viernes, 25 de octubre de 2019

LA HISTORIA REBATE EL SUBJETIVISMO DEL HOMBRE


“Dicen que la Historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”. Esta frase dicha por un político francés desaparecido al principio del siglo veinte, emerge hoy (tal vez siempre) plena de actualidad. Acaso fuera más elocuente: “Quien evoca la Historia con ánimo de revancha, incita torpemente a provocar sus agrias vivencias”. Zapatero -sumergido en la irrelevancia, cuando no en un proceso paranoico- promulgó la Ley de Memoria Histórica cuyo objetivo real nadie perfila ni apremia porque se caería de lleno en el sinsentido. Sin embargo, su aplicación oculta un intento de agitar emociones, entusiasmos, en personas que no debieran sentir frustración ni desventura alguna. La Guerra Civil que golpeó a muchos españoles tiempo atrás, elemento central de la Ley, queda lejana, marchita en su funesto epílogo y casi sin testigos presenciales. 


Según parece, memoria y aprendizaje son procesos inseparables; es decir, que la memoria no proviene únicamente de experiencias particulares, sino que también el testimonio didáctico, junto a lecturas rigurosas, ponderadas, conforma su dimensión. Por este motivo, nuestra memoria personal sobrepasa con creces las propias vivencias vitales. Dicho apunte me permite afrontar sin ningún menoscabo, con rigor, con el objetivismo que me consiente la especulación racional, cualquier apunte histórico superando los límites cronológicos. Este soporte indubitable ratifica que solo países con una significativa clase burguesa pueden conseguir sistemas democráticos más o menos consolidados. Por el contrario, una mayoría rural, temporera, imbricada con élites intelectuales, se convierte en sociedad prototípica para desarrollar sistemas totalitarios. Francia y Rusia, con sus respectivas revoluciones, constatan lo dicho.


Pese a lo expuesto, democracia, totalitarismo y dictadura son conceptos formales que diluyen la realidad porque los rasgos innatos del poder, en cualquier caso, se muestran nada participativos ni solidarios. La prueba inequívoca es que todos (democracia, totalitarismo y dictadura) persiguen con saña cualquier tentativa anarquizante. Recordemos las implacables persecuciones contra la CNT por parte de Largo Caballero, desde el primorriverista Consejo Superior de Trabajo, así como las trágicas jornadas ocurridas en Cataluña durante mayo de mil novecientos treinta y siete. La Historia plasma hechos ciertos mientras deja a la propaganda y manipulación interpretaciones subjetivas e interesadas. Somos una sociedad dispuesta a comulgar con ruedas de molino sin ningún interés por consolidar el sentido común. Desconozco si hemos llegado a tan anómala situación de forma consciente o sometidos al continuo, azaroso e inagotable, abandono que incorpora nuestra idiosincrasia.  


Mucho se ha escrito -en mayor medida se ha hablado y habla- de nuestra Guerra Civil. Las divergencias que plasman los relatos, debidas al maniqueísmo oferente, causan estupor cuando no vergüenza. Unos y otros, diferentes solo por una escala cuantitativa, persiguen el empeño de vivificar momentos que la sociedad actual necesita omitir con urgencia. Mientras, aquel repugnante suceso requiere puntualizar ciertas versiones poco o nada justas ni ajustadas a la verdad histórica. Se dice, verbigracia, que aquella fue una lucha para defender la democracia contra el fascismo. Si bien es verdad que Franco recibió ayuda de Mussolini y Hitler, también lo es que Stalin ordenó implantar las Brigadas Internacionales de clara extracción marxista. Al fondo, puede entreverse un choque extraño, confuso pero incentivado, contra el comunismo que era el enemigo único, universal. Son conocidos los sabotajes y ralentizaciones, en el puerto de Marsella, sobre el material de guerra que enviaba Rusia al ejército republicano. De igual modo, Casado y Mera (este anarquista) se opusieron a prolongar la guerra que los comunistas deseaban alargar. Además, Gran Bretaña y Francia (viejas democracias) reconocieron a Franco de forma inmediata. 


