domingo, 27 de febrero de 2011

LIBIA Y LA ECONOMÍA DE ESPAÑA

Hasta ahora esa sentencia popular que pretende enjugar lágrimas con un hipotético bien futuro, y cuyo mensaje literal recoge la frase "no hay mal que por bien no venga", cubría sólo expectativas personales, a lo sumo del entorno familiar. Me temo un pequeño cambio, respecto al alcance, desde este momento. Continuamente podemos encontrar advenedizos con pocos escrúpulos que pescan en río revuelto apropiándose de motivaciones ajenas. El tiempo confirmará o refutará mis sospechas apoyadas en la observación y experiencia. Llevo muchos años analizando el devenir humano, tanto en su dimensión histórica cuanto en los condicionamientos inmediatos. El personaje, sorprendente y escabroso,  viene hace fechas definiéndose. El yerro, si lo hubiese, proviene del sujeto observador, nunca del objeto observado.

El presidente que soportamos, un desastre aupado al poder por la ley de Murphy hecha hombre, muestra sin rubor alguno una capacidad excepcional para trastocar el lenguaje. Algunos teóricos sostienen que la realidad existe cuando se comunica a otro, identificando ontología y vínculo. Desde esta perspectiva, el señor Rodríguez nos ofrece un mundo de "mentirijillas"; donde caos, fraude, necedad y efluvio se dan la mano en incesante espiral apocalíptica.

Esta habilidad tremenda para la creación (recreación) de un mundo sui géneris, específico, le permite -ayudado por medios sumisos, cómplices- mostrarse impoluto, disimular su torpeza con el ropaje reversible de la circunstancia. En ocasiones vela praxis y compromisos fiándolos a largo plazo, tanto que deberán transcurrir varias generaciones para cotejar éxitos o fracasos. Surgen a dicho efecto la Alianza de Civilizaciones y el Cambio Climático; vagas propuestas de sencillo consumo; dirigidas (sobremanera) a una progresía gesticular, interesada básicamente en acallar su conciencia con el ornato. Expían sin sacrificio semejante peaje y a cambio viven como reyes. Exacción mínima por disfrutar del marco capitalista y aristócrata que dicen odiar.

Libia, esa tragedia hecha revolución, le viene a Zapatero cual anillo al dedo. Esquilmada sin reserva la crisis internacional, ayuno de víctimas a quien colgar sambenitos, Gadafi se convierte en señuelo ideal; el tonto útil que facultará salir airosos a la propaganda, manipulación y falacia. El jefe del ejecutivo, al igual que su vicepresidenta económica, ha consumido los vicios expuestos de forma frecuente, con cínica desfachatez. Ambos, junto al eco mediático, coincidieron al enunciar por enésima vez el final de la crisis con antelación; concretamente en el segundo semestre, a cuyo término se generaría trabajo neto.

El análisis, quimérico como los anteriores, encontrará razones aceptables para su incumplimiento. Por vez primera Zapatero administra una coartada lógica que explotará hábilmente en campaña electoral. Mostrará, como tantas veces, encontrarse a la cabeza, muy alejado de los rivales, en ese arte bastardo de convertir la mentira en duda y la duda en verdad incontestable. Veremos fluir el petróleo, su escasez, conformando evanescentes argumentos que expliquen las (sin)razones para el incumplimiento de tan rigurosos pronósticos económicos. Utilizará también cortinas de humo cuyo objetivo único es desviar el foco de atención ciudadana. Con este fin, sumado al sempiterno afán recaudatorio, se dicta ese capricho legal que obliga disminuir la velocidad en diez kilómetros. Ocultan los verdaderos anhelos bajo esa píldora indigesta del ahorro energético, dudoso según técnicos ilustres. ¿Qué opinión le merece al atento lector el hecho curioso de no ajustar los radares a la nueva velocidad? Entre tanto, ellos despilfarran sin tino cuanto administran, excepto ejemplo.

La economía española es la que es, incluyendo una dinámica alarmante, lindera ya al despeñadero. Como confirma el adagio castellano "no necesita sardinas para beber vino"; no precisa Libia alguna en su caminar inexorable hacia el desbarajuste, al menos mientras sea dirigida por esta ralea de insensatos indoctos.


domingo, 20 de febrero de 2011

EPISODIOS NACIONALES


A modo de introducción, confieso el esfuerzo que realicé días atrás para no cambiar de estilo. Los lectores ocasionales deben adivinar mi actitud irónica -llegando al punto donde inciden socarronería e inclemencia- incluso en aquellas materias cuya trascendencia desaconseja iniciar ese camino desahogado. Invitaría a suponer (erradamente) un carácter indolente, evasivo, inmaduro o atrevido. Me contuvo, asimismo, la dificultad que entraña descifrar, comprender, el texto cáustico. Constato este hecho por propia experiencia cuando leí un artículo que rezumaba sarcasmo, sin percatarme al momento cuál disyuntiva enfocaba el autor. Así, la génesis también fue ocaso de mi duda; debía seguir dando un fondo sobrio a lo embarazoso para eludir conclusiones alejadas de mis mensajes con objetivo pedagógico.

 
El epígrafe que introduce hoy el comentario, a fuer de sincero, no contiene semejanza alguna con aquella historia ejemplar, fascinante, urdida por la mente del inolvidable novelista canario Benito Pérez Galdós. En esta ocasión se trata de reseñas vulgares, pormenores que protagonizan personajillos, pícaros, aventureros, sinvergüenzas; una especie abundante en el solar hispano y cuya supresión, aun medra, estimo difícil si no imposible.

 
Nadie puede negar la expansión generalizada de sucesos en que corrupción, afane o acopio son protagonistas característicos. Algunos comunicadores sumisos, quizás bien "pagaos" (como canta la copla), quitan hierro al momento -crítico en todos sus signos- cuando niegan cualquier viso de excepcionalidad. Imputan, contra viento y marea, toda culpa al atavismo secular. Constituye un argumento recurrente. España, con su piel reseca, viene alimentando indiscutiblemente gran cantidad de parásitos desde tiempo inmemorial. Parece también real, sin embargo, que la última década ha venido pródiga. Unos consideramos cierta implicación entre democracia, mal entendida, y despojo. Otros estiman quizás con acierto que, en democracia, no aumenta el trinque sino las posibilidades de denuncia.

 
Sea como fuere, y sin datos precisos que permitan el cotejo ponderado (al menos) entre regímenes, un inventario exhaustivo llevaría a la conclusión contundente de encontrarnos en un momento álgido; vivimos, por desgracia, bajo el imperio de la golfería e insolencia más ominosas. Conocemos ejemplos folklóricos, inocentes, tan impropios que deberían concluir con su defenestración política, cuanto menos por candidez, como el asunto Camps. Imaginamos otras andanzas, proceso Malaya, donde número y calidad envuelven a los chorizos en difuminadora bruma que lo rehace impune. El mentís opaco identifica alguno (deuda atesorada por el anterior ejecutivo catalán), cuyos gestores -aparte el tributo político, ya expiado- deberían ser juzgados por irregularidades contables con la pertinente invitación carcelaria. Interrumpo tan sobrecogedor informe para que el ciudadano avisado entresaque mentalmente cuantos asuntos le dicten fobias, filias e ingenio de una larga lista a su disposición.

 
San Valentín inauguró una semana copiosa en sorprendentes novedades cuajadas de amor, pasión  y atrevimiento. Setecientos millones de euros alimentaron un fondo rastrero, ya popular, que sirvió -entre otros pecados veniales- para prejubilar, retribuir y pensionar trabajadores (mal adscritos, incluso sin adscribir a empresa alguna) cuyo mérito común pasaba por pertenecer al entorno familiar, aun devoto, de próceres socialistas y ugetistas andaluces; autonomía en que ocurrieron estos prodigiosos acontecimientos.

 
A grandes rasgos, ambicionando una síntesis imposible, presentamos un apunte de los nuevos y lacerantes Episodios Nacionales.

