El epígrafe no puede
considerarse escarnio ni conflicto psicótico; deseo enfocarlo como tesis verosímil.
Noches atrás, Pedro Sánchez pudo sentir el dulce placer de la venganza; en su
caso, pronostico un placer diminuto, pasajero. Aun notable, obtuvo una victoria
pírrica antes de la derrota final. Para ganar la guerra precisa un giro
copernicano que ni los talantes, ni los talentos, parecen facilitarlo. Los
suyos, sobre todo, y los de aquellos que se concentraron a las puertas de
Ferraz. El patito feo, lerdo, tuvo que hacer dos pactos con el diablo de la
militancia, al igual que Fausto, para en una fuga demagógica, falsa, prometer
-cual protagonista de cuento infantil- mercedes ilusorias, oníricas; un futuro resuelto
en ese diseño depurado, cabal, exhaustivo, de “sí es sí”. De una pieza dejó a
barones y secretarios autonómicos cuando un afiliado murciano acusó a la
gestora de prácticas mafiosas, entre otras lindezas, taponando el sendero que
debería cerrar fracturas tras el proceso electoral. Esa campaña hosca, infame,
inconcebible, tiene un peaje que antes o después deberá abonar. Susana, sigue
sin descubrirme sus méritos, ya lo dio a entender cuando dijo que se ponía al
servicio del partido. ¿Renunció a admitir las órdenes del secretario general? Así
que lleguen las primeras elecciones (dentro de dos años) y recoja una derrota
insólita, saldrán a relucir las dagas hoy envainadas. Sánchez, hará sangre
pero, a poco, su ambición desmedida, e innoble sectarismo, le pasará factura. Conjeturo
que jamás será presidente del gobierno. Vivir para ver.
Sánchez dedujo que para
ganar al aparato del PSOE debía sembrar una polarización absoluta entre militantes
buenos y malos, guardianes de las esencias socialistas y traidores a ellas, reabriendo
viejos enfrentamientos tribales. Empezó a hacerlo el mismo día uno de octubre de
dos mil dieciséis. Es decir, su campaña duró ocho meses largos. Ha superado todas
las líneas rojas sin mover una pestaña. Lo exigía su codicia y a ello se dedicó
por entero con malas artes. Tan amoral empresa le sirve para hacerse con la
secretaría general pero tal perversión, salvo amaño del azar díscolo, impide cerrar
heridas, que sangrarán durante mucho tiempo, y rubricar acuerdos de interés
general. Sin duda es buen táctico pero pésimo estadista. Ha cometido el pecado
de la soberbia que le condujo a seducir afiliados
y repeler votantes. De ahí mi augurio. Por este y otros motivos que vislumbro en
el acontecer político, cuando se interpretaba -desafinado por cierto- el himno
de la Internacional me parecía escuchar el canto del cisne premonitorio de su
propia muerte.
El secretario electo,
tras prometer un partido reformado capaz de echar a Rajoy del gobierno (me
parto), debe deslizarse hacia la izquierda radical, única forma de conseguirlo.
Desguarnece, abre, dos frentes. Por un lado deja libre el espacio de izquierda
moderada que le mantuvo catorce años sujetos al poder. Por otro, el ciudadano
español está harto de experimentos con gaseosa. Ambos guardan aconteceres
difíciles de explicar. Si un partido permite que alguien ocupe el espacio
abandonado, que vaya pensando lo inútil que sería reconquistarlo. El dominio
que, presuntamente, dejaría un PSOE ladeado a su izquierda más extrema, lo
ocuparían sin duda ninguna Ciudadanos y UPyD. El primero se encuentra en mejor
disposición de salida porque cuenta con estructura amplia, capaz de restañar
orfandades doctrinales. Estoy convencido de que UPyD sería la sigla ideal para
ocupar el espacio, libre de servidumbre, que deja a su suerte la necedad de algunos
políticos y analistas.
Podemos -exhibiendo una alegría
falsa, forzada- analiza el triunfo de Sánchez mostrando cara de circunstancias.
Les hubiera venido mejor que ganara Susana porque patrimonializarían la “esencia”
ética y democrática de los ámbitos dirigente y popular. Pedro, escorado a la
izquierda, les quitará algún voto -pocos- pero los perderá del espacio moderado.
Ahí estará aguardando Ciudadanos, a la espera, sin concretar proyectos
específicos. Hemos visto a un Rivera contenido, pensando cómo hincar el diente
para llevarse la mayor porción sin que se note demasiado. Es la postura del
lince previa a dar el zarpazo definitivo. Ya lo dice el refrán: “unos tienen la
fama y otros cardan la lana”. Podemos, pobres, se asemejan demasiado a Sánchez.
Él e Iglesias están hechos por parecido patrón. Al terminar siendo vasos
comunicantes, han de configurar un nivel de diez millones de votos,
aproximadamente un treinta y ocho por ciento del voto válido. Al final, ha
surgido un socialista que respira populismo e intriga por los cuatro costados.
Mientras el común curioseaba
las últimas informaciones sobre el curso de las primarias socialistas, Rajoy se
interesaba por el fútbol y felicitaba al Real Madrid por su trigésima tercera
liga. Los socialistas le traían al fresco. Si ganaba Susana, seguiría al frente
del gobierno y si perdía probablemente lo hiciera dos o tres legislaturas más.
Tiene por delante dos prioridades urgentes, inaplazables. Ha de limpiar con
todo rigor, si puede, la corrupción que arrasa al PP y, al mismo tiempo, debe
aplicar el artículo ciento cincuenta y cinco a la Generalidad de Cataluña.
Resueltos estos dilemas, Rajoy puede aguantar -al menos- tres legislaturas más.
Hay demasiada engañifa en el hábitat político inmediato. El PP no se libra de
ella pero si comparamos no hay color, pese a la opinión publicada y a la aspiración
de Podemos por tomar la calle y vaciar de contenido las Instituciones, básicamente
el propio Parlamento.
Resumiendo, hemos asistido
a los preámbulos de la muerte definitiva del PSOE. Una sigla que, con ciento
treinta y ocho años, no ha resistido los embates de una grave crisis ni el
cerrilismo de uno o dos secretarios generales. Estoy convencido de que Sánchez
ahondará la división del partido, que potenciará emociones en vez de llamar a
la serena reflexión porque, a la postre, no existe nada por encima de él, de su
ligereza, de su ambición. Deja huérfanos a muchos millones de españoles que le
darán la espalda en cuanto tengan oportunidad, aunque sea demasiado tarde.
España no es tan diferente.
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