viernes, 23 de diciembre de 2022

POLÍTICOS DE PERFIL DEVALUADO

 

Si natural es preguntar en un mercadillo o establecimiento de abalorios —recintos que entonan con la clase política española por su alcance y prominencia— cuánto vale tal o cual fruslería, mayor diligencia debiéramos tener, aunque también resulte ridículo, en saber si renquean (y de qué pie) nuestros próceres. Pudiera pensarse que tal pesquisa cimienta una curiosidad perversa más que malsana; no obstante, las apariencias que auspician esos atajos obligan a negarlo rotundamente. ¿Acaso dicho desvelo sobreviene por tribulaciones vinculadas al presente y futuro de nuestro entorno familiar y social? ¡Qué va! Sería más extraordinario que la obtusa primera e indiscreta opción. Lo hacemos, a resultas de posos ancestrales, para asentar conocimientos que aseguren a priori mitos y próceres sin lacras incapacitantes (una de tantas ilusiones estúpidas).

La diversidad de nuestra especie política es inabarcable a la vez que su fondo es sobrio, breve, casi formal. Parece desparramarse por las áreas ideológicas cuando estas ya no existen o, peor todavía, se sintetizan en un viejo y oculto objetivo: vivir como potentados a cargo del erario público. Algunos, audaces y desaprensivos, quieren perpetuarse al precio que sea, aun soportando epítetos inclementes. El individuo posee una capacidad de aguante indefinida, misteriosa. Ser político, además, requiere de forma vital un exoesqueleto rígido, insensible, que le permita mostrarse “un cabrón desorejado” para todo quehacer o gestión. Es la etiqueta de calidad que se adosa a cualquier producto para generar confianza en su consumo. ¿Implica cierto grado de desnudez presentarse a cotejo público sin mostrar tales atributos? En esta España precaria y enjuta, no cabe duda.

El concepto perfil abarca tantos enunciados como sus innumerables sinónimos: Ribete, catadura, silueta, rasgo, talante, diseño, apariencia, etc., etc. Sin embargo, resulta certero, además de divertido, agrupar a estos políticos, que nos quitan no solo el sueño al que se aferraba Sánchez para endosar la píldora tropecientos, en comparsas adscritas al tamaño y consistencia de su pico. Propongo llamar “coros vehiculares” a quienes se guarecen tras billetes de ida y vuelta tipo Emiliano García-Page o Javier Lámbán. Adoptan una apariencia contestataria y luego inclinan el dorso afeando su porte anatómico, ético y estético, mientras hacen un roto a sus paisanos, generalmente más pundonorosos. Denominaría “tenaces y férreos” solo a los de ida, aquellos cuya integridad impide girar para desandar hasta pequeños errores. Ahora mismo advierto dos y son mujeres: Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso. El resto, erial.

La última bandería (no me olvido de ella) pudiera etiquetarse, sin temor a caer en actitud inmisericorde, de “quebradiza”, o sea esa legión que vuelve permanentemente, incluso sin haberse ido. No hago mención alguna por vergüenza y porque alguien se sentiría insultado al tratarlo con excesiva generosidad. “Quebradizos” viene conformada por una cohorte que se agrupa en ministerios y Cámaras. Ignoro si portan antojeras, adminículos que se ponía a las caballerías para evitar salidas o abandonos del camino previamente planeado (recuerdos entrañables de mis años, pocos, de trillador en trilla, menos eficaz pero más divertido que hacerlo en trillo). Quizás se debiera añadir un cuarto grupúsculo, así designado por su menudencia numérica. Son aquellos, ocultos o manifiestos, “comisarios políticos” cuyo cometido es sugerir tenuemente eslóganes a tertulianos átonos, incombustibles, “inteligentes”. El pueblo gusta comulgar con ruedas de molino.

