Frecuentemente el tópico permanece
ridículo, inmóvil, pese a los esfuerzos denodados por batir récords, aunque
sean desfavorables. ”España es diferente” termina siendo un bosquejo postizo, obsoleto.
Día a día, es diferente en aspectos insólitos, inimaginables; tocados con
ribetes que denuncian extremos de relativa insolencia. Nadie ose pensar que
semejante lastre social se adosa al cuerpo español de manera inmanente, como la
joroba al dromedario. Antes bien, tal aditamento moral (quizás costumbrista) se
ha ido forjando a través de mezclas heterogéneas —incluso opuestas desde cualquier
perspectiva—formadas por siglos y pueblos que determinaron el momento actual. Absolver
al individuo contemporáneo sería tan injusto como cargar sobre él en exclusiva
toda culpa. Al decir de Ilya Primogine “el mundo no es uniforme ni equilibrado,
sino múltiple, temporal y complejo”. Repartamos, pues, sin intenciones pérfidas
tinos y torpezas.
Ahora mismo nos
encontramos enfrentados a unos jerarcas —indigentes intelectiva y moralmente—
que se empeñan en arrasar el país, aunque mitiguemos ese objetivo espeluznante
con diversos eufemismos como “estar insertos en una coyuntura crucial”. Con
estos individuos al frente del gobierno, la coyuntura se alarga indefinidamente
y el desasosiego adquiere magnitudes degradantes. Empieza a desmandarse un
hartazgo ancestral cuyos efectos, más o menos inmediatos, debieran implicar
cambios esenciales. Los diagnósticos demoscópicos entibian la lógica política
alargando cuanta inquietud ha sembrado esta banda que ocupa el poder de forma
inexplicable. Barrabasadas personales, institucionales y económicas, no perecen
surtir efectos correctivos de importancia, proporcionados, ni en protagonistas ni
en cómplices de tal desaguisado.
A estas alturas, en
peligro de muerte derechos y libertades que parecían conquistados (o
reconquistados) a la muerte de Franco, sigue existiendo impulso mítico —según
indican las encuestan— para gente sin solvencia ni merecimientos. No creo que
ningún comunicador o persona dedicada al análisis político, si son imparciales,
sientan deferencia ni predilección por miembro alguno del gabinete y allegados.
Desde el arrogante cuyos límites descansan sobre su propio desvarío hasta
quienes creen ser dueños de vida y haciendas, actúan bajo los efectos adictivos
del señor feudal. Advienen al poder de forma democrática otorgándoles
prerrogativas de práctica equilibrada, prudente, y terminan por exonerarse de
las tasas que el cargo impone, mientras tiranizan a sus acreedores a quienes
deberían no solo representar sino dar completas aclaraciones justificadoras.
Por contra, hoy sobresale un oscurantismo inmoral, sin precedentes próximos.
Sánchez viene cayendo en
un lodazal fétido, hediondo, desde que aceptó compañías nada recomendables para
atrapar el poder, inalcanzable por senderos impolutos, juiciosos,
convencionales. Aunque la propaganda mediática pretenda hacernos advertir significativas
bondades de este ejecutivo, e inmensa podredumbre en la oposición, el ciudadano
—proclive ya a las pasiones del exégeta— traduce e interpreta que cualquier
izquierda, más o menos extrema, procura dirigirse hacia el viejo instinto de
conseguir la cuadratura del círculo. ¿Cómo puede conciliarse A y Z, uno y su
contrario, sin levantar muros de incomprensión o atisbos de patraña? El dicho
célebre certifica que un burro puede fingir ser un caballo, pero tarde o
temprano rebuzna. Ignoro si alguien conseguirá exponer argumentos rigurosos que
invaliden tan original pensamiento.
Obvio,
en su acepción primera, significa “que se encuentra o pone delante de los
ojos”. Su segunda remata: “muy claro o que no tiene dificultad”. Rechazar o
arrinconar tal parecer significaría abandonar la lucidez, fundamento
indispensable en el acto legítimo, riguroso, fructífero. Hoy, nuestro país
tiende a la orfandad plena de lo obvio, a un sinsentido laberíntico, que lleva
a nuestra propia destrucción. ¿Es obvio que no puede sostener un gobierno
nacional quienes pretenden quebrar su unidad? Pues ahí tenemos partidos
independentistas, que proclaman a las claras su ejecutoria separatista mientras
el gobierno propone ¿diálogo? e interés nacional “confundiendo” un presunto
logro integral con dividendos privativos de unos cuantos. Seguramente esos ojos
ante los que se colocan indultos, frutos silvestres con maca, debieran estar
llenos de pan para no contemplar la realidad impuesta por el fraude pecuniario
en el resto de Comunidades.
La gran mayoría, imitando
otro aforismo de autor enigmático, desentraña erróneamente escritos tipo: “no
hay nada como escuchar mentiras cuando ya sabemos toda la verdad”. Desconocen,
o no se atreven, con qué respuesta contrarrestar —paliar al menos— tanta
toxicidad ruin unida a la mentira. Solo unos pocos conseguimos quitarnos el
vendaje físico e intelectivo que, cual cordón umbilical, nos ataba a un cuerpo ingrato,
desdeñoso, yermo. Los políticos españoles conforman una comunidad innoble,
ridícula, alentada por fines espurios, restringidos, y cada vez más alejados de
cualquier interés general. No observo, ni siquiera sumando esfuerzos estética y
éticamente laxos, excepciones meritorias. Es obvio que el bien común exige apartar
electoralmente al gobierno socialcomunista cuanto antes. Para ello se precisa
un previo: la unión de las derechas. Pues bien, Cuca Gamarra, portavoz del PP
en el Congreso, ha iniciado desavenencias nada convergentes con Ayuso,
presidenta de la Comunidad madrileña. ¿Solo síntoma?
Abusos y excesos
—superando el sentido común, mientras se bordea la ley a más de principios
natos en democracia— hoy constituyen un protocolo
para aventureros sin escrúpulos. Ya no vale “sufrir” inconveniencias de
conmilitones o rivales intransigentes, se les purga u objeta y listo. Susana
Díaz, depurada por Sánchez, y José Antonio Díez (alcalde de León), amenazado
por el escolta de Ábalos, son ejemplos cercanos. Esto dibuja solamente el
cuerpo, lo externo, cuando las interioridades, menos definidas, guardan la
parte sustantiva y alarmante. Nos rodean ocultaciones esenciales y tretas
impropias de personas honorables, tanto actores como incitantes. Resulta que el
escaparate indigno, pese a la confluencia planetaria, de Sánchez con Biden,
costó al erario público la friolera de seis millones trescientos mil euros. Caro
recorrido; un escándalo.
Aquí (en esta tierra
seca, hollada por pies guerreros, diversos), hoy estamos deslizándonos
precipitadamente a la quiebra como nación con siglos de supervivencia y
entendimiento. Invocar magnificencia a la puerta del velatorio confirma turbios
anhelos que superan una fase normal, sensata, para abrazar inercias
antidemocráticas, psicóticas. España es una monumental propaganda al objeto de
generar una realidad paralela, falsamente utópica, donde todo gira a la
esperanza de que el BOE sea generoso. Así se explica que algunos presidentes
del Ibex confirmen contra todo registro que: “La economía se va a salir del
mapa en dos mil veintiuno”. El presidente de la CEOE, por su parte, “avala los
indultos”. Ya se otean en el horizonte los fondos europeos. “España y yo somos
así, señora” frase blindaje leída En
Flandes se ha puesto el sol, novela de Eduardo Marquina. Lo obvio entre
nosotros es pura floritura.
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