viernes, 29 de septiembre de 2017

ATADO Y BIEN ATADO


Nos acercamos a una respuesta definitiva, a desentrañar cuánta inconsciencia existe entre quienes ponen en riesgo la placidez ciudadana. Mientras llega Cronos y desvela si hay motivos para tanta inquietud, el común atiende ansioso, debates, telediarios, hasta empaparse de información. Observa que aparecen sobre el horizonte patrio negros nubarrones de fanatismo. El espanto mortifica a individuos poco acostumbrados a leer, menos entre líneas. Un ¡ay! generalizado ocupa el espacio que unos y otros se encargan de emponzoñar imprudentemente. Tal vez sea este el único cabo suelto, el elemento incontrolable en la operación de laboratorio que están llevando a término. Integrar un catalizador social resulta explosivo porque es imposible precaver el comportamiento humano sometido a presiones extremas.

Venimos reparando de qué manera nuestros prohombres atizan el fuego. Manifestantes “espontáneos”, “pacíficos”, rodean a la Guardia Civil, queman sus coches y los vejan de forma inmisericorde; tal vez, por ser hombres de paz. El campo contrario se siembra de loas, de adioses épicos, de arengas, que superan cualquier prurito compensador. Y todo se manosea en las pantallas hasta tonificar sentimientos divergentes e irreductibles. El escenario queda dividido; una división programada, necia, para forzar comportamientos inciertos a la hora de mantener el orden y la convivencia. He aquí la rueda de molino con la que nos quieren hacer comulgar y van aliñando durante años. Huyen, haciendo guiños liberales, del “ordeno y mando”; precisan una sociedad de relleno, de excusa democrática. A la par, velan arbitrariedades, excesos, abusos, apropiaciones e ineptitudes sin fin. Quienes empiezan a vivir de la bicoca en que se ha convertido la política nacional, aprestan lengua, dientes y manos. Son artificios imprescindibles, necesarios.

Sí, amigos. El1-O cada cual cumplirá sus compromisos de forma sui géneris. El gobierno porfiará presionando para que la gente no vote. La horda independentista votará jugando al ratón y al gato, pero votará. Los medios ampliarán los esfuerzos de ambos ejecutivos para que el personal vea la realidad virtual acordada. Al final, la votación quedará en agua de borrajas, no habrá vencedores ni vencidos y se tomará la decisión de iniciar conversaciones “para evitar males mayores”. De repente, políticos “irreflexivos”, “irresponsables”, entrarán en lucidez -amén de inspiración sacra- propiciando conciertos imposibles hoy. Cuán liviana es a veces la voluntad y con qué sacrificio retorna a fin de conseguir convivencia y paz sociales. Constituye su excelsa contribución de gobernantes juiciosos, dicen. Cínicos.

Que… ¿cuáles son mis argumentos? Los procedentes de un sentido común “trabajado”. Weber opinaba que poder y dominación eran sinónimos. Robert Michels aseguraba que todo poder queda supeditado al control de grupos reducidos, políticos o financieros. Demasiado condescendiente con los políticos, sabía que el poder sustantivo, imperecedero, es patrimonio del mundo capitalista. Este dominio solo puede mantenerse mediante farsa o violencia. Al político le corresponde el indigno papel de encarnar la farsa. Pueden soslayarse así, dentro de lo posible, reparaciones violentas. No obstante, debiéramos recelar de quien se confiesa pacífico y persona de orden. Así lo constataba Diderot: “Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control”.

Un presidente, por torpe que parezca, está sometido a designios, a planes, que escapan al contribuyente. Especulamos que Puigdemont, verbigracia, es medio simple si cree que Cataluña seguirá en la CEE y que el PIB catalán, junto a la renta per cápita, aumentará notablemente con la independencia. Sabe que no es cierto, y en el supuesto improbable de que no lo supiera se lo harían saber. La independencia trae como obligada compañera de viaje la ruina del Barcelona Club de Fútbol, el empobrecimiento de cientos o miles de empresas cuyos propietarios no lanzarán cantos a su tejado, la indigencia política de tanto abrazafarolas y la miseria de una sociedad que tardaría meses en gestar graves revueltas.. ¿A quién le interesa, pues, una Cataluña independiente? A nadie. Miento; le interesa a cualquier español harto de la insolidaridad y egoísmo catalán, fruto del adoctrinamiento mezquino reiterado en anteriores artículos. Realizan ejercicios de distracción porque ese éxtasis identitario, fabricado durante cuarenta años de evangelio educativo, ha sobrepasado las líneas trazadas generosamente por el conjunto político-judicial.

“Del fanatismo a la barbarie no hay más que un paso” mantenía un enciclopedista francés. Políticos y financieros, todos, se han asustado de su propio monstruo, creado al objeto de ocultar corrupciones excesivas; reviviendo, al paso, entusiasmos interesados. Aquella avalancha social que hace tres años, en la Diada, superó a la vanguardia política que servía de freno, les metió el miedo en el cuerpo. ¿Qué hacer? ¿Retroceder? Sí, pero de modo que pareciera avanzar. Luego vendrán sugerencias de todo tipo para componer el dislate. De momento, el plan les saldrá redondo mientras la sociedad castellana, extremeña, valenciana, etc. continúen alimentando una indolencia onerosa y delatora. ¿Saben cuánto nos va a costar Cataluña? Aparte daños morales, miles de millones en el acatamiento e incontables más para “convencerlos” de que España los quiere. Somos, sin ningún género de duda, su gallina de los huevos de oro.

Entre tanto CUP y Podemos bajo todas sus siglas, de forma vergonzante, quieren obtener buena pesca de este río revuelto al que los medios agitan las aguas, de por sí bravas. Lo malo, asimismo, no es que ambicionen pescar, lo hediondo es que intenten convencernos de que su caña, a fuer de democrática y honrada, es la mejor. Como siempre ocurre, se impone la quimera de los vencidos, sin sentir que todos somos derrotados; de los que quieren demoler lo imposible y se niegan a levantar lo deseable. Cabe mi tesis o todos nos hemos vuelto locos.

Una vez más -permítanme el inciso porque viene a cuento- rememoro que lo ocurrido al Banco Popular fue un robo con nocturnidad y alevosía. Los intentos del Banco de Santander, único privilegiado y cómplice necesario, no permiten ninguna solución aceptable. Yo no quiero bonos de fidelización, quiero mis acciones dentro del circuito de valores. Caso contrario, prefiero mantener viva la evidencia del requiso que haré expreso de vez en cuando. Espero manifestarme en nombre de miles y miles de accionistas burlados.

 

viernes, 22 de septiembre de 2017

DE ALBERTO GARZÓN A KARMELE MARCHANTE

He de reconocer con afligida humildad que, pese a mi vocación analítica y escepticismo sempiterno, me han decepcionado dos políticos. Quizás fuera más apropiado hablar de engaño, de ser un ingenuo damnificado. Zapatero y Alberto Garzón ganaron, inoportuna e infundadamente, mi confianza. Y ambos lo hicieron por la cara. Zapatero camuflaba un caradura tras la careta, tal vez máscara, de necio supino aderezado de generosa bobería. Con esa expresión, ¿quién no le compraría un coche de segunda mano? Luego resultó, en vez de galgo, podenco; o salchicha, que corre menos. Don Alberto, exhibe rostro intuitivo, vivaz, clarividente, espejo de equilibrio y sosiego. A poco, se impone la realidad con un cortejo hueco, sin fecundar, indigente. Dejo escapar un ¡oh! efímero, desencantado, yermo. Al momento, desaparece el político llamado a representar un papel cardinal en la izquierda marxista y emerge, por ensalmo, un remedo populista, onírico, extraterrestre; un placebo.
Vislumbro estupefacto al amable lector por el epígrafe que encabeza este artículo. No me extrañaría una pregunta imperiosa, razonable: ¿Qué tienen en común ambos personajes? Solo se me ocurre aventurar similitud en su hipotética inteligencia. Es conocida la opinión generalizada sobre el cimiento intelectivo del diputado Garzón. Al mismo tiempo, las excentricidades de la pintoresca periodista se suponen debidas a un alto grado de coeficiente mental. Cierto es que los excesos o defectos extremos suelen capitalizarlos quienes superan por mucho, o no llegan, esa línea -ridícula pero cruel- que conforma la normalidad. En este caso, ambos se acercan, supuestamente, al límite superior. Este, y no otro perceptible, es el yugo que los enlaza.
Sin embargo, y pese a lo dicho, el mejor escribano echa un borrón. O dos. Alberto Garzón, entrevistado en un programa nocturno de una cadena televisiva, se dejó decir algunas frases que paso a examinar. “España necesita una Constitución que faculte el Estado Federal”. Si el federalismo fuera simétrico, solidario, los políticos y gran parte de la sociedad catalana no lo aceptarían. Si fuera asimétrico, no sería federalismo en sentido estricto. A más a más, que dirían los catalanes, un Estado único es incompatible con un sistema de estas características por definición; sí, cantonalismo federal como ya se hiciera en la Primera República y cuyos alcances fueron caóticos. Cierto que pueden alegarse múltiples argumentos para constituir uno u otro Estado federal adscritos a diferentes postulados. Por eso, todo el mundo habla de él pero nadie lo perfila. 
Insiste, pobre, en un referéndum pactado. Olvida que la Constitución proclama y defiende la unidad de España y su soberanía nacional. Por tanto, primero hay que modificarla mediante Cortes Constituyentes y posterior referéndum nacional. Cualquier apelación a una consulta pactada, implica un fastuoso brindis al sol; vano y estúpido voluntarismo con esperado rédito electoral. Menciona como ejemplo que debiera derribar barreras el referéndum escocés, sin especificar características, condiciones y leyes que lo ratificaron. Estoy convencido de que Cameron cumplió la ley. Si Rajoy lo permitiera aquí, en estas circunstancias, tomaría las normas y los derechos ciudadanos por el pito del sereno. Los que vociferan e invocan el derecho a la autodeterminación de las naciones (que ya expuso Lenin a principios del siglo XX, advirtiendo diferencias notables respecto al que se pretende aquí), si gobernaran, responderían exactamente igual que la URSS con Hungría, en mil novecientos cincuenta y seis, o Checoslovaquia, en mil novecientos sesenta y ocho.
Los excesos, que por cierto no tienen linde ni finiquito, atesoran consecuencias aflictivas; de mayor enjundia si son acometidos por un responsable político. Garzón manifestó que en Cataluña se aplica la ley “de forma radical y espantosa”. Parece demencial que alguien afirme semejante barbaridad refiriéndose a un país democrático; más si cabe, cuando lo hace un personaje público. ¿Qué confianza y respeto puede sugerir un político que se expresa de tal guisa cuando debiera cumplir y hacer respetar las leyes? Don Alberto persevera y afirma rotundo que se están conculcando los derechos fundamentales. Caricaturiza nuestro poder judicial y trasluce el devenir de cualquier nación donde la democracia brilla por su ausencia; verbigracia, Venezuela. Él llamó a la oposición venezolana, terroristas. Pasión y razón no casan, son antitéticas, divergentes.
Descargando furia y responsabilidad únicas al PP, afirmó impávido que Unidos Podemos respalda a los independentistas porque están -yo diría viven- contra Rajoy. Excelente y sutil motivo; riguroso, convincente. Desgrana, tipo papagayo, la relación habitual de sitios comunes: “Estamos en un Estado de excepción”, “el conflicto catalán es político y precisa soluciones políticas”, “aplicar la ley ahora puede agravar el asunto”, “para resolver la situación es necesario gente responsable”, “la Constitución hay que cambiarla, no reformarla”, etcétera, etcétera. ¿Caeremos algún día en manos de estos indocumentados? No creo que la sociedad ni el ensamblaje internacional lo permitan.
Adivino que ustedes, amables lectores, van cayendo en la cuenta del porqué de este epígrafe. Karmele dijo en un rapto de estulta progresía: “Yo quiero quemar el Tribunal Constitucional y la Conferencia Episcopal”. ¿Solo? Qué modesta se insinúa esta señora cuyo sentido del ridículo desapareció hace tiempo. Pues bien, ambos personajes -tenidos por inteligentes- vienen constatando lo incierto de tal opinión. Comprobamos que la dádiva social supera los atributos intelectivos de Alberto y Karmele. Personalmente, esta última me es indiferente respecto a su naturaleza, hechos y dichos. Garzón no; Garzón, en quien confié tiempo atrás, ha terminado ofreciendo hechuras endebles, cerriles. Me ha defraudado. Por todo lo expuesto, hubiera podido titular el artículo: “Del populismo erosivo al esperpento”.
Por cierto, hablando de esperpento no me resisto a recordar las palabras de Joan Tardá en la Universidad de Barcelona: “Nosotros y vosotros tenemos el compromiso de parir la República, pero quien la ha de capitanear sois vosotros. Y si no lo hacéis, habéis cometido un delito de traición a las generaciones que no se han rendido, y cometeréis un delito, una traición a la tierra”. Pregunto, ¿habla de esa misma tierra que pertenece al viento? Dios los cría y ellos se juntan.

viernes, 15 de septiembre de 2017

NI FE NI RACIONALISMO, INTRANSIGENCIA

Cuando se habla de doctrina, sobre todo religiosa, surge raudo, necesario, un interrogante: ¿es la fe irracional? Algún malévolo advertiría en tal indagación un matiz peyorativo muy alejado del auténtico objetivo. Se inquiere con rigor si fe y raciocinio son términos opuestos; si fe corrobora lo que no tiene respuesta lógica, inteligible. Una especie de luz meta-intelectiva capaz de iluminar regiones oscuras del conocimiento. Desde luego, admitir como certidumbre aquello que niega la razón es propio de personas especiales. Tanto que, en ocasiones, se aproximan a un fundamentalismo intolerante hace años proscrito por la Iglesia. Verdad es que se trata de porcentajes mínimos, pero hacen un daño terrible a la institución eclesial. 
Sé que el debate fe-racionalismo tiene mucho recorrido y argumentos varios, amén de variopintos, para sostener posturas antagónicas, incompatibles. Desde el enfoque clásico (más o menos sofista) hasta uno actual, tienen cabida las conjunciones más sorprendentes y divergencias menos previstas. Cada época descubre querencia, métodos y principios por los que se perfila un sistema filosófico; en definitiva, proyectos de vida y de muerte. Porque, a la postre, el hombre reflexiona, se mueve, para hallar respuestas válidas. Debe convencerse de su papel en el mundo y lo que le espera -o no- más allá de él. Las ciencias sociales se encaminan a descubrir, conocer detalladamente, el objeto primero y último de nuestra existencia.  
Siglos de lucubraciones filosóficas, de escepticismo liberador, sobre estas cuestiones y su reflejo social, han servido para poco. Nos seguimos preguntando igual que hace milenios. Apenas hemos progresado en la búsqueda de resultandos que produzcan felicidad. Continuamos viviendo en esa incógnita que se hace más patente cuando nos acercamos a la hora final. Fe es lo único que le aproxima, le predispone a ver, le trasciende. Si Friedrich Nietzsche proclamaba: “Tener fe significa no querer saber la verdad”, Kierkegaard mantenía que para vivir la mejor religión era el protestantismo y el catolicismo para morir. Por tanto, el individuo es consumidor forzoso de doctrina sin tener necesariamente conciencia de ello. Haciendo paralelismo de una famosa reflexión: vivo, muero, luego doctrino.
Lejos de pretender polémicas inútiles sobre una materia que al cabo de los siglos sigue viva e indeterminada, voy a describir unos hechos merecedores de sosegado estudio. Tengo una nieta pequeña que fue bautizada el pasado día diez del corriente mes. Mi hija, madrina del acontecimiento, ya había expresado alguna prevención sobre el sacerdote. Bien pertrechado -al parecer- de estudios humanísticos, mostraba desmedidas rigideces cuando se precisaba concretar algún fleco poco importante para cualquiera. Él, exagerando la ortodoxia ritual o dogmática, tendía a excesos nada propicios para limar asperezas. Según referencias, de ordinario le distingue un talante casi preconciliar extemporáneo y estéril.
Joven y algo atropellado, nos brindó una extraordinaria homilía. Exhibió sobradas facultades retóricas que completaban presuntamente buena formación. Después supe de sus pretensiones por alcanzar puestos relevantes, al menos obispo. Concluida la misa, destapó una sorprendente caja de atronadores fuegos artificiales. Según deduje, la tarde anterior hubo procesión. Acompañada de banda local, su repertorio consistía en pasodobles y otras piezas de parecida índole, siguiendo la tradición secular. Quienes eran portadores, movían la imagen al mismo ritmo en un baile heterodoxo. Esta circunstancia, desde su punto de vista, implicaba falta de respeto; hecho que motivó algunas discrepancias y advertencias de abandonar la procesión si no se cambiaba de actitud. A medio recorrido, terminó abandonándola. Alguno de los intervinientes directos me hizo observar, en los previos al ágape, pequeñas inexactitudes entre lo ocurrido la tarde anterior y lo expuesto.
El epílogo de aquella reseña admonitora consistió en amenazar a los presentes que el próximo año -si no se tenían en cuenta sus indicaciones y previo compromiso- la imagen no saldría de la iglesia. Aunque el escenario expuesto no me afectaba, porque no era mi pueblo ni soy cristiano practicante, lo felicité por la homilía al tiempo que le trasladé mi desacuerdo con su proceder. Pretendí que discriminara fe, dogma, ritual y costumbre. Prefirió, una vez más, tomar el camino de la intransigencia y de forma altiva, petulante, me espetó: “Soy licenciado en filosofía”. Qué bien, ¿y? ¿Acaso para ser ducho en tauromaquia se precisa ser torero?
Al buen hombre le queda un largo trecho para ser obispo. Seguramente conseguirá buen soporte teológico; pero, salvo cambios sustanciales, desplegará graves déficits en empatía. Sí, sé que política e institución religiosa -pese a su similitud- traslucen diferente complexión. Un político no puede tener éxito sin el pueblo, un obispo o cardenal (homólogos del político), sí. La Iglesia, pese a ese supuesto ministerio espiritual, siempre ha transitado por caminos distintos a aquellos de los fieles. Ignoro si a esto le ha llevado su naturaleza exegética. Lo cierto es que el desapego del individuo (cuando es básica para ayudar al tránsito definitivo, como admitiera Kierkegaard) no le viene por divergencias racionalistas, o de fe, sino por una impronta preceptiva e intransigente.
Nunca fuimos cuerpo místico y lo expuesto es un botón de muestra.
 
 

viernes, 8 de septiembre de 2017

RAZONES Y SINRAZONES


El tema catalán, que no problema, ha estallado en todo su histrionismo melancólico. Nos hallamos ante las postrimerías de un trance anunciado. Hasta el propio gobierno ha tenido que saborear su particular incredulidad. Nadie, en su sano juicio, vislumbró que los acontecimientos se dispararían hasta este estadio, a medio camino entre ceguera y desatino. Se tensa la cuerda excesivamente; tanto que, siendo irrompible, todos quedarán exhaustos. Sospecho que algunos políticos saldrán descalabrados, pero con los bolsillos llenos. Será una derrota victoriosa porque, como sentenció Quevedo con acierto: “Poderoso caballero es don dinero”.  La sociedad, qué duda cabe, quedará para el arrastre.

