domingo, 20 de febrero de 2011

EPISODIOS NACIONALES


A modo de introducción, confieso el esfuerzo que realicé días atrás para no cambiar de estilo. Los lectores ocasionales deben adivinar mi actitud irónica -llegando al punto donde inciden socarronería e inclemencia- incluso en aquellas materias cuya trascendencia desaconseja iniciar ese camino desahogado. Invitaría a suponer (erradamente) un carácter indolente, evasivo, inmaduro o atrevido. Me contuvo, asimismo, la dificultad que entraña descifrar, comprender, el texto cáustico. Constato este hecho por propia experiencia cuando leí un artículo que rezumaba sarcasmo, sin percatarme al momento cuál disyuntiva enfocaba el autor. Así, la génesis también fue ocaso de mi duda; debía seguir dando un fondo sobrio a lo embarazoso para eludir conclusiones alejadas de mis mensajes con objetivo pedagógico.

 
El epígrafe que introduce hoy el comentario, a fuer de sincero, no contiene semejanza alguna con aquella historia ejemplar, fascinante, urdida por la mente del inolvidable novelista canario Benito Pérez Galdós. En esta ocasión se trata de reseñas vulgares, pormenores que protagonizan personajillos, pícaros, aventureros, sinvergüenzas; una especie abundante en el solar hispano y cuya supresión, aun medra, estimo difícil si no imposible.

 
Nadie puede negar la expansión generalizada de sucesos en que corrupción, afane o acopio son protagonistas característicos. Algunos comunicadores sumisos, quizás bien "pagaos" (como canta la copla), quitan hierro al momento -crítico en todos sus signos- cuando niegan cualquier viso de excepcionalidad. Imputan, contra viento y marea, toda culpa al atavismo secular. Constituye un argumento recurrente. España, con su piel reseca, viene alimentando indiscutiblemente gran cantidad de parásitos desde tiempo inmemorial. Parece también real, sin embargo, que la última década ha venido pródiga. Unos consideramos cierta implicación entre democracia, mal entendida, y despojo. Otros estiman quizás con acierto que, en democracia, no aumenta el trinque sino las posibilidades de denuncia.

 
Sea como fuere, y sin datos precisos que permitan el cotejo ponderado (al menos) entre regímenes, un inventario exhaustivo llevaría a la conclusión contundente de encontrarnos en un momento álgido; vivimos, por desgracia, bajo el imperio de la golfería e insolencia más ominosas. Conocemos ejemplos folklóricos, inocentes, tan impropios que deberían concluir con su defenestración política, cuanto menos por candidez, como el asunto Camps. Imaginamos otras andanzas, proceso Malaya, donde número y calidad envuelven a los chorizos en difuminadora bruma que lo rehace impune. El mentís opaco identifica alguno (deuda atesorada por el anterior ejecutivo catalán), cuyos gestores -aparte el tributo político, ya expiado- deberían ser juzgados por irregularidades contables con la pertinente invitación carcelaria. Interrumpo tan sobrecogedor informe para que el ciudadano avisado entresaque mentalmente cuantos asuntos le dicten fobias, filias e ingenio de una larga lista a su disposición.

 
San Valentín inauguró una semana copiosa en sorprendentes novedades cuajadas de amor, pasión  y atrevimiento. Setecientos millones de euros alimentaron un fondo rastrero, ya popular, que sirvió -entre otros pecados veniales- para prejubilar, retribuir y pensionar trabajadores (mal adscritos, incluso sin adscribir a empresa alguna) cuyo mérito común pasaba por pertenecer al entorno familiar, aun devoto, de próceres socialistas y ugetistas andaluces; autonomía en que ocurrieron estos prodigiosos acontecimientos.

 
A grandes rasgos, ambicionando una síntesis imposible, presentamos un apunte de los nuevos y lacerantes Episodios Nacionales.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario