A modo de introducción, confieso el
esfuerzo que realicé días atrás para no cambiar de estilo. Los lectores
ocasionales deben adivinar mi actitud irónica -llegando al punto donde inciden
socarronería e inclemencia- incluso en aquellas materias cuya trascendencia
desaconseja iniciar ese camino desahogado. Invitaría a suponer (erradamente) un
carácter indolente, evasivo, inmaduro o atrevido. Me contuvo, asimismo, la
dificultad que entraña descifrar, comprender, el texto cáustico. Constato este
hecho por propia experiencia cuando leí un artículo que rezumaba sarcasmo, sin percatarme
al momento cuál disyuntiva enfocaba el autor. Así, la génesis también fue ocaso
de mi duda; debía seguir dando un fondo sobrio a lo embarazoso para eludir
conclusiones alejadas de mis mensajes con objetivo pedagógico.
El epígrafe que introduce hoy el
comentario, a fuer de sincero, no contiene semejanza alguna con aquella
historia ejemplar, fascinante, urdida por la mente del inolvidable novelista
canario Benito Pérez Galdós. En esta ocasión se trata de reseñas vulgares,
pormenores que protagonizan personajillos, pícaros, aventureros, sinvergüenzas;
una especie abundante en el solar hispano y cuya supresión, aun medra, estimo
difícil si no imposible.
Nadie puede negar la expansión
generalizada de sucesos en que corrupción, afane o acopio son protagonistas
característicos. Algunos comunicadores sumisos, quizás bien "pagaos"
(como canta la copla), quitan hierro al momento -crítico en todos sus signos-
cuando niegan cualquier viso de excepcionalidad. Imputan, contra viento y
marea, toda culpa al atavismo secular. Constituye un argumento recurrente.
España, con su piel reseca, viene alimentando indiscutiblemente gran cantidad
de parásitos desde tiempo inmemorial. Parece también real, sin embargo, que la
última década ha venido pródiga. Unos consideramos cierta implicación entre
democracia, mal entendida, y despojo. Otros estiman quizás con acierto que, en
democracia, no aumenta el trinque sino las posibilidades de denuncia.
Sea como fuere, y sin datos precisos que
permitan el cotejo ponderado (al menos) entre regímenes, un inventario
exhaustivo llevaría a la conclusión contundente de encontrarnos en un momento
álgido; vivimos, por desgracia, bajo el imperio de la golfería e insolencia más
ominosas. Conocemos ejemplos folklóricos, inocentes, tan impropios que deberían
concluir con su defenestración política, cuanto menos por candidez, como el
asunto Camps. Imaginamos otras andanzas, proceso Malaya, donde número y calidad
envuelven a los chorizos en difuminadora bruma que lo rehace impune. El mentís
opaco identifica alguno (deuda atesorada por el anterior ejecutivo catalán),
cuyos gestores -aparte el tributo político, ya expiado- deberían ser juzgados
por irregularidades contables con la pertinente invitación carcelaria.
Interrumpo tan sobrecogedor informe para que el ciudadano avisado entresaque
mentalmente cuantos asuntos le dicten fobias, filias e ingenio de una larga
lista a su disposición.
San Valentín inauguró una semana copiosa
en sorprendentes novedades cuajadas de amor, pasión y atrevimiento. Setecientos millones de euros
alimentaron un fondo rastrero, ya popular, que sirvió -entre otros pecados
veniales- para prejubilar, retribuir y pensionar trabajadores (mal adscritos,
incluso sin adscribir a empresa alguna) cuyo mérito común pasaba por pertenecer
al entorno familiar, aun devoto, de próceres socialistas y ugetistas andaluces;
autonomía en que ocurrieron estos prodigiosos acontecimientos.
A grandes rasgos, ambicionando una
síntesis imposible, presentamos un apunte de los nuevos y lacerantes Episodios
Nacionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario