sábado, 30 de marzo de 2013

¿DEMOCRACIA O ESTAFA?


Desconozco, aunque los intuyo, qué motivos llevan a la muchedumbre a preguntarse si vivimos o no en democracia. Ciertos comunicadores, asimismo tertulianos de diferente catadura y engreimiento, responden con firmeza que sí para enseguida añadir “pero mejorable”, claro matiz contradictorio. Tal menoscabo implica, de hecho, un escenario muy diferente a lo afirmado, ora por prejuicios ora por avenimiento a la corrección política. Los objetos (entes incluidos) son o no son. Resulta imposible -sin producir algo diferente- enmendar la realidad, su inmanencia; sí pueden alterarse sus formas y comportamientos. Corregir algo significa carecer de la sustancia que lo define, por tanto evidenciar su entelequia. Cualquier piedra a la que pongamos unas patas para aumentar su comodidad, verbigracia, al no modificar la esencia seguirá, en el fondo, siendo piedra; nunca silla. Cuando vislumbramos nuestra democracia como ente perfectible, estamos constatando su mentira.

 
La democracia no es un concepto, ni convicción. Tampoco la ausencia, efectiva o aparente, de un poder omnímodo; menos su existencia formal más allá de la soberanía popular. Dos principios caracterizan el sistema democrático: Una Constitución, aprobada por el pueblo en referéndum (esencia soberana), capaz de ordenar la convivencia colectiva y separación rotunda de los tres poderes constitutivos del Estado.  

 
Esta democracia nació impura, contaminada, pues al texto constitucional se le agregó, de rondón, la forma de Estado (Monarquía o República) identificando democracia, anhelada mayoritariamente, con monarquía, factor impuesto y de inequívoco rechazo. El referéndum, así, quedó sujeto a una burda manipulación y la soberanía popular escarnecida. Una Ley Electoral ad hoc redujo a cenizas la independencia del poder legislativo y, años más tarde, Alfonso Guerra (aguerrido defensor de los descamisados y probo demócrata) enterró la independencia del poder judicial. Tras estas reflexiones, puedo declarar que jamás advertí democracia alguna y tengo casi setenta años. Aznar, pasados tres lustros de gobiernos socialistas, prometió regenerar la vida pública; palabra que quedó, como tantas otras, en agua de borrajas. 

 
Voceros diversos pretenden vivificar lo inexistente exaltando las formas a modo de columna vertebral democrática. Es decir, confunden a conciencia, pompa y sustancia. Votar cada cierto tiempo (entre múltiple hojarasca) no constituye, ni mucho menos, la médula entre las democracias de nuestro entorno. A cambio, imponen a  los ciudadanos leyes restrictivas que ellos incumplen arbitrariamente, arrasando incluso derechos individuales, a la vez que disfrutan de toda impunidad. Las formas, a cuya sombra se quebrantan cada día igualdades y justicias, sólo son importantes, imprescindibles, en Geometría.

 
El colmo de la desfachatez lo protagonizó Rubalcaba un trece de marzo trágico cuando previno: “España no se merece un gobierno que mienta” e inauguró la engañifa como método de jurisdicción. Acababan de matar a ciento noventa y dos españoles y Rubalcaba, segundón, daba la puntilla a España. Propició el gobierno de Zapatero donde la mentira, la doblez y la incompetencia alcanzaron grado de categoría. Con todo “talante” se empezó a reeditar el enfrentamiento cainita, la división entre las dos Españas, ya casi olvidada setenta años después de haber terminado una guerra fratricida y cruel. Se cometieron demasiados excesos, aun el intento antidemocrático, incalificable, de gobernar frente a la mitad de los españoles con la valiosa colaboración de partidos nacionalistas, cuyo odio a España manifiestan con frecuencia. A aquel antecedente se le denominó Pacto del Tinell. 

 
Un presidente abarrotado de complejos, inhábil para ocupar el cargo, procuró borrar siete décadas de Historia y lo consiguió, salvo ganar una guerra que alguno de sus predecesores había perdido. Resucitó las dos Españas (que “le helarían el corazón”, en boca del poeta) con la Ley de Memoria Histórica, más que otra cosa revancha jurídica inútil e inconveniente. Potenció y polarizó el nacionalismo catalán al que dotó de un Estatuto cuyas secuelas, de alcance infravalorado, están por ver. Veo en el horizonte, según conjeturan los hechos, una vuelta a las andadas, a aquella declaración del Estado Catalán por Companys en octubre de mil novecientos treinta y cuatro. Destrozó un partido que, cargado de luces y sombras, es necesario para la gobernabilidad y la paz. Por último, condujo a la miseria más absoluta a una nación desequilibrada en su ordenación económica a la que, además de postergar toda solución, hundió irremisiblemente efectuando un derroche sin freno.

