viernes, 26 de junio de 2015

DEBEMOS REVITALIZAR LA TRANSICIÓN


No me gusta nada el arrebato vehemente que viene tomando la sociedad española. Jetas en vez de genios; aventureros, sustitutos de fieles gentilhombres e ineptos sectarios, nos llevan al infortunio. El pueblo coopera agregando indolencia y absurdo. Ayuno de crítica, irresoluto, pone el dogma al servicio de cuanto encantador desaprensivo merodea por los arrabales del poder. La Transición -dicen que paradigmática- pactada con sacrificios y renuncias produjo un halo de esperanza. Hoy, apenas queda espíritu de ella. Incluso algunos quieren aniquilarla junto a la Carta Magna. Todo es mejorable, sin duda, pero creo imprudente e inoportuno la estrategia de tierra quemada. Semejante práctica conduce a la voladura, al dominio; nunca al convencimiento. Desconfío de quienes propician premisas afines porque se alejan de objetivos bienintencionados. Tales salvapatrias enmascaran con bellas promesas intenciones poco fiables.

Pese a mis esfuerzos, me es imposible encontrar qué causa última nos ha puesto en la situación actual. Un pueblo sumiso, gobernantes -a lo que se aprecia posteriormente- carismáticos y una democracia consolidada, nos sumergen en la miseria económica, ética, social e institucional. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué hicimos o qué sortilegio nos ha marcado? Probablemente haya alguna anormalidad genética. Puede que el Estado Autonómico portara un gen recesivo discordante, manirroto. Asimismo, es posible que nuestros gobernantes, humamos al fin y al cabo, adolezcan de muchos defectos amén de alguna virtud rebelde. No sé. Cuenta el resultado y ahora hay una desintegración total. Mentiría si, dejándome llevar por un maniqueísmo injusto siempre, responsabilizara a uno u otro. En absoluto. PP, PSOE, IU, sindicatos, patronal, pueblo, todos somos culpables en mayor o menor grado. 

Lo expuesto lleva a la conclusión de que es necesaria, urgente, una catarsis renovadora. Son inútiles los recambios mínimos planteados por quienes demuestran una desgana plena, pero bien disfrazada. Esta nimiedad no potencia reformas sustanciales. Otros, cuya deplorable gestión todavía sufrimos, dicen protagonizar el cambio. ¿Qué cambio? ¿Con qué ingredientes? Sobre todo, ¿en qué basan su crédito, en los acuerdos con otras fuerzas tras el 24 M? Izquierda Unida, ahora mismo, es mero enunciado; un laberinto ontológico entre potencia dispersa y acto desnaturalizado, vacío. Tengo fe. Necesitamos recuperar sin demora UPyD. Espero mucho de Ciudadanos pero aprecio en Podemos, y sus apéndices, bastantes aspectos que chocan seriamente con los modos democráticos. No me inquieta porque España y Europa, al igual que gato escaldado, del agua fría huyen. Hemos de observar ciertos aspectos comunes a cualquier grupo revolucionario del pasado. Suele decirse que los extremos se tocan y, en parecidas circunstancias sociales, el movimiento fascista ordine nuovo -escindido del Movimiento Social Italiano (MSI)- apenas duró dos décadas.  

Rajoy está encantado consigo mismo. Las pasadas elecciones europeas, aun estas municipales y autonómicas, ni le inmutaron. Constreñido, sin respuesta, va de derrota en derrota hasta la aniquilación definitiva. Lavar la cara, a estas alturas, es -además de insuficiente- una tomadura de pelo. Los partidos, a consecuencia de su estructura, no pueden reformarse porque el monolitismo sistémico malogra líderes impolutos. Como ciudadano preocupado por el futuro de hijos y nietos, quiero que esta encrucijada vertebral evolucione positivamente; que los aspectos económico, social, institucional y de libertades individuales, se canalicen con toda normalidad. El PP, por razones obvias, es incapaz de sacarnos del atolladero actual. Es justo y necesario que quede convertido en un partido secundario, bisagra, para conformar gobiernos estables.

