viernes, 26 de mayo de 2017

SÁNCHEZ, CIUDADANOS Y UPyD

Los primeros pasos del novel secretario general y de su cohorte, más o menos notoria, confirma la tesis expuesta en mi artículo “Rivera gana las primarias del PSOE”. El informe de Vicenç Navarro, aparecido en el diario Público en marzo, desmenuzando “el porqué del declive electoral del PSOE” y el libro de Josep Borrell “Los idus de octubre”, publicado a primeros de mayo, donde -en clásico paralelismo- comenta la muerte política a traición de Pedro Sánchez, anuncian las presuntas razones de lo que puede esperarse. El señor Navarro imputa a las políticas neoliberales la crisis económica y los recortes sociales, al tiempo que justifica el hundimiento socialdemócrata por la merma de base al transformarse el proletariado en clase media.
En esa dinámica, desdeña de golpe que ha ocurrido justo lo contrario: las clases medias se han proletarizado debido a las políticas socialdemócratas impuestas por PSOE y PP. El empobrecimiento y la deuda generada por los sucesivos déficits consiguieron depauperar el mundo laboral y clases pasivas, genuinos representantes de la llamada clase media. Hoy, esta ha desparecido y sin ella se ha configurado un Estado indigente, ruin. En toda Europa, con mayor firmeza en los países mediterráneos, ha aparecido una decimonónica clase proletaria. De ahí el triunfo efímero, maquinal, de los populismos comunistas. La cordura lleva a las naciones avanzadas culturalmente, como Francia y Holanda, al triunfo inobjetable de partidos liberales; único medio de recuperar el patrimonio perdido.
Decía que el señor Borrell, a su vez, exoneraba a Pedro Sánchez de toda responsabilidad en los sucesos ocurridos el uno de octubre de dos mil dieciséis y que terminaron con su renuncia a la secretaría general del PSOE. Pareciera generación espontánea, tal vez azar, el hecho deplorable del bloqueo parlamentario para nombrar nuevo gobierno en dos ocasiones. Don Josep mantiene la falsedad de la operación Frankenstein, montada -según él- por partidarios de Susana. Opina, a su vez, que la pérdida de apoyo electoral venía de Zapatero. No obstante, los datos son impúdicamente tozudos. Zapatero acarició dos legislaturas con once millones de votos cada una, algo más la segunda. Rubalcaba obtuvo siete millones y Sánchez cinco y medio y cinco cuatrocientos mil votos respectivamente. Desde mi punto de vista, el señor Borrell hace un análisis bastante sui géneris. Sería injusto echarle toda la culpa al recién llegado, pero no menos que absolverlo totalmente. Recordemos la hondura de aquel proyecto político sintetizado en el “no es no”. Sobran reparos y falta autocrítica.
Con estos antecedentes, triunfante su ego, mecido por aclamaciones y vistos los primeros gestos, el señor Sánchez va a instaurar un cesarismo vengativo que desnaturalizará el partido precipitándolo al abismo antes que después. Empieza el juego del ratón y el gato con Podemos al que se acercará tanto, en el aspecto político-económico, que parecerán uno solo. Probablemente los votantes no le den tiempo a ello si hubiera adelanto electoral, punto poco probable. Si fuera inteligente cambiaría de asesores y dejaba capear el temporal. Debe reconocer que la Moncloa se le muestra lejana, casi inaccesible. Mojado va a sacar cuatro votos y si se presenta enjuto cinco; al rectificar, perdería confianza en los suyos y no conseguiría atraer aquella anterior malograda por abandono de credo. Al carácter veleta le acompaña esa mortificación.