Ni quito ni pongo rey, pero el mito de héroes antifascistas, luchadores por la libertad y otros aparatosos epítetos con que se ennoblecía a los combatientes republicanos, queda reducido a simple reclamo por lo expuesto en el párrafo anterior. Franco, lo que logró entonces fue salvar a España y a otros países del totalitarismo bolchevique. No puede negarse que instituyó un sistema autárquico, dictatorial, que su represión posguerra apuntara al exceso, pero quizás así evitó una tiranía mucho más sanguinaria. Cuando murió Franco yo contaba treinta y dos años. Durante ese tiempo, salvo escasas anécdotas intrascendentes, no tuve grandes obstáculos a la hora de moverme o expresar críticas dentro de un límite; casi como ahora, si diferenciamos épocas y normas, cárcel y sutil sometimiento. Curiosamente, en aquellos tiempos los individuos disidentes eran muy escasos. Incluso franquistas acomodados -hoy, ellos o sus hijos- son reconocidos refractarios. Dentro del ochenta por ciento, como mínimo, yo ni fui pro ni soy anti, sencillamente, como muchos españoles, he vivido siempre de mi trabajo.


Sánchez ha exhumado a Franco y durante toda la jornada medios próximos elogiaron el espectáculo como un hecho histórico. Un cero coma cero, cero, tres por ciento protestaron por tamaña osadía; aproximadamente un treinta por ciento se siente dichoso y el resto muestra indiferencia plena. Si aceptamos que esa exhumación ocupa un lugar lejano en el orden de prioridades ciudadanas, hemos de concluir que la misma excusa ineptitudes y acaricia ventajas electorales. Hasta algún comunicador, raptado por el éxtasis del momento, ha dejado constancia de que este panorama significa “una victoria de la democracia”. Error. Si la exhumación hubiera sido resultado de un consenso político general, entonces sí, la democracia se hubiera marcado un tanto. Así no. La unión de la izquierda marxista y los nacionalismos, ahora independentistas, amparados por una Ley sacada del cuarto oscuro de la democracia, han cometido una vulgar impostura; para otros, profanación.


Que yo sepa, todavía quedan monumentos, esculturas, calles y homenajes a personajes muy oscuros en la Historia de España, redimidos por la Ley de Memoria Histórica. Para mí tiene parecido significado truculento ver un grupúsculo cantar el Cara al Sol con el brazo derecho levantado que avistar un amplio colectivo cantando la Internacional con el puño izquierdo cerrado. Alguien dijo: “La Historia la escriben los vencedores”. Hoy, Sánchez ha compuesto una página histórica, según se glosa, y la izquierda radical -en su entelequia reformista- ha ganado la Guerra Civil tras cuarenta años de la muerte de Franco y ochenta después de perderla. Es nuestro sino. Somos diferentes.

viernes, 18 de octubre de 2019

SENTENCIA, DESMANES Y MÍTINES


No he leído, ni lo voy a hacer, el contenido de la sentencia del Tribunal Supremo sobre qué supuestos criminales han cimentado su resolución. Me sirven como fuentes fidedignas informaciones y referencias de presuntos expertos en materia judicial. Sus opiniones las leo o escucho, pero solo suponen un elemento más de reflexión sin que ejerzan condicionante alguno que constriña mi propio criterio. Libre, pues, de apriorismos, huérfano de rémoras ajenas, estoy en condiciones de ofrecer sugerencias razonables. Ignoro, en términos rectos y por tanto decorosos, si la sentencia es justa o no, ponderada o insensata; quién sabe si extemporánea. Sé que, sin conocer el objeto, emitir juicios sobre él puede parecer ilegítimo. Sin embargo, desde mi punto de vista, los amplios informes que conforman mi saber fundamentan tal audacia.