Lo dicho hasta aquí no afectaba a políticos de relleno, a aquellos del gallinero o estrado que solo aparecen en los medios cuando se equivocan de botón. Podrían tildarse políticos comparsa, sin aplicación ni exigencia. Existen otros provenientes de plaza pública (con impulso local o autonómico) cuyas virtudes, si las tuvieren, palidecen inquietas. Lo mismo que futbolistas incrustados en quirófanos, son conocidos por individuos muy cercanos o expertos de tal materia. Algunos, lamentablemente, hicieron dinero “pa asar una vaca”. Ocurrió en las alegres praderas andaluzas pertenecientes a un partido de “historia ejemplar”. Ellos, junto a sus negligentes y criminosos encubridores, todavía andan sueltos a la espera del descargo que traiga la benevolencia malversadora. Deduzco que pondrán velas a dioses y a diablos ante cualquier posibilidad de confusión dada la vorágine escénica.

No obstante, hemos llegado a una situación insostenible. Aquí ya no valen ni los de primera fila, allegados a ella fortuitamente: bien por azar rendido al disparate o al socaire del descaro atrevido anejo a individuos adoquines. Constituyen los líderes de diversas ideologías, sin advertir mengua o excepción alguna. Desconozco de donde proviene ni a quien se administra con mayor acierto el dicho popular “eres más tonto que grande”. No cabe duda que la tontería acrecienta, según insinúa tal frase, con la edad para ir disminuyendo, curiosamente, con los años. Lo dicho —cuando se refiere a nuestros gobernantes, aun creyéndose dueños de una calidad suprema— arroja a priori poco obstáculo ni polémica; es certidumbre asentada. Mayor infortunio precede, si acaso, con la candidez inagotable de un pueblo pasivo, fácil de acomodar al mito, o a la farsa.

Cuando las Instituciones fundamentales se acercan al sumidero y en el horizonte se aprecia (bien es verdad que inconcreta) una tiranía casi olvidada, España y Europa se obligan a tomar medidas de forma diligente. Poco acompaña a la concordia aquellas palabras previas —en el fondo una amenaza encubierta y dirigida— de Félix Bolaños: “Las consecuencias de adoptar el TC lo que plantea el PP serían muy graves”. El vocero y su jefe, probable inductor, olvidan que aquella enmienda aprobada por el Parlamento era esencia explícita, no accidente, que carecía de todo soporte Constitucional. El Alto Tribunal no podía tomar diferente resolución porque dejar los órganos de gobierno judiciales en manos de una mayoría absoluta legislativa sería quebrar la independencia de poderes y el Estado de Derecho. Contra la lógica y San Agustín de Hipona repudian esta sentencia: “Errar es humano, pero es diabólico permanecer en el error por el orgullo”.  

Es evidente que los cambios que se pretendan realizar en la composición, reglamento y competencias del CGPJ y del TC en puridad debieran aprobarse en referéndum pasado el tamiz específico de ambas Cámaras. Cualquier otro itinerario se alejaría de los cánones democráticos para parecerse a golpe con ribetes populares. Cierto que Sánchez y sus múltiples, pero inanes apoyos, han rebasado unas líneas tácitamente pactadas en los inicios democráticos pese a incongruentes culpas dirigidas “ex cátedra” al PP. Pedro, iluminado por idéntica sinceridad que el pastor del cuento, proclama un disparate: “Tomaré medidas precisas para someter a los jueces”. PP responde con una majadería rastrera definitoria de su perfil menos inocente de lo que aparenta. Me refiero al vídeo cutre de la lotería. Han pasado dos siglos y el perfil político nos retrotrae al “duelo a garrotazos”, cuadro pertinaz y descriptivo que Goya pintaría tal cual si viviera para ello.

viernes, 16 de diciembre de 2022

PITKIN Y EL VOCABULARIO SANCHISTA

 

Ante el elitismo democrático (independencia absoluta del representante) y el radicalismo democrático (dependencia absoluta del representante ante el partido o la excentricidad ilimitada del líder) Pitkin afirma la independencia del representante, pero reconociendo obligada sensibilidad a las necesidades de los representados. Defiende que cuando se rompe “el contrato social” todo político ambiciona un poder extralimitado, distinto a justos intereses de los representados, el deterioro electoral debe someterse al sistema político. Aunque la fraudulenta situación tenga un concepto complejo, los medios desarrollan un papel preponderante, pero   únicamente puede oponerse la Jurisdicción (dispar al Poder Judicial) con una categoría procesal preferente, entendiéndose como cuna y aplicación del Derecho Constitucional. Tal Jurisdicción se fundamenta en la soberanía popular (poder legítimamente fundamental, único), Presidencia de la República (si fuese representación sistémica), el Rey y, en última instancia, el Ejército.

Si lo que está conformándose en España no es un golpe de Estado encubierto, se le parece mucho y, cuanto menos, sería aventurarse demasiado no ver una desnaturalización peligrosa del “Sistema” sin asomo nítido de alarma. El artículo 167 de la Constitución (al fin, Ella misma) salta por los aires quebrando cualquier contrapeso, propuesto por los creadores, en beneficio de una mayoría simple parlamentaria en temas fundamentales como es el CGPJ y Tribunal Constitucional, que los deja a la discreción de un césar autócrata o partidos con intereses bastardos. Suprimir el delito de Sedición (según el vocabulario sanchista, Desórdenes Públicos Agravados) o degradar “malversación” (Enriquecimiento Ilícito, en el glosario de nuevo cuño), son otros veniales gestos a camino entre una perturbada defensa de sus intereses personales y manifiestas avideces dictatoriales, no menos perturbadas ni perturbadoras.

Incluso lo más fraudulento e ilegítimo, alejado de cualquier proporción y justicia —por laxa que se entienda esta— se asienta habitualmente sobre perversiones bufas. Un proverbio peruano asegura que: “Los niños y los tontos dicen la verdad”. Sin que ninguno de dichos factores ande de por medio, en principio, la ministra Irene Montero con su acostumbrada soberbia, no exenta de arrogante impertinencia, manifestó: “Quienes cuestionan la legitimidad de las decisiones democráticas que toma el poder legislativo con las mayorías elegidas por la ciudadanía suelen ser los mismos que prefieren que manden quienes no se presentan a las elecciones” (recurso del vocabulario sanchista: la mayoría elegida es el único poder). Con tal argumentación, esta señora justifica, lava, en definitiva, legitima, el nazismo alemán en tiempos de Hitler. Ella sabrá.

La señora Montero (doña Irene) sintetiza la concepción que esta banda —con su amo incuestionado al frente— tiene del Estado y del Poder Democráticos. La sumisión y vasallaje de los poderes clásicos a la mayoría legislativa (entiéndase, ejecutivo), legitimidad democrática del sanchismo bajo la égida ideológica de Podemos (al decir del nuevo look lingüístico), somete el Sistema a esos apéndices, por tanto no sustantivos, llamados partidos y al individuo y sus derechos a la injuria más ofensiva. Así surgen modelos tiránicos, inexistentes en países del mundo libre, a menos que se demuestre lo contrario. Únicamente España presenta inquietantes señales de despotismo si no dictadura al uso. Confío en que los poderes del Sistema, legitimados por una soberanía popular arrojada de su genuino ejercicio, “encaucen” a quienes alteran la convivencia nacional.

Libre de decepciones en mis años mozos, algunos decenios atrás, creía en la política de Estado, de Sistema, pero nunca hubiera imaginado que PSOE (ahora sanchismo) y PP, solos o al alimón, hicieran de su capa un sayo, aunque este fuera inconstitucional pese al plácet de dicho Tribunal, cuestionado desde la sentencia favorable a la expropiación de Rumasa. Expongo también un silencio discrepante ante la constitucionalidad de la ley 1/2004 conocida como Ley de Violencia de Género que le costó la expulsión al juez Francisco Serrano Castro por presunta prevaricación. A lo largo de cuarenta años se ha ido consolidando el proceso, usando ese vocabulario, impartido ahora por un bipartidismo tóxico, de convertir al votante español en un súbdito —ingenuo, zote— imprescindible para políticos desaprensivos.

