Inquieta, a bote pronto,
tan enjuto e impreciso titular. No creo, sin embargo, que pueda tildarse de melindre;
en todo caso le falta hondura. Me provoca cierta desazón, por otro lado, su
enorme desarrollo si agrego sendos apéndices a cada sustantivo. Quería
significar la manipulación del lenguaje político y el partidismo teledirigido, irritante,
de los medios. Este añadido dulcificaría el mensaje, ciertamente severo, casi detestable.
Desde luego mis intenciones carecen de cualquier objetivo injurioso. Quiero
sembrar dosis de escepticismo, de meditación, que ayuden a clarificar vocablos
y mensajes sacados de contexto con fines oscuros, cuando no delictivos. Hoy
triunfa una realidad virtual, ficticia, que adiestra (mejor adoctrina) la mente
social y la lleva a comportamientos desmedidos, radicales, suicidas. Resulta
insólito que haya personajes, orlados a veces de un crédito infundado, afanándose
de forma grosera por realizar acciones disolventes. Parecen víctimas del sino
maligno; ese que de forma irremisible les aboca a morir matando.
Husserl con su
fenomenología encauzó las ciencias, en especial lingüística y sociales, que
desembocaron en multitud de principios o pautas muchas veces contrapuestos. Una
suerte de bula especial llevó a romper con la rigidez del método cartesiano, al
tiempo que apostaba por su enfoque. Dejar todo al empirismo y a la intuición
atrae notables apuros para establecer definiciones y conceptos que fijen
definitivamente una relación clara, precisa, entre ellos y el ente o valor
ético respectivo. Desde mi punto de vista, hay bastante divergencia entre
concepto y conceptualización, términos que se utilizan a la par para crear
confusiones interesadas. Tal uso indiscriminado fomenta la arbitrariedad en los
significados creando mensajes tupidos, carentes, temerarios. Se conforma así
una sociedad débil, mansa.
Los partidos políticos,
sin exclusión, manipulan el lenguaje para animar a la grey. Esperan, con tal
estratagema, atraer algún desorientado intentando salir del laberinto que ellos
mismos han perfilado con tanto eslogan, epítetos y etiquetas falsarios,
postizos. Reconocen tácitamente, a la chita callando, no disponer de otras
viabilidades más orondas. Participan de un juego necio, mugriento, obsceno,
pero eficaz. Sobre todo, porque emiten titulares para unos medios, por lo
general indigentes, necesitados de respiración asistida. Tal vez procuren, de
buena gana, un mutualismo reparador. Resulta curioso, pero los espacios
televisivos con mayor audiencia son aquellos que ensalzan informaciones
frívolas o debates políticos. Inferimos, pues, que la política interesa, pero
bajo esa capa loable aparece una realidad menos grata: el individuo se deja
extasiar a la contra; es decir, solo le apasionan las tertulias que airean los
vicios rivales. Cada canal televisivo tiene sus partidarios fieles, incluso arrebatados.
Sucumbir en sus brazos significa regar, nutrir, la manipulación; primer eslabón
del envilecimiento social y base de la corrupción político-económica.
Gloria y éxito se
muestran volátiles, fugaces. He aquí el origen de esa permanente y ansiada
utilización del lenguaje para asirse al poder un rato más. El PP, al ocaso de
su primera legislatura y viéndose abandonado por la frustración de sus
votantes, empezó cobijando descoque y tablas de un experto comunicador, amén de
populista intrigante, persuasivo. Pablo Iglesias perfiló debates -con gran
audición- donde exponía, sin trabas ni barrera retórica, la lamentable
situación económico-social a que nos había llevado la “casta” bipartidista, de
valioso hallazgo. Rajoy, hábilmente asesorado, sabía que a él este discurso le
era beneficioso porque, rota la izquierda, comportaba solo dos salidas: mesura o
radicalismo revolucionario. El ciudadano se decantaría por la moderación; hipótesis
muy lógica, aplastante. El PP, por otra parte, blandió -para contener- un mensaje
turbulento, caótico, tremebundo. A Pablo Manuel le dejaron “largar” sin límite
ni antagonista. Ha resultado una liebre ideal.
El PSOE, víctima de sus
complejos y de un secretario general veleta, se vio envuelto en una vorágine
inesperada. Perdió el poco crédito que le restaba, tras el paso de Zapatero por
el gobierno, y no le quedó más remedio que manipular con la boca pequeña. Sus
rivales doctrinales les ganaban en recursos tácticos; también en orfandad de escrúpulos.
La ocurrente escapatoria, un pacto con Podemos en las elecciones autonómicas y
municipales, fue la puntilla definitiva. Esa necia decisión les impidió marcar
distancias con los radicales amén de dar cobertura a un populismo reprobado.
Ahora no saben si cortar o pinchar. Francia pesa demasiado porque ya nada es
imposible. La difícil circunstancia ha superado todo intento de manipulación.
Necesita, por el contrario, ideas claras, pedagogía y autenticidad.
Podemos no amaña; es el manejo
vivo, permanente. En ellos, propaganda, agitación y esencia son sinónimos. Ladinos,
precoces, hablan de ética y democracia cuando abjuran ideológicamente de ambas.
A la primera, asimismo, los demás partidos exhiben también bastantes titubeos.
Se arropan, con gran falta de decoro, en la totalidad de la gente, de las
instituciones sociales, de los jueces, etc. Una muestra: “El PP es descrito
como una organización criminal. No lo digo yo, lo dicen los jueces”; Pablo
Echenique dixit. ¿Todos los jueces o es opinión de un solo juez? Encubrirse constituye
una táctica manipuladora perfecta (utilizada por demasiados líderes del partido
para convencer a ingenuos) si no fuera estafadora, pérfida, inmoral. Mucho antes,
Pablo Iglesias dijo mayor majadería (¿queda bien?): “Democracia es expropiar”.
Alarmante.
Dejo, como epílogo, un
pequeño apunte que no necesita contrafuertes. Los medios de comunicación, cuya
actividad es esencial en la vida democrática, presentan -salvo honrosas
excepciones- cierta querencia a mostrarse beligerantes con algunas siglas de
forma privilegiada; es decir, arrimando cada cual el ascua a su sardina. Deben
anunciar, denunciar si quieren, los fallos y corrupciones del sistema y de las
personas clave. Sin sectarismos ni conductas maniqueas, priorizando ese
protagonismo equilibrador que le otorga su deontología sobre cualquier
consideración. Caso contrario constituiría no solo periodismo partidario,
indigno, felón, sino la prostitución definitiva ante caciques más o menos impostados.
Desgraciadamente nos encontramos inmersos en esta coyuntura. Luego, a poco,
cualquiera de ellos (periodistas y políticos o viceversa) se considera legitimado
para dar lecciones de ética, de servicio al ciudadano. Vamos listos.
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