Cualquier persona, con carencias
semánticas o insensible al estudio filológico, diría que ambos vocablos
despliegan vínculos similares. A lo sumo, tasará diferencias en la cantidad de
adrenalina gastada. Reconozco una dificultad intrínseca para apreciar los
matices; verdadero, casi imposible, objetivo que obsesiona a quien el oficio de
lucubrar empapa su andadura vital. Estos términos sugieren entes cuya
naturaleza carece de toda magnitud empírica, medible, porque al tratarse de
sensaciones intestinas únicamente admiten medición subjetiva. Semejante rasgo
íntimo determina el genuino significado de cada uno.
No son pocos quienes aventuran los efectos
como signos inequívocos de su distinción. Suele identificarse miedo con una sensación
de alerta; entraña réplica rápida, perentoria, salvadora. Constituye una
emoción convulsa, vibrante, dinámica. En contraste, pánico implica un estadio
irradiado, inapelable, inútil. El miedo se enseñorea de la gente humilde, del sujeto
anónimo, menesteroso. Atañe al individuo. El pánico ataca a la élite, a la
casta política y financiera. Siente predilección por determinados colectivos. Sus
consecuencias operan en consonancia. Desde este punto de vista, se advierte que
el miedo podemos considerarlo valioso porque obliga a desechar indolencias
(quizás mansedumbres) y abona una actividad que ahuyenta, aun expía, su
incómoda presencia. Caer en el pánico significa disipar toda esperanza, dejarse
arrastrar por el acaso o, peor aún, por el desánimo. Su efecto inmediato es la
desgracia inducida que se ceba básicamente con la masa social.
Sostengo la tesis, dicho lo anterior, de
que el sujeto viene condicionado en sus sentimientos por bienes o status cuya
pérdida, verosímil, espanta. Así al humilde le acongoja sin aspavientos malograr
su miseria amasada, con esfuerzo, durante toda una vida de sombras. El orondo,
ante esta tesitura, es víctima del horror. Por ello, queda agarrotado o intenta
sacudírselo diluyendo sus efectos de forma aviesa y siniestra. Mueve los peones
de que dispone, siempre con resultados escalofriantes para la comunidad si
esta, como es corriente, se deja arrastrar. A poco, asume el final del chollo y
empieza a posicionarse sacando a relucir la estrategia inmoral de tierra
quemada.
Los críticos momentos actuales conforman
multitud de ejemplos que constatan mi hipótesis. Cualquier leve dificultad
económica ocasiona verdaderos tsunamis incomprensibles para el común, víctimas
propiciatorias de la catástrofe provocada. El revés financiero en algún país
minúsculo (verbigracia Chipre) provoca un delirio inversor que afecta a todas
las bolsas y acaba cebándose con los pequeños accionistas. Nunca un estado de alarma,
infundada a veces, suscitó tantas vicisitudes onerosas para la colectividad. Nuestra experiencia confirma
que la inseguridad del preboste se ensaña con el ciudadano.
El temor guarda la viña, alecciona con
solvencia un refrán manchego. Mensaje tan inobjetable debe amplificarse a todos
los órdenes de la vida. Así, Rajoy, con mayoría absoluta, siente pánico a la
soledad. Por este motivo, pactará con CiU y desembolsará los millones que esta
exija para deleitarse con su cálida compañía. Lo dicho: cuando la casta es
presa del pánico, el vulgo lo costea con su bolsa y, a veces, con su vida.
Parecida desazón le provoca Bárcenas, quien finge dominar tamaña situación cada
día más compleja y peligrosa. ¿Para quién?
Don José Blanco (campeón en diversas
facetas) cuando vestía el ropaje honesto que le adjudicó don Alfredo,
pontificaba pundonoroso y acerbo en cualquier púlpito que la ocasión le
ofreciera. ¡Qué de epítetos, exigencias y consejos desparramaba frente al
micrófono amigo! Hoy -pillado en falta, presuntamente- solicita que se
invaliden las investigaciones de la UDEF (Unidad de Delincuencia Económica y
Fiscal), calificada por él de “chocarrera”. Al tiempo anuncia su intención de
no dimitir salvo juicio oral, en contraste a sus propios apremios para los
demás. Es la abatida imagen del espanto.
EREs, celos en la judicatura,
comisiones, enriquecimientos anómalos, etc. desencadenan ostensibles signos de
pánico. Los implicados avivan, o lo procuran, bajos instintos ante el pavor que
les atenaza. Proyectan salvar sus privilegios y regalías caiga quien caiga; son
peligrosos animales acorralados. Rubalcaba, ante tan severo escenario, parece
llenar la calle de ruido e iniquidad para salvaguardar un liderazgo que se le
escabulle sin remisión.
Llegados a este punto, el pueblo
exterioriza cierto recelo al futuro. Lógico, aunque suavizado por vivencias
ancestrales que encarnan un afán de culminarlo; pues, como ratifica el
proverbio clásico, “quien vive temeroso, nunca será libre”. Peor lo tiene el
prócer ya que su pánico le lleva irremediablemente a un devenir definitivo,
traumático e irreversible que, en primera instancia, sufre siempre el ciudadano
de forma intensa pero perecedera. PP y PSOE, se hunden presos de espanto. Ahora
toca franquear una desdicha angustiosa: la corrupción generalizada. Superemos
el miedo (nuestro) y el pánico (suyo).
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