Las formas se han degradado tanto que, sin llegar al dogmatismo sectario y maniqueo de la izquierda, mantengo que la responsabilidad puede compartirse por igual con escasas matizaciones. Aquí residen silencios forzados de los partidos a excepción de Vox que se muestra puro, pero no especialmente limpio. Resulta penoso enredarse en disquisiciones profundas para estrellarte contra una realidad irreversible dada la sociedad y los políticos que tenemos. ¿Cómo es posible tanta apatía durante tantos años? ¿Qué sensación nos crea el abuso que exhiben diferentes rostros del poder? ¿Acaso nadie del Sistema posee dignidad suficiente para acometer su misión social, para poner freno a la desvergüenza? Silencios y sometimientos culpables nos llevan, ya lo estamos comprobando, a sufrir graves carencias económicas y morales. ¿Por qué perseverar?

Tras abolir del Código Penal Sedición y Malversación, objetivamente relevantes en cualquier Estado de derecho, se inaugura la variante tribal donde una camarilla informa y cambia Disposiciones, Leyes y Constitución, avasallando el dominio popular junto, todavía peor, al Sistema. Voceros del sanchismo —hay quien afirma que, en lugar de contar con dos mil asesores, precisaría sustituir algunos por tertulianos— justifican estos asaltos antidemocráticos recordando que el PP hizo “sus pinitos” cuando gobernaba. Si aquello fue abuso debieron pagarlo, pero nunca servir de pretexto porque el argumento ad hoc que justifica un delito se tiñe del mismo. El método se asemeja a la propaganda nazi, nefasta, estimulante (fundamento del vocabulario), de Joseph Goebbels. Más allá, preocupan los intentos insólitos de controlar el poder judicial con procedimientos arteros.

En ocasiones, lo extraordinario se vuelve ininteligible y cala mejor la simplicidad, lo cotidiano. Objetivamente, lo superficial no aporta el saber pleno, tampoco estimula la acción por convencimiento, aunque suele optimizar efusiones, poco racionales, supeditadas a sentimientos o instintos bajos mediatizados por un dogmatismo ciego. Rememoro, elecciones del dos mil cuatro, aquel eslogan de Rubalcaba “España no merece un gobierno que mienta”; tuvo, al menos, una acogida extraordinaria. Hoy, tenemos un gobierno que ha hecho de la mentira, propaganda e imagen, su programa único y la sociedad parece vivir en ese ámbito especial sin hacerse preguntas incómodas. Progresamos porque se va ahormando una sociedad que transige cualquier despotismo, a secas o endulzado por el nuevo y fraudulento vocabulario sanchista.

viernes, 9 de diciembre de 2022

REPRESENTACIÓN Y REPRESENTANTES

 

Hasta hace unos minutos no encontraba tema sobre el que trenzar algunos renglones ajustados al actual momento trepidante. Ayer, lunes, en mi acostumbrada partida al dominó con compañeros cultos —aunque pésimos jugadores— les sometí a sin par encerrona con resultado negativo. Manos mal que cayó en mis manos un wasap donde un diputado indigente, a la vez que trepa, manifestaba: “Ni tenemos rey, libertad y repúblicas. Las fuerzas políticas independentistas, soberanistas y republicanas firmantes de esta declaración queremos manifestar: la monarquía española y su máximo exponente, el rey de España, no nos representa. La sociedad catalana, vasca y gallega rechazan mayoritariamente la figura de una institución anacrónica, heredera del franquismo, que se sustenta en el objetivo de mantener e imponer la unidad de España y sus leyes, negando así, sus derechos civiles y nacionales que asisten a nuestra ciudadanía y a nuestro pueblo”.

Me repugnan los hipócritas y aprovechados. Por este motivo, sin responder a este tipejo (hasta ahí podíamos llegar), deseo aclarar un par de puntos. En primer lugar, nadie y menos un político que tiene una representación virtual en este país —como veremos a lo largo del artículo— puede arrogarse ninguna mayoría social. En segundo lugar, la unidad de España procede de los Reyes Católicos y las leyes, en el fondo, del Código de las Siete Partidas, otorgadas por Alfonso X en mil doscientos veintiuno. Respecto al anacronismo de la monarquía, podría discutirse; no así que sea heredera del franquismo. El silencio o reserva no llevan implícitas verdades confirmatorias e incuestionables como suele aducirse con exceso. Una persona íntegra, sea gañán o no, si siente repulsión por el sistema, la Constitución o el país donde vive, lo menos que debe hacer es vivir de la caridad de sus seguidores, no del vínculo denigrado. Delatemos a los fariseos.