Los prebostes catalanes, en las antípodas del pueblo, llevan cinco siglos inventando vanas razones, asimismo inoperantes. Levantan (con la complicidad involuntaria, o no tanto, de una sociedad porosa e incluso de políticos livianos) convulsiones estratégicas para enmendar algún camino torcido. Se rodean de banderas, de pueblo, para -generalmente- ensuciar ambos. Pretenden, como objetivo básico, teñir errores, ineptitudes o trinques. De rebote, es probable que la sociedad catalana perciba algún mejunje apartado del festín principal. Semejante escenario deja traslucir una sociedad menos diestra, más insípida, de lo que pudiera juzgarse tradicionalmente. Siempre se la ha tenido por vivaz, incisiva, laboriosa, pero los hechos indican lo contrario.

El Diccionario de la Real Academia, en su acepción cuarta, dice: “Razones son argumentos o demostraciones que se aducen en apoyo de algo”. El mismo diccionario, dice en su primera acepción: “Sinrazones son acciones hechas contra justicia y fuera de lo razonable o debido”. El mal llamado “problema catalán”, en realidad no ha existido nunca. Desde el siglo XVII, cuatro políticos -previo adoctrinamiento popular- han utilizado a los catalanes para alcanzar mayores dosis de poder; tal vez, tapar graves casos de ineptitud o corrupción. Al final, razones antiestéticas, políticamente rechazables, se han convertido (mejor las han convertido) en sinrazones injustas, onerosas, trapaceras y folklóricas. Les encanta utilizar el señuelo del independentismo, que preparan durante años, para alimentar una expectativa irracional; aglutinante, pero perturbadora.

La Historia muestra que los políticos catalanes, apoyados por una sociedad maniquea, de púlpito, llegan al clímax de las reivindicaciones siempre con gobiernos fuertes; cuando conjeturan casi imposible alcanzar sus objetivos. Veamos. En mil seiscientos cuarenta, justo cuando el rey Felipe IV poseía un ejército poderoso, se inició la primera revuelta catalana. La segunda, en mil setecientos catorce, cercana la victoria de Felipe V tras la Guerra de Sucesión. La tercera, corría el año mil ochocientos cuarenta y dos, se produjo siendo regente el audaz general Espartero. Durante la Segunda República, mil novecientos treinta y cuatro, esperaron a que hubiera un gobierno de derechas, menos proclive a permitir la independencia. Ahora, igual; tras cuarenta años de Transición y una vez perdida su influencia en la gobernanza del país.

Hecho el repaso histórico, da la impresión de que los políticos catalanes esperan el peor momento para airear la bandera del independentismo. Encuentro dos razones. Por un lado, una vez conseguida la independencia, los partidos independentistas perderían su razón de ser. Además, doy por seguro que ellos sí saben que, de forma inmediata, sería la ruina del naciente estado y el comienzo de peligrosas revueltas sociales. Por lógica, solo pretenden mantenerse en el poder, impunes y ricos. Hace tiempo que, al partido de cara lavada, PDeCAT y a ERC, se les ha terminado el crédito. Les resta una peligrosa huida hacia adelante, bajo el amparo de PP, Ciudadanos y un PSOE que anda rumiando su estrategia partidaria. Podemos, como de costumbre, navega en un “ni sí ni no, sino todo lo contrario”. Quizás cambie de discurso y se aferre a un “sí y no, pero también todo lo contrario”. CUP, resulta el fertilizante necesario para nutrir dicha componenda. A la larga, y a la corta, resultará una crónica de simetrías o asimetrías. He aquí la madre de todos los acuerdos políticos tan auspiciados por algunos.

¿Por qué González, Aznar, Zapatero y Rajoy, permitieron atropellos lingüísticos y adoctrinamiento en Cataluña? ¿Por qué PSOE y PP se apoyaron en partidos nacionalistas a cambio de generosas concesiones? ¿Por qué Rajoy ha renunciado al poder ejecutivo articulándolo ilegítimamente en el Tribunal Constitucional? ¿Por qué no se ataja de manera rotunda el incumplimiento, e incluso burla, de las resoluciones constitucionales? Creo que existe un pacto tácito, incapaz de consolidar la convivencia, y cuyos efectos, a poco, pudieran ser lamentables. Jugar con fuego resulta peligroso, más cuando alguien se empeña en apagarlo arrojando gasolina. O descubren pronto el pastel o este camino lleva indefectiblemente al enfrentamiento.