 
Hoy, seguimos igual. Padecemos un presidente huido, presuntamente acobardado por las dificultades, y un gobierno sosias del anterior. Hemos traspasado todas las líneas rojas institucionales, judiciales, financieras, éticas e incluso legales. El humo, la patraña y la corrupción imperan por doquier, campan a sus anchas, ante la mirada impotente de un ciudadano pusilánime pero harto. Seis millones de parados, junto a la vileza, desesperanza e inquietud colectiva, se dejan sentir sin otear ninguna alternativa. ¿Vivimos en democracia? No, empezaron dándonos gato por liebre y al final se ha materializado una gran estafa. España, desde hace tiempo, es la fabulosa cueva de Alí Babá donde muchos, invocando aquella palabra mágica (democracia), han amasado enormes, misteriosas y espurias fortunas.

sábado, 23 de marzo de 2013

MIEDO Y PÁNICO


Cualquier persona, con carencias semánticas o insensible al estudio filológico, diría que ambos vocablos despliegan vínculos similares. A lo sumo, tasará diferencias en la cantidad de adrenalina gastada. Reconozco una dificultad intrínseca para apreciar los matices; verdadero, casi imposible, objetivo que obsesiona a quien el oficio de lucubrar empapa su andadura vital. Estos términos sugieren entes cuya naturaleza carece de toda magnitud empírica, medible, porque al tratarse de sensaciones intestinas únicamente admiten medición subjetiva. Semejante rasgo íntimo determina el genuino significado de cada uno. 

No son pocos quienes aventuran los efectos como signos inequívocos de su distinción. Suele identificarse miedo con una sensación de alerta; entraña réplica rápida, perentoria, salvadora. Constituye una emoción convulsa, vibrante, dinámica. En contraste, pánico implica un estadio irradiado, inapelable, inútil. El miedo se enseñorea de la gente humilde, del sujeto anónimo, menesteroso. Atañe al individuo. El pánico ataca a la élite, a la casta política y financiera. Siente predilección por determinados colectivos. Sus consecuencias operan en consonancia. Desde este punto de vista, se advierte que el miedo podemos considerarlo valioso porque obliga a desechar indolencias (quizás mansedumbres) y abona una actividad que ahuyenta, aun expía, su incómoda presencia. Caer en el pánico significa disipar toda esperanza, dejarse arrastrar por el acaso o, peor aún, por el desánimo. Su efecto inmediato es la desgracia inducida que se ceba básicamente con la masa social.

Sostengo la tesis, dicho lo anterior, de que el sujeto viene condicionado en sus sentimientos por bienes o status cuya pérdida, verosímil, espanta. Así al humilde le acongoja sin aspavientos malograr su miseria amasada, con esfuerzo, durante toda una vida de sombras. El orondo, ante esta tesitura, es víctima del horror. Por ello, queda agarrotado o intenta sacudírselo diluyendo sus efectos de forma aviesa y siniestra. Mueve los peones de que dispone, siempre con resultados escalofriantes para la comunidad si esta, como es corriente, se deja arrastrar. A poco, asume el final del chollo y empieza a posicionarse sacando a relucir la estrategia inmoral de tierra quemada.

Los críticos momentos actuales conforman multitud de ejemplos que constatan mi hipótesis. Cualquier leve dificultad económica ocasiona verdaderos tsunamis incomprensibles para el común, víctimas propiciatorias de la catástrofe provocada. El revés financiero en algún país minúsculo (verbigracia Chipre) provoca un delirio inversor que afecta a todas las bolsas y acaba cebándose con los pequeños accionistas. Nunca un estado de alarma, infundada a veces, suscitó tantas vicisitudes onerosas para la  colectividad. Nuestra experiencia confirma que la inseguridad del preboste se ensaña con el ciudadano.

