viernes, 25 de junio de 2021

EXCLUYEN LA MÁSCARA Y QUITAN LAS MASCARILLAS

 

Sin dudarlo un segundo, tomaría por mías las palabras de Sam Savage: “La diferencia entre ponerse una máscara, que siempre es ocasión de libertad, y que le obliguen a uno a ponérsela, es la misma que hay entre refugio y cárcel”. En este país, donde la cultura escasea y la cultura política se percibe ausente y desganada, llevamos decenios con la máscara puesta y el espíritu en subasta. Un tapujo, sin abertura ocular ni intelectiva (que es esencial), implantado gradual e insensiblemente en el pueblo para anular su umbral perceptivo por intensos que sean los estímulos; léase arbitrariedades, postergaciones, enriquecimiento ilícito o abuso de poder. Tal escenario arranca en las diferentes etapas educativas —incluso universitarias— y se completa con la asistencia bien retribuida de medios y cronistas, salvo honrosas excepciones que no negocian su misión deontológica.

Cualquier persona que encuentre extremadamente perturbadora la situación actual de España, lejos de exagerar atenúa su análisis visto el camino emprendido por Sánchez cuya ambición atropella valores, leyes y escarnece la dignidad nacional. A este vividor sin escrúpulos, el ciudadano le importa un comino por mucho que alardee de lo contrario. De él le interesa solo el trasvase de poder fugaz que teóricamente presta en su voto y surge después, gracias a la democracia, colectivo, poderoso e incorporado al partido rígido, opresor. Los liderazgos se han convertido en cesarismo insano, rencoroso, capaz de devorar (quizás enmudecer, aturdir) a quien ose oponerse a sus designios. Sin embargo, palos de ciego, vaivenes, veleidades infantiles, hasta derroche incontrolado del erario público, conforman un balance diario sin que nadie se atreva a objetar el guion.

Baste lo dicho para colegir que a cualquier político le importa su bienestar económico por encima de otra consideración. El celo esperanzador e ilusionante de encontrar algo decente en nuestros próceres provoca desengaño, despecho resignado. ¡Qué de verdades airean mientras escalan un acomodo —o son oposición— y cuánta falsedad conseguido el poder! Ellos, originarios incluso del pueblo llano, entronizan la desmemoria social e histórica por mucho que aparenten potenciarla. Otra paradoja a que nos llevaría un análisis pormenorizado de su naturaleza e identidad políticas. A medio plazo, con una sociedad no ya inteligente sino reflexiva, los probos dirigentes serían biodegradables concluido su periodo de caducidad. Cierto es que algunos tienen vigencia ilimitada, saben bandearse con pericia y la tramoya les permite jubilarse asidos al cargo público.

Seguimos rendidos a esa máscara involuntaria, lastre que el pueblo consiente estoico, sin ver cercana su supresión. Pese al aire de libertad, de rebeldía, frente a un adoctrinamiento progresivo, cuesta arrojar esta nociva barrera. Madrid ha supuesto la culminación del grito silencioso que poco a poco se impondrá sobre cualquier aquelarre planificado desde el gobierno. Llega el momento de divulgar las palabras de Giovanni Papini: “Si mi filosofía es filosofía —de todos modos es siempre una reflexión sobre la vida humana— puedo llamarla sincerismo; o sea, esfuerzo para manifestar la verdad más allá de cualquier mito, ilusión, máscara o engaño, aunque sea útil e ideal”. Espero que dicho pensamiento sirva para elegir individualmente la trayectoria adecuada a fin de adquirir decencia, rectitud, albedrío, sin dejar su vida a la ventura de embaucadores sectarios, ávidos.

Sánchez mercadea las instituciones esenciales de la nación. Lo hace con la Monarquía, la Fiscalía, el Tribunal Supremo, la Ley y, mayoritariamente, el pueblo español. Redondo sabe (ignoro si también el presidente) que, si no se indulta a los políticos independentistas catalanes presos por sedición y malversación, Sánchez pierde la Moncloa y él un rentable negocio. Sospecha, además, la dificultad habida para que el indulto no abra ninguna fisura irremediable. Sobre la verdad indiciaria oponen “interés público”, “concordia”, “magnificencia”, “diálogo”; todo un póker inverosímil, de farol, que los mismos independentistas desmontan cuando enseñan sus cartas. Hasta quienes debieran colaborar en la patraña niegan todo sumario, dejando —todavía más visibles— muchas vergüenzas al aire. El cálculo a largo plazo puede venírseles abajo si la auténtica sociedad civil, treinta y siete millones de electores, no esa élite sindical, financiera, empresarial (presuntamente amancebadas) pudiera votar enseguida para corregir una legislatura indigente e infame.