 

 

 

domingo, 13 de febrero de 2011

HEDOR


Utilizamos el vocablo que abre estos renglones, acaso sus múltiples derivaciones, cuando apetecemos referirnos a algo o alguien que exhala un olor penetrante y desagradable; en ocasiones, de forma figurada, para señalar sutilmente algún asunto -por lo general referido al escenario político - que apesta (de ahí el paralelismo) a escándalo, e incluso corrupción. Los últimos tiempos se han caracterizado por un tufo permanente, tanto que puede considerarse su característica principal. El tándem Zapatero-Rubalcaba inició la segunda era socialista, tras el horrendo atentado, practicando un extenso rosario de indignidades; escarneciendo las formas democráticas con el empleo de embustes, artificios, maniobras antiestéticas e incumplimientos, para dar respuesta  a ambiciones personales y conseguir dividendos espurios. Surge así un código legal, pero apestoso, de hacer política.

 
No suelo ver televisión y cuando lo hago sintonizo la Cinco, para ver el telediario, e Intereconomía, en los debates político-económicos nocturnos: Previa a su desaparición, me resultaban originales aquellos que, al mediodía, conducía García Campoy en  Cuatro. Aplico mi libertad ciudadana, cada vez más encorsetada, para elegir programa dentro de una amplia oferta televisiva. Aprovecho la ocasión ya que el poder aún permite, realmente, satisfacer este derecho privativo de regímenes democráticos y que a este paso, en España, termina por representar una gozosa licencia otorgada de forma arbitraria. Televisión Española, esa que sufragamos con largueza, nos vende objetividad e independencia cuando, contrariamente al reclamo, es el medio propagandístico por excelencia; a imagen y semejanza de los ruinosos canales autonómicos, o viceversa.

 
Días atrás, al alba madrugadora, iniciaba jornada sorbiendo las primeras noticias junto al sobrio desayuno. Extrañamente era la cadena pública (TVE) quien colmaba mi curiosidad. El presentador de turno desgranaba los titulares, reiterativos con matices, formulados por toda la prensa escrita nacional, excepto un diario: La Gaceta. Ni puedo ni quiero asumir ningún papel defensor. Mi vocación de abogar causas perdidas (lucha desigual contra los elementos, a veces no meteorológicos), si ocasionalmente la tuve, hace lustros abandoné. Sí quiero, porque es mi estilo y además me lo pide el cuerpo, hacer una reflexión en voz alta. El inicuo silencio que propició televisión española, supuestamente gestada para cubrir un servicio público, puede interpretarse como una manera incruenta de desaparición física; una alternativa "humanizada" de acallar a quien nos disgusta o estorba. Se mire por donde quiera, muestra demasiadas afinidades con el método utilizado indistintamente por Hitler y Stalin.

 
Sé que el último punto se tasará exagerado, improcedente, incluso fruto de desvarío mental. Sospecho que algunos, presos del dogma, me tildarán de facha, fascista, etc., etc., epítetos que se han acostumbrado a lanzar (más bien arrojar) a los disidentes para, a contrari, adquirir ellos carta democrática, por otra parte tan precisados de tal etiqueta. Sólo necesita acreditar determinada identidad quien carece de ella. Sin embargo, pese a sus invectivas (supuestas o reales), vivir en democracia, más si es únicamente formal como la nuestra, no erradica ningún presupuesto totalitario. Basta con analizar el "chiringuito" montado por esta casta que padecemos (y costeamos), así como los interminables casos de corrupción y ocultamiento -sin contar prepotencias e incumplimientos- protagonizados a nivel individual por próceres no importa sigla o responsabilidad.

 
Lo expuesto, amigo lector, pasa por un exiguo botón de muestra. Hay, bien lo saben, completo muestrario donde elegir; por autonomías, por partidos y por magnitud. España hiede, se ha convertido en un auténtico estercolero.