Me niego a juzgar si la sentencia refleja la evidencia de los hechos, pues el empirismo personal nos alecciona que con idéntico texto legal un juez te absuelve y otro te condena. Utilizando parecido argumento, tampoco me atrevería a proclamar su rigor o tibieza, ya que dicho sentir obedece exclusivamente a pulsiones del perspectivismo orteguiano. Sí ha sido un veredicto cuyo rédito deja insatisfechos a los diferentes sectores concernidos. Cataluña ostenta la máxima contrariedad, porque el cien por cien de sus habitantes, por mitad, quedan desairados. Los líderes del independentismo habían anunciado, tiempo atrás, que desacatarían cualquier fallo que no fuera absolutorio. Esta determinación, tal vez reto al tribunal, ha supuesto materia de invisibilidad en la propia sentencia presumiblemente porque hubiera mayor interés en seducir al gobierno que condenar con rectitud hechos y complicidades. 


Sin solución de continuidad (entre individuos no incursos en procedimientos penales, sin excluir a los ya sediciosos y malversadores) se está cometiendo de forma reiterada, presuntamente y como mínimo, un delito de desobediencia. La sentencia del TSJ de Cataluña en dos mil diecisiete (Caso Mas) indica: “… que ostente una posición de control sobre los riesgos de lesión del bien jurídico tutelado en este caso y como se advirtió al principio de esta fundamentación, el principio de jerarquía como garantía del perfecto funcionamiento del Estado de Derecho, asentado sobre el necesario sometimiento de la Administración pública a las decisiones judiciales”. Considero insólita la inacción de la Fiscalía cuyo objetivo, deduzco, consiste en reducir tensiones. No obstante, está consiguiendo el efecto contrario: agravar la situación anárquica por sentimiento generalizado de privilegio, de impunidad. Es urgente la adopción de medidas judiciales o económicas (quizás estas últimas sean más eficaces) para neutralizar tanto desafuero.


El espíritu constitucional salvaguarda los derechos de reunión y manifestación. Dentro de este cauce ambos son -por lo general- pacíficos, legítimos, como así constatan medios, aun políticos, cuya convicción queda desmentida coyunturalmente por episodios alarmantes. ¿Por qué cualquiera de ellos, suscritos por el poder democrático y exigidos por la ciudadanía, acaban a menudo en auténtico repertorio de desmanes que atentan contra el patrimonio público y la tranquilidad colectiva? Acudamos a la semántica. Horda define a una comunidad nómada que se distingue de la tribu por el carácter rudimentario de los vínculos sociales y espirituales que la integran. Es decir, conforman un colectivo automarginal, heterogéneo, sin nexos ni acoplamiento. Despojados de patrimonio, quizás de futuro, ansían encontrar algo que dé sentido a su pobre existencia. De ahí el grito unánime, transgresor, “la calle es nuestra”.


Hoy, en Cataluña, dominan la vía y ese prurito avasallador alimenta su ego al tiempo que descubre la argamasa vertebradora de una difusa sensibilidad anárquica. Existe el riesgo de que su vacío vital se transforme en grupo gregario cuya fe, cimentada en el aparato, le lleve a despreciar cualquier adversidad personal y la vuelta a su hosco orden social. Las imágenes que día a día muestra la televisión hacen imposible vaticinar cualquier solución inmediata. Cuando un grupo -más o menos revolucionario- descubre la erótica del poder y se extralimita hay que combatirlo con doble táctica. Encarcelando a los líderes visibles mientras se obstaculiza o ahoga la vía financiera. Asimismo, hay que tener en cuenta la acción de vasos comunicantes entre Estado e insurrectos. Si aquel mengua, estos se agigantan y viceversa. Según esta ley física, sumada a los melindres electorales del presidente, auguro que este episodio se alargará indefinidamente.