Arrimadas -bien a título personal, bien a resultas del presunto pacto- solicitando elecciones anticipadas ha ofrecido un freno a tanta sinrazón. Constituye, quiérase o no,  una salida inteligente, ideal. ¿Qué mejor referéndum que unas elecciones? Los independentistas ya han cargado las pilas de su campaña; incluso con exceso. Los partidos no independentistas parten, de esta guisa, en aparente inferioridad. Se impone la sensatez y el azar; cabe, como última esperanza, esta solución de compromiso. Lo demás acarrearía un final lamentable, dramático. Luego, allá cada cual con su conciencia, en el supuesto de que estos individuos la tengan. Puertas falsas y huidas suelen acompañarse de consecuencias abominables.

España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Así lo expresa el artículo uno de la Constitución.  A este fin, el gobierno debe rehuir cualquier pretexto para beneficiar, una vez más, a los políticos catalanes en detrimento de otras Comunidades que ahondan hasta el subsuelo sus miserias. Léase las Castillas, Extremadura, Andalucía, o Galicia, verbigracia. Significaría atropellar esa Ley Suprema, a la que dice defender, a la vez que conducirse, sin solución de continuidad y en su amplia concepción, de las razones a las sinrazones.

 

 

viernes, 1 de septiembre de 2017

DOPADOS


Creía, pobre de mí, que doparse era ingerir fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo. Así lo confirma el DRAE. Hasta ayer, era ámbito o acción propios de deportistas, poco trasparentes, en la competición. Al menos, se consideraba así a través de numerosas informaciones aireadas por prensa, radio y televisión. Incluso publicaban duros comentarios para evaluar tan grave vileza, al sentir de la masa. Aparte controversias, el tema ha tenido épocas implacables, inclementes, porque se llegó a una persecución insólita sin motivos aparentes. Terminó por juzgarse, de forma inmisericorde, la ética deportiva en ciertos deportes; verbigracia, el ciclismo. Pasados los años, quizás vano el interés personal, parece haberse alcanzado la calma, aunque se deba únicamente a mi propia visión; errónea, tal vez, por despiste o desgana.

Sea como fuere, el caso es que vino a quebrar mi letargo veraniego una política, tal vez inteligente, pero con obvia incultura. Me refiero a Irene Montero, portavoz del grupo parlamentario de Podemos. Ayer, tras el pleno extraordinario sobre Gürtel, fue entrevistada por un medio televisivo que practica virtud de la parcialidad. En pocos minutos, la mencionada portavoz, hizo profesión de fe -no menos de diez veces- pues a cada pregunta del entrevistador iniciaba su respuesta con un “creo”. Aparte un soniquete particular, probablemente estudiado, calcado, la señorita Montero se dejó decir dos perlas auténticas. “El PP va dopado a las elecciones”, soltó impertérrita, marmórea. Poco después, descerrajó la segunda: “Ustedes van dopados a las elecciones”.

La profusa fe que desplegó doña Irene en la breve entrevista, carece de sustancia, de entidad, para que pueda adjuntarla al epígrafe que antecede. Sin embargo, ambas menciones al dopaje dejaron en mí una extraña mezcla de espanto y conmiseración. Decía Salman Rushdie que “La literatura es la empresa de encontrar nuevos ángulos para contar la realidad”. Vislumbrar o intuir que la señorita Montero utilizó la metáfora, aunque algo distorsionada, como elemento literario para pintar, sui géneris, al Partido Popular es demencial. Primero porque, con mucha probabilidad, ni ha oído hablar del literato y, en segundo lugar, porque un político esgrime la manipulación, la doble lectura, puede que incluso la retórica generosa, pero carece de sensibilidad para usar metáforas. Utilizó un lenguaje sinuoso, pervertido, casi hermenéutico, para acusar al PP de financiación ilegal en la primera perla.

