No me gusta nada el arrebato
vehemente que viene tomando la sociedad española. Jetas en vez de genios;
aventureros, sustitutos de fieles gentilhombres e ineptos sectarios, nos llevan
al infortunio. El pueblo coopera agregando indolencia y absurdo. Ayuno de
crítica, irresoluto, pone el dogma al servicio de cuanto encantador
desaprensivo merodea por los arrabales del poder. La Transición -dicen que
paradigmática- pactada con sacrificios y renuncias produjo un halo de
esperanza. Hoy, apenas queda espíritu de ella. Incluso algunos quieren aniquilarla
junto a la Carta Magna. Todo es mejorable, sin duda, pero creo imprudente e inoportuno
la estrategia de tierra quemada. Semejante práctica conduce a la voladura, al dominio;
nunca al convencimiento. Desconfío de quienes propician premisas afines porque
se alejan de objetivos bienintencionados. Tales salvapatrias enmascaran con
bellas promesas intenciones poco fiables.
Pese a mis esfuerzos,
me es imposible encontrar qué causa última nos ha puesto en la situación
actual. Un pueblo sumiso, gobernantes -a lo que se aprecia posteriormente-
carismáticos y una democracia consolidada, nos sumergen en la miseria económica,
ética, social e institucional. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué hicimos o
qué sortilegio nos ha marcado? Probablemente haya alguna anormalidad genética.
Puede que el Estado Autonómico portara un gen recesivo discordante, manirroto. Asimismo,
es posible que nuestros gobernantes, humamos al fin y al cabo, adolezcan de
muchos defectos amén de alguna virtud rebelde. No sé. Cuenta el resultado y ahora
hay una desintegración total. Mentiría si, dejándome llevar por un maniqueísmo
injusto siempre, responsabilizara a uno u otro. En absoluto. PP, PSOE, IU,
sindicatos, patronal, pueblo, todos somos culpables en mayor o menor
grado.
Lo expuesto lleva a la
conclusión de que es necesaria, urgente, una catarsis renovadora. Son inútiles
los recambios mínimos planteados por quienes demuestran una desgana plena, pero
bien disfrazada. Esta nimiedad no potencia reformas sustanciales. Otros, cuya deplorable
gestión todavía sufrimos, dicen protagonizar el cambio. ¿Qué cambio? ¿Con qué ingredientes?
Sobre todo, ¿en qué basan su crédito, en los acuerdos con otras fuerzas tras el
24 M? Izquierda Unida, ahora mismo, es mero enunciado; un laberinto ontológico
entre potencia dispersa y acto desnaturalizado, vacío. Tengo fe. Necesitamos recuperar
sin demora UPyD. Espero mucho de Ciudadanos pero aprecio en Podemos, y sus
apéndices, bastantes aspectos que chocan seriamente con los modos democráticos.
No me inquieta porque España y Europa, al igual que gato escaldado, del agua
fría huyen. Hemos de observar ciertos aspectos comunes a cualquier grupo
revolucionario del pasado. Suele decirse que los extremos se tocan y, en
parecidas circunstancias sociales, el movimiento fascista ordine nuovo -escindido
del Movimiento Social Italiano (MSI)- apenas duró dos décadas.
Rajoy está encantado
consigo mismo. Las pasadas elecciones europeas, aun estas municipales y
autonómicas, ni le inmutaron. Constreñido, sin respuesta, va de derrota en
derrota hasta la aniquilación definitiva. Lavar la cara, a estas alturas, es -además
de insuficiente- una tomadura de pelo. Los partidos, a consecuencia de su
estructura, no pueden reformarse porque el monolitismo sistémico malogra líderes
impolutos. Como ciudadano preocupado por el futuro de hijos y nietos, quiero
que esta encrucijada vertebral evolucione positivamente; que los aspectos
económico, social, institucional y de libertades individuales, se canalicen con
toda normalidad. El PP, por razones obvias, es incapaz de sacarnos del
atolladero actual. Es justo y necesario que quede convertido en un partido secundario,
bisagra, para conformar gobiernos estables.
Pedro Sánchez pasa a
ser un fiasco absoluto. Zapatero dejó el PSOE anémico, lastrado, de imposible enmienda
si no lo apuntalan principios claros, de Estado. El señor Sánchez parece
revivir enfrentamientos en lugar de bregar, ajustando disensiones, para
beneficiar al ciudadano. Ahonda divergencias imponiendo siglas y mezcolanzas
radicales por una táctica incierta de rédito personal. Redobla la
desideologización del partido; opone a sus intereses cualquier probabilidad de templanza
y arriesga el fortalecimiento económico. Torpemente prefiere demagogia a escrúpulo,
folklore a exigencia. Al igual que PP, PSOE merece el bochorno de convertirse
en vana sigla democrática de izquierdas; una comparsa desubicada al nivel de
IU.
Ciudadanos está llamado
a ocupar el espacio liberal-social de la derecha. No veo fuera de esta perspectiva,
ninguna mejora inmediata para los españoles. Habría, no obstante, que pulir el freno
cesarista que dibuja en el espacio político. Es partido nuevo, sin tachas ni
aparejos turbios. Deseo suponerle un claro afán depurador y de honrado
transitar. Por su parte, UPyD tendría que conformar los principios
social-demócratas que nunca existieron en nuestro país. Instituciones económicas
nacionales e internacionales deben coaligarse para que el espacio de izquierda
moderada lo llene un partido (UPyD) capaz de conjugar diferencias buscando el
bien común. Podemos no tiene cabida en nuestra casa ni en nuestro entorno. Por
cierto, ¿qué les parece la ruta iniciada por el líder visitando, cual monarca
absolutista, los feudos de sus patricios? Y luego habla de la casta. Como decía
el poeta: “cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar”.
El elector ha de
decidir las próximas elecciones generales. Sin dogmatismos, con rigor,
analizando solo los hechos, tiene que designar aquellos partidos cuyos acuerdos
nos van a sacar de la vorágine que padecemos. El extravío puede llevarnos a un
escenario inquietante. Sé que mis razonamientos, desvirtuados quizás por estos
deseos entusiastas, son el fruto de la voluntad, de la ilusión, más que de la cautela.
Sin embargo, tengo la certeza plena que es una escapatoria magnífica pese a su
escasa probabilidad. Paz y bienestar pasan necesariamente por este ámbito. Más
allá vislumbro un futuro incierto, oscuro. Las leyes físicas y humanas son
cíclicas. También lo es el devenir si nosotros no alteramos, al menos, su
inercia. Desterremos a partidos inmóviles u obcecados con el choque doctrinal.