Pedro Sánchez pasa a ser un fiasco absoluto. Zapatero dejó el PSOE anémico, lastrado, de imposible enmienda si no lo apuntalan principios claros, de Estado. El señor Sánchez parece revivir enfrentamientos en lugar de bregar, ajustando disensiones, para beneficiar al ciudadano. Ahonda divergencias imponiendo siglas y mezcolanzas radicales por una táctica incierta de rédito personal. Redobla la desideologización del partido; opone a sus intereses cualquier probabilidad de templanza y arriesga el fortalecimiento económico. Torpemente prefiere demagogia a escrúpulo, folklore a exigencia. Al igual que PP, PSOE merece el bochorno de convertirse en vana sigla democrática de izquierdas; una comparsa desubicada al nivel de IU. 

Ciudadanos está llamado a ocupar el espacio liberal-social de la derecha. No veo fuera de esta perspectiva, ninguna mejora inmediata para los españoles. Habría, no obstante, que pulir el freno cesarista que dibuja en el espacio político. Es partido nuevo, sin tachas ni aparejos turbios. Deseo suponerle un claro afán depurador y de honrado transitar. Por su parte, UPyD tendría que conformar los principios social-demócratas que nunca existieron en nuestro país. Instituciones económicas nacionales e internacionales deben coaligarse para que el espacio de izquierda moderada lo llene un partido (UPyD) capaz de conjugar diferencias buscando el bien común. Podemos no tiene cabida en nuestra casa ni en nuestro entorno. Por cierto, ¿qué les parece la ruta iniciada por el líder visitando, cual monarca absolutista, los feudos de sus patricios? Y luego habla de la casta. Como decía el poeta: “cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar”.

El elector ha de decidir las próximas elecciones generales. Sin dogmatismos, con rigor, analizando solo los hechos, tiene que designar aquellos partidos cuyos acuerdos nos van a sacar de la vorágine que padecemos. El extravío puede llevarnos a un escenario inquietante. Sé que mis razonamientos, desvirtuados quizás por estos deseos entusiastas, son el fruto de la voluntad, de la ilusión, más que de la cautela. Sin embargo, tengo la certeza plena que es una escapatoria magnífica pese a su escasa probabilidad. Paz y bienestar pasan necesariamente por este ámbito. Más allá vislumbro un futuro incierto, oscuro. Las leyes físicas y humanas son cíclicas. También lo es el devenir si nosotros no alteramos, al menos, su inercia. Desterremos a partidos inmóviles u obcecados con el  choque doctrinal. 

viernes, 19 de junio de 2015

INSTANTÁNEAS SOMBRÍAS DEL RUEDO IBÉRICO


Con harta frecuencia reputamos optimista solo a quien se ubica en los mundos de Yupi. Si el momento resulta adverso, ponemos coto -quizás nos satisfaga la simple pretensión- a que alguien asiente los pies al suelo para no desmoronar atributo tan apetecible. Yo, jovial por naturaleza, pienso que encubrir la realidad bajo un cristal optimista nos acerca al avestruz. Pese a ciertas conclusiones infundadas, aquella no depende de color o ánimo; carece de adornos, de vestimentas cautivadoras o repulsivas. Por muchos abalorios que le colguemos, lo que es, es. Así de simple y de evidente. Para cambiarla, si nos disgusta, primero debemos conocerla. Cometemos un error imperdonable cuando centramos los denuedos en disimularla. Trabajo inútil además de oneroso.  Ni el Mito de la Caverna ni Husserl merecen urdir controversia; menos desconcierto. Andaríamos por un sendero abarrotado de escollos. 

Hoy, cuantiosos medios audiovisuales divulgan la situación alarmante que vivimos. Con ser cierto, enseñan -a quien quiera verlo- un talante subjetivo y maniqueo. Achacan al gobierno responsabilidades, asimismo culpas, exclusivas. Nadie niega, al menos yo no, que la corrupción moral y material campan a sus anchas. Nadie niega incumplimientos de programas, incluso excusas infamantes para justificar promesas rotas. Nadie duda que la crisis haya caído sobre espaldas débiles, depauperadas en estos momentos de suma y sigue. Pocos conservan la esperanza de que los delincuentes devuelvan lo sustraído y penen cárcel. Pero tanta maldad y rapiña tienen varios autores. Para ser justos, cada cual: gobiernos, oposición, partidos emergentes, sindicatos, y sociedad, deben asumir su alícuota parte. Así ha de ser, sin olvidar al mundo empresarial amén de amplias vetas sectarias. No podemos desnudar a un santo para vestir otro de igual santoral.