La representación política tiene bases que no se ajustan a ningún código de conducta ética y menos a derecho. Es evidente que el representado cede sus arbitrios y privilegios públicos a representantes que, a cambio, aseguran adeudos de guarda hacia sus representados sin que, en España al menos, haya libranza o pagaré manifiesto, porque votar cada periodo de años, sin más, constituye una tomadura de pelo. Tal situación, es totalmente dominante, anómala, con menoscabo de derecho y hasta regodeo por un aventurerismo hediondo. Ese alejamiento palpable hace que la representación en nuestra llamada democracia tenga ribetes insólitos, dignos de profundas lucubraciones psicológicas. Decía Churchill que la “democracia era el sistema menos malo de los conocidos”. Ignoro a qué tipo de democracia se refería, si al conocido por él o era una hipótesis asentada sobre alguna que su meditación hacía digna de tal nombre o motejo.

Llevamos siglos advirtiendo que la retórica es el único cimiento entre un pueblo ingenuo, candoroso, palurdo y su clase política con parecidos alcances, pero dotada de desmemoria y, sobre todo, de ningún escrúpulo. Lo de arramblar ese porcentaje variable según acumule el erario público, se ha convertido en “instrucción” del buen político (en este caso ladrón, ya hecho hábito). Habrá algunos que puedan certificar —lo harían solo en el lecho de muerte— documentalmente que los políticos conocen a la perfección las más complejas técnicas financieras, los testaferros más indómitos y esos recónditos países donde afloran embozados paraísos fiscales. Al ciudadano de a pie le resulta imposible demostrar nada de lo dicho, ni tiene medios ni competencia para escudriñar ciertos signos externos que revelan o propician, dejan al descubierto, lo que pretende ser una incógnita.

Representación, en este contexto antedicho, es una especie de alienación en la que el sujeto no controla un bien que se vende a un extraño. Rousseau, Hegel y otros la traducen por extrañación, distanciamiento. Para el psicoanálisis alienación es una patología de la idealización y de la identificación. Se le equipara también a la “isla desierta” donde se impone la libertad bajo el arcano ciclo opresor. Cuenta con unos representantes, entre ellos los Ciprianos, contando y cantando bellos sueños de libertad hasta que llega el poder opresor e impone una tiranía sostenida. Veremos si Javier Lambán, presidente de Aragón, no paga ante el césar sus audaces y libres meditaciones. Hanna Fenichel Pitkin, profesora emérita de ciencia política, se pregunta si la representación política sea solo una ficción, un mito que forma parte del folklore de nuestra sociedad y se cuestiona si lo que hemos llamado gobierno representativo no es en realidad una competencia de políticos por el cargo. Preserva, por encima de todo, no a los partidos sino al sistema como bien común.

Nuestros representantes, pertenezcan a la ideología más “progre” o “facha”, demuestran interés nulo por el ciudadano. Nadie ni nada importa más allá de los líderes y sus secuaces que les llevan al podio. El resto son piezas, dicen, activas, necesarias y soberanas, de una democracia maliciosa que quedan fundamentalmente al amparo de la providencia. El recordado pacto contractual, por tanto adscrito a lejano compromiso casi jurídico, se convierte en desaire cuando no recibe un galanteo burlesco. Considero que cualquier contradicción entre lo dicho y luego hecho por el representante, rompe a todos los efectos el acuerdo social, político (aun el idealizado jurídico) y debiera sufrir las consecuencias punitivas que estén obligadamente establecidas de forma minuciosa. ¿Acaso hay algo que supere en decencia la custodia de un sistema y el bienestar de sus ciudadanos?

Ahora, en estos momentos, ocurre lo contrario. El partido, da igual su extracción ideológica, se ha convertido en sistema de forma ficticia, perniciosa y gravísima para los intereses de los representados, oficialmente dueños de esta democracia (el sistema) que todos los políticos le endilgan a la sociedad de forma invariada y postiza. Es decir, la democracia no nos pertenece. Actualmente la ocupan Sánchez (ni siquiera el PSOE), un sosia de Pedro Castillo —el peruano— PP, Vox, Podemos, ERC, JxCat, PNV. Bildu y minúsculos grupos que coadyuvan a que así ocurra. ¡Cuánta razón lleva Pitkin al asegurar que los representantes quedan arrobados ante una competencia casi belicosa por el cargo y luego, en ruptura (tal vez agresión) antinatural, constituir ellos el sistema!