Sí, la famosa sentencia ha ocupado de lleno cualquier perspectiva electoral trastocando planes sinuosos, profundos. Es muy probable que el fallo estuviera sometido, en tiempo y contenido, a los deseos de Sánchez y los independentistas. No obstante, el vandalismo ha hecho añicos cualquier línea de control despreciando toda táctica y previsión. Dañada la tramoya dispuesta a beneficio de PSOE, Unidas Podemos, ERC y JxCat, el escenario se ha vuelto favorable a PP y Vox, sobre todo, sin olvidar a Ciudadanos. Pese a toda murga y campaneo, pese al mitin constante, eterno, quien peor lo tiene es Sánchez. Ayer mostró falta de oxígeno, amén de estilo antidemocrático olvidando a casi tres millones de españoles, cuando se reunió con Casado, Rivera e Iglesias -marginando a Abascal- para nada. El presidente en funciones permanecerá inmóvil, invernando, pase lo que pase, mientras los sondeos no bajen de cien diputados y presagien un desastre para él. En cuanto esto ocurra aplicará el artículo ciento cincuenta y cinco. Estoy convencido de su renuncia a Cataluña si tiene que elegir entre ella y el resto del país.


De rebote, estará en peligro el gobierno de Navarra y otras instituciones catalanas para conseguir la abstención de PP y Ciudadanos. Luego quedaría a expensas del azar, pero su buena estrella (hasta ahora) le da confianza para acometer esta aventura. Desconozco si tal estrategia le dará buenos resultados, pero conserva escaso margen de maniobra. El dispendio económico que promete a pensionistas y funcionarios cuando vienen tiempos gélidos, no solo térmicos, pudiera resultar -a medio plazo- letal. Temo, es un decir, que todas las predicciones electorales añejas den un vuelco espectacular a expensas del tenebroso rompecabezas catalán.

Es justo añadir que todos mitinean aprovechando la coyuntura presumiblemente favorable. Hasta algún indocumentado de ERC pretende obtener rédito con aquella gilipollez de: “No es una sentencia, es una venganza”.

viernes, 11 de octubre de 2019

UNA CAMPAÑA TERCA O LO QUE TE RONDARÉ MORENA


Probablemente me quede corto si asevero que media España dice o escucha con asiduidad la expresión “y lo que te rondaré morena”. Esa “morena” no se refiere a moza de pelo carbonado, ni tan siquiera de epidermis cuyo bronceado -agrario o playero- justifica un agosto ardiente en exceso. “Morena” alude a conceptualización mental: algo reiterado, ambiguo en el tiempo. Porque la campaña electoral para el 10-N, cuyo plazo oficial debiera ser ocho días, va a durar casi seis meses; concretamente desde el 27-M al 8-N. Estos políticos que sostenemos, salvo raras excepciones, se han desgañitado en airear el acuerdo, dicen, para acometer una campaña mínima al objeto de restringir unos cuantos millones y paliar parcialmente la situación de penuria social. Los acontecimientos visibilizan cuán hipócritas, indigentes e ineptos son.


Se requiere mucho descaro e impudor para anunciar algo y luego hacer aquello que supone un rédito personal olvidando cualquier compromiso ético. Personalmente, soy comprensivo, tolerante, porque la imperfección llena toda encarnadura humana. Sin embargo, rechazo la falsedad -siempre corruptora- como uno de los males vejatorios, terribles, onerosos. Todo individuo engañado pierde la esencia de su ser: libertad. Tal vez su mente siga siendo lógica; es posible que pueda aprehender todo conocimiento en un proceder supremo, pero será inútil. El método epistemológico viciado, pervertido, conduce irremisiblemente a juicios torcidos, fabulosos. Tal situación, junto al sustento dogmático aderezado con abundantes negligencias individuales, constituye la razón principal de la enraizada incuria política. Así les va a ellos y a nosotros.