Aclarados estos puntos sustantivos: el afán de revancha, la lateralización siniestra y las políticas fiscales (anti proletarias de rebote), le llevan a dejar libre un espacio importante. Imaginemos, y no sería descabellado, que la abstención hoy procede básicamente de la izquierda tibia, al menos cinco millones podrían acabar en un partido de nuevo cuño. Tendría que presentar un currículum inmaculado y priorizar la creación de riqueza como única forma de poder redistribuirla. Reconozco su complejidad entre tantos tiburones pero no hay otra manera de rearmar una democracia que se nos escapa poco a poco, sin darnos cuenta. Porque esta coyuntura penosa no procede de cuestiones ideológicas sino de inexistente decencia pública. El resto se resuelve aplicando leyes físicas: queda un hueco, pues lo rellenamos enseguida.
Cierto que se han conjurado los poderes políticos, financieros y empresariales. Ellos son los mayores culpables, pero nuestra negligencia ha sido cómplice necesaria. Hemos pecado por inacción. El marco que nos rodea, además de inmoral, podrido, es intolerable. Solo levantando la voz podemos extinguir tanto desbarajuste.  Saquear lo público, un grado insultante de incivismo y saltarse la ley a la torera, conforman las maldades que ahogan una convivencia en paz. Estamos locos o a punto de conseguirlo. Por otro lado, investigadores de laboratorio proclaman la llegada de tiempos nuevos que requieren respuestas lozanas. Derrumban las viejas políticas, caducas, y ponen el acento en los populismos cuya metodología arranca, paradójicamente, del siglo XIX.
Espero, sin embargo, que Ciudadanos -verbigracia- sepa proyectar ideas rigurosas, pragmáticas, que (tomando la educación como columna vertebral) puedan sacarnos de esta crisis pertinaz. Ojalá sus hombres y mujeres sean capaces de actuar con integridad. Han de tener claro que, más allá de eslóganes y autocomplacencias, la pobreza es madre de la lucha de clases. Ahora mismo es el partido que se encuentra en condiciones ideales para ocupar el espacio que tan neciamente dejara huérfano un PSOE inane, estéril.
Si de mí dependiera, UPyD sería un partido con futuro espléndido. Desaparecido el PSOE ebrio de insipidez, España debe consolidarse a través de tres partidos con diferencias mínimas. Una derecha liberal con querencias sociales. Un centro equilibrador capaz de ladearse a un lado u otro, según ordenen los electores, participando con exigencia en la gobernabilidad. Por último un partido de izquierda moderada, sin complejos ni deudas, que aplique políticas sociales en una economía liberal. Ni han cambiado los tiempos ni las ideas. La juventud, como dijo Bernard Shaw, es una enfermedad que se cura con los años. Cualquier salvapatrias que cultive el extremo ideológico, incluso lo aparente, resucita un adefesio del pasado. Países de nuestro entorno, poco a poco, van encontrando satisfacción a sus anhelos. Caminemos nosotros también por la ruta marcada.
 

martes, 23 de mayo de 2017

RIVERA GANA LAS PRIMARIAS DEL PSOE

El epígrafe no puede considerarse escarnio ni conflicto psicótico; deseo enfocarlo como tesis verosímil. Noches atrás, Pedro Sánchez pudo sentir el dulce placer de la venganza; en su caso, pronostico un placer diminuto, pasajero. Aun notable, obtuvo una victoria pírrica antes de la derrota final. Para ganar la guerra precisa un giro copernicano que ni los talantes, ni los talentos, parecen facilitarlo. Los suyos, sobre todo, y los de aquellos que se concentraron a las puertas de Ferraz. El patito feo, lerdo, tuvo que hacer dos pactos con el diablo de la militancia, al igual que Fausto, para en una fuga demagógica, falsa, prometer -cual protagonista de cuento infantil- mercedes ilusorias, oníricas; un futuro resuelto en ese diseño depurado, cabal, exhaustivo, de “sí es sí”. De una pieza dejó a barones y secretarios autonómicos cuando un afiliado murciano acusó a la gestora de prácticas mafiosas, entre otras lindezas, taponando el sendero que debería cerrar fracturas tras el proceso electoral. Esa campaña hosca, infame, inconcebible, tiene un peaje que antes o después deberá abonar. Susana, sigue sin descubrirme sus méritos, ya lo dio a entender cuando dijo que se ponía al servicio del partido. ¿Renunció a admitir las órdenes del secretario general? Así que lleguen las primeras elecciones (dentro de dos años) y recoja una derrota insólita, saldrán a relucir las dagas hoy envainadas. Sánchez, hará sangre pero, a poco, su ambición desmedida, e innoble sectarismo, le pasará factura. Conjeturo que jamás será presidente del gobierno. Vivir para ver.
Sánchez dedujo que para ganar al aparato del PSOE debía sembrar una polarización absoluta entre militantes buenos y malos, guardianes de las esencias socialistas y traidores a ellas, reabriendo viejos enfrentamientos tribales. Empezó a hacerlo el mismo día uno de octubre de dos mil dieciséis. Es decir, su campaña duró ocho meses largos. Ha superado todas las líneas rojas sin mover una pestaña. Lo exigía su codicia y a ello se dedicó por entero con malas artes. Tan amoral empresa le sirve para hacerse con la secretaría general pero tal perversión, salvo amaño del azar díscolo, impide cerrar heridas, que sangrarán durante mucho tiempo, y rubricar acuerdos de interés general. Sin duda es buen táctico pero pésimo estadista. Ha cometido el pecado de la soberbia que le condujo a seducir  afiliados y repeler votantes. De ahí mi augurio. Por este y otros motivos que vislumbro en el acontecer político, cuando se interpretaba -desafinado por cierto- el himno de la Internacional me parecía escuchar el canto del cisne premonitorio de su propia muerte. 
El secretario electo, tras prometer un partido reformado capaz de echar a Rajoy del gobierno (me parto), debe deslizarse hacia la izquierda radical, única forma de conseguirlo. Desguarnece, abre, dos frentes. Por un lado deja libre el espacio de izquierda moderada que le mantuvo catorce años sujetos al poder. Por otro, el ciudadano español está harto de experimentos con gaseosa. Ambos guardan aconteceres difíciles de explicar. Si un partido permite que alguien ocupe el espacio abandonado, que vaya pensando lo inútil que sería reconquistarlo. El dominio que, presuntamente, dejaría un PSOE ladeado a su izquierda más extrema, lo ocuparían sin duda ninguna Ciudadanos y UPyD. El primero se encuentra en mejor disposición de salida porque cuenta con estructura amplia, capaz de restañar orfandades doctrinales. Estoy convencido de que UPyD sería la sigla ideal para ocupar el espacio, libre de servidumbre, que deja a su suerte la necedad de algunos políticos y analistas.
Podemos -exhibiendo una alegría falsa, forzada- analiza el triunfo de Sánchez mostrando cara de circunstancias. Les hubiera venido mejor que ganara Susana porque patrimonializarían la “esencia” ética y democrática de los ámbitos dirigente y popular. Pedro, escorado a la izquierda, les quitará algún voto -pocos- pero los perderá del espacio moderado. Ahí estará aguardando Ciudadanos, a la espera, sin concretar proyectos específicos. Hemos visto a un Rivera contenido, pensando cómo hincar el diente para llevarse la mayor porción sin que se note demasiado. Es la postura del lince previa a dar el zarpazo definitivo. Ya lo dice el refrán: “unos tienen la fama y otros cardan la lana”. Podemos, pobres, se asemejan demasiado a Sánchez. Él e Iglesias están hechos por parecido patrón. Al terminar siendo vasos comunicantes, han de configurar un nivel de diez millones de votos, aproximadamente un treinta y ocho por ciento del voto válido. Al final, ha surgido un socialista que respira populismo e intriga por los cuatro costados.
Mientras el común curioseaba las últimas informaciones sobre el curso de las primarias socialistas, Rajoy se interesaba por el fútbol y felicitaba al Real Madrid por su trigésima tercera liga. Los socialistas le traían al fresco. Si ganaba Susana, seguiría al frente del gobierno y si perdía probablemente lo hiciera dos o tres legislaturas más. Tiene por delante dos prioridades urgentes, inaplazables. Ha de limpiar con todo rigor, si puede, la corrupción que arrasa al PP y, al mismo tiempo, debe aplicar el artículo ciento cincuenta y cinco a la Generalidad de Cataluña. Resueltos estos dilemas, Rajoy puede aguantar -al menos- tres legislaturas más. Hay demasiada engañifa en el hábitat político inmediato. El PP no se libra de ella pero si comparamos no hay color, pese a la opinión publicada y a la aspiración de Podemos por tomar la calle y vaciar de contenido las Instituciones, básicamente el propio Parlamento.
Resumiendo, hemos asistido a los preámbulos de la muerte definitiva del PSOE. Una sigla que, con ciento treinta y ocho años, no ha resistido los embates de una grave crisis ni el cerrilismo de uno o dos secretarios generales. Estoy convencido de que Sánchez ahondará la división del partido, que potenciará emociones en vez de llamar a la serena reflexión porque, a la postre, no existe nada por encima de él, de su ligereza, de su ambición. Deja huérfanos a muchos millones de españoles que le darán la espalda en cuanto tengan oportunidad, aunque sea demasiado tarde. España no es tan diferente.
 
 
 

viernes, 19 de mayo de 2017

ESPAÑA Y EL PSOE SE HACEN EL HARAKIRI


Pudiera opinarse que mis siguientes lucubraciones son propias de alguien pesimista. Sin embargo, evoquemos a quien aseveraba: “un pesimista es un optimista bien informado”. El amable lector recordará, a la sazón, una frase pareja y extraordinariamente popular: “la ignorancia es muy atrevida”. Por desgracia, nos movemos a caballo entre barbarie y sectarismo. Los tiempos nos vienen adversos, inquietantes. Política y drama se dan la mano con impudicia sin que en el horizonte aparezcan impulsos nuevos ni viejas soluciones. El conflicto toma mayor fuerza cuando contemplamos que traspasa fronteras para internacionalizarse. Así, de forma definitiva, perdemos referentes que nos sirvan de guía empírica. Las soluciones aisladas rubrican un carácter cargado de fracasos que se alternan con avances mínimos. Ver la luz en estas condiciones requiere armarse de paciencia y valor, hasta de cierta desesperanza. 

Se insiste -con obstinación por parte de un gobierno incompetente que se regodea en una propaganda optimista, trivial- en que estamos saliendo de la crisis. Cierto si precisamos algunos matices. Desde el punto de vista macroeconómico, los datos parecen confirmarlo con reservas pero el ciudadano de a pie aprecia una economía tan gélida que lo deja tiritando. Trabajo temporal (quien lo tiene) y sueldos míseros proporcionan pocos gozos. A aquel mensaje gubernamental, asaz desmedido, se opone el de la corrupción, asimismo hiperbólico, que blande una oposición desorientada, sumida en completa oscuridad. De momento, y por diversas motivaciones, PSOE, Podemos y Ciudadanos, muestran un único programa: aventar la corrupción del PP como si aquellos, incluyendo a los que ladinamente hace ejemplares la nueva ola, atesoraran una ética incuestionable. Bien al considerar hechos, bien por gestos o actitudes, ninguno de ellos puede presentar el DNI inmaculado.

Ciudadanos, disminuido en su papel de partido bisagra, tiene improbable hacerse con el gobierno del país los próximos años, tal vez quinquenios. Podemos -partido antitético con la democracia como lo evidencia, pese a sus manifestaciones, su actitud comprensiva ante gobiernos tiránicos- rumia un poder escaso, de carambola, fiado. Incluso aquí, donde existe un pueblo necio pero harto de sinvergüenzas. Qué habrá hecho para que fiados a este marco inmejorable, ideal para populismos transgresores, su mensaje no impregne. Existen todavía del comunismo demasiadas reminiscencias propias e informaciones foráneas. Si añadimos un cinismo irreverente y purgas sin par, dejan al aire (más allá de palabrería hueca) un estilo inmundo, opresor. A Pablo Iglesias le quedan ocho años para hacerse con el poder pues, según constatan las encuestas, les votan menores de cuarenta y cinco. Pasado ese tiempo, ni él se votaría. Allende la bicoca, pueril representación y vano esfuerzo.

Queda en la canana un último cartucho; bien es verdad que decepcionante, defectuoso. Como alternativa eficaz al PP solo queda un PSOE doliente, desahuciado, moribundo. Comunicadores y prohombres del partido ansían identificarlo con la socialdemocracia europea. Falacia o error condimentan este plato. Nuestros socialistas, salvo González, jamás se acercaron a la socialdemocracia, ni antes ni después. Zapatero le insufló un marxismo estúpido que está a punto de hacerlo desaparecer. Cierto es que la izquierda está de capa caída en Europa. También la derecha. Hay dos culpables: crisis y corrupción. La sociedad europea sigue siendo cuerda; concluye que el Estado de Bienestar jamás puede provenir de una izquierda radical. Por tanto, ese ladeo hacia la izquierda intolerante la ha hecho casi desaparecer en Grecia, Italia, Francia, Alemania e Inglaterra. Los socialistas patrios han tomado el mismo derrotero. Dejan el camino libre a una derecha degradada, indigente, que gana elecciones porque carece de antagonista. Macron inicia nueva pauta política.

¿Qué futuro le espera al PSOE? Desastroso. Las aguas se han desbordado y con ellas cualquier posibilidad. Si Susana gana la secretaría general, es muy probable una escisión suicida (a la vez que sana, quirúrgica) provocada por la egolatría de Sánchez. Si se impone este, asistiremos irremisiblemente a un entierro sin cadáver. Si lo hiciera Patxi, el presunto enfermo recibiría un impulso vital dejando la enfermedad activa. El PSOE tiene un cuerpo militante divergente, infectado con el virus del encono, de la saña. ¿Hay solución? Fatalmente, con esta terna no. Agrava la escena el hecho, no menor, de esa beligerancia cainita secuela de haber polarizado a los militantes, ignoro si motu proprio o arrastrados por quien extiende una necia sacralización del ídolo.

Al país le quedan instantes oscuros, laberínticos. Si el PSOE consuma la inanición electoral, debería aparecer un partido de izquierda liberal (aunque parezca paradójico) con elevadas dosis de efusiones sociales y honradez manifiesta, dentro de lo que cabe. De esta guisa tendríamos una derecha moderada (PP), un centro bisagra (Ciudadanos) y este partido nuevo o reformado (bien pudiera ser el PSOE, tras profunda catarsis, o UPyD rediviva). Todos ellos con el firme propósito de calmar y colmar las ansiedades que durante cuatro décadas han ofrecido al ciudadano corrupciones, tropelías, embelecos y arbitrariedades múltiples. En el disparadero, y bajo ese lema de “mal de muchos, consuelo de tontos”, pudiéramos caer en las redes del populismo totalitario, tiránico; siempre a la caza del distraído. Creo, honradamente, que jamás llegaremos a esos extremos, pero… En plena conjunción, políticos demócratas de verdad -con pedigrí, no farsantes de medio pelo- y nosotros hemos de preservar un auténtico sistema democrático, participativo.

 

 

viernes, 12 de mayo de 2017

MANIPULACIÓN Y PARTIDISMO


Inquieta, a bote pronto, tan enjuto e impreciso titular. No creo, sin embargo, que pueda tildarse de melindre; en todo caso le falta hondura. Me provoca cierta desazón, por otro lado, su enorme desarrollo si agrego sendos apéndices a cada sustantivo. Quería significar la manipulación del lenguaje político y el partidismo teledirigido, irritante, de los medios. Este añadido dulcificaría el mensaje, ciertamente severo, casi detestable. Desde luego mis intenciones carecen de cualquier objetivo injurioso. Quiero sembrar dosis de escepticismo, de meditación, que ayuden a clarificar vocablos y mensajes sacados de contexto con fines oscuros, cuando no delictivos. Hoy triunfa una realidad virtual, ficticia, que adiestra (mejor adoctrina) la mente social y la lleva a comportamientos desmedidos, radicales, suicidas. Resulta insólito que haya personajes, orlados a veces de un crédito infundado, afanándose de forma grosera por realizar acciones disolventes. Parecen víctimas del sino maligno; ese que de forma irremisible les aboca a morir matando.

Husserl con su fenomenología encauzó las ciencias, en especial lingüística y sociales, que desembocaron en multitud de principios o pautas muchas veces contrapuestos. Una suerte de bula especial llevó a romper con la rigidez del método cartesiano, al tiempo que apostaba por su enfoque. Dejar todo al empirismo y a la intuición atrae notables apuros para establecer definiciones y conceptos que fijen definitivamente una relación clara, precisa, entre ellos y el ente o valor ético respectivo. Desde mi punto de vista, hay bastante divergencia entre concepto y conceptualización, términos que se utilizan a la par para crear confusiones interesadas. Tal uso indiscriminado fomenta la arbitrariedad en los significados creando mensajes tupidos, carentes, temerarios. Se conforma así una sociedad débil, mansa. 

Los partidos políticos, sin exclusión, manipulan el lenguaje para animar a la grey. Esperan, con tal estratagema, atraer algún desorientado intentando salir del laberinto que ellos mismos han perfilado con tanto eslogan, epítetos y etiquetas falsarios, postizos. Reconocen tácitamente, a la chita callando, no disponer de otras viabilidades más orondas. Participan de un juego necio, mugriento, obsceno, pero eficaz. Sobre todo, porque emiten titulares para unos medios, por lo general indigentes, necesitados de respiración asistida. Tal vez procuren, de buena gana, un mutualismo reparador. Resulta curioso, pero los espacios televisivos con mayor audiencia son aquellos que ensalzan informaciones frívolas o debates políticos. Inferimos, pues, que la política interesa, pero bajo esa capa loable aparece una realidad menos grata: el individuo se deja extasiar a la contra; es decir, solo le apasionan las tertulias que airean los vicios rivales. Cada canal televisivo tiene sus partidarios fieles, incluso arrebatados. Sucumbir en sus brazos significa regar, nutrir, la manipulación; primer eslabón del envilecimiento social y base de la corrupción político-económica.

Gloria y éxito se muestran volátiles, fugaces. He aquí el origen de esa permanente y ansiada utilización del lenguaje para asirse al poder un rato más. El PP, al ocaso de su primera legislatura y viéndose abandonado por la frustración de sus votantes, empezó cobijando descoque y tablas de un experto comunicador, amén de populista intrigante, persuasivo. Pablo Iglesias perfiló debates -con gran audición- donde exponía, sin trabas ni barrera retórica, la lamentable situación económico-social a que nos había llevado la “casta” bipartidista, de valioso hallazgo. Rajoy, hábilmente asesorado, sabía que a él este discurso le era beneficioso porque, rota la izquierda, comportaba solo dos salidas: mesura o radicalismo revolucionario. El ciudadano se decantaría por la moderación; hipótesis muy lógica, aplastante. El PP, por otra parte, blandió -para contener- un mensaje turbulento, caótico, tremebundo. A Pablo Manuel le dejaron “largar” sin límite ni antagonista. Ha resultado una liebre ideal.

El PSOE, víctima de sus complejos y de un secretario general veleta, se vio envuelto en una vorágine inesperada. Perdió el poco crédito que le restaba, tras el paso de Zapatero por el gobierno, y no le quedó más remedio que manipular con la boca pequeña. Sus rivales doctrinales les ganaban en recursos tácticos; también en orfandad de escrúpulos. La ocurrente escapatoria, un pacto con Podemos en las elecciones autonómicas y municipales, fue la puntilla definitiva. Esa necia decisión les impidió marcar distancias con los radicales amén de dar cobertura a un populismo reprobado. Ahora no saben si cortar o pinchar. Francia pesa demasiado porque ya nada es imposible. La difícil circunstancia ha superado todo intento de manipulación. Necesita, por el contrario, ideas claras, pedagogía y autenticidad.

Podemos no amaña; es el manejo vivo, permanente. En ellos, propaganda, agitación y esencia son sinónimos. Ladinos, precoces, hablan de ética y democracia cuando abjuran ideológicamente de ambas. A la primera, asimismo, los demás partidos exhiben también bastantes titubeos. Se arropan, con gran falta de decoro, en la totalidad de la gente, de las instituciones sociales, de los jueces, etc. Una muestra: “El PP es descrito como una organización criminal. No lo digo yo, lo dicen los jueces”; Pablo Echenique dixit. ¿Todos los jueces o es opinión de un solo juez? Encubrirse constituye una táctica manipuladora perfecta (utilizada por demasiados líderes del partido para convencer a ingenuos) si no fuera estafadora, pérfida, inmoral. Mucho antes, Pablo Iglesias dijo mayor majadería (¿queda bien?): “Democracia es expropiar”. Alarmante.

Dejo, como epílogo, un pequeño apunte que no necesita contrafuertes. Los medios de comunicación, cuya actividad es esencial en la vida democrática, presentan -salvo honrosas excepciones- cierta querencia a mostrarse beligerantes con algunas siglas de forma privilegiada; es decir, arrimando cada cual el ascua a su sardina. Deben anunciar, denunciar si quieren, los fallos y corrupciones del sistema y de las personas clave. Sin sectarismos ni conductas maniqueas, priorizando ese protagonismo equilibrador que le otorga su deontología sobre cualquier consideración. Caso contrario constituiría no solo periodismo partidario, indigno, felón, sino la prostitución definitiva ante caciques más o menos impostados. Desgraciadamente nos encontramos inmersos en esta coyuntura. Luego, a poco, cualquiera de ellos (periodistas y políticos o viceversa) se considera legitimado para dar lecciones de ética, de servicio al ciudadano. Vamos listos.

 

 

 

viernes, 5 de mayo de 2017

PEQUEÑAS MENTIRAS Y GRANDES VERDADES



 

Hoy, desconozco si ayer el individuo soportaba parecidos embates, navegamos en aguas revueltas, convulsas. La tradición alega verdades, tal vez tretas, cuando plantea causas y secuelas de coyunturas que marcaron un punto de inflexión en el devenir social. Todos los incidentes históricos principian o terminan admitiendo la existencia de pruebas objetivas, amén de otras ilusorias para conquistar ciertos escenarios adversos. Las sociedades nunca se alarman ante hipocresías y cinismos ya que este es un caldo de cultivo propio, consabido. Admiten, cercanas al ridículo, que la enjundia política reside en el tejemaneje, la farsa, el acopio personal, negando al mismo tiempo su ingrediente delictivo. Este marco ha ido forjando una colectividad servil, permisiva, que cohabita felizmente con políticos de bajísima extracción y peor ministerio. 

Las investigaciones realizadas por la sociología en el ámbito del comportamiento grupal, adosadas a otras que se refieren al lenguaje como vehículo sustantivo en la interacción con el entorno, apuntan cambios vertebrales. Aquella complicidad extraña, algo atrevida, se ha quebrado por el efecto demoledor de cálculos dolosos y análisis torpes. Entre teorías de laboratorio, principios inmaculados y práctica cotidiana pueden existir divergencias, distorsiones notables, que invaden paz, equilibrio y proyectos individuales aun colectivos. El menoscabo del lenguaje, algunos llegan a denominarlo prostitución, acarrea aturdimiento porque aquella entente -injusta pero acomodaticia, eficaz- ha dado paso a este laberinto lingüístico donde todo cabalga a lomos del antojo, de la impostura dañina. Es un peaje impulsado por estas ciencias embaucadoras, maléficas, que derriban concepciones ancestrales, entrañables, y no menos válidas que las vigentes.

Años atrás, Europa vivía una posguerra tranquila. Liberalismo y socialdemocracia -dos mentirijillas bienhechoras- permitieron progreso, desahogo, en una alternancia casi simétrica, o con pactos productivos, obviando contrapuestos intereses partidarios que sometían al interés nacional. Semejante amalgama permitió superar una contienda psicótica, sangrienta, estimulando la reconstrucción de países en ruinas, devastados. Ninguno realizó políticas puras, ni liberales ni socialdemócratas, por conveniencia y porque jamás han existido ninguna de ellas impolutas. Siempre, y en buena hora, expiaron impurezas acomodadas a los diversos inconvenientes. Hubo mezcla de ambas adaptando doctrina y coyuntura. Fueron ficciones mimadas, piadosas, que trajeron progreso a una Europa en coma.