 

 

 

 

sábado, 5 de febrero de 2011

LÓGICA Y RETÓRICA


Lógica es la ciencia formal que estudia los rudimentos de la demostración e inferencia válida (principio de la recta deducción). Examina el rigor argumental en términos de estructura, sin apreciar el contenido específico del discurso. Busca la verdad. Se relaciona con la dialéctica moderna; aquella que, huyendo de argucias, pretende conjugar los contrarios. En palabras de Sidney Hook "la antigua dialéctica, la erística de los sofistas, era un método que no probaba nada o, mejor aún, que refutaba todo". Retórica, por contra, se ocupa de sistematizar procedimientos y técnicas puestas al servicio de una finalidad persuasiva. La lógica exige un principio de rectitud, en sus aspectos moral y discursivo, para llegar a lo sustantivo del objeto, mientras que la retórica se somete a reglas sólo con el propósito de persuadir al sujeto. La primera requiere una dialéctica concisa, irrefutable; la otra se inserta en razonamientos infectados por procesos tortuosos. Decía Malebranche: "Sí, el mejor precepto de lógica que puedo darte es que vivas como hombre honrado".

 
Estos políticos que nos gobiernan, por llamarlo de alguna manera, deben andar desorientados por los caminos de la sapiencia; más concretamente del conocimiento filosófico. Sucede así o creen que ética es un error morfológico de ático; que ofrecerse al servicio de la sociedad implica -en el fondo-  ponérsela por montera y servirse de ella hasta adentrarse en terrenos propios de la delincuencia. Se arguye con reiteración que cada comunidad soporta los políticos que se merece. Esta frase, su mensaje, suscita la coartada perfecta para argumentar cierta impunidad legal, ya histórica. Se fomenta, además, por esa majadería, tan falaz y socorrida, del castigo en las urnas. Sí, a veces se les apea de la prebenda -casi siempre temporalmente- y sucumben por el lastre, no adiposo, atesorado.

 
Túnez, Marruecos y algún otro país contagiado, son ejemplos incontestables del poder social cuando no se le deja ningún resquicio para la supervivencia. Si bien es cierto, como señala Raymond Aron, que combinar la doctrina de la inevitabilidad histórica con el mito de la revolución es una receta para la tiranía totalitaria; si no ofrece duda que estos pueblos pueden caer en el ámbito del fundamentalismo islámico, tienen en su mano la probabilidad de conseguir retos hasta ayer  impensables. Nosotros, aquí, estamos lejos (o no tanto, guardando las distancias) de una situación semejante. Aparece, sin embargo, en el horizonte una inequívoca e imparable sensación de hartazgo. No sólo del inepto que preside el gabinete, ni tan siquiera de la oposición variada e inoperante; es un hastío del sistema, de ese crisol sabiamente conformado en que se funden políticos, banqueros, grandes empresarios, sindicatos, medios y artistas, chupando (valga la expresión) la sangre del resto cual sanguijuelas voraces.

 
El ciudadano, mientras, sometido desde los años noventa del siglo pasado a un sistema educativo (LOGSE) contrario al propósito de formar las artes de la inteligencia e imaginación, esenciales "para alimentar la pasión por la libertad" (Hook), se encuentra errático, incapaz de enfrentarse al momento, afligido por esos complejos que Noëlle Neumann explica en su teoría sobre la espiral del silencio. Los medios -cómplices necesarios- participan asimismo creando estereotipos en la opinión pública que, según Lippman, al servir de base a los juicios individuales, convierten en ilusoria la democracia.

 
Semejante escenario de idiotismo generalizado, permite a los gobernantes -asesorados por acreditados expertos en dinámica de masas- afirmar auténticas aberraciones lógicas (gilipolleces, para aclararnos), cocinar y presentar notorias golfadas con exquisitez estética, dentro de los límites estrictos que impone el cumplimiento de una ley burlada periódicamente, con el plácet de algunos jueces y fiscales poco escrupulosos. Saben que su palabrería atiborrada de mentiras, alimento para bobos, cala profundamente en un alto porcentaje de votantes. Temen  la variable incontrolada del paro, casi seis millones; factor difícil de corregir u ocultar. Su instinto fullero les permitirá exhibir a tiempo uno de tantos ases retóricos que guardan en la manga. Si fuera imperativo, no repararían en explotar cualquier recurso.

 
Nuestros políticos no buscan la verdad; la instrumentalizan -engatusando al individuo- para deleitarse pegados al poder. Personifican el paradigma ideal de la colisión entre lógica y retórica.