Que toda sigla pretende conseguir la máxima venia -sinónimo de acatamiento- en periodo electoral es una verdad evidente. Asimismo, me parece inmoral, ignominioso, si para lograrlo deja jirones éticos y estéticos. Ocurre con todas ellas, y sin excepción. Creo objetivamente que la izquierda se alza algunos dedos por encima de la marca (medida que usaban los tratantes de caballerías, en mi niñez, para juzgar el atractivo del animal a vender sin por ello excluir ninguna flaqueza). Sánchez, como líder del partido más votado, adquiría la única responsabilidad para conseguir gobierno. El buen señor emplea tres meses mareando una perdiz que todo el mundo presumía de yeso. Al final, cae en la cuenta de que coaligarse con UP le hubiera quitado el sueño. Como colofón, echa la culpa a todo bicho viviente del bloqueo gubernamental, quitándose de encima cualquier “mosca” que pusiera en entredicho argumento tan necio. ¡Manda huevos!, que diría aquel. 
  

Armado de insólita desvergüenza, Sánchez -presuntamente- pone el Estado a su servicio sin complejos ni ataduras, asumiendo excesos con notable engreimiento. Desde marzo último, al menos, no acomete ningún acto que no tenga tinte electoral antes o después. Los llamados “viernes sociales”, viajes dentro y fuera, apariciones en medios audiovisuales, etc. tienen como finalidad básica amasar votos para mayor gloria del personaje. Compensa su ineficacia económica, social e institucional, donando en la ONU -verbigracia- ciento cincuenta millones de euros para el llamado Fondo Verde, sin haber cuantía presupuestada, con la inercia del “papista”. Pura tramoya que encandila al colectivo “progre”. Constituye una salida hábil para quien tiene el haber escaso al cierre del ejercicio contable. Luego vienen los santones de turno, políticos y comunicadores, deshaciéndose en aclamaciones a la inteligencia del prócer que facilita su cómoda vida, confundiendo conscientes, medio obligados, astucia maliciosa y clarividencia.


A falta de un mes todavía, han desatado la maquinaria del eslogan tan sugerente como falso. Veamos. El PSOE desea cegar al centro-derecha con “Ahora gobierno, ahora España”. La izquierda, incluyendo el ala más extrema, esa que él llama “izquierda a la izquierda del PSOE”, la tiene comiendo de su mano. Tal eslogan acumula dos falsedades. Sánchez no ha gobernado ni lo hará porque no sabe; a lo sumo presidirá (si lo hace) el Gabinete. Lo de “ahora España” eleva la farsa al grado sumo. ¿Cómo puede proclamarse patriota un individuo que permite los votos de independentistas y Bildu para ocupar La Moncloa? Esa génesis viene superada actualmente por pactos tácitos con los mismos. El PSOE, con su silencio cómplice para no contrariar a Sánchez, está invirtiendo su crédito discutible en un mal negocio. Rememoro que el Partido Socialista de Francia, en dos mil diecisiete, pasó de tener trescientos catorce diputados a solo treinta y uno. Ahora se está refundando. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar”.


Vox, despellejando al PSOE, tiene de lema “España siempre”. Ahora mismo, nada que objetar. Ciudadanos, tras la variante a lo Macron que no parece servir para mucho, se decanta por “España en marcha”. Según todos los sondeos, la marcha que mejor le define es la fúnebre. El PP recurre a “por todo lo que nos une” que, de acuerdo con los amotinados del País Vasco y Galicia, debe ser muy poco. No obstante, Casado lentamente, sin prisas pero sin pausas, va consolidando un liderazgo complejo; le falta dar un segundo golpe de mano. UP y Más País aún no han encontrado el “abracadabra” electoral. Seguro que andan buscando la auténtica llave maestra.   


