Pudiera opinarse que mis siguientes
lucubraciones son propias de alguien pesimista. Sin embargo, evoquemos a quien aseveraba:
“un pesimista es un optimista bien informado”. El amable lector recordará, a la
sazón, una frase pareja y extraordinariamente popular: “la ignorancia es muy
atrevida”. Por desgracia, nos movemos a caballo entre barbarie y sectarismo.
Los tiempos nos vienen adversos, inquietantes. Política y drama se dan la mano
con impudicia sin que en el horizonte aparezcan impulsos nuevos ni viejas
soluciones. El conflicto toma mayor fuerza cuando contemplamos que traspasa
fronteras para internacionalizarse. Así, de forma definitiva, perdemos
referentes que nos sirvan de guía empírica. Las soluciones aisladas rubrican un
carácter cargado de fracasos que se alternan con avances mínimos. Ver la luz en
estas condiciones requiere armarse de paciencia y valor, hasta de cierta
desesperanza.
Se insiste -con
obstinación por parte de un gobierno incompetente que se regodea en una
propaganda optimista, trivial- en que estamos saliendo de la crisis. Cierto si
precisamos algunos matices. Desde el punto de vista macroeconómico, los datos
parecen confirmarlo con reservas pero el ciudadano de a pie aprecia una
economía tan gélida que lo deja tiritando. Trabajo temporal (quien lo tiene) y
sueldos míseros proporcionan pocos gozos. A aquel mensaje gubernamental, asaz
desmedido, se opone el de la corrupción, asimismo hiperbólico, que blande una
oposición desorientada, sumida en completa oscuridad. De momento, y por
diversas motivaciones, PSOE, Podemos y Ciudadanos, muestran un único programa:
aventar la corrupción del PP como si aquellos, incluyendo a los que ladinamente
hace ejemplares la nueva ola, atesoraran una ética incuestionable. Bien al
considerar hechos, bien por gestos o actitudes, ninguno de ellos puede
presentar el DNI inmaculado.
Ciudadanos, disminuido en
su papel de partido bisagra, tiene improbable hacerse con el gobierno del país
los próximos años, tal vez quinquenios. Podemos -partido antitético con la
democracia como lo evidencia, pese a sus manifestaciones, su actitud comprensiva
ante gobiernos tiránicos- rumia un poder escaso, de carambola, fiado. Incluso
aquí, donde existe un pueblo necio pero harto de sinvergüenzas. Qué habrá hecho
para que fiados a este marco inmejorable, ideal para populismos transgresores,
su mensaje no impregne. Existen todavía del comunismo demasiadas reminiscencias
propias e informaciones foráneas. Si añadimos un cinismo irreverente y purgas
sin par, dejan al aire (más allá de palabrería hueca) un estilo inmundo,
opresor. A Pablo Iglesias le quedan ocho años para hacerse con el poder pues,
según constatan las encuestas, les votan menores de cuarenta y cinco. Pasado
ese tiempo, ni él se votaría. Allende la bicoca, pueril representación y vano
esfuerzo.
Queda en la canana un
último cartucho; bien es verdad que decepcionante, defectuoso. Como alternativa
eficaz al PP solo queda un PSOE doliente, desahuciado, moribundo. Comunicadores
y prohombres del partido ansían identificarlo con la socialdemocracia europea.
Falacia o error condimentan este plato. Nuestros socialistas, salvo González,
jamás se acercaron a la socialdemocracia, ni antes ni después. Zapatero le
insufló un marxismo estúpido que está a punto de hacerlo desaparecer. Cierto es
que la izquierda está de capa caída en Europa. También la derecha. Hay dos
culpables: crisis y corrupción. La sociedad europea sigue siendo cuerda; concluye
que el Estado de Bienestar jamás puede provenir de una izquierda radical. Por
tanto, ese ladeo hacia la izquierda intolerante la ha hecho casi desaparecer en
Grecia, Italia, Francia, Alemania e Inglaterra. Los socialistas patrios han
tomado el mismo derrotero. Dejan el camino libre a una derecha degradada,
indigente, que gana elecciones porque carece de antagonista. Macron inicia
nueva pauta política.
¿Qué futuro le espera al
PSOE? Desastroso. Las aguas se han desbordado y con ellas cualquier posibilidad.
Si Susana gana la secretaría general, es muy probable una escisión suicida (a
la vez que sana, quirúrgica) provocada por la egolatría de Sánchez. Si se
impone este, asistiremos irremisiblemente a un entierro sin cadáver. Si lo
hiciera Patxi, el presunto enfermo recibiría un impulso vital dejando la
enfermedad activa. El PSOE tiene un cuerpo militante divergente, infectado con
el virus del encono, de la saña. ¿Hay solución? Fatalmente, con esta terna no.
Agrava la escena el hecho, no menor, de esa beligerancia cainita secuela de
haber polarizado a los militantes, ignoro si motu proprio o arrastrados por
quien extiende una necia sacralización del ídolo.
Al país le quedan instantes
oscuros, laberínticos. Si el PSOE consuma la inanición electoral, debería
aparecer un partido de izquierda liberal (aunque parezca paradójico) con
elevadas dosis de efusiones sociales y honradez manifiesta, dentro de lo que
cabe. De esta guisa tendríamos una derecha moderada (PP), un centro bisagra
(Ciudadanos) y este partido nuevo o reformado (bien pudiera ser el PSOE, tras
profunda catarsis, o UPyD rediviva). Todos ellos con el firme propósito de
calmar y colmar las ansiedades que durante cuatro décadas han ofrecido al
ciudadano corrupciones, tropelías, embelecos y arbitrariedades múltiples. En el
disparadero, y bajo ese lema de “mal de muchos, consuelo de tontos”, pudiéramos
caer en las redes del populismo totalitario, tiránico; siempre a la caza del
distraído. Creo, honradamente, que jamás llegaremos a esos extremos, pero… En
plena conjunción, políticos demócratas de verdad -con pedigrí, no farsantes de
medio pelo- y nosotros hemos de preservar un auténtico sistema democrático,
participativo.
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