El temor guarda la viña, alecciona con solvencia un refrán manchego. Mensaje tan inobjetable debe amplificarse a todos los órdenes de la vida. Así, Rajoy, con mayoría absoluta, siente pánico a la soledad. Por este motivo, pactará con CiU y desembolsará los millones que esta exija para deleitarse con su cálida compañía. Lo dicho: cuando la casta es presa del pánico, el vulgo lo costea con su bolsa y, a veces, con su vida. Parecida desazón le provoca Bárcenas, quien finge dominar tamaña situación cada día más compleja y peligrosa. ¿Para quién?

Don José Blanco (campeón en diversas facetas) cuando vestía el ropaje honesto que le adjudicó don Alfredo, pontificaba pundonoroso y acerbo en cualquier púlpito que la ocasión le ofreciera. ¡Qué de epítetos, exigencias y consejos desparramaba frente al micrófono amigo! Hoy -pillado en falta, presuntamente- solicita que se invaliden las investigaciones de la UDEF (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal), calificada por él de “chocarrera”. Al tiempo anuncia su intención de no dimitir salvo juicio oral, en contraste a sus propios apremios para los demás. Es la abatida imagen del espanto.

EREs, celos en la judicatura, comisiones, enriquecimientos anómalos, etc. desencadenan ostensibles signos de pánico. Los implicados avivan, o lo procuran, bajos instintos ante el pavor que les atenaza. Proyectan salvar sus privilegios y regalías caiga quien caiga; son peligrosos animales acorralados. Rubalcaba, ante tan severo escenario, parece llenar la calle de ruido e iniquidad para salvaguardar un liderazgo que se le escabulle sin remisión.

Llegados a este punto, el pueblo exterioriza cierto recelo al futuro. Lógico, aunque suavizado por vivencias ancestrales que encarnan un afán de culminarlo; pues, como ratifica el proverbio clásico, “quien vive temeroso, nunca será libre”. Peor lo tiene el prócer ya que su pánico le lleva irremediablemente a un devenir definitivo, traumático e irreversible que, en primera instancia, sufre siempre el ciudadano de forma intensa pero perecedera. PP y PSOE, se hunden presos de espanto. Ahora toca franquear una desdicha angustiosa: la corrupción generalizada. Superemos el miedo (nuestro) y el pánico (suyo).

 

sábado, 16 de marzo de 2013

EL AMARGO SABOR DE LA DEMOCRACIA


Desconozco si alguien sugirió que el primer sabor de las cosas se percibe con la vista. He escuchado, sin embargo, una frase que guarda cierto maridaje y además matiza su anterior contenido: “todo lo que no se cata es dulce”. Ambas descubren la gran divergencia, incluso discordia, entre percepción y realidad. Ocurre cuando nos desorientamos a la hora de advertir los atributos por el uso inadecuado del sentido receptor o por avidez irrefrenable. Cualquier motivo de ellos dificulta, obstaculiza, el camino de la mesura, asimismo del entendimiento.

La sociedad española, jóvenes y longevos, vive una época delicada. Desempleo y penuria se ensañan con el individuo sin entender de edades ni circunstancias personales o familiares. Acumula tanta inquietud, tantos sinsabores, que se ha convertido en la primera preocupación ciudadana, si atendemos las postreras encuestas del CIS. Este marco viene determinado, no obstante, por el vértigo que produce una situación de extrema necesidad. Al hombre, equivocadamente, le mortifica sólo el alimento material. Entiendo la prelación que procede del instinto vital, pero este someterse a lo crematístico adormece el juicio y suele acarrear nefastas consecuencias.

Incomoda oír que padecemos una crisis total y que el aspecto económico no debiera infravalorar otros con enorme trascendencia en la siniestra progresión ¿irremediable? a tremendas etapas históricas. Ahogados por una pavorosa necesidad vital, se nos olvida a menudo aquel aforismo escueto, igualmente esclarecedor:”no sólo de pan vive el hombre”. La frase, cargada de lógica, pierde su eficacia (sentido) al instante mismo en que se la transmitimos a quien busca comida dentro de un contenedor; hoy multitudinaria procesión.

