Lógica es la ciencia formal que estudia los rudimentos de la
demostración e inferencia válida (principio de la recta deducción). Examina el
rigor argumental en términos de estructura, sin apreciar el contenido
específico del discurso. Busca la
verdad. Se relaciona con la dialéctica moderna; aquella que,
huyendo de argucias, pretende conjugar los contrarios. En palabras de Sidney
Hook "la antigua dialéctica, la erística de los sofistas, era un método
que no probaba nada o, mejor aún, que refutaba todo". Retórica, por
contra, se ocupa de sistematizar procedimientos y técnicas puestas al servicio
de una finalidad persuasiva. La lógica exige un principio de rectitud, en sus
aspectos moral y discursivo, para llegar a lo sustantivo del objeto, mientras
que la retórica se somete a reglas sólo con el propósito de persuadir al
sujeto. La primera requiere una dialéctica concisa, irrefutable; la otra se
inserta en razonamientos infectados por procesos tortuosos. Decía Malebranche:
"Sí, el mejor precepto de lógica que puedo darte es que vivas como hombre
honrado".
Estos políticos que nos gobiernan, por
llamarlo de alguna manera, deben andar desorientados por los caminos de la
sapiencia; más concretamente del conocimiento filosófico. Sucede así o creen
que ética es un error morfológico de ático; que ofrecerse al servicio de la
sociedad implica -en el fondo- ponérsela
por montera y servirse de ella hasta adentrarse en terrenos propios de la delincuencia. Se
arguye con reiteración que cada comunidad soporta los políticos que se merece.
Esta frase, su mensaje, suscita la coartada perfecta para argumentar cierta
impunidad legal, ya histórica. Se fomenta, además, por esa majadería, tan falaz
y socorrida, del castigo en las urnas. Sí, a veces se les apea de la prebenda
-casi siempre temporalmente- y sucumben por el lastre, no adiposo, atesorado.
El ciudadano, mientras, sometido desde los años noventa del siglo pasado
a un sistema educativo (LOGSE) contrario al propósito de formar las artes de la
inteligencia e imaginación, esenciales "para alimentar la pasión por la
libertad" (Hook), se encuentra errático, incapaz de enfrentarse al
momento, afligido por esos complejos que Noëlle Neumann explica en su teoría
sobre la espiral del silencio. Los medios -cómplices necesarios- participan
asimismo creando estereotipos en la opinión pública que, según Lippman, al
servir de base a los juicios individuales, convierten en ilusoria la
democracia.
Semejante escenario de idiotismo generalizado, permite a los gobernantes
-asesorados por acreditados expertos en dinámica de masas- afirmar auténticas
aberraciones lógicas (gilipolleces, para aclararnos), cocinar y presentar
notorias golfadas con exquisitez estética, dentro de los límites estrictos que
impone el cumplimiento de una ley burlada periódicamente, con el plácet de
algunos jueces y fiscales poco escrupulosos. Saben que su palabrería atiborrada
de mentiras, alimento para bobos, cala profundamente en un alto porcentaje de
votantes. Temen la variable incontrolada
del paro, casi seis millones; factor difícil de corregir u ocultar. Su instinto
fullero les permitirá exhibir a tiempo uno de tantos ases retóricos que guardan
en la manga. Si
fuera imperativo, no repararían en explotar cualquier recurso.
Nuestros políticos no buscan la verdad; la instrumentalizan -engatusando
al individuo- para deleitarse pegados al poder. Personifican el paradigma ideal
de la colisión entre lógica y retórica.
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