Estamos a las puertas de la desaparición en el Código Penal de Sedición y Malversación por interés personal.  Hemos sufrido mermas en nuestros derechos constitucionales y ciudadanos. El Poder Judicial ve tambalear su independencia ante decisiones unilaterales y descontroladas. Un oscurantismo alarmante se ha adueñado del país. En suma, que esos condicionantes tácitos o explícitos entre representados y representantes son una filfa. En Perú, el intento de corromper el sistema por su presidente Pedro Castillo ha dado con sus huesos en la cárcel. Aquí, sin llegar a esos extremos, pero sí aguantar extralimitaciones oprobiosas, la impunidad se ha convertido en norma suprema. Sin duda, Perú no es España, pero todo puede y debe cambiar.

viernes, 2 de diciembre de 2022

FEIJÓO NO DA LA TALLA

 

No se precisan conocimientos estratégicos ni destrezas militares aprendidas al efecto; basta disponer de sentido común sin más. Si en una contienda un bando está fuertemente atrincherado, con amplio despliegue armamentístico, reforzado por varias partidas de implacables insurgentes y con aguerridas divisiones mediáticas, mientras otro le hace frente a cuerpo, solo armado de pacífica disposición esperando un afecto imposible, puede asegurarse que este último será pasto de buitres y otras alimañas rapaces. He dibujado el escenario a que se enfrentará el país en la larga campaña electoral. El sanchismo utiliza las más burdas, anticonstitucionales y disgregadoras decisiones —luego bendecidas por una recua de tertulianos mercenarios y batallones mediáticos— como si tras ellas se escondieran consagrados proyectos de justicia, hasta hoy desconocida, y bienestar.

Sánchez y su sanedrín carece de límites ni escrúpulos. Un oscurantismo desconocido le permite utilizar el Estado de Derecho (es tanto como “afiliar” a todos los españoles) para el personal interés del cacique. En un rasgo autocrático evidente, bordea, si no pisotea, la Constitución referida básicamente a las Instituciones y Derechos Ciudadanos. Los sucesivos intentos de someter al Poder Judicial, quebrando su independencia, constatan un inconfesable control dictatorial —visto también CNI, Tribunal de Cuentas y Centro de Investigaciones Sociológicas— hacia Instituciones básicas de la Nación. Durante la pandemia, aquellos Estados de Alarma instigados por “un comité de expertos”, más falso que Judas, fueron declarados a posteriori inconstitucionales. Vulnerar los derechos ciudadanos, ¿trajo alguna disculpa, dimisión o cese? Nada, y el PP tocando el violón.

Atenta, en un desenfreno estúpido e insólito, contra el pundonor de los españoles por sus arqueos ante quienes pretenden destruir, al menos, la convivencia nacional. Él mismo reconocía la imposibilidad de acordar nada con ciertos grupos situados en las antípodas de lo que podría denominarse “normal”. Por rememorar alguna declaración citaba, entre otras de parecido jaez: “jamás pactaré nada con Bildu” o “cualquier consonancia con Podemos me quitaría el sueño”. Hoy, realiza componendas individuales, innecesarias pero garantizándose el futuro, con Bildu. Podemos se ha convertido en imprescindible recíprocamente para mantener el poder él y Sánchez. Sobra la turbadora, pero bienamada disposición del independentismo inmovilista, reaccionario. Con esta compañía nada recomendable el sanchismo fuerza un futuro que exige ya inmediata fecha de caducidad.

