sábado, 5 de febrero de 2011

LÓGICA Y RETÓRICA


Lógica es la ciencia formal que estudia los rudimentos de la demostración e inferencia válida (principio de la recta deducción). Examina el rigor argumental en términos de estructura, sin apreciar el contenido específico del discurso. Busca la verdad. Se relaciona con la dialéctica moderna; aquella que, huyendo de argucias, pretende conjugar los contrarios. En palabras de Sidney Hook "la antigua dialéctica, la erística de los sofistas, era un método que no probaba nada o, mejor aún, que refutaba todo". Retórica, por contra, se ocupa de sistematizar procedimientos y técnicas puestas al servicio de una finalidad persuasiva. La lógica exige un principio de rectitud, en sus aspectos moral y discursivo, para llegar a lo sustantivo del objeto, mientras que la retórica se somete a reglas sólo con el propósito de persuadir al sujeto. La primera requiere una dialéctica concisa, irrefutable; la otra se inserta en razonamientos infectados por procesos tortuosos. Decía Malebranche: "Sí, el mejor precepto de lógica que puedo darte es que vivas como hombre honrado".

 
Estos políticos que nos gobiernan, por llamarlo de alguna manera, deben andar desorientados por los caminos de la sapiencia; más concretamente del conocimiento filosófico. Sucede así o creen que ética es un error morfológico de ático; que ofrecerse al servicio de la sociedad implica -en el fondo-  ponérsela por montera y servirse de ella hasta adentrarse en terrenos propios de la delincuencia. Se arguye con reiteración que cada comunidad soporta los políticos que se merece. Esta frase, su mensaje, suscita la coartada perfecta para argumentar cierta impunidad legal, ya histórica. Se fomenta, además, por esa majadería, tan falaz y socorrida, del castigo en las urnas. Sí, a veces se les apea de la prebenda -casi siempre temporalmente- y sucumben por el lastre, no adiposo, atesorado.

 
Túnez, Marruecos y algún otro país contagiado, son ejemplos incontestables del poder social cuando no se le deja ningún resquicio para la supervivencia. Si bien es cierto, como señala Raymond Aron, que combinar la doctrina de la inevitabilidad histórica con el mito de la revolución es una receta para la tiranía totalitaria; si no ofrece duda que estos pueblos pueden caer en el ámbito del fundamentalismo islámico, tienen en su mano la probabilidad de conseguir retos hasta ayer  impensables. Nosotros, aquí, estamos lejos (o no tanto, guardando las distancias) de una situación semejante. Aparece, sin embargo, en el horizonte una inequívoca e imparable sensación de hartazgo. No sólo del inepto que preside el gabinete, ni tan siquiera de la oposición variada e inoperante; es un hastío del sistema, de ese crisol sabiamente conformado en que se funden políticos, banqueros, grandes empresarios, sindicatos, medios y artistas, chupando (valga la expresión) la sangre del resto cual sanguijuelas voraces.

 
El ciudadano, mientras, sometido desde los años noventa del siglo pasado a un sistema educativo (LOGSE) contrario al propósito de formar las artes de la inteligencia e imaginación, esenciales "para alimentar la pasión por la libertad" (Hook), se encuentra errático, incapaz de enfrentarse al momento, afligido por esos complejos que Noëlle Neumann explica en su teoría sobre la espiral del silencio. Los medios -cómplices necesarios- participan asimismo creando estereotipos en la opinión pública que, según Lippman, al servir de base a los juicios individuales, convierten en ilusoria la democracia.

 
Semejante escenario de idiotismo generalizado, permite a los gobernantes -asesorados por acreditados expertos en dinámica de masas- afirmar auténticas aberraciones lógicas (gilipolleces, para aclararnos), cocinar y presentar notorias golfadas con exquisitez estética, dentro de los límites estrictos que impone el cumplimiento de una ley burlada periódicamente, con el plácet de algunos jueces y fiscales poco escrupulosos. Saben que su palabrería atiborrada de mentiras, alimento para bobos, cala profundamente en un alto porcentaje de votantes. Temen  la variable incontrolada del paro, casi seis millones; factor difícil de corregir u ocultar. Su instinto fullero les permitirá exhibir a tiempo uno de tantos ases retóricos que guardan en la manga. Si fuera imperativo, no repararían en explotar cualquier recurso.

 
Nuestros políticos no buscan la verdad; la instrumentalizan -engatusando al individuo- para deleitarse pegados al poder. Personifican el paradigma ideal de la colisión entre lógica y retórica.

 

 

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