Nos acercamos a una
respuesta definitiva, a desentrañar cuánta inconsciencia existe entre quienes
ponen en riesgo la placidez ciudadana. Mientras llega Cronos y desvela si hay
motivos para tanta inquietud, el común atiende ansioso, debates, telediarios, hasta
empaparse de información. Observa que aparecen sobre el horizonte patrio negros
nubarrones de fanatismo. El espanto mortifica a individuos poco acostumbrados a
leer, menos entre líneas. Un ¡ay! generalizado ocupa el espacio que unos y
otros se encargan de emponzoñar imprudentemente. Tal vez sea este el único cabo
suelto, el elemento incontrolable en la operación de laboratorio que están
llevando a término. Integrar un catalizador social resulta explosivo porque es
imposible precaver el comportamiento humano sometido a presiones extremas.
Venimos reparando de qué
manera nuestros prohombres atizan el fuego. Manifestantes “espontáneos”,
“pacíficos”, rodean a la Guardia Civil, queman sus coches y los vejan de forma
inmisericorde; tal vez, por ser hombres de paz. El campo contrario se siembra
de loas, de adioses épicos, de arengas, que superan cualquier prurito
compensador. Y todo se manosea en las pantallas hasta tonificar sentimientos
divergentes e irreductibles. El escenario queda dividido; una división
programada, necia, para forzar comportamientos inciertos a la hora de mantener
el orden y la convivencia. He aquí la rueda de molino con la que nos quieren hacer
comulgar y van aliñando durante años. Huyen, haciendo guiños liberales, del
“ordeno y mando”; precisan una sociedad de relleno, de excusa democrática. A la
par, velan arbitrariedades, excesos, abusos, apropiaciones e ineptitudes sin
fin. Quienes empiezan a vivir de la bicoca en que se ha convertido la política
nacional, aprestan lengua, dientes y manos. Son artificios imprescindibles, necesarios.
Sí, amigos. El1-O cada
cual cumplirá sus compromisos de forma sui géneris. El gobierno porfiará
presionando para que la gente no vote. La horda independentista votará jugando
al ratón y al gato, pero votará. Los medios ampliarán los esfuerzos de ambos
ejecutivos para que el personal vea la realidad virtual acordada. Al final, la
votación quedará en agua de borrajas, no habrá vencedores ni vencidos y se
tomará la decisión de iniciar conversaciones “para evitar males mayores”. De
repente, políticos “irreflexivos”, “irresponsables”, entrarán en lucidez -amén
de inspiración sacra- propiciando conciertos imposibles hoy. Cuán liviana es a
veces la voluntad y con qué sacrificio retorna a fin de conseguir convivencia y
paz sociales. Constituye su excelsa contribución de gobernantes juiciosos,
dicen. Cínicos.
Que… ¿cuáles son mis
argumentos? Los procedentes de un sentido común “trabajado”. Weber opinaba que poder
y dominación eran sinónimos. Robert Michels aseguraba que todo poder queda
supeditado al control de grupos reducidos, políticos o financieros. Demasiado
condescendiente con los políticos, sabía que el poder sustantivo, imperecedero,
es patrimonio del mundo capitalista. Este dominio solo puede mantenerse
mediante farsa o violencia. Al político le corresponde el indigno papel de
encarnar la farsa. Pueden soslayarse así, dentro de lo posible, reparaciones violentas.
No obstante, debiéramos recelar de quien se confiesa pacífico y persona de
orden. Así lo constataba Diderot: “Cuidado con el hombre que habla de poner las
cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo
su control”.
Un presidente, por torpe
que parezca, está sometido a designios, a planes, que escapan al contribuyente.
Especulamos que Puigdemont, verbigracia, es medio simple si cree que Cataluña
seguirá en la CEE y que el PIB catalán, junto a la renta per cápita, aumentará
notablemente con la independencia. Sabe que no es cierto, y en el supuesto
improbable de que no lo supiera se lo harían saber. La independencia trae como
obligada compañera de viaje la ruina del Barcelona Club de Fútbol, el
empobrecimiento de cientos o miles de empresas cuyos propietarios no lanzarán
cantos a su tejado, la indigencia política de tanto abrazafarolas y la miseria
de una sociedad que tardaría meses en gestar graves revueltas.. ¿A quién le
interesa, pues, una Cataluña independiente? A nadie. Miento; le interesa a
cualquier español harto de la insolidaridad y egoísmo catalán, fruto del
adoctrinamiento mezquino reiterado en anteriores artículos. Realizan ejercicios
de distracción porque ese éxtasis identitario, fabricado durante cuarenta años
de evangelio educativo, ha sobrepasado las líneas trazadas generosamente por el
conjunto político-judicial.
“Del fanatismo a la
barbarie no hay más que un paso” mantenía un enciclopedista francés. Políticos
y financieros, todos, se han asustado de su propio monstruo, creado al objeto
de ocultar corrupciones excesivas; reviviendo, al paso, entusiasmos
interesados. Aquella avalancha social que hace tres años, en la Diada, superó a
la vanguardia política que servía de freno, les metió el miedo en el cuerpo.
¿Qué hacer? ¿Retroceder? Sí, pero de modo que pareciera avanzar. Luego vendrán sugerencias
de todo tipo para componer el dislate. De momento, el plan les saldrá redondo
mientras la sociedad castellana, extremeña, valenciana, etc. continúen
alimentando una indolencia onerosa y delatora. ¿Saben cuánto nos va a costar
Cataluña? Aparte daños morales, miles de millones en el acatamiento e
incontables más para “convencerlos” de que España los quiere. Somos, sin ningún
género de duda, su gallina de los huevos de oro.
Entre tanto CUP y Podemos
bajo todas sus siglas, de forma vergonzante, quieren obtener buena pesca de
este río revuelto al que los medios agitan las aguas, de por sí bravas. Lo
malo, asimismo, no es que ambicionen pescar, lo hediondo es que intenten
convencernos de que su caña, a fuer de democrática y honrada, es la mejor. Como
siempre ocurre, se impone la quimera de los vencidos, sin sentir que todos
somos derrotados; de los que quieren demoler lo imposible y se niegan a
levantar lo deseable. Cabe mi tesis o todos nos hemos vuelto locos.
Una vez más -permítanme
el inciso porque viene a cuento- rememoro que lo ocurrido al Banco Popular fue
un robo con nocturnidad y alevosía. Los intentos del Banco de Santander, único
privilegiado y cómplice necesario, no permiten ninguna solución aceptable. Yo
no quiero bonos de fidelización, quiero mis acciones dentro del circuito de
valores. Caso contrario, prefiero mantener viva la evidencia del requiso que
haré expreso de vez en cuando. Espero manifestarme en nombre de miles y miles
de accionistas burlados.