Mis amables lectores pueden advertir que solo un partido juega con ventaja, aunque cometa errores imperdonables. ¿Qué opinión les merece el desembolso de cuatro mil quinientos millones de euros que pondrá a cuenta el FLA -ahora- a disposición de las Comunidades Autónomas mediante reparto arbitrario? ¿Y bajar el número de peonadas para cobrar el PER? ¿Y aumentar el salario mínimo interprofesional a mil doscientos euros? ¿Y actualizar las pensiones con aumentos iguales al IPC? ¿Y la subida del dos por ciento en los sueldos de funcionarios? Vislumbro dos salidas: Todo es un cuento chino o los impuestos alcanzarían una cota asfixiante. En el otro extremo, también hay “tela”. Sirva de ejemplo esta noticia: “PP y Ciudadanos dejan solo a Vox exigiendo que se derogue la dictadura del catalán en las aulas de Baleares”. ¿Así sirven los justos intereses y derechos del ciudadano? Exacto; en todas partes cuecen habas.


Algunos no cambian. Dice Iceta: “El triunfo del PSOE el 10-N es la única opción para preservar el autogobierno catalán”. Verdadera declaración de intenciones. Lo siento, pero la larga campaña socialista me recuerda el video navideño de las burbujas espumosas que promocionaba cada año una marca de cava. Franco, cambio climático, feminismo. Nada con mucho sifón y lo que te rondaré morena.

viernes, 4 de octubre de 2019

¡NO VA MÁS!


No me resisto a comparar el aspecto anatómico de nuestro país con un casino donde suelen vaciarse bolsillos disolutos con escasas posibilidades de enmienda. Aquí, también el ciudadano -al igual que en la imagen célebre- abandona el escenario dentro de una cuba, sin ropaje vicioso, para ocultar sus partes púdicas. Es la conclusión, algo hiperbólica, tras haber pasado por los diferentes soportes que adornan aquellas salas. Estos políticos que nos gobiernan (sin tanto aditamento mágico, pero con parecido patrón), desvalijan igualmente al individuo convertido en elemento nutritivo de ambos. Allá, la suerte adversa; acá, abusos y tropelías constituyen ese muro perverso al que nadie encuentra forma de franquear. Vivimos a caballo entre ludopatía y estupidez. 


“¡No va más!” -final en la toma de decisiones- conforma una frase cuyo mensaje paraliza impulsos marcados por exaltación adictiva. Sí, es el arma que corta de golpe la indecisión producida por disyuntivas insensibles al azar o que quisieran serlo. Tiene una misión ortodoxa en la desiderata estricta que acompaña a quien hace de la ruleta su sino destructor. Precisamente tal depravación, tal aniquilamiento imprudente, abriga en dicha frase una inesperada esperanza de victoria como suerte dispar, agorera; a priori, casi negra. Estas y otras reflexiones análogas deben hacerse los que, una vez cae la bola en casilla distinta a su apuesta prevista, resultan ganadores a título de indecisos, pillados a destiempo. Ruin, pero humana compensación.


Cabría pensar si gobernantes e individuos que ostentan parigual poder en la oposición, pronuncian asimismo esa frase fetiche cuando advierten titubeos deslegitimadores. ¿Creen acertar paralizando toda acción social como fórmula efectiva? No. Ni se lo plantean porque su arrogancia les impide mostrarse cautos, modosos. El político español, ese colectivo animado por la soberbia, jamás pronunciaría ningún mensaje que implicara inepcia o debilidad, que supusiera dar carta de naturaleza democrática al individuo sometido a su arbitrariedad. Al político patrio le va usurpar un dominio pleno, absoluto, incontestable, sobre quien dice servir como fórmula magistral para ocultar las verdaderas intenciones, la farsa tradicional. 