Desde mi punto de vista, la primera instantánea le cabe al PP. Concederle a Rajoy todo el protagonismo es engañoso. Él desarrolla un papel destacado, vertebral. Reconozco mi dificultad para clasificarlo. A veces parece la encarnación de Zapatero, con cabeza mejor amueblada pero de análogo proceder. Ambos tienen en común un daño irreparable a sus respectivas siglas y a España. Los hados conjuntaron su malevolencia para destruir aceleradamente renuncias y tribulaciones. A mayor escarnio, el cesarismo antidemocrático impuesto por la partidocracia, junto al desasosiego del postergado defendiendo el privilegio,  ahoga cualquier intento de regeneración. Son faraones del siglo XXI. A su ocaso, han de purificarse las mentes que constituían la “inteligencia”, sometida al azar cuando no a la discrecionalidad. Por ello, los sustitutos -aparte de empeorar la especie con frecuencia- carecen de asensos legítimos para constituir el recambio verdadero. Continúa la misma farsa con distinto farsante. Hacer mutis llega a ser un ejercicio saludable, seguro, pero improductivo. 

Otra instantánea de parejo tenor y calidad -algo más ajada, macilenta, color sepia- representa al PSOE. Un partido anciano, con luces y sombras, que ha modernizado el país. Zapatero marcó un punto de inflexión, tanto que desde entonces no da ningún paso a derechas (sirva la expresión espontánea que alguien entenderá maliciosa). Le auguro, remitiéndonos al camino iniciado, un futuro incierto, adverso. Las expectativas puestas sobre Pedro Sánchez, se desvanecen clamorosamente. ¡Vaya fiasco!  ¿Por qué hemos de glosar o identificar juventud e impoluto? Casi siempre el ardor abraza al dogma que acompaña a la parca. Seguramente tal verificación llevó a Oscar Wilde a exclamar: “La estupidez es el principio de la seriedad”. Parece un proceso necesario a cada estadio vital. Solo alguien impulsivo, febril, alejado del estadista, puede aseverar: “Jamás haré pactos con el PP y Bildu”. Esa inspiración programática, reforzada por su praxis posterior, le inhabilita para liderar un partido que sea alternativa de gobierno. Partido y líder van rectos al despeñadero.

Una tercera describe los medios audiovisuales. Cierto es que la corrupción abarca todos los rincones. Verdad es que, en época de crisis, produce hartazgo e inquina notables. Pese a esto, existe una podredumbre aún más mísera e impúdica: pervertir la conciencia social. Pocos se ajustan al cumplimiento deontológico procurando manifestaciones objetivas y huérfanas de sectarismo. Quien más, quien menos, antepone pecunia a ética, lentejas a dignidad. Conocemos a tertulianos pegados (quizás pagados) a sus anteojeras, sin excluir adscripción ni circunstancia. Para ellos, repletos de carencia, existe únicamente blanco o negro. Me asombra que a más marxismo menos dialéctica. Siguen la corriente desconociendo el lecho. Abundan quienes ponen alfombras rojas a expertos manipuladores capaces de, con los mismos argumentos, defender algo y lo contrario. Incluso algún “demócrata” preconiza el incumplimiento o quiebra de la ley como medio para fortalecer la propia democracia. Promueven la cuadratura del círculo. Sofismo, demagogia y tergiversación hacen carantoñas al individuo para atraparlo en una tupida red opresiva.

La última instantánea -a la vez que preocupante- representa una sociedad desvertebrada, ignorante y ofensiva; adscrita al dogma por indolencia. Aquí surge el verdadero dilema de España. Corrupciones, abusos, manipulaciones, ineptitudes y deméritos constituirían una menudencia si tuviéramos un pueblo que guardara en el juicio su rumbo de vida. Debemos evitar las garras de esta chusma que ha ocupado el poder e incluso de quien lo pretende entonando seductores cánticos de sirena. El futuro se vislumbra inquietante. Empieza a observarse movimientos y hechos poco tranquilizadores porque los envuelve una atmósfera de odio irracional.