Pero donde el estupor me dejó patidifuso fue en la segunda. Aquel: “ustedes van dopados a las elecciones” supuso un quiebro, una ruptura, del mensaje. Sospecho que abrió la puerta irreflexiva del bochorno. Ayuna de sigilo, acallaba su furia contra el partido del gobierno para utilizarla contra el pueblo que le era hostil. Ustedes, apelaba a la sociedad discrepante, al grupo que les da la espalda, que no comulga con ruedas de molino. Cuando embestía al partido lo hacía en singular, razón por la que, aun dentro de la vaguedad, encontramos clara evidencia de quién es su referido. Todos los dogmáticos, a fuer de sectarios, tienden al mismo defecto. Alaban a sus correligionarios, hasta alcanzar un éxtasis casi místico, mientras azotan inmisericordes a quienes renuncian o abominan de su doctrina. No sienten ningún afecto por la libertad de expresión ni por la tolerancia, por mucho que se rasguen las vestiduras defendiéndolas.

La señorita Montero, digo, cada vez más transfigurada, más sosia retórico de su pareja coletuda, quiso hacer un Rajoy. Si a este le cuesta pronunciar el vocablo Gürtel por “no nombrar la soga en casa del ahorcado”, a aquella le cuesta horrores -por semejante complejo- utilizar manipulación, adoctrinamiento, u otro sinónimo, en lugar de dopados, vocablo jugoso y contrahecho. Porque ella (confusa, torpemente), daba a entender que el votante sensato, aquel que reniega del color morado, iba medio gilipollas a la urna. Como se deduce, la joven portavoz respeta la libertad de expresión, al tiempo que exhibe un exquisito talante transigente con quien no comparta su fe. Ustedes, y me refiero a mis amables lectores, ya conocen aquel aforismo que asegura: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

Fiel transmisora de esencias indemostradas, de presuntos afanes, voz de su amo, se empeña en emponzoñar, no ya las formas consuetudinarias sino la propia democracia. Arrebatar a otro su crédito, aunque sea intento infructuoso, constituye la forma más indigna de corrupción. Extienden, con tozuda insistencia, que solo se corrompe quien acapara ilegalmente dinero público en propio beneficio. Adoctrinar, tiene por objeto conseguir respaldo público y satisfacer deseos desmesurados de alcanzar el poder. Cualquier sigla tiende al mismo anhelo, utilizando procedimientos, aun ingenios, que potencien tal finalidad. Los políticos forman un coro entrenado, monótono, que entona sin vergüenza, con acendrado cinismo, el cansino libreto: “Dijo la sartén al cazo: apártate que me tiznas”.

Mientras, la dicharachera Irene -sin proponérselo- pone el dedo en la llaga, certifica con sabrosa y deportiva expresión, en qué condiciones llega a la urna el español de a pie. También es “gente”, apelativo utilizado por su camarilla para dar a entender que le preocupa el pueblo. Luego viene el lenguaje majestuoso, huero, casi metafísico, y deja al descubierto la verdadera encarnadura de semejante revoltijo. Puede que el ciudadano vote con poco sentido, hasta podría decirse huérfano de convicción, sin duda, porque de forma irreflexiva, nada inteligente, nos implicamos en su batalla política. No solo esta afición, meterse en camisa de once varas, escapa al buen juicio, sino que encima acogemos a nuestro verdugo. En cualquier caso, y sin que falte algo de razón a la señorita Montero, Podemos debiera hacerse un análisis que determinara con claridad, más allá de una ingesta dopante, su pedigrí democrático que gran parte de la ciudadanía -empezando por mí y terminando por Olga Jiménez (expresidenta purgada de la Comisión de Garantías de Podemos)- cuestiona. Se lo debe a la “gente”.