Nosotros pintamos muy poco, nada, en la ruleta porque carecemos de gusanillo miserable. A lo sumo, ellos juegan sin descanso a la ruleta rusa en nuestras cabezas. No conozco a político alguno que dé descanso, margen para recuperar el ritmo normal. Nos llevan a matacaballo, en sempiterno ir y venir jadeante que ellos soportan dopados por un impulso especial, exclusivo. Somos mayoría con manos atadas y mente sucia, podrida; razón suficiente para librarnos primero de ataduras y luego de esquemas cerebrales contaminados por auténticos versados en ingeniería social. Imagino cuán difícil debe resultar el peregrinaje personal para despegarse ese lastre antiestético imbricado visceralmente con años de sutil técnica. Sumemos a semejante marco una ciudadanía asqueada, necia, indolente, y obtendremos una ecuación aterradora.


Cierto -prebostes, asesores y acólitos que deambulan cerca del poder con bastantes lagunas de solvencia- nunca cometen el error de dulcificar ese constante esfuerzo que piden al pueblo. “¡No va más!” exige tácita prohibición a cualquiera que aspire a corretear por las gozosas praderas del empleo político levantado desde hace unos decenios. Sabemos, y no nos mengua reconocerlo, que todas las siglas sin excepción piden esfuerzo supremo para hacer un país envidiable. Ocurre que luego, cuando llega la plusvalía, el reparto es desigual, injusto, incluso grotesco. Entonces aparecen, en toda su extensión, los fallos del sistema que no atesoran ninguna reacción consistente, menos duradera. Más tarde, emergen pusilánimes desalientos e insidiosos abandonos que justifican el juego perverso del absolutismo.


Política y paradoja, quizás infortunio programado, vencen a cualquier proposición lógica o no, pero siempre viven ilesas, eternizadas, por una muchedumbre estrafalaria. Llevamos años que nos van cociendo lentamente sin profesar conciencia de ello. La fidelidad así se convierte en automatismo inconsciente. Mienten, escamotean, abandonan su ministerio y seguimos pegados a su palabra, a sus gestos, mientras ignoramos toda realización material. Su personalidad, ayuna por igual de límites y de conciencia, alimenta un crédito falso, inexistente, levantado con tortuoso histrionismo. Yerra quien piense que la política se asienta sobre valores morales esculpidos en granito a golpe de principios incuestionables, dignos. Pobre sociedad.


Sánchez, pese al eco mediático, a cantamañanas que venden su dignidad glosando éxitos inexistentes, se eleva sobre falsedades que revertirán a futuro inquietando sus propósitos. “Su verdad” se ciñe a vaivenes electorales o prospecciones más o menos amenazadoras. Donde hace unos meses apoyaba un gobierno plurinacional adosado a un marco dialogante, ahora anhela unidad y soberanía plena bajo la amenaza del artículo ciento cincuenta y cinco si fuere preciso e incluso la Ley de Seguridad Nacional. ¿Mentía antes, ahora o en ambos casos? Yo me inclino por la última respuesta porque el presidente en funciones es un mentiroso compulsivo y la gente, aunque tarde, probablemente ya no le perdona su doblez. 


Aunque los políticos transgreden el “¡no va más!” al profundizar en los meandros atemporales, hay ocasiones en que partidos y judicatura rasgan el espacio entonando el mea culpa bajo un mensaje metafórico de aquella frase peculiar. Verbigracia. La Audiencia de Sevilla condena por abuso sexual al empresario que fingió un beso con Teresa Rodríguez. “¡No va más!”. Otro. El Supremo afirma que la exhumación de Franco “no vulnera la Constitución y es una obra menor”. ¿Acaso no es competencia del Tribunal Constitucional resolver temas sobre constitucionalidad? “¡No va más!”. Intuyo que pudiera ser una venganza tardía, refinada, un gol magnífico, del Tribunal Supremo por la rechifla recibida a costa de aquella pintoresca legalización de Sortu.


Con todo lo expuesto y aquello que cabría exponer del conjunto de siglas y de actores políticos, sería aconsejable votar sin dejarse persuadir por incendiarios discursos ni señuelos seductores. Es preciso dejarnos dominar por el efectivo, sereno, recio y contundente “¡No va más!”.