En esta hora, quien más quien menos comete desaciertos cuya expiación se espera con curiosidad no exenta de revancha. Mientras los españoles ansían arrinconar la máscara para apreciar con nitidez realidades y desafíos, el gobierno turbulento, rastrero, se afana en evitar dicha probabilidad. Utiliza para ello el debate suscitado al liberalizar de forma unilateral (sin contar con informes precisos del presunto grupo de expertos) la mascarilla en lugares abiertos, imbricada a la reducción restringida del IVA en el recibo eléctrico. Constituye, entre otros amaños, humo con objeto de desvanecer la pavorosa realidad. Tanto desdén y desenfreno deberían llevarnos a imitar a Francia donde hubo casi el setenta por ciento de abstención en las elecciones regionales. ¿País inteligente? No necesariamente, menos dogmático (sinónimo de simple) o más escéptico que nosotros.

Arrumacos, ayuntamientos y supuestos favores, hicieron que el Ibex, Círculo empresarial catalán, presidente de la CEOE, UGT y CCOO, medios e incluso la Iglesia, loaran el advenimiento de los indultos, a mayor gloria de Sánchez, tras un biombo rocambolesco, esperpéntico. Casado, en metafórico llanto, se mortificaba por una soledad inexistente. Denunciaba encontrarse desolado, sin sociedad civil, cuando el setenta por ciento se manifiesta contra Sánchez. Tiene a Vox —repudiado por él en un alarde de estupidez insólita— y a personas muy cercanas (entre otros, Ayuso y Martínez-Almeida) que le pueden enseñar algo de valor y nobleza, virtudes que aún resiste. Debe, asimismo, empuñar las mismas armas que sus adversarios indicando, al mismo tiempo, que querencias insultantes, prosaicas; intrusiones o falta de equidad, en la élite civil mínima, producen adeudos. Por el contrario, tal vez de forma simultánea, ha de garantizar derechos y libertades de la sociedad mayoritaria; esa que lo subirá al poder largo tiempo si cumple.

Hasta hoy, unos menos que otros, ningún político ha satisfecho al ciudadano. Presumo, visto el 4-M, que tal escenario está en vías de extinción, que ya no valen propagandas, escaparates ni retóricas rimbombantes. Desconozco a qué punto puede llevarnos la desaparición no de la mascarilla, sino la lenta caída de la máscara. Eso sí, vamos sabiendo a contrapelo la degradación personal y humana del ejecutivo, además de otros políticos que toman asiento en ambas cámaras. No obstante, por su actitud altiva, opresora, antidemocrática, ajena a toda mesura y control legal, considero a Sánchez —sin acritud, pero con firmeza, pese a la dura competencia— el mandatario más vil desde Fernando VII, al menos. Vileza que trasfiere a quienes callan y otorgan, sean cuales sean. ¡Ah! Y no basta con que le duela a uno todo el cuerpo como a Page. ¡Ya está bien de impostura!

viernes, 18 de junio de 2021

ESPAÑA Y LO OBVIO

 

Frecuentemente el tópico permanece ridículo, inmóvil, pese a los esfuerzos denodados por batir récords, aunque sean desfavorables. ”España es diferente” termina siendo un bosquejo postizo, obsoleto. Día a día, es diferente en aspectos insólitos, inimaginables; tocados con ribetes que denuncian extremos de relativa insolencia. Nadie ose pensar que semejante lastre social se adosa al cuerpo español de manera inmanente, como la joroba al dromedario. Antes bien, tal aditamento moral (quizás costumbrista) se ha ido forjando a través de mezclas heterogéneas —incluso opuestas desde cualquier perspectiva—formadas por siglos y pueblos que determinaron el momento actual. Absolver al individuo contemporáneo sería tan injusto como cargar sobre él en exclusiva toda culpa. Al decir de Ilya Primogine “el mundo no es uniforme ni equilibrado, sino múltiple, temporal y complejo”. Repartamos, pues, sin intenciones pérfidas tinos y torpezas.

