Se dice, por alguien
que muestra un elevado grado de lucidez, que los actores actúan como políticos
y que los políticos son intérpretes magistrales. Es dificultoso definir con más
tino este intrusismo histórico y perverso. El clásico asemeja el universo
humano a un gran teatro donde cada cual representa un papel preciso. Nadie, sin
embargo, mencionó la permuta histriónica entre comediantes y políticos, quizás
por identificación plena de ambas ocupaciones. Hasta es probable que estos últimos
aparejen mejor la máscara. Reconozco escasa objetividad en el análisis porque
mi juicio (nunca prejuicio) tiende al examen severo, justo empero. Tal opinión
personal, suave, se mezcla entre una multitud de epítetos ciudadanos menos
templados, asimismo también exquisitos para detallar tanto abuso.
El domingo diecisiete
de febrero se celebraron los premios Goya. El miércoles siguiente, veinte, arrancó
esa gala política que llaman Debate del Estado de la Nación. El plato fuerte lo
conforman sólo dos contendientes, hipotéticos expertos en esa componenda ornamental
con anodino florete dialéctico que desgarra el aire dibujando golpes mortales.
Es costumbre dejar la sesión matinal para que el presidente del ejecutivo luzca
verbo. Este año, nos castigó con aburrido y ficticio discurso de hora y media. Diez
minutos, no obstante, tardó en despachar temas nucleares como corrupción y
deslealtad constitucional de Cataluña. El resto lo consumió hablando de Europa,
de la crisis y de sucesivos planes para superarla. ETA mereció un silencio despreciativo
o pactado. Al estilo Zapatero, Rajoy puso el foco sobre espejismos, datos
cocinados entre realidades y quimeras. Sufrió el éxtasis de una balanza
comercial rentable; sometida, eso sí, a magras importaciones por la práctica
ausencia de consumo interno y a una alta competitividad lastrada por los bajos
salarios que sufre el mundo laboral. Desgranó, en fin, un generoso cántico
espiritual.
La sesión vespertina
descubrió un Rubalcaba laxo, desfondado, irresuelto, casi beatífico. Poseía, es
verdad, poco margen de maniobra. No puede ser uno pieza esencial de un gobierno
ruinoso y venir meses más tarde con el crédito intacto para hacer oposición razonada,
meritoria, digna. Hubo, pese a todo, esfuerzos por realizar (en términos
taurinos) una faena de aliño. Comenzó reseñando la desconfianza que despiertan
los políticos en la sociedad; inteligente e incontestable afirmación de modestia.
Después, como no podía ser menos, hizo un repaso completo sobre la situación
del país. Destacó los recortes abusivos, los desahucios y el transformismo de
Rajoy. Aseguró, con razón, que era el presidente que más pronto ha perdido
apoyos de toda la democracia. Desmenuzó, glacial, una larga propuesta de
soluciones; bien es verdad que utilizó para ello la boca pequeña. Era lo
presumido
Rajoy utilizó el turno
de réplica para someter a su rival a un castigo retórico, incruento pero sin
contemplaciones. Rubalcaba se lo puso, en frase popular, a huevo. ¿Añadió, cuando
consumó el vapuleo, algo novedoso, interesante y útil para España? No. Fueron
gastando turnos de contrarréplica ribeteados por un marco gris, exangüe,
semejante al que deja percibir una vela en sus últimos instantes. Debemos
destacar sólo el anuncio insólito, relevante de ser cierto: la bajada del
déficit, inferior al siete por ciento (precisamente hoy lo ha concretado en el
seis coma siete. No se lo cree ni él). Lo niega el sentido común si, como
ocurre, la deuda supera los cien mil millones de euros, si la recaudación
fiscal disminuye y la administración -toda ella- prepara la cocina; pues tarda
meses en pagar su deuda varias decenas milmillonaria. El dato es, por tanto, engañoso.
El señor Lara, don
Cayo, y la señora Díez (Díaz para un Rajoy inútilmente socarrón), doña Rosa, concibieron sendos discursos
correctos, afilados, coherentes. Representaron la auténtica oposición, libres
de cargas y de pasado. Eran creíbles; a ratos, ilusos. Me gustaron los dos.
Supusieron una bocanada de aire fresco entre tanta vetustez casposa. Nacen, a
su pesar, débiles, anímicos, porque -aunque bien construidos- vienen ligeros de
equipaje. Les auguro, sobre todo a UPyD, un futuro consistente que les
facilitará auditorio y respeto. Pospongo, a pesar de ser tercero por el número
de diputados, a CiU porque su discurso -a cargo del señor Durán- fue lineal,
monótono, torcido, pesado, inaguantable. Respeto cualquier opinión contraria, e
incluso podría entenderla. Hice novillos el segundo día.
He seguido bastantes
debates nacionales. Sirven para muy poco porque allí, en el Parlamento, estas
controversias carecen de aliento para resolver los problemas de España. Unos y
otros se limitan a una puesta en escena con resonancia especial. Los
intervinientes muestran sus mejores galas retóricas, lucen su mejor
interpretación. Constituye una fiesta elitista cuyo efecto lo buscan allende el
recinto leonado. Calcan las galas cinematográficas; pero aquí nadie, pese a sus
atrevimientos, se hace acreedor al Goya.
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