A poco, va disminuyendo el número de españoles que “sufrimos la maldad” del franquismo y “gozamos las virtudes” de la democracia. Aunque se empeñen en resucitar muertos -errónea estrategia para cosechar votos- un alto porcentaje de conciudadanos, lozanos ellos (reconvertidos, como todos, en meros contribuyentes), se muestran saciados ante tanta estulticia, ante tanto fraude. Van identificando mensaje e inanidad, mesianismo e hipocresía, furibundas diatribas al rival e irrelevancia. He aquí las razones del desapego juvenil, pues aquellas tácticas se dan de bruces con una personalidad en ciernes, sin viciar. ¡Qué no juzgaremos quienes ya estamos de vuelta!

Vemos, vivimos, una corrupción generalizada a pesar de las voces que se desgañitan en airear lo contrario, ora por servilismo bien por suculenta subvención. Rascando aun superficialmente, toda institución -sin excepciones- ofrece claros síntomas de envilecimiento directo o cómplice. Esta circunstancia conlleva un deterioro casi irreversible del Estado de Derecho y, por tanto, del sistema democrático. Tal degeneración, atribuible en exclusiva a los recintos de poder, es maligna siempre, con especial gravedad cuando la miseria atenaza a un individuo desdeñado, salvo pugna electoral.

El discurso pretencioso, arrogante, impoluto, de los políticos que han parido la actual democracia de bolsillo (herrumbrosa y al tiempo rentable), con inusual beneplácito o impotencia de una sociedad indolente e inculta, va careciendo por suerte del crédito rutinario. Poco importa si la muchedumbre deploró o no el franquismo; la respuesta conjunta es idéntica. El personal está harto de triquiñuelas, de promesas huecas que esconden una ambición infinita. Quien afronte la vida con sentido común, quien arroje dogmas y verdades fabricadas, puede descubrir un entramado venal que se asienta sobre infundios ignominiosos, ajenos al interés general.

Mención aparte merecen los nacionalistas radicales, escoltados por grupúsculos heterogéneos -pero con idéntico objetivo-que les sirven de eco virulento. Su mayor mérito radica en cortocircuitar el debate político y económico amaestrando, al tiempo, a una sociedad ansiosa por mejorar su situación particular. De ahí, junto al adoctrinamiento identitario a lo largo de treinta años, que incomprensiblemente vayan ganado terreno a posiciones opuestas y ponderadas.

Ahora, los jóvenes saben a ciencia cierta que con esta fórmula los únicos que viven bien son políticos, financieros, sindicalistas y afines. Nosotros, sobrados de años e injusticias, con intensas vivencias, podemos decirles que, comparando, no era el león de antaño tan fiero como lo pintan, ni tan bueno este de hogaño. Añadiremos también que el número de ladrones, aventureros y sinvergüenzas ha crecido exponencialmente. Nuestra menguada democracia (componenda en realidad) tiene sustento caro y sabor amargo.

 

 

 

 

sábado, 9 de marzo de 2013

LAS PEQUEÑAS COSAS


Uno, a lo largo de su vida, se da perfecta cuenta del relieve que despiertan las cosas insignificantes. Cual amuleto o talismán, marcan principios de vida: “La felicidad se encuentra en las pequeñas cosas” o corolarios filosóficos: “Conocemos la verdad a través de las pequeñas cosas”. Sentencia tan deseable como aquella implica un sentimiento humilde, cristiano, casi fatalista. Este parecer agudo muestra el itinerario claro entre lo inteligible que nos lleva a la verdad subjetiva y lo ininteligible que desemboca en la fe como refugio, incluso emancipación. Tal corolario no determina una paradoja sino que distancia el absurdo.

Este artículo, incluyendo epígrafe, me surgió el domingo -día tres- cuando volvía de Madrid a Valencia. Justo a la altura del Castillo de Garcimuñoz, atrincherado en el pretil del puente que enlaza el pueblo con la autovía (a las cinco y media de la tarde), un radar móvil de Tráfico, “dejándose ver”, velaba por la “integridad” del viajero enfilando toda una recta sin peligro potencial alguno. Luego hablan de Seguridad Vial, Ley que sirve de excusa para sangrar (ocultos e indecorosos) el exangüe bolsillo ciudadano. Es una rastrera providencia recaudatoria, sin más; los hechos así lo avalan. Al tiempo,  contribuye en su nimiedad a descubrir -por enésima vez- la desfachatez política y la falta de crédito gubernamental del PP, ahora.