Ahora mismo nos encontramos enfrentados a unos jerarcas —indigentes intelectiva y moralmente— que se empeñan en arrasar el país, aunque mitiguemos ese objetivo espeluznante con diversos eufemismos como “estar insertos en una coyuntura crucial”. Con estos individuos al frente del gobierno, la coyuntura se alarga indefinidamente y el desasosiego adquiere magnitudes degradantes. Empieza a desmandarse un hartazgo ancestral cuyos efectos, más o menos inmediatos, debieran implicar cambios esenciales. Los diagnósticos demoscópicos entibian la lógica política alargando cuanta inquietud ha sembrado esta banda que ocupa el poder de forma inexplicable. Barrabasadas personales, institucionales y económicas, no perecen surtir efectos correctivos de importancia, proporcionados, ni en protagonistas ni en cómplices de tal desaguisado.

A estas alturas, en peligro de muerte derechos y libertades que parecían conquistados (o reconquistados) a la muerte de Franco, sigue existiendo impulso mítico —según indican las encuestan— para gente sin solvencia ni merecimientos. No creo que ningún comunicador o persona dedicada al análisis político, si son imparciales, sientan deferencia ni predilección por miembro alguno del gabinete y allegados. Desde el arrogante cuyos límites descansan sobre su propio desvarío hasta quienes creen ser dueños de vida y haciendas, actúan bajo los efectos adictivos del señor feudal. Advienen al poder de forma democrática otorgándoles prerrogativas de práctica equilibrada, prudente, y terminan por exonerarse de las tasas que el cargo impone, mientras tiranizan a sus acreedores a quienes deberían no solo representar sino dar completas aclaraciones justificadoras. Por contra, hoy sobresale un oscurantismo inmoral, sin precedentes próximos.

Sánchez viene cayendo en un lodazal fétido, hediondo, desde que aceptó compañías nada recomendables para atrapar el poder, inalcanzable por senderos impolutos, juiciosos, convencionales. Aunque la propaganda mediática pretenda hacernos advertir significativas bondades de este ejecutivo, e inmensa podredumbre en la oposición, el ciudadano —proclive ya a las pasiones del exégeta— traduce e interpreta que cualquier izquierda, más o menos extrema, procura dirigirse hacia el viejo instinto de conseguir la cuadratura del círculo. ¿Cómo puede conciliarse A y Z, uno y su contrario, sin levantar muros de incomprensión o atisbos de patraña? El dicho célebre certifica que un burro puede fingir ser un caballo, pero tarde o temprano rebuzna. Ignoro si alguien conseguirá exponer argumentos rigurosos que invaliden tan original pensamiento.

Obvio, en su acepción primera, significa “que se encuentra o pone delante de los ojos”. Su segunda remata: “muy claro o que no tiene dificultad”. Rechazar o arrinconar tal parecer significaría abandonar la lucidez, fundamento indispensable en el acto legítimo, riguroso, fructífero. Hoy, nuestro país tiende a la orfandad plena de lo obvio, a un sinsentido laberíntico, que lleva a nuestra propia destrucción. ¿Es obvio que no puede sostener un gobierno nacional quienes pretenden quebrar su unidad? Pues ahí tenemos partidos independentistas, que proclaman a las claras su ejecutoria separatista mientras el gobierno propone ¿diálogo? e interés nacional “confundiendo” un presunto logro integral con dividendos privativos de unos cuantos. Seguramente esos ojos ante los que se colocan indultos, frutos silvestres con maca, debieran estar llenos de pan para no contemplar la realidad impuesta por el fraude pecuniario en el resto de Comunidades.

La gran mayoría, imitando otro aforismo de autor enigmático, desentraña erróneamente escritos tipo: “no hay nada como escuchar mentiras cuando ya sabemos toda la verdad”. Desconocen, o no se atreven, con qué respuesta contrarrestar —paliar al menos— tanta toxicidad ruin unida a la mentira. Solo unos pocos conseguimos quitarnos el vendaje físico e intelectivo que, cual cordón umbilical, nos ataba a un cuerpo ingrato, desdeñoso, yermo. Los políticos españoles conforman una comunidad innoble, ridícula, alentada por fines espurios, restringidos, y cada vez más alejados de cualquier interés general. No observo, ni siquiera sumando esfuerzos estética y éticamente laxos, excepciones meritorias. Es obvio que el bien común exige apartar electoralmente al gobierno socialcomunista cuanto antes. Para ello se precisa un previo: la unión de las derechas. Pues bien, Cuca Gamarra, portavoz del PP en el Congreso, ha iniciado desavenencias nada convergentes con Ayuso, presidenta de la Comunidad madrileña. ¿Solo síntoma?

