del tema político para dedicar impulsos e inventivas a otros contenidos menos ponzoñosos. Es sabido que cualquier exceso produce cansancio, hastío, abandono. Asimismo, los acontecimientos que nos depara la clase dirigente (denominada por alguien, empachado de cinismo, casta) constatan tercamente una indigencia generalizada. Si intentáramos discriminar alguna sigla del resto, ensalzando la excepción prodigiosa, comprobaríamos con plena certidumbre cómo tal apetencia se convierte inexorablemente en misión imposible.

Me propongo encomiar con precisión, justeza y justicia las fiestas patronales que se celebran por todos los rincones de esta España semiabandonada (de este vocablo elijan ustedes, estimados lectores, el sentido que les atraiga). El verano se ha convertido en gigantesco crisol, nunca mejor dicho, donde cristalizan dichas fiestas. Mi pueblo de la Manchuela conquense celebra el uno de agosto la festividad de San Pedro Advíncula. La víspera, con nocturnidad y alevosía, se realiza esa tradicional presentación de majas y majos -en realidad quintas y quintos- advirtiendo todo un boato multitudinario, solemne y distinguido.  Al día siguiente una imagen del santo (tocado con racimo de uva inmaduro, verde-morado, como corresponde a nuestra vieja tradición iconódula) procesiona junto a vecinos y banda local.   

“Todo cambia” deja de ser una frase empírica para convertirse en realidad inmutable. Recuerdo mis años infantiles y adolescentes cuando se celebraban dos festividades principales, liberadoras, inactivas, relajantes: San Marcos, el veinticinco de abril y San Antonio de Padua, el trece de junio. Ambas ocupaban tres días de festejos pobres, casi míseros. Algunos matices, uno todavía vigente, se me grabaron con persistencia: el reparto de caridad (pequeña torta conformada con anisillos como ingrediente característico, diferenciado) y zurra (mezcla fresca de vino, gaseosa, azúcar y frutas variadas) en San Marcos. También aquellos espectáculos libidinosos consumados por bellas animadoras (hoy gogós) comunes a las dos fiestas. Vicentillo y su local multiusos -bar, pista de baile e incluso salón- de forma invariable acogía a estas chicas vivarachas, pícaras, bordando su papel, que ocasionaron ciertos incidentes desatinados, groseros, donde siempre se juzgó culpable al salido de turno.  

Dentro del ahogo definido por aquellos tiempos infelices, irritantes, lóbregos, las fiestas constituían una escapatoria excelente. Rememoro aquella vestimenta multicolor, remendada con variopintos retales, que -propia de inacabables e infecundas jornadas agrarias- se convertía prodigiosamente en otra pulcra, unitaria, reservada exclusivamente para domingos y fiestas de guardar. Todo el pueblo, grandes y pequeños, celebraba con armonía ya desaparecida, con entusiasmo, tales momentos de exaltación social. Escasos feriantes que procedían casi siempre de Ledaña, pueblo aledaño, montaban en el extrarradio sus viejos armatostes manuales. Se hace preciso destacar aquellas “voladoras” donde los chicos más expertos, o menos pusilánimes, hacían girar su asiento trabándolo con el módulo anterior o posterior. Al momento se llevaban la regañina del individuo que giraba la manivela para abrir en círculo los asientos de madera sujetos con cadenas al prominente eje central. Era muy divertido.

Como digo, allá por los años sesenta del pasado siglo, la miseria acentuada potenció grandes movimientos migratorios hacia zonas que empezaban a industrializarse. Lugareños rendidos, desanimados, buscaron hábitats favorables mientras los pueblos iban quedándose vacíos sin remedio. Madrid, Barcelona, Valencia, junto a otras industriosas ciudades, acogieron las primeras avanzadas preparándose para recibir las siguientes escalonadas, al menos, durante varios decenios. Familias enteras se fraccionaron quebrando afectos, rompiendo el hilo invisible que los cohesionaba y permitía una vida feliz en aquella España oscura y que, extrañamente, muchos henchidos de años y experiencia echarán de menos. Porque, si bien se ha ganado bienestar material, por el camino se han ido abandonando valores esenciales para converger, aproximar, modos y existencia.

Había que buscar formas de encontrar la argamasa precisa para juntar lo separado. Los pueblos -su gente reflexiva, innovadora- como núcleos vivificadores, unionistas, debían dar el primer paso, intentar definitivamente unas fechas que sirvieran para reunir aquellas familias rotas. He aquí la auténtica razón por la que, a lo largo y ancho de nuestra geografía patria, se concentran las fiestas anuales en un agosto veraniego, vacacional, que permite volver a quienes el azar, tal vez necesidad, obligó a sacrificar sus raíces. Por esto, dicho mes se consume vertiginoso, con algazara familiar. Todo el país se ve envuelto en un ir y venir emotivo, casi febril, copando los diferentes días de fiesta. Solo quien, metropolitano toda la vida, ayuno de cimientos aldeanos, veranea solitario, consumiendo (entre playa, a lo peor cemento, y sol) jornadas sin aliciente, compungido el corazón. 

En esta feliz coyuntura destacan como protagonistas absolutos las entidades locales que con esfuerzo y tesón han sabido aunar voluntades e intereses haciendo de la gratuidad un aldabón eficaz. Esta medida permite no solo el encuentro masivo de paisanos diseminados por distintas ciudades sino también la afluencia de amigos y conocidos procedente de poblaciones contiguas. Sin embargo, hubo una época primigenia, inicial, en que cada uno se costeaba sobre todo los bailes, probablemente el pasatiempo menos aglutinante bajo esta circunstancia de saldo personal. Asumiendo un objetivo -algo injusto, pero solidario- de hermanamiento, las corporaciones asumieron el desembolso total contribuyendo así a manifestaciones ingentes, que desbordan cualquier activo popular.

Este artículo, además de renegar de los políticos y sus fechorías, tiene como finalidad mostrar una reminiscencia, un gesto pleno, hacia esta sociedad átona, acomodaticia, infeliz, con la pesimista ilusión de que -pese a claros intentos educativos en contra- sea capaz de arrojar las innumerables cadenas mentales que intentan atarlo a la esclavitud política y social mermando derechos presuntamente inviolables. “El conocimiento es poder” reza una sentencia de Bacon. Yo añado, la reflexión sosegada también.