martes, 22 de mayo de 2012

EL SUICIDIO DE UPyD


Hasta hace bien poco, el español votaba a la contra por exigencia de ese chip maligno, habitual, que prioriza descalabros del rival a triunfos privativos. El escenario que vivimos (cargado de déficits económicos, políticos, institucionales y sociales) exige renovar estilos,  consentir caprichosos enigmas en los procesos de ajuste a respuestas concretas. Ya no valen filias o fobias para suscitar entusiasmos ciudadanos. Sugestiona sustituir la inoperancia por el anhelo que despierta el contrario, real o postizo. Doctrinas, estrategias, argucias, se convierten en reclamos rancios, infantiles, inútiles. El individuo, poco a poco, arroja de sí viejos fantasmas que sibilinamente han ido mermando su capacidad crítica. Al fin empieza a exigir concomitancia entre pronunciamientos y hechos. 

La mayoría absoluta del PP (incluido aquel inesperado, asimismo necesario, concurso de escépticos y ex votantes socialistas) constata lo dicho anteriormente. Este PSOE, cuya entraña se vigoriza de dogmáticos e ignaros, acerca (iguala) suelo y techo electoral. Durante muchos años, dicho partido atraerá sólo al veinte o veinticinco por ciento del electorado debido a su afán de encuadrarse en conductas y sutilezas superadas. PP y nacionalismos, moderados estos cuando renuncian a caretas subversivas (antiburguesas), muestran una porosidad preocupante y desmotivadora. En venideras confrontaciones (PP, PSOE, CiU y PNV), lograrán a lo sumo la mitad de votos en juego, arrancados por inercia que no por convicción. Otra mitad abastecerá una abstención lógica o, peor, viciará alguna sigla impoluta.

Perdido todo crédito por un PSOE sometido a la onerosa ineptitud de gobiernos aciagos, Rajoy cosechó el engañoso triunfo sobrevenido a lomos de una tabla salvadora, de una oportunidad irrepetible. Sin embargo, inseguridades, complejos y actitudes osmóticas -junto a cierta sorprendente (quizás no tanto) desorientación, minimizada con imposturas y efluvios nada novedosos- originan graves sentimientos de frustración y desapego. El contribuyente, confundido, amedrentado, queda inerme; al socaire de una providencia, en ocasiones, algo tacaña. Se dan las condiciones precisas, asimismo preciosas, para asentar nuevas iniciativas, incipientes siglas capaces de cohesionar (aparte propuestas aglutinantes, soluciones diferentes) el propio sistema democrático. Los desengaños precisan recuperar otras ilusiones que posibiliten al hombre seguir luchando en pos de la quimera, inagotable savia vital.

La izquierda (y su infundada superioridad moral) es dogmática, recurrente, por tanto inmovilista, pertinaz. La derecha (concepto peyorativo con que pretende estigmatizarla el rival) viene conformada por una masa heterogénea, dispar; veleta a la hora de precisar su voto. Esta circunstancia permitiría trasvases importantes (cuatro millones sin adscripción clara y dos millones ladeados a la diestra) hacia siglas que se alejaran del radicalismo y la incoherencia. UPyD oteaba un horizonte inmediato cuajado de gloria al distanciarse del erial político que domina el suelo patrio y apiñar todas las decepciones.

El 20N afloró una explosión de hastío; fue la muestra palmaria de abatimiento, un rebato agónico. Se votó sin fe; era el auxilio exánime, la última oportunidad. Valía cualquier firma alejada del PSOE calamitoso. El PP recolectó una esplendorosa cosecha injustificada, sin merecimiento. Rosa Díez acopió fundamentos que le permitirían advertir esa ley general de prueba y ensayo. Ayer (al decantarse entre un PP voraz con el débil, un PSOE aciago, ávido de poder y un FAC firme) quebró su pureza, sembró la abstención. Parafraseando a Teilhard de Chardin, el pasado revela la estructura de futuro. Adiós perspectivas fascinantes. Sigue cumpliéndose el maleficio de políticos indigentes; un lastre, al parecer, insuperable.

Asturias, otra vez, pudo significar el origen de una nación reconquistada al absurdo político e institucional, a la ruptura gradual de España con quinientos años de goce y miseria en lapidaria alternancia histórica. La cortedad de miras lo ha impedido. Ahora sólo nos toca esperar a que emerja un elenco estricto, cabal, que no exhiba el suicidio como táctica social.

 

 

domingo, 13 de mayo de 2012

FRAUDE O INFAMIA


 

La crisis generalizada que pena España tiene su entronque en factores dispares, tanto cronológicos cuanto humanos. Los primeros presentan una naturaleza azarosa e invariable, por tanto de imposible previsión o regule. Tiene ventaja sobre los desastres naturales en que aquellos, a veces, se muestran benignos. El hombre, al igual que los cataclismos, cuando actúa socialmente atrae el caos. Es un designio maldito difícil de conjugar, menos cerrando sentidos y emociones al esfuerzo común. Diluir ánimos, asimismo contraponer energías, permite a las sombras adueñarse del entorno, acarrear el infortunio.

Soy consciente de lo injusto que supondría condensar toda responsabilidad en un grupo o colectivo. El éxito, quizás la ruina, es tan complejo que exige la contribución de múltiples asientos. Parece absurdo, por tanto, vertebrar la crisis (ese déficit multifacético) en los políticos, financieros, sindicatos, medios, etc. Estos deben asumir un alto porcentaje de culpa porque en las democracias representativas, curioso eufemismo paradójico, las instituciones mencionadas ostentan un papel especial, alejado del que le permiten al pueblo llano. No por ello, sin embargo, a este se le exonera de culpa en mayor o menor grado, sobre todo por negligencia. Desdeñemos descargar reproches exclusivos a ningún combinado aunque se constate la torpeza, codicia o entrega que manifiestan algunos.

George Mason, en el siglo XVIII, planteó: “La libertad de prensa es uno de los grandes baluartes de la libertad y no puede ser restringida nada más que por gobiernos despóticos”. A la vez, Edmund Burke puso los cimientos al llamado cuarto poder referido a los medios de comunicación. El auxilio al triunfo del Nuevo Régimen resulta indiscutible por su papel fundamental a la hora de divulgar doctrinas capitales para el desarrollo de la Revolución Francesa. Con el tiempo, este poder equilibrador se ha ido consolidando en las democracias asentadas. EEUU es, sin duda, el paradigma del contrapeso que los medios ejercen en cualquier ámbito de la vida pública. Consiguen instituir o derribar gobiernos sin que nadie obstaculice su desempeño. Configura la prueba que certifica crédito y autoridad.

Aquí hay una clara diferencia entre la prensa de los años setenta -incluso ochenta- y el momento actual. Antaño, surgió un grupo de comunicadores íntegros, idealistas, incorruptibles, que caminaban en línea recta sin que permitieran la señalización del camino con migas de pan u objetos más atractivos. Hoy, salvando honrosas excepciones, han trocado ideales y laureles éticos por agasajos materiales, por ubicarse cercanos a la tarima que instala el poder al que sirven sumisos; a veces para recibir una palmada en la espalda.

Enterrado Montesquieu por obra y gracia de un “demócrata paradigmático”, sin que otros (con diferente estilo) habilitaran su retorno, a los españoles nos quedaba, como postrera alternativa, unos medios linderos a aquellos de la transición. Serían nuestra voz; más aún, nuestra conciencia. Exigirían al poder, a sus vertientes, limpieza, transparencia y ejemplo. Pusimos empeño en vez de fe, adivinando quizás, lo que se avecinaba. Resulta casi inhumano, a fuer de humano, comprobar la indigencia en que nos encontramos, a expensas de qué réditos ocultos y del juicio acrítico que domina la escena (confusa a su vez) por el nocivo efecto de quien reniega a cumplir lo ofrendado.

Vemos con qué desparpajo -no excluyo ideologías- se empecinan en la salvaguarda de sus ídolos contra toda lógica, justicia e interés común. No importa bordear sinrazones, falacias (incluso adentrarse en la calumnia si fuere necesario), para argüir argumentos impensables, de difícil digestión con otros aderezos. A resultas de tales martingalas el individuo está perdido, errante; confunde hasta su existencia.

Los demonios nacionales, la fatalidad de la crisis, forman una compleja mezcolanza. En ella, agazapados, desapercibidos, pululan inquietos comentaristas que recorren medios audiovisuales maleando la conciencia social a lomos del fraude o la infamia.

 

 

 

martes, 8 de mayo de 2012

PEAJES


Tras importuna apatía, retomo el sendero que me lleva a escudriñar la horripilante actualidad española. Desconozco si el fundamento se debe al rebelde proceder de los “estros”, abordando un mayo lluvioso, o al aluvión de comunicados y pormenores (a caballo entre lo apocalíptico y lo mordaz) que impiden focalizar la atención, asimismo el interés. Durante un tiempo (a semejanza de ese proverbio turco que afirma sin reparo “quien para ir a rezar duda entre dos mezquitas, termina por quedar sin rezar”) elegir título y materia anuló mi capacidad creativa llevándome a una suerte de aturdimiento paralizante.

Roto el hechizo maligno, he decidido hablar de los peajes (en su más amplia acepción) padecidos y de aquellos que penden amenazadores, cual espada de Damocles, a días o rachas. Sólo el acaso y la reserva permiten acertar cuál encandila al ciudadano; cuál protagoniza su afecto, quizás su desvelo. Creo firmemente que los costeados o aquellos que no se acompañan por un reintegro colectivo, parecen inocuos; al menos cuajan livianos. Salvo excepciones muy concretas, la gravedad suele calibrarse con unidades monetarias. Los valores morales cada vez revisten mejor la cicatería humana. Hoy pecamos con los frutos perversos del relativismo que no sustenta con rigor el árbol de la ciencia social.

Meditar a estas alturas sobre debilidades manifiestas de ejecutivos pretéritos, sobre los peajes que suponen las expropiaciones de REPSOL y REE por la señora Kirchner y Evo Morales, respectivamente, así como el “envite” de Serrat y Sabina, aporta a la gente parecido galardón al que percibiría un astronauta subido a una nave de cartón. Irrepeefes, copagos, ivas que se vislumbran cercanos y otros “atracos” especiales (alcohol y tabaco), los vamos digiriendo a dosis progresivas para minimizar los efectos y evitar así su letalidad. Paso de puntillas, a propósito, sobre las conversaciones con ETA, la Ley del Aborto y demás aspectos éticos, prometidos e incumplidos, para no hurgar en sentimientos y conciencias sobradamente contrariados.

Sí, este es el gobierno de “lo verás pero no lo catarás”; aquella monserga con que avasallábamos a nuestros feudos. Siempre, a mayor proximidad más saña. Concurría una constante digna de psiquiatra. ¿Preconizábamos usos políticos o seguíamos el dictado de nuestra propia crueldad? Llevo cuatro meses furibundo. La única primicia firme (aparte promesas, previsiones y propagandas) se sintetiza en los esfuerzos por esquilmar el depauperado bolsillo de trabajadores y pensionistas sin que se note; con propuestas, desmentidos, medias verdades, al estilo de quienes cavaron esa fosa fatal de la desafección con herramientas capciosas y humillantes. Recomiendo a aquel que atesore un dedo de frente (aludo a políticos, claro) la sentencia de Panchatantra: “Quien dejando lo seguro se va en pos de lo dudoso, pierde lo seguro y no alcanza lo dudoso”.

Insisto, estoy harto y presiento no ser la única voz que clama en el desierto. Pero donde mi capacidad de aguante se quiebra sin duda, donde se dibuja el límite de cualquier paciencia (la mía por supuesto), lo encontramos en esa amenaza -desmentida y afirmada alternativamente- de cobrar peaje en la autovías con la extraña excepción a camiones. El PP (ventajoso alumno del PSOE en “enderezar” entuertos, supuestamente) comete en las evasivas -hechas a estajo- que justifican la onerosa medida una contradicción evidente. Aclara que lo recaudado servirá para mejorar el servicio y exime de ello a grandes vehículos, especiales potenciadores de su deterioro. ¿Se atreverán? No, si son inteligentes. Sin embargo, casi con total seguridad tendremos peaje y ellos se despedirán con una legislatura conflictiva. Una sola, ¡eh!

En medio del desastre, una noticia vino a compensar este sentimiento trágico de la vida, que diría el clásico. Zapatero desdeñó al personal con el anuncio de sacar enseguida un libro sobre economía escrito por él mismo. Esto sí es una charlotada; un peaje burlón, aciago, esperpéntico. No es para tomarlo a broma. Después de hundir a España, merece un desprecio hilarante, una carcajada universal. Pobre… (añada, amable lector, el epíteto de su complacencia; será, sin duda, más tibio que el que yo aplicaría)

Para contraer la deuda no es preceptivo acrecentar impuestos, ni recurrir a peajes insólitos. Puede conseguirse también disminuyendo gastos improductivos a la sociedad, aunque aprovechen a próceres en particular.