He de reconocer con afligida
humildad que, pese a mi vocación analítica y escepticismo sempiterno, me han decepcionado
dos políticos. Quizás fuera más apropiado hablar de engaño, de ser un ingenuo damnificado.
Zapatero y Alberto Garzón ganaron, inoportuna e infundadamente, mi confianza. Y
ambos lo hicieron por la cara. Zapatero camuflaba un caradura tras la careta,
tal vez máscara, de necio supino aderezado de generosa bobería. Con esa expresión,
¿quién no le compraría un coche de segunda mano? Luego resultó, en vez de
galgo, podenco; o salchicha, que corre menos. Don Alberto, exhibe rostro intuitivo,
vivaz, clarividente, espejo de equilibrio y sosiego. A poco, se impone la
realidad con un cortejo hueco, sin fecundar, indigente. Dejo escapar un ¡oh! efímero,
desencantado, yermo. Al momento, desaparece el político llamado a representar
un papel cardinal en la izquierda marxista y emerge, por ensalmo, un remedo
populista, onírico, extraterrestre; un placebo.
Vislumbro estupefacto al
amable lector por el epígrafe que encabeza este artículo. No me extrañaría una
pregunta imperiosa, razonable: ¿Qué tienen en común ambos personajes? Solo se
me ocurre aventurar similitud en su hipotética inteligencia. Es conocida la
opinión generalizada sobre el cimiento intelectivo del diputado Garzón. Al
mismo tiempo, las excentricidades de la pintoresca periodista se suponen
debidas a un alto grado de coeficiente mental. Cierto es que los excesos o
defectos extremos suelen capitalizarlos quienes superan por mucho, o no llegan,
esa línea -ridícula pero cruel- que conforma la normalidad. En este caso, ambos
se acercan, supuestamente, al límite superior. Este, y no otro perceptible, es
el yugo que los enlaza.
Sin embargo, y pese a lo
dicho, el mejor escribano echa un borrón. O dos. Alberto Garzón, entrevistado
en un programa nocturno de una cadena televisiva, se dejó decir algunas frases
que paso a examinar. “España necesita una Constitución que faculte el Estado
Federal”. Si el federalismo fuera simétrico, solidario, los políticos y gran
parte de la sociedad catalana no lo aceptarían. Si fuera asimétrico, no sería
federalismo en sentido estricto. A más a más, que dirían los catalanes, un
Estado único es incompatible con un sistema de estas características por
definición; sí, cantonalismo federal como ya se hiciera en la Primera República
y cuyos alcances fueron caóticos. Cierto que pueden alegarse múltiples
argumentos para constituir uno u otro Estado federal adscritos a diferentes postulados.
Por eso, todo el mundo habla de él pero nadie lo perfila.
Insiste, pobre, en un
referéndum pactado. Olvida que la Constitución proclama y defiende la unidad de
España y su soberanía nacional. Por tanto, primero hay que modificarla mediante
Cortes Constituyentes y posterior referéndum nacional. Cualquier apelación a
una consulta pactada, implica un fastuoso brindis al sol; vano y estúpido
voluntarismo con esperado rédito electoral. Menciona como ejemplo que debiera
derribar barreras el referéndum escocés, sin especificar características,
condiciones y leyes que lo ratificaron. Estoy convencido de que Cameron cumplió
la ley. Si Rajoy lo permitiera aquí, en estas circunstancias, tomaría las normas
y los derechos ciudadanos por el pito del sereno. Los que vociferan e invocan
el derecho a la autodeterminación de las naciones (que ya expuso Lenin a
principios del siglo XX, advirtiendo diferencias notables respecto al que se
pretende aquí), si gobernaran, responderían exactamente igual que la URSS con
Hungría, en mil novecientos cincuenta y seis, o Checoslovaquia, en mil
novecientos sesenta y ocho.
Los excesos, que por
cierto no tienen linde ni finiquito, atesoran consecuencias aflictivas; de mayor
enjundia si son acometidos por un responsable político. Garzón manifestó que en
Cataluña se aplica la ley “de forma radical y espantosa”. Parece demencial que
alguien afirme semejante barbaridad refiriéndose a un país democrático; más si
cabe, cuando lo hace un personaje público. ¿Qué confianza y respeto puede sugerir
un político que se expresa de tal guisa cuando debiera cumplir y hacer respetar
las leyes? Don Alberto persevera y afirma rotundo que se están conculcando los
derechos fundamentales. Caricaturiza nuestro poder judicial y trasluce el
devenir de cualquier nación donde la democracia brilla por su ausencia; verbigracia,
Venezuela. Él llamó a la oposición venezolana, terroristas. Pasión y razón no
casan, son antitéticas, divergentes.
Descargando furia y
responsabilidad únicas al PP, afirmó impávido que Unidos Podemos respalda a los
independentistas porque están -yo diría viven- contra Rajoy. Excelente y sutil motivo;
riguroso, convincente. Desgrana, tipo papagayo, la relación habitual de sitios
comunes: “Estamos en un Estado de excepción”, “el conflicto catalán es político
y precisa soluciones políticas”, “aplicar la ley ahora puede agravar el asunto”,
“para resolver la situación es necesario gente
responsable”, “la Constitución hay que cambiarla, no reformarla”, etcétera,
etcétera. ¿Caeremos algún día en manos de estos indocumentados? No creo que la
sociedad ni el ensamblaje internacional lo permitan.
Adivino que ustedes,
amables lectores, van cayendo en la cuenta del porqué de este epígrafe. Karmele
dijo en un rapto de estulta progresía: “Yo quiero quemar el Tribunal
Constitucional y la Conferencia Episcopal”. ¿Solo? Qué modesta se insinúa esta
señora cuyo sentido del ridículo desapareció hace tiempo. Pues bien, ambos
personajes -tenidos por inteligentes- vienen constatando lo incierto de tal opinión.
Comprobamos que la dádiva social supera los atributos intelectivos de Alberto y
Karmele. Personalmente, esta última me es indiferente respecto a su naturaleza,
hechos y dichos. Garzón no; Garzón, en quien confié tiempo atrás, ha terminado
ofreciendo hechuras endebles, cerriles. Me ha defraudado. Por todo lo expuesto,
hubiera podido titular el artículo: “Del populismo erosivo al esperpento”.
Por cierto, hablando de
esperpento no me resisto a recordar las palabras de Joan Tardá en la
Universidad de Barcelona: “Nosotros y vosotros tenemos el compromiso de parir
la República, pero quien la ha de capitanear sois vosotros. Y si no lo hacéis,
habéis cometido un delito de traición a las generaciones que no se han rendido,
y cometeréis un delito, una traición a la tierra”. Pregunto, ¿habla de esa
misma tierra que pertenece al viento? Dios los cría y ellos se juntan.
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