Abusos y excesos —superando el sentido común, mientras se bordea la ley a más de principios natos en democracia—  hoy constituyen un protocolo para aventureros sin escrúpulos. Ya no vale “sufrir” inconveniencias de conmilitones o rivales intransigentes, se les purga u objeta y listo. Susana Díaz, depurada por Sánchez, y José Antonio Díez (alcalde de León), amenazado por el escolta de Ábalos, son ejemplos cercanos. Esto dibuja solamente el cuerpo, lo externo, cuando las interioridades, menos definidas, guardan la parte sustantiva y alarmante. Nos rodean ocultaciones esenciales y tretas impropias de personas honorables, tanto actores como incitantes. Resulta que el escaparate indigno, pese a la confluencia planetaria, de Sánchez con Biden, costó al erario público la friolera de seis millones trescientos mil euros. Caro recorrido; un escándalo.

Aquí (en esta tierra seca, hollada por pies guerreros, diversos), hoy estamos deslizándonos precipitadamente a la quiebra como nación con siglos de supervivencia y entendimiento. Invocar magnificencia a la puerta del velatorio confirma turbios anhelos que superan una fase normal, sensata, para abrazar inercias antidemocráticas, psicóticas. España es una monumental propaganda al objeto de generar una realidad paralela, falsamente utópica, donde todo gira a la esperanza de que el BOE sea generoso. Así se explica que algunos presidentes del Ibex confirmen contra todo registro que: “La economía se va a salir del mapa en dos mil veintiuno”. El presidente de la CEOE, por su parte, “avala los indultos”. Ya se otean en el horizonte los fondos europeos. “España y yo somos así, señora” frase blindaje leída En Flandes se ha puesto el sol, novela de Eduardo Marquina. Lo obvio entre nosotros es pura floritura.

viernes, 11 de junio de 2021

HUMO, ATROPELLO Y NECEDAD

 

Humo es vocablo de larga tradición y empleo. Ignoro si su primer servicio contribuyó a conservar ciertos alimentos o a enviar señales codificadas a largas distancias. Ambos casos, cumplidos miles de años, fueron auxilio infinito al hombre en coyunturas agresivas, penosas, duras. Después, su historia fue transcurriendo sin pena ni gloria, con tibia indiferencia e incluso desdén. Puede que en el Medievo y siglos posteriores constituyera reseña bruja o metáfora criminal de la Santa Inquisición cristalizadas en piras arbitrarias, vindicativas e inhumanas. Los tiempos fueron gestando novedosas inercias que introdujeron, al compás de estilos sociales desinhibidos, conductas alegres, libidinosas. Ciertos sectores envolvían sus cuerpos, tal vez sus mentes, con el humo del cigarro que cegaba sus ojos e iba quemando —además de sus vidas— la angustia vital prohijada por un existencialismo sin respuesta. Tuvo gran protagonismo evasivo-lírico-musical durante todo el siglo XX.

Poco a poco fue perdiendo romanticismo y hoy persevera como cimiento, peana, de refranes o biombo sutil de políticos ruines, pérfidos, pragmáticos, con escasos rudimentos liberales. Curiosamente, la transparencia “se vende” más y mejor cuando el oscurantismo se adueña del entorno. A mayor gloria, y sin conocer qué motivos lo respaldan, no suelen pagar peaje electoral, por supuesto jurídico. Surge un círculo vicioso perverso cuando la sociedad pretende corregir menoscabos notables en el proceso de arraigo democrático. Nadie es culpable único, pero si agente medular loable o mezquino. Cualquier sistema democrático mide su salud y vigor a través del arbitraje ciudadano; es decir, del compromiso riguroso que asuman sus integrantes mayoritarios: los representados. Echar culpas exclusivamente a quienes nos gobiernan, además de pretexto inmoral, conforma la manera artera, innoble, de justificar nuestra negligencia.