Rizar el rizo siempre es contingencia factible y donde cree el individuo haber conocido lo sumo, amanece otra jornada protagonista de algún caso grotesco, quizás irritante. Hoy ha sido una de ellas. A primera hora saltó la noticia: Bárcenas pone una querella al PP por “maltrato laboral”. Poco después, y con sordina, el PP demanda a El País (y al autor de los documentos publicados) por vulneración del derecho al honor; concepto tan patente como el mismísimo sexo de los ángeles. Los medios, sin embargo, saturan informativos y debates con estas chorradas, erigiéndose en cómplices necesarios de la nadería. Como estamos prestos a mirar el dedo que señala la luna, nos toman por imbéciles (probablemente lo seamos) al tiempo que asientan una realidad folletinesca y cochambrosa. Permutan esencia y accidente.

Ruiz-Gallardón (desde el comienzo de su andadura ministerial, al parecer) tenía previstas dos aspiraciones. La de menor calado surgió hace unos meses. Quiso subir las tasas judiciales para agilizar una justicia lenta; coyuntura debida, en sus palabras, a un exceso de sumarios. Esta medida atrajo trámites onerosos, vedados al común, recreando -por consiguiente- una justicia inicua, elitista, discriminatoria. Injusticia por injusticia, para acelerar los litigios es preferible abreviar aquella porción que viene vertebrándose en frivolidades o pruritos quebradizos; inmensidad cuyo acucioso fallo excluiría desequilibrios y afrentas notables. Los jueces no están para satisfacer ridiculeces nacientes o fatuas disputas. Una vez más, el ejecutivo, don Alberto, tuvo que retornar un viaje iniciado.  

Rajoy, cual moderna Penélope, desteje un día lo tejido el anterior. Su propósito difiere bastante de aquel empeño que ingenió su modelo para mantener intacta la fidelidad prometida. Nuestro presidente, desleal contumaz, brinda hoy, entre varias sugerencias, facilitar la manida lista de defraudadores para negarla mañana. Juega con las reacciones porque sólo le interesa el envase. Importan poco los contenidos. Distinto es que la propaganda airee ciertas imposiciones foráneas como atributos innatos en beneficio de España, amigando virtud y necesidad. Vistos los actuales acontecimientos, semejantes patrañas convencen solamente a bobos solemnes; especie autóctona abundante en esta piel de toro que tanto nos ocupa e inquieta.

La corrupción (esa minucia, a juzgar por la presurosa disposición en combatirla mostrada a lo largo de treinta años) inquieta ¡por fin! a PP y PSOE. De momento muestran cierta afección para desarrollar, sin prisas, leyes que agraven las penas a los culpables. Nuestro CIS descubre que, tras el desempleo, viene la corrupción como segundo escenario de zozobra ciudadana. Tal puesto en el ranking sociológico obliga a ambos a abandonar esa distracción pueril de lanzarse dardos, con mayor o menor calibre pero incruentos.

Estas pequeñas cosas, y otros pormenores que dejo a cargo del amable lector, acarrean una impresión: mantenemos entre todos un gobierno inepto. Si analizamos la eventualidad económica que debe dilucidar; el contexto institucional que ha de corregir; la separación de poderes a la que se ha de enfrentar para garantizar el Estado de Derecho y regenerar la Democracia (con mayúscula), usamos la fe porque su viabilidad no encaja en la razón, es una hipótesis ininteligible. Con estos partidos mayoritarios, alternantes y acodados a nacionalismos excluyentes, no tenemos arreglo. ¿Qué quién lo afirma? La rutina de las pequeñas cosas.

 

 

sábado, 2 de marzo de 2013

LA OTRA GALA


Se dice, por alguien que muestra un elevado grado de lucidez, que los actores actúan como políticos y que los políticos son intérpretes magistrales. Es dificultoso definir con más tino este intrusismo histórico y perverso. El clásico asemeja el universo humano a un gran teatro donde cada cual representa un papel preciso. Nadie, sin embargo, mencionó la permuta histriónica entre comediantes y políticos, quizás por identificación plena de ambas ocupaciones. Hasta es probable que estos últimos aparejen mejor la máscara. Reconozco escasa objetividad en el análisis porque mi juicio (nunca prejuicio) tiende al examen severo, justo empero. Tal opinión personal, suave, se mezcla entre una multitud de epítetos ciudadanos menos templados, asimismo también exquisitos para detallar tanto abuso.