Lo que ayer se prodigaba para moralizar la vida pública, ahora se excusa con los argumentos más peregrinos. Quieren instalarnos una democracia muy particular. Un alto porcentaje defiende la nuestra que se construyó imperfecta; una minoría ambiciona modificarla. Nos convertimos en sus enemigos e intentarán acabar con nosotros. La Historia alecciona cómo reconocer a estos salvapatrias. No pretenden redistribuir riqueza, sino socializar la miseria. Son dictadores disfrazados. Según el sabio, “Si alguna vez votar sirviera para algo, no nos dejarían votar”.

viernes, 12 de junio de 2015

YO PAGO, TÚ TIRA





Ignoro si es anécdota ficticia o realidad condimentada con abundantes dosis de absurdo campechano y algo rústico. Se cuenta que a cierto paisano de mi pueblo, o colindante, el conductor quiso hacerle ver que el rumbo del autobús en que viajaba era contrario al destino ansiado. Dicho señor, muy digno, contestó: “Yo pago, tú tira”. Constituye la estampa viva de quien desconoce -quizás no le interese torturarse con tan apremiante embarazo- alteraciones y eventualidades en la vida rural. La tranquilidad de estos rincones, rota desde siempre solo por las moscas y la canícula, hace de sus habitantes individuos acomodaticios, remolones. Esta idiosincrasia tan particular ha ido calando poco a poco, desde su origen, en la sociedad española. Por ello, la siesta deja de ser rutina para convertirse en hedonismo.

La política española lleva años conformando una trayectoria desafortunada, irritante. Trapicheos, corretajes, corrupción, siguen siendo el pan nuestro de cada día. Nos encontramos envueltos en procesos judiciales donde los imputados se cuentan a centenares. Tercian todas las siglas, amén de aquellas que afectan a empresarios tan estirados como sinvergüenzas. Ahora irrumpen partidos limpios, intachables (o no tanto), que proclaman hasta el agotamiento su misión purificadora. Regenerar -entre cambio y recambio- la democracia, dicen, es su objetivo primero, incluso único. Los compases preliminares, orquestados tras el 24 M, nos hacen temer lo peor, al menos a mí. Empiezo a verificar la certidumbre de aquella famosa sentencia: “Entre dicho y hecho hay mucho trecho”.

Calientes aún las papeletas, Ciudadanos y Podemos auspiciaron, con demasiada precipitación, decálogos irrenunciables para dar sustento y sostén a diversos partidos. Podemos -emboscado- pretende, bajo diferentes envolturas, la exclusividad política. Forma parte esencial de su ADN. Más allá de inferencias que la Historia señala sin excepciones, sentencian los hechos. Ciudadanos impuso en Andalucía condiciones previas que, tras conocerse la rotunda caída en las postreras exploraciones sociológicas, quedaron minimizadas a la nada. Ahora mismo es un partido bisagra y si no cumple su cometido constituye un lastre inútil, demanda su declive. Por este motivo, dejando el listón primigenio a ras del suelo, constituirá gobiernos estables con PP o PSOE. Los votantes solo le exigen cierto desvelo al objeto de normalizar una democracia putrefacta y  crispada. Con tino, sin excesos histriónicos; ora soltando, ora encogiendo cuerda.

Nuestros prestamistas oficiales, en su lógico y cicatero afán de cobrar capital más rédito, vienen indicando al gobierno la necesidad perentoria de subir tributos. Recomiendan, al tiempo, iniciar un copago en educación. Cuando las economías se vertebran sobre el deseo de los acreedores, se corre un importante riesgo de generar miseria sin restituir deuda. Los expertos de la Troika financiera deben conocer las divergencias irreconciliables entre desarrollo económico (por tanto creación de riqueza) y falta de liquidez. Aquí sí que atesora sentido pleno ese refrán imposible de “pedir peras al olmo”. Dicen que el dinero no tiene corazón, pero -a lo que veo- carece más bien de raciocinio. Analizando comportamientos, dinámicas y coloquios, percibo cierta afinidad político- monetaria. Llegados al extremo, sospecho que la virtud nunca debe buscarse cercana al prócer.

La opinión pública y el sentido común sostienen que este Estado de las Autonomías es económicamente inviable. Sin embargo, ningún partido tradicional -tampoco moderno- menciona si quiera tal circunstancia. El cambio que la sociedad española exigió a Rajoy dándole una mayoría absoluta infundada, quedó en agua de borrajas. Los respectivos requerimientos instados por Ciudadanos y Podemos conllevan el aumento del gasto en áreas tan capitales como educación, sanidad o servicios sociales. Iniciativas necesarias y loables, pero… ¿cómo se sufragan? ¿Acaso sugieren racionalizar el gasto autonómico? ¿Promueven la eliminación de empresas públicas deficitarias? ¿Apetecen, en el plano moral, eliminar los aforamientos? No, el aumento del gasto se compensa con mayores impuestos ordenados por unos y ratificados, utilizando argumentos ad hoc, por todos. ¿Tocar la tramoya del enchufismo? ¡Jamás! Vengan gobiernos, diputaciones, empresas públicas, fundaciones… Es que hay mucha gente para colocar. Evoquemos, asimismo, los cuantiosos subsidios a medios audiovisuales e incluso escritos. No obstante, “la preocupación por el ciudadano es plena”. Ante semejante insolencia, enmudezco prudencialmente, pero sepan que, imitando a aquellas viejas viñetas, mi boca arroja sapos y culebras.

Corroboro montañas de errores (entiéndase corrupción, nepotismo, estructuras onerosas) previas y posteriores a la jornada electoral. No obstante, ellos aseguran, sin excepción, haber entendido al pueblo pero cada uno interpreta su voluntad soberana en razón del interés que le aporta. El PSOE, experto lector, persigue protagonizar el cambio que anhela la sociedad aunque, como Fausto, venda su alma al diablo. A eso, aseguran, nos obliga el escrutinio. Aparte la penuria que acarrea toda dislexia pertinaz, fustigan su ánima atormentada ante la expectativa de atesorar un cuerpo rumboso. El apuro surgirá cuando ni la toxina botulínica consiga inhibir una vejez prematura. Podemos, enroscada, tienta “a la casta” ofreciéndole una manzana tóxica. “Sin muertos no hay carnaval” conforma el paralelismo del filme de Sebastián Cordero y la situación política española, una vez ubicado Podemos -presunto invasor de esta democracia añeja- dentro del ruedo ibérico.

Si concibiéramos, en una ficción caricaturesca e inverosímil, que un político-conductor dijera a Juan Español: “Amigo, usted cuando vota lo hace en la dirección equivocada. Los gobernantes no quieren, al menos, minimizar el Estado Autonómico, gestar una justicia independiente, aprobar leyes para devolver lo distraído, bajar impuestos, perseguir el Estado de Bienestar; en fin, llevarlo a buen puerto. Cambie de vehículo”. Seguramente -y las pruebas lo confirman- Juan Español contestara hierático: “Yo pago, tú tira”.
 
 

viernes, 5 de junio de 2015

DE LO INGENUO, LO POSIBLE Y LO PROBABLE


Tras ese embrollo surgido el 24M, llega un escenario pleno de cinismo bufo. Quien es necio solo puede revestirse de necio, no da para más. A veces, contamina con los mismos virus a personas doctrinalmente cercanas. España configura un país donde los torpes alcanzan el poder con relativa facilidad. La Historia muestra que ellos nos traen el infortunio, nunca la tragedia. En consecuencia, aceptamos de buen grado que ocupen un poder antojadizo. Garantizan, a cambio, aquiescencia y equilibrio con los poderes fácticos. La preocupación surge cuando ambicionan ubicarse en el santuario exclusivo del estadista. Disponemos de ejemplos y ejemplares recientes que ofrecen un espectáculo hilarante e indigesto. Tan particular conducta, la venimos arrastrando desde tiempos inmemoriales.

El diccionario define ingenuo como persona carente de malicia; es decir, escaso de juicio. Considero innecesario conquistar las aulas salmantinas para saber que nuestros compatriotas están bien pertrechados de semejante mengua. Por ello, hace siglos surgió un proverbio que asocia, cual anillo al dedo, voluntad católica -libre o impuesta- con dejadez intelectiva: “Comulgar con ruedas de molino”. Tiempo ha que los españoles nos constituíamos en mesnadas cuyo elemento indiscutible de cohesión era el credo religioso, hoy trocado por otro de parecido arraigo: el credo político. Ese “juego de tronos”, del que alguien proyecta extraer algún magisterio, se plasma pacíficamente en las “conversaciones” que mantienen tirios y troyanos. Se balancean, dicen, entre la lucha contra los corruptos y la transparencia, de momento reducida a simple alusión. Desde luego, se hace imperioso cortar cabezas; pero me parece ofensivo que exijan manchar la guillotina con sangre ajena. Nunca fue la galería el mejor ni el más justo consejero.

