viernes, 26 de junio de 2015

DEBEMOS REVITALIZAR LA TRANSICIÓN


No me gusta nada el arrebato vehemente que viene tomando la sociedad española. Jetas en vez de genios; aventureros, sustitutos de fieles gentilhombres e ineptos sectarios, nos llevan al infortunio. El pueblo coopera agregando indolencia y absurdo. Ayuno de crítica, irresoluto, pone el dogma al servicio de cuanto encantador desaprensivo merodea por los arrabales del poder. La Transición -dicen que paradigmática- pactada con sacrificios y renuncias produjo un halo de esperanza. Hoy, apenas queda espíritu de ella. Incluso algunos quieren aniquilarla junto a la Carta Magna. Todo es mejorable, sin duda, pero creo imprudente e inoportuno la estrategia de tierra quemada. Semejante práctica conduce a la voladura, al dominio; nunca al convencimiento. Desconfío de quienes propician premisas afines porque se alejan de objetivos bienintencionados. Tales salvapatrias enmascaran con bellas promesas intenciones poco fiables.

Pese a mis esfuerzos, me es imposible encontrar qué causa última nos ha puesto en la situación actual. Un pueblo sumiso, gobernantes -a lo que se aprecia posteriormente- carismáticos y una democracia consolidada, nos sumergen en la miseria económica, ética, social e institucional. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué hicimos o qué sortilegio nos ha marcado? Probablemente haya alguna anormalidad genética. Puede que el Estado Autonómico portara un gen recesivo discordante, manirroto. Asimismo, es posible que nuestros gobernantes, humamos al fin y al cabo, adolezcan de muchos defectos amén de alguna virtud rebelde. No sé. Cuenta el resultado y ahora hay una desintegración total. Mentiría si, dejándome llevar por un maniqueísmo injusto siempre, responsabilizara a uno u otro. En absoluto. PP, PSOE, IU, sindicatos, patronal, pueblo, todos somos culpables en mayor o menor grado. 

Lo expuesto lleva a la conclusión de que es necesaria, urgente, una catarsis renovadora. Son inútiles los recambios mínimos planteados por quienes demuestran una desgana plena, pero bien disfrazada. Esta nimiedad no potencia reformas sustanciales. Otros, cuya deplorable gestión todavía sufrimos, dicen protagonizar el cambio. ¿Qué cambio? ¿Con qué ingredientes? Sobre todo, ¿en qué basan su crédito, en los acuerdos con otras fuerzas tras el 24 M? Izquierda Unida, ahora mismo, es mero enunciado; un laberinto ontológico entre potencia dispersa y acto desnaturalizado, vacío. Tengo fe. Necesitamos recuperar sin demora UPyD. Espero mucho de Ciudadanos pero aprecio en Podemos, y sus apéndices, bastantes aspectos que chocan seriamente con los modos democráticos. No me inquieta porque España y Europa, al igual que gato escaldado, del agua fría huyen. Hemos de observar ciertos aspectos comunes a cualquier grupo revolucionario del pasado. Suele decirse que los extremos se tocan y, en parecidas circunstancias sociales, el movimiento fascista ordine nuovo -escindido del Movimiento Social Italiano (MSI)- apenas duró dos décadas.  

Rajoy está encantado consigo mismo. Las pasadas elecciones europeas, aun estas municipales y autonómicas, ni le inmutaron. Constreñido, sin respuesta, va de derrota en derrota hasta la aniquilación definitiva. Lavar la cara, a estas alturas, es -además de insuficiente- una tomadura de pelo. Los partidos, a consecuencia de su estructura, no pueden reformarse porque el monolitismo sistémico malogra líderes impolutos. Como ciudadano preocupado por el futuro de hijos y nietos, quiero que esta encrucijada vertebral evolucione positivamente; que los aspectos económico, social, institucional y de libertades individuales, se canalicen con toda normalidad. El PP, por razones obvias, es incapaz de sacarnos del atolladero actual. Es justo y necesario que quede convertido en un partido secundario, bisagra, para conformar gobiernos estables.

Pedro Sánchez pasa a ser un fiasco absoluto. Zapatero dejó el PSOE anémico, lastrado, de imposible enmienda si no lo apuntalan principios claros, de Estado. El señor Sánchez parece revivir enfrentamientos en lugar de bregar, ajustando disensiones, para beneficiar al ciudadano. Ahonda divergencias imponiendo siglas y mezcolanzas radicales por una táctica incierta de rédito personal. Redobla la desideologización del partido; opone a sus intereses cualquier probabilidad de templanza y arriesga el fortalecimiento económico. Torpemente prefiere demagogia a escrúpulo, folklore a exigencia. Al igual que PP, PSOE merece el bochorno de convertirse en vana sigla democrática de izquierdas; una comparsa desubicada al nivel de IU. 

Ciudadanos está llamado a ocupar el espacio liberal-social de la derecha. No veo fuera de esta perspectiva, ninguna mejora inmediata para los españoles. Habría, no obstante, que pulir el freno cesarista que dibuja en el espacio político. Es partido nuevo, sin tachas ni aparejos turbios. Deseo suponerle un claro afán depurador y de honrado transitar. Por su parte, UPyD tendría que conformar los principios social-demócratas que nunca existieron en nuestro país. Instituciones económicas nacionales e internacionales deben coaligarse para que el espacio de izquierda moderada lo llene un partido (UPyD) capaz de conjugar diferencias buscando el bien común. Podemos no tiene cabida en nuestra casa ni en nuestro entorno. Por cierto, ¿qué les parece la ruta iniciada por el líder visitando, cual monarca absolutista, los feudos de sus patricios? Y luego habla de la casta. Como decía el poeta: “cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar”.

El elector ha de decidir las próximas elecciones generales. Sin dogmatismos, con rigor, analizando solo los hechos, tiene que designar aquellos partidos cuyos acuerdos nos van a sacar de la vorágine que padecemos. El extravío puede llevarnos a un escenario inquietante. Sé que mis razonamientos, desvirtuados quizás por estos deseos entusiastas, son el fruto de la voluntad, de la ilusión, más que de la cautela. Sin embargo, tengo la certeza plena que es una escapatoria magnífica pese a su escasa probabilidad. Paz y bienestar pasan necesariamente por este ámbito. Más allá vislumbro un futuro incierto, oscuro. Las leyes físicas y humanas son cíclicas. También lo es el devenir si nosotros no alteramos, al menos, su inercia. Desterremos a partidos inmóviles u obcecados con el  choque doctrinal. 

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