Sánchez —lo más seguro jaleado por su jefe de gabinete—  se convierte en experto fogonero. Adalid del recoveco, aviva humaredas que enturbian o desvían el centro de atención cuya querencia e interés general pueda ocasionarle contratiempos. Aparte distintos señuelos, crea carnaza concreta, específica para ingenuos o dogmáticos atraídos por un populismo ilusorio. Verdad y eficacia aparecen vacilantes en este país que se descuelga a pasos agigantados de toda solidez económica y democrática. No imagino qué ocurriría si el escenario actual lo hubiera ocasionado la derecha. Cabe preguntarse ante, esta incógnita, qué poderosas razones esgrimen unos u otros para inspirar manifestaciones tumultuosas en las izquierdas mientras la derecha transita cabizbaja sin dar señales de mínimo vigor. Sin embargo, esta aprende rápido y empieza a competir por hacerse con un espacio antaño exclusivo.

Escoltado por una selecta artillería mediática, el presidente (cada día más autócrata, endiosado, quizás paranoico) levanta gigantescas humaredas —ya casi inútiles— para tapar incompetencias, dislates e ilegalidades. Su visor está fijo en Madrid y Ayuso, hada madrina popular, se torna pesadilla cruel, incisiva, contra los vaivenes habituales de Sánchez. Ahora le ha vuelto a ganar el pulso con las medidas cautelarísimas de la Audiencia Nacional. El PP, en su conjunto, le sirve de tiro al blanco para aligerarse de hechos calamitosos o poco dignos y que este legitima aceptando frecuentemente las acusaciones ante un sonoro, escandaloso, silencio culpable o cobarde. Aparte, el gobierno actúa sin programas ni principios, a salto de mata, por instinto; desnuda un “santo” para tapar otro mientras ofrece un marco decadente, irrisorio. España dibuja cierta analogía con una Gioconda oscura, desvaída, cadavérica.

ERC ha pasado al cobro el viejo libramiento otorgado por Sánchez cuando la moción de censura descabalgó a un Rajoy medroso, lívido, padre de desdenes infames. El presidente se ha puesto enseguida en posición de firmes engrasando la propagandista y espuria maquinaria político-mediática recreando algunos vocablos vanos: “concordia”, “interés nacional”, “diálogo”, “magnanimidad”. Junqueras, auténtico líder, sigue la farsa escribiendo una carta trucada anunciándose fiel constitucionalista y aceptando el indulto que ayer repelía. Amnistía o nada, intimidaba fiero. ERC se ha equivocado al presionar a Sánchez en el peor momento. Las primarias andaluzas, el desastre electoral que se viene anunciando, las continuas derrotas electorales y jurídicas contra Ayuso, el setenta por ciento (incluyendo un alto porcentaje de votantes socialistas) de españoles contrarios y los fondos europeos lejos, proclaman lo inadecuado del momento.

Las reflexiones de Laura Borrás referentes a distintos (quizás opuestos) análisis y estrategias entre ERC y JxCat sobre el enfoque independentista, los dicterios entrambos para erguirse con el purismo independentista, hace imposible cualquier convivencia o diálogo. Sánchez se encuentra prisionero básicamente de su ignominia, pero también aparece distante, encadenado al lance elitista, de poder, desatado en Cataluña. Constituye una contienda de amor/odio fraternal cuyo resultado es incierto. Emergen tenues, o no tanto, imputaciones de traición que aportan perspectivas rupturistas a corto plazo. Cualquier cesión económica o competencial, ahí estriba el fondo del “conflicto”, implicaría un atropello a los derechos humanos —exigidos por la Laura, así con el artículo usual— de ambas Castillas, Extremadura, Andalucía o Murcia, verbigracia, en desamparo ancestral. El PSC, presunto intermediario constitucional, queda en tierra de nadie, intrascendente; portavoz entusiasta de la nada existencialista.

Decía lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En concordancia, si “la ignorancia es muy atrevida” la ignorancia supina es temeraria, suicida. Padecemos un gobierno de indocumentados, narcisistas, arrogantes, cuya indigencia moral les lleva a acometer tropelías sin límite. Muchas son evidentes y la gran mayoría presuntas. Confundir el país con su patrimonio personal y a los ciudadanos con vecinos estúpidos fomenta un comportamiento irregular, cuando no delictivo. Me pregunto qué razón les lleva a cometer acciones recusadas en cualquier democracia, por endeble que sea. Sin enterarnos cómo, el bipartidismo ha corrompido el sistema dejándonos un escenario deprimente donde la impunidad reina sin freno ni límites. Jesús Laínz aseguraba días atrás que los izquierdistas de la Segunda República eran los mayores ladrones de la Historia de España. ¿Está seguro de su aserto o necesita perfilar algún reajuste?