España atravesaba una situación especial. La dictadura autárquica (impropiamente tasada por el subjetivismo del hecho cercano) y su inclinación al Eje perdedor afianzaron el aislamiento oneroso. Desde mil novecientos cincuenta y tres, el pacto bilateral entre España y EEUU, nos permitió salir de la exclusión a la que fuimos sometidos terminada la Segunda Guerra Mundial. Tras la muerte de Franco, UCD, PSOE, PCE y AP (célula del PP), reflejaron con bastante impostura las doctrinas imperantes en una Europa que se mostraba esquiva hacia nuestra integración en el concierto europeo, al menos. La segunda mitad de los setenta -del pasado siglo- marca el camino que nos ha traído hasta aquí. Los Pactos de la Moncloa, siendo Suárez presidente del gobierno, marcan el inicio de una larga y difícil trayectoria que supuso un bienestar impensable aunque algo irreal, fingido. Hubo grandes escollos; el Estado Autonómico ha rentado más quebrantos que beneficios; vivimos de pequeñas mentiras, aquellas que calificábamos antes de piadosas, pero es imposible culpar a nadie de dar la espalda en momentos clave. Las divergencias se dejaban al margen cuando lo exigía el momento. Todos, ellos y nosotros, conquistamos cuarenta años de paz y progreso que pretenden destruir los que saquean y quienes levantan barreras de odio e incomprensión. Es hora de expulsiones, de cortar tejidos infectos, repulsivos. Defendamos el futuro con rebeldía, voto sereno o abstención justa, legítima.

Pero, como de costumbre, el hombre se deja llevar por su natural perverso. Como diría Sófocles: “Una mentira nunca vive hasta hacerse vieja” y aquellas mentirijillas que trajeron bienestar a los españoles -eso sí, empeñados- evolucionaron a otras cada vez más terribles, amargas. No afectan a una institución al albur, un poder, un partido, qué va; quien desprende esa fetidez característica es todo el conjunto sin excepción. Mientras el ciudadano se encuentra al borde del precipicio, los poderes del Estado reflejan una época dulce que se hace extensiva a siameses y adláteres. Aunque mentirijillas inocuas, de poco calado (pero que hay que acabar con ellas), son agigantadas por prebostes sin honra, sin talla y por medios de comunicación conocidos. Así, poco a poco, como quien no quiere la cosa, convinieron un sistema corrupto, podrido, tóxico; tan aventado que hemos conseguido el récord, el clímax. Somos el ejemplo miserable del orbe o eso se pretende caricaturizar.

Semejante realidad anómala, injusta, inhumana, permitió la implantación de un partido populista, totalitario, tiránico, que ha hecho de la mentirijilla erizada, recóndita, inane, una gran verdad: su modus vivendi. Pudiera parecer que los calificativos desgranados son paradójicos, excesivos. En absoluto. Basta con observar el proceder -dichos y hechos- de sus líderes, el abuso de epítetos contra quienes no se ajustan a su visión política, las acusaciones hacia la “casta” sin ninguna fuerza moral que les permita hacerlo, pues jamás demostraron virtud social alguna salvo palabrería tan seductora como hueca. Sumemos el devenir de estas ideologías en el terreno económico, democrático y respeto a las libertades, en los países donde se han impuesto. ”Democracia” y “gente” son simpes señuelos que utilizan con acierto en momentos de crisis y corrupción.

Cualquier ciudadano, el amable lector, sabe que no todo el monte es orégano. Hay pequeñas mentiras, que riegan sus inmediaciones con abundancia, y grandes verdades (laberínticas, laboriosas de apreciar) que encierran opresión y miseria porque suelen ocultar lacras que las pequeñas mentiras exhiben sin temor. La tragedia no viene envuelta en disfraces monstruosos y detestables, no; viene empaquetada con grandes verdades. Tanto, que Adlai Stevenson, preboste demócrata estadounidense, decía: “A nuestros políticos les ofrezco un trato: si ellos dejan de mentir, yo dejaré de decir la verdad sobre ellos”. No hay mejor argumento, ni prueba, de que la verdad auténtica (esa que yo llamo grande) daña a los políticos encubiertos, furtivos. En vez de cebarnos con pequeñas mentiras, que parecen grandes verdades, es momento de aislar y percibir las grandes verdades, que parecen pequeñas mentiras.