Nada, en materia de vicios o virtudes, debe estimarse propio, exclusivo, de individuos concretos. Parece lógico suponer, entonces, que actos o acciones ingenuas pueden cometerlas del rey abajo. Afirman los políticos, sin ninguna certidumbre, que el pueblo jamás se equivoca. A la chita callando, en su fuero interno, añaden: si me votan a mí, claro. Los políticos dejan expresas muestras de estolidez tras los comicios. Enseguida, unos y otros, interpretan el voto a su antojo. Incluso, superando las competencias que les conceden leyes, reglamentos y usos, se apoderan de la voluntad popular materializada en un voto confuso, complejo e intransferible. ¿Con qué derecho se autoproclaman notarios del escrutinio? ¿En qué basan los deseos del pueblo? ¿Acaso no arriesgan demasiado cuando elevan conclusiones y sugerencias interesadas? El examen final llegará pronto. Que ellos vayan aprestando sus credenciales y el votante adiestre su impulso crítico.

Sí, el ciudadano peca de ingenuo cuando ratifica, asimismo aplaude, los cánticos de sirena. Durante cuatro años expiarán su decisión; también su ligereza. Los políticos ingenuos -haberlos haylos, como las brujas en Galicia- pagarán la felonía al ciudadano, así como su prepotente e infravalorada displicencia. Un conocido eslogan aconseja: “Si bebes no conduzcas”. A nuestros políticos engreídos, les digo: “No leas si silabeas”. Contrariamente al niño, un político verde, inhábil, no debiera atreverse a descifrar el albedrío popular que refleja de modo difuso cada voto, su suma. El PSOE, en estos momentos, hace equilibrios en la cuerda floja, sin red. El vértigo que le ocasiona acariciar poder puede acarrearle una caída con secuelas penosas, a lo peor insolubles. Luego deciden persuadirnos de que sus desvelos tienen como objetivo el bienestar ciudadano.

La tan cacareada transparencia está ausente, al menos, en aquellos encuentros que realizan jefes y líderes para ver quién engaña al otro. No se conforman con burlar el deseo ciudadano que, dicho sea de paso, les importa un rábano. Quieren sentar sus aforadas posaderas en el sillón arrebatado al interlocutor. Para ellos, esa indecencia social supone una conquista de rédito seguro. Pobre el país que privilegia al pícaro miserable para relegar al pícaro necio. Ya lo anuncié. Este viene adosado a la desdicha; aquel a la tragedia. Niego el fatalismo, pero nuestro devenir histórico constata qué destino nos aguarda. El sacrificio vital de Joaquín Costa, infinidad de huelgas, dos dictaduras, una guerra civil y cuarenta años de transición pacífica, han servido para poco. Queda la ilusión temprana, frágil, traída  por partidos emergentes, puros e ignotos.

En mi artículo anterior expuse una tesis posible subordinada a ciertos requisitos. Deduzco que los partidos mayoritarios han saboreado las hieles de un futuro incierto. Ninguno desea apearse del poder más allá de esta coyuntura cuyo peaje deben expiar. Intuyen que semejante escenario ingrato sirve, con la ayuda de Cronos, para cambiar lo posible en probable. A la postre, entre esa discrepancia se interpone solo una magnitud temporal, no conjeturas estadísticas. Toma cuerpo el provecho del reactivo, la levadura, que acelere los cambios necesarios, urgentes, para recoger un producto compensador al ocaso de dos mil quince. Cada sigla, sobre todo el PSOE, precisa estar muy alerta si no quiere desaparecer engullido por estas innovadas arenas movedizas. PP y Ciudadanos, cuando encuentren la salida del laberinto, compartirán protagonismo en el cambio oportuno, satisfactorio. No obstante, el PP -de forma ineludible- debe renovar, quizás remozar, su veterana cúpula. Caso contrario, y me lo temo, le pasará como al PSOE que depuso Zapatero. Perderán el poder y buscarán inútilmente un recambio capaz de consumar la catarsis requerida.

Para muestra de lo que viene -salvo que la moderación y el sentido común se impongan al final- enfatizo un detalle. Ada Colau, alcaldesa in péctore de Barcelona, asegura incumplir las leyes que le parezcan injustas. Somete la Ley a su pulsión, a emociones viscerales, y alienta la de la selva donde el débil tiene todas las de perder. Significaría un mazazo definitivo para la democracia. Lo grave es que esto no determina síntoma, sino enfermedad. Dios, Alá o Buda, nos pillen confesados. Tenemos la pista llena de saltimbanquis.