Los acontecimientos descritos debieran tener respuestas contundentes. Sin embargo, la plana mayor de Feijóo recomienda moderación; una moderación que salta por los aires cuando se trata de Vox. Pareciera que el PP, en connivencia servil con Sánchez, quisiera recuperar un bipartidismo que este ya rechazó estentóreamente el 10 N de dos mil diecinueve. Desde hace un lustro, al PP le ha incomodado primero Ciudadanos y ahora Vox; nunca ese PSOE desaparecido tiránicamente bajo el imperio incontestable de un césar dominado por conciencia laxa, o sin ella, para asociarse con todos los extremos, habidos y por haber, sin el más mínimo sonrojo. Recuerdo la infamia perpetrada por Casado con motivo de la Censura presentada por Vox contra Sánchez. Hoy debería presentarla el PP, pero invoca desconfianza porque no tiene todos los ases bajo la manga.

La sociedad mayoritariamente, aun dentro de su apática ignorancia, ha decidido concederle a la izquierda toda reputación ética refrendada por inmovilidad y adhesión cómplice de la derecha. Escapa a toda lógica que el PP (sus líderes) se hayan dejado secuestrar un terreno en el que tendrían todas las de ganar resucitando la verdadera Historia del PSOE y los fraudes narrados sobre una derecha social sin apego al golpe ni a la dictadura. Franco consiguió que la derecha elitista nacional se uniera al alzamiento en defensa propia, para evitar su saqueo. No obstante, iniciar a estas alturas una Causa General sobre diferentes motivaciones de unos y otros, que terminaron con medio millón de muertos baldíos, me parece intempestivo y necio. Remover el pasado culposo a todos, no solo atenta contra el presente, sino que lo hace irreversible. ¡Pobre juventud!

Terminar con el sanchismo —sus desvíos y parámetros antidemocráticos, dictatoriales— se ha convertido en cuestión de Estado. Los esfuerzos de los españoles sensatos, previsores, deben ir encaminados hacia ese objetivo. Cierto que Fejóo no parece encarnar la indomabilidad de Churchill cuando dijo: “Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas”. Al contrario, Feijóo les mece la cuna. De ahí su labor de zapa contra Vox, olvidando que sin él no puede gobernar y, visto lo visto, con él le aterra por lo que pueda insinuar un sanchismo que se ha saltado toda la normativa constitucional y abandonado cualquier expresión terminológica conveniente. Ayuso configura una auténtica tortura china para un Sánchez descompuesto (quizás desamparado) porque ve en ella el enemigo, único, indestructible. Feijóo, pese a las encuestas, no le quita el sueño.

El problema que arrastra el PP —por tanto, Feijóo— es que necesita fuerza moral para “atajar”, oponerse con la pureza de una Vestal, a las violaciones constitucionales del sanchismo. ¿Cómo puede reaccionar a los tejemanejes en materia institucional, lingüística o jurídica que lleva a cabo el ejecutivo de Sánchez, si todo ello se hizo con la connivencia y cooperación necesaria del PP? ¿Se necesita recordar que siendo Feijóo presidente de Galicia hubo oposiciones para funcionarios, abiertas a cualquier español, donde se exigió una prueba eliminatoria en gallego? Esta coyuntura le ilegitima, entre otros fundamentos, para resolver el obligado dilema del español en Cataluña, Valencia y Baleares. Ayuso no guarda ninguna lacra pretérita para manifestarse con razón, firmeza ni servidumbres sobre cualquier asunto. Motivo por el que Sánchez desata tanto esfuerzo desesperado, a la vez que infructuoso, para hacerla desaparecer políticamente.

Objetivamente, al PSOE puede quedarle una pizca de credibilidad si el personal recuerda a Felipe González, cosa improbable porque la socialdemocracia (salvo en Alemania) registra un retroceso histórico, por tanto de reputación, en toda Europa. Zapatero trajo descrédito; el sanchismo ha traído insolvencia y ridículo. Tal antecedente no da por bueno cualquier candidato para arrojar a Sánchez del poder. Se necesita una persona sin grietas, redonda, para que el farsante no pueda asirla de ningún recoveco. Para mí la candidata ideal es Isabel Díaz Ayuso, pero podría servir Elías Bendodo o cualquier joven líder autonómico excluido de viejos peajes. Se necesita alguien capaz de empatizar con Vox, Ciudadanos y partidos de la España vaciada bajo el lema indiscutible: “primero el ciudadano español”, sin dobleces ni estafas. No es momento de trivialidades ni errores.