El domingo diecisiete de febrero se celebraron los premios Goya. El miércoles siguiente, veinte, arrancó esa gala política que llaman Debate del Estado de la Nación. El plato fuerte lo conforman sólo dos contendientes, hipotéticos expertos en esa componenda ornamental con anodino florete dialéctico que desgarra el aire dibujando golpes mortales. Es costumbre dejar la sesión matinal para que el presidente del ejecutivo luzca verbo. Este año, nos castigó con aburrido y ficticio discurso de hora y media. Diez minutos, no obstante, tardó en despachar temas nucleares como corrupción y deslealtad constitucional de Cataluña. El resto lo consumió hablando de Europa, de la crisis y de sucesivos planes para superarla. ETA mereció un silencio despreciativo o pactado. Al estilo Zapatero, Rajoy puso el foco sobre espejismos, datos cocinados entre realidades y quimeras. Sufrió el éxtasis de una balanza comercial rentable; sometida, eso sí, a magras importaciones por la práctica ausencia de consumo interno y a una alta competitividad lastrada por los bajos salarios que sufre el mundo laboral. Desgranó, en fin, un generoso cántico espiritual. 

La sesión vespertina descubrió un Rubalcaba laxo, desfondado, irresuelto, casi beatífico. Poseía, es verdad, poco margen de maniobra. No puede ser uno pieza esencial de un gobierno ruinoso y venir meses más tarde con el crédito intacto para hacer oposición razonada, meritoria, digna. Hubo, pese a todo, esfuerzos por realizar (en términos taurinos) una faena de aliño. Comenzó reseñando la desconfianza que despiertan los políticos en la sociedad; inteligente e incontestable afirmación de modestia. Después, como no podía ser menos, hizo un repaso completo sobre la situación del país. Destacó los recortes abusivos, los desahucios y el transformismo de Rajoy. Aseguró, con razón, que era el presidente que más pronto ha perdido apoyos de toda la democracia. Desmenuzó, glacial, una larga propuesta de soluciones; bien es verdad que utilizó para ello la boca pequeña. Era lo presumido

Rajoy utilizó el turno de réplica para someter a su rival a un castigo retórico, incruento pero sin contemplaciones. Rubalcaba se lo puso, en frase popular, a huevo. ¿Añadió, cuando consumó el vapuleo, algo novedoso, interesante y útil para España? No. Fueron gastando turnos de contrarréplica ribeteados por un marco gris, exangüe, semejante al que deja percibir una vela en sus últimos instantes. Debemos destacar sólo el anuncio insólito, relevante de ser cierto: la bajada del déficit, inferior al siete por ciento (precisamente hoy lo ha concretado en el seis coma siete. No se lo cree ni él). Lo niega el sentido común si, como ocurre, la deuda supera los cien mil millones de euros, si la recaudación fiscal disminuye y la administración -toda ella- prepara la cocina; pues tarda meses en pagar su deuda varias decenas milmillonaria. El dato es, por tanto, engañoso.

El señor Lara, don Cayo, y la señora Díez (Díaz para un Rajoy inútilmente socarrón),   doña Rosa, concibieron sendos discursos correctos, afilados, coherentes. Representaron la auténtica oposición, libres de cargas y de pasado. Eran creíbles; a ratos, ilusos. Me gustaron los dos. Supusieron una bocanada de aire fresco entre tanta vetustez casposa. Nacen, a su pesar, débiles, anímicos, porque -aunque bien construidos- vienen ligeros de equipaje. Les auguro, sobre todo a UPyD, un futuro consistente que les facilitará auditorio y respeto. Pospongo, a pesar de ser tercero por el número de diputados, a CiU porque su discurso -a cargo del señor Durán- fue lineal, monótono, torcido, pesado, inaguantable. Respeto cualquier opinión contraria, e incluso podría entenderla. Hice novillos el segundo día.

He seguido bastantes debates nacionales. Sirven para muy poco porque allí, en el Parlamento, estas controversias carecen de aliento para resolver los problemas de España. Unos y otros se limitan a una puesta en escena con resonancia especial. Los intervinientes muestran sus mejores galas retóricas, lucen su mejor interpretación. Constituye una fiesta elitista cuyo efecto lo buscan allende el recinto leonado. Calcan las galas cinematográficas; pero aquí nadie, pese a sus atrevimientos, se hace acreedor al Goya.