Lo que antes eran
presunciones lógicas, asidas al sentido común o la razón empírica, a poco se
convierte en realidad, probablemente pródiga, turbulenta e incluso cismática,
explosiva. No es que ya esté maduro —ni que la naturaleza exija dar rienda
suelta al ciclo propio— para que se empiece a especular sobre el indulto
esperado cual agua de mayo; en este caso, junio. Apreciamos que la moción de
censura, días atrás hizo tres años justos, dispersaba las semillas a falta de
conocer el momento exacto de su cosecha. Pues bien, ERC ha estimado que ahora
es el momento, reconduciendo las fases hortofrutícolas al caos. Sánchez
(ejemplar único) aun sabiendo la dificultad enorme que entraña conciliar
Marruecos, pandemia, crisis económica y laboral, se ha puesto manos al asunto
como si le fuera la existencia en ello. Sin duda, no la vida física,
fisiológica, sino la regia; aquella capaz de satisfacer cualquier capricho y que
ERC puede apagar cuando quiera.
Es evidente, aunque la
masa (cada vez menos) comulgue con ruedas de molino, que se libera a los
políticos catalanes presos con el único fin de continuar saboreando La Moncloa.
Lo demás es humo y patraña, exhibicionismo que fabula cuánta estética y
justicia ampara tal medida imprescindible si queremos superar el “conflicto catalán y conseguir la concordia
nacional”. Descartes decía con certeza: “Es prudente no fiarse por entero
de quienes nos han engañado una vez”, menos si lo han hecho miles de veces.
Sánchez, antes de ganar las primarias que le llevarían a la secretaría general
del PSOE, entrevistado en Cuatro decía que su deseo era “liderar un discurso de
democracia radical”, “terminar los aforamientos de los diputados” y “poner fin
a los indultos”. Incluso, se propuso “preguntar a las bases socialistas cuestiones
esenciales”. ¿Ha cumplido alguna? Sin ninguna duda es el mayor farsante de hace cuatro decenios, como mínimo.
“Aún no asamos y ya
pringamos” afirma un viejo refrán. En efecto, debates audiovisuales y textos
escritos diseccionan, con mayor o menor tino —quizás afanes maniqueos— la
conveniencia (otros alegan dudosa legalidad) de concederlo. Sánchez ya lo tiene
decidido haciendo oídos sordos, sin encomendarse a Dios ni a los santos barones
o militantes. Informes del Tribunal Supremo y la Fiscalía son contrarios a esta
medida de gracia. Súmese, según parece, el ochenta por ciento de españoles
(entre ellos demasiados socialistas) que se oponen rotundamente al indulto. Da
igual, ni los nueve cielos ni otros tantos círculos infernales de Dante podrían
saldar deuda ni acomodo y, por tanto, resulta vano reconvenir a Sánchez del barranco
(“precipicio” para socialistas ortodoxos de Madrid) al que se va a arrojar. Eso
sí, siempre acompañado de Redondo “el fiel”, Iván.
Ignoro los pormenores
personales o particularidades íntimas a que deben enfrentarse los signatarios
del indulto, pero la Ley 24/06/1870 indica que cada uno ha de solicitarlo y
exteriorizar sentida contrición. Por el contrario, ninguno ha firmado demanda
alguna ni, mucho menos, traslucido sentimientos de culpa. Antes bien, siguen ratificando
su deseo de volver a hacerlo. Es decir, esa “concordia” a la que se agarra
Sánchez como un clavo ardiendo no pasa de ser otra fantasía vestida con luto
riguroso. Los políticos catalanes, no solo quienes están presos, aborrecen el
indulto porque perdona la pena y reclaman amnistía que exime exitosamente del
delito. El indulto “debe concederse cuando hubiera razones suficientes de
justicia, equidad o conveniencia pública”, expresa dicha Ley de mil ochocientos
setenta. Ninguna se ajusta a la realidad del momento por lo que —en este caso u
otro supuesto arbitrario— es impunidad, no acto humanitario sino político.