Pese a la creencia errónea de que hoy la juventud está más preparada que nunca, maduremos lo dicho por alguien conocedor de las interioridades educativas: “Gracias a la instrucción hay menos analfabetos y más imbéciles”. Su secuela anima a Rafael Mayoral —creador de una cooperativa presuntamente “dopada”— a “correr a gorrazos” al gobernador del Banco de España por rechazar las tesis podemitas del SMI. Sánchez, más osado en su necedad, reclama desde Argentina a los españoles comprensión y magnanimidad mientras él prepara un cambio constitucional favorable a Cataluña. Llamarlo cínico e impresentable no constituiría delito de injurias sino expresión ecuánime, procedente, de definiciones intrínsecas y atributos evidentes.

            

viernes, 4 de junio de 2021

INDULTO O ADICCIÓN

 

Lo que antes eran presunciones lógicas, asidas al sentido común o la razón empírica, a poco se convierte en realidad, probablemente pródiga, turbulenta e incluso cismática, explosiva. No es que ya esté maduro —ni que la naturaleza exija dar rienda suelta al ciclo propio— para que se empiece a especular sobre el indulto esperado cual agua de mayo; en este caso, junio. Apreciamos que la moción de censura, días atrás hizo tres años justos, dispersaba las semillas a falta de conocer el momento exacto de su cosecha. Pues bien, ERC ha estimado que ahora es el momento, reconduciendo las fases hortofrutícolas al caos. Sánchez (ejemplar único) aun sabiendo la dificultad enorme que entraña conciliar Marruecos, pandemia, crisis económica y laboral, se ha puesto manos al asunto como si le fuera la existencia en ello. Sin duda, no la vida física, fisiológica, sino la regia; aquella capaz de satisfacer cualquier capricho y que ERC puede apagar cuando quiera.

Es evidente, aunque la masa (cada vez menos) comulgue con ruedas de molino, que se libera a los políticos catalanes presos con el único fin de continuar saboreando La Moncloa. Lo demás es humo y patraña, exhibicionismo que fabula cuánta estética y justicia ampara tal medida imprescindible si queremos superar el “conflicto catalán y conseguir la concordia nacional”. Descartes decía con certeza: “Es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez”, menos si lo han hecho miles de veces. Sánchez, antes de ganar las primarias que le llevarían a la secretaría general del PSOE, entrevistado en Cuatro decía que su deseo era “liderar un discurso de democracia radical”, “terminar los aforamientos de los diputados” y “poner fin a los indultos”. Incluso, se propuso “preguntar a las bases socialistas cuestiones esenciales”. ¿Ha cumplido alguna? Sin ninguna duda es el mayor farsante de hace cuatro decenios, como mínimo.

“Aún no asamos y ya pringamos” afirma un viejo refrán. En efecto, debates audiovisuales y textos escritos diseccionan, con mayor o menor tino —quizás afanes maniqueos— la conveniencia (otros alegan dudosa legalidad) de concederlo. Sánchez ya lo tiene decidido haciendo oídos sordos, sin encomendarse a Dios ni a los santos barones o militantes. Informes del Tribunal Supremo y la Fiscalía son contrarios a esta medida de gracia. Súmese, según parece, el ochenta por ciento de españoles (entre ellos demasiados socialistas) que se oponen rotundamente al indulto. Da igual, ni los nueve cielos ni otros tantos círculos infernales de Dante podrían saldar deuda ni acomodo y, por tanto, resulta vano reconvenir a Sánchez del barranco (“precipicio” para socialistas ortodoxos de Madrid) al que se va a arrojar. Eso sí, siempre acompañado de Redondo “el fiel”, Iván.