Estos extensos preámbulos
que nos llevarán, de una forma u otra, a disconformidad velada o estruendosa,
producen adhesiones y discrepancias poco razonadas. No obstante, importan poco
qué porcentajes tengan ambas, al igual que los informes fiscales y judiciales,
porque “el poder” se ha encelado e impide cualquier percepción sensorial o
intelectiva adversa. Tal coyuntura irreparable, irracional para mentes lúcidas,
cuerdas, se valora obligatoria si queremos mantener una “España en paz y
concordia”. Sin indicios previos, aquellos argumentos que conjeturaran réditos
sociales serían parejos en alegatos a los que sugiriesen riesgos intrínsecos.
La escena actual —obtusa, pertinaz— percibe un independentismo silvestre,
fiero, irreversible. Desprende, al menos en apariencia, tanta aspereza que
resulta improbable el diálogo fructífero sin que dejemos los españoles menos
venturosos incontables pelos en la gatera.
Sánchez tras ilegitimar
la sentencia del Tribunal Supremo sobre los políticos catalanes juzgados por
sedición y malversación, al entenderla “venganza” o “revancha” —caso único,
gravísimo en cualquier democracia y encubierto por los medios— dice
cínicamente: “Hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia”. Antes de
continuar, permítaseme un inciso. Me pregunto cómo reaccionarían los del mutis
mediático si aquella reflexión la hubiera expuesto un político opositor.
Concordia significa unión, relación, y para ello se necesita el concurso de dos
personas. Nadie puede concordarse consigo mismo y ya saben qué dice el refrán:
“dos no riñen (ni unen, añado) si uno no quiere”. Conocidos los antecedentes respecto
a la política catalana, el inepto presidente más que una predicción hace un
brindis al sol; en realidad brinda por su salud mientras goza de La Moncloa. Va
siendo hora de descubrirlo: ¡menudo personaje/elemento!
Adicción constituye la
incapacidad para controlar la conducta como consecuencia de una respuesta emocional;
a priori, disfunción no siempre negativa. Considero que el escenario
catastrófico actual se debe a pequeñas, o grandes, adicciones personales y
grupales. Surgen porque somos incapaces de enfrentarnos a los diferentes marcos
angostos que plantea la vida. Frustraciones, vértigos, desesperanzas,
abandonos, llevan irremisiblemente a narcotizarnos, aletargarnos, para huir
antes que escarmentar y sorprendernos con respuestas airosas a cualquier reto.
Podemos caer en dependencia física o emotiva, las dos con efectos atroces;
sobre toda la primera cuya complejidad para vencerla es gigantesca. Esta
insensibilidad ciudadana les hace sentirse dueños, opresores, indefendibles.
Vean si no, al otro lado, las declaraciones de Casado: “La victoria de Ayuso el
4-M no fue la causa sino la consecuencia de la mejora de posición del PP”.
¡Torpe!
El proceso Kitchen, con
la inculpación de prebostes peperos, ha permitido a Escolar decir en la Sexta:
“Es el caso más grave de la democracia en cuarenta años”. Se olvida de otros
casos en que hubo oscuras injerencias sobre la justicia, pero eran distintas
siglas y personas. De todas formas, lo preocupante estriba en ese apelativo
—utilizado por comunicadores cada vez en mayor medida y sin eufemismo— de
“democradura”. Si hay un sistema/régimen que domina medios, oposición,
legislativo, ejecutivo, fiscalía y casi el poder judicial, ¿quieren decirme qué
demonios es este engendro? Dictadura con pelaje democrático. Existe la esperanza
de que las adicciones emotivas sean tan volubles como las dinámicas sociales y
vivamos un momento crucial, según verificó Sánchez a primeros de mayo en Madrid.
Su soberbia, pese a todo, le lleva al barranco. ¡Prepárate, Redondo!
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