Ignoro los pormenores personales o particularidades íntimas a que deben enfrentarse los signatarios del indulto, pero la Ley 24/06/1870 indica que cada uno ha de solicitarlo y exteriorizar sentida contrición. Por el contrario, ninguno ha firmado demanda alguna ni, mucho menos, traslucido sentimientos de culpa. Antes bien, siguen ratificando su deseo de volver a hacerlo. Es decir, esa “concordia” a la que se agarra Sánchez como un clavo ardiendo no pasa de ser otra fantasía vestida con luto riguroso. Los políticos catalanes, no solo quienes están presos, aborrecen el indulto porque perdona la pena y reclaman amnistía que exime exitosamente del delito. El indulto “debe concederse cuando hubiera razones suficientes de justicia, equidad o conveniencia pública”, expresa dicha Ley de mil ochocientos setenta. Ninguna se ajusta a la realidad del momento por lo que —en este caso u otro supuesto arbitrario— es impunidad, no acto humanitario sino político.

Estos extensos preámbulos que nos llevarán, de una forma u otra, a disconformidad velada o estruendosa, producen adhesiones y discrepancias poco razonadas. No obstante, importan poco qué porcentajes tengan ambas, al igual que los informes fiscales y judiciales, porque “el poder” se ha encelado e impide cualquier percepción sensorial o intelectiva adversa. Tal coyuntura irreparable, irracional para mentes lúcidas, cuerdas, se valora obligatoria si queremos mantener una “España en paz y concordia”. Sin indicios previos, aquellos argumentos que conjeturaran réditos sociales serían parejos en alegatos a los que sugiriesen riesgos intrínsecos. La escena actual —obtusa, pertinaz— percibe un independentismo silvestre, fiero, irreversible. Desprende, al menos en apariencia, tanta aspereza que resulta improbable el diálogo fructífero sin que dejemos los españoles menos venturosos incontables pelos en la gatera.

Sánchez tras ilegitimar la sentencia del Tribunal Supremo sobre los políticos catalanes juzgados por sedición y malversación, al entenderla “venganza” o “revancha” —caso único, gravísimo en cualquier democracia y encubierto por los medios— dice cínicamente: “Hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia”. Antes de continuar, permítaseme un inciso. Me pregunto cómo reaccionarían los del mutis mediático si aquella reflexión la hubiera expuesto un político opositor. Concordia significa unión, relación, y para ello se necesita el concurso de dos personas. Nadie puede concordarse consigo mismo y ya saben qué dice el refrán: “dos no riñen (ni unen, añado) si uno no quiere”. Conocidos los antecedentes respecto a la política catalana, el inepto presidente más que una predicción hace un brindis al sol; en realidad brinda por su salud mientras goza de La Moncloa. Va siendo hora de descubrirlo: ¡menudo personaje/elemento!

Adicción constituye la incapacidad para controlar la conducta como consecuencia de una respuesta emocional; a priori, disfunción no siempre negativa. Considero que el escenario catastrófico actual se debe a pequeñas, o grandes, adicciones personales y grupales. Surgen porque somos incapaces de enfrentarnos a los diferentes marcos angostos que plantea la vida. Frustraciones, vértigos, desesperanzas, abandonos, llevan irremisiblemente a narcotizarnos, aletargarnos, para huir antes que escarmentar y sorprendernos con respuestas airosas a cualquier reto. Podemos caer en dependencia física o emotiva, las dos con efectos atroces; sobre toda la primera cuya complejidad para vencerla es gigantesca. Esta insensibilidad ciudadana les hace sentirse dueños, opresores, indefendibles. Vean si no, al otro lado, las declaraciones de Casado: “La victoria de Ayuso el 4-M no fue la causa sino la consecuencia de la mejora de posición del PP”. ¡Torpe!

El proceso Kitchen, con la inculpación de prebostes peperos, ha permitido a Escolar decir en la Sexta: “Es el caso más grave de la democracia en cuarenta años”. Se olvida de otros casos en que hubo oscuras injerencias sobre la justicia, pero eran distintas siglas y personas. De todas formas, lo preocupante estriba en ese apelativo —utilizado por comunicadores cada vez en mayor medida y sin eufemismo— de “democradura”. Si hay un sistema/régimen que domina medios, oposición, legislativo, ejecutivo, fiscalía y casi el poder judicial, ¿quieren decirme qué demonios es este engendro? Dictadura con pelaje democrático. Existe la esperanza de que las adicciones emotivas sean tan volubles como las dinámicas sociales y vivamos un momento crucial, según verificó Sánchez a primeros de mayo en Madrid. Su soberbia, pese a todo, le lleva al barranco. ¡Prepárate, Redondo!