Llevamos meses, años, en
los que se respira una nauseabunda atmósfera de podredumbre. No obstante, los
últimos días son generosos cuando no explosivos. Pareciera que Hades (dios
griego de las sombras y las tinieblas) hubiera engullido el país. A todas
horas, en cualquier informativo, aparece como asunto estrella la corrupción,
ahora del PP. Siendo rigurosos, de miembros destacados para satisfacer bien necesidades
partidarias bien miserias personales. Ayer, siempre de forma presunta, había
fundadas dudas sobre la honradez del, ya expresidente murciano, señor Sánchez.
Hoy, salen a relucir incontables recelos de gestión delictiva en el canal
Isabel II que distribuye agua a nueve millones de madrileños. La operación
Lezo, recién aparecida, encarcela a Ignacio González -supuesto villano-
expresidente de Madrid, junto a diferentes personajes pertenecientes a su
entorno cercano y familiar. Pese a quien pese, todos los partidos que han
disfrutado de poder protagonizaron episodios de corrupción; los venideros, sin
duda. Además existen otros formatos. Tutelar sistemas antidemocráticos es una
forma de corrupción política.
Como consecuencia del
torbellino originado, Esperanza Aguirre (sola, engañada por unos y otros) tuvo
que dimitir como concejala/portavoz del PP en el ayuntamiento. Si alguien creía
que su cadáver político cerraba toda responsabilidad dirigente, levita
oníricamente por los mundos de Yupi o vive desconociendo la sagacidad que
esconde el pelaje parlamentario. Nuestros prohombres, sin importar sigla,
aprovechan cualquier coyuntura para obtener réditos electorales. No importa
quebrar el statu quo; la imagen de España y el bienestar de los españoles les
importa un bledo. Distinto es lo que digan o aparenten. PSOE, Ciudadanos y
Podemos (estos de forma especial, bochornosa, desternillante), se lanzaron sin
reflexión -laxa su conciencia, amén de su memoria- al cuello mediático de un PP
que no está para muchos escarceos, pillado a contrapié o así lo indica. Vaya
atajo de golfos, dicho con todo respeto para carteristas, pillos y fauna de similar
aparte.
Me molesta que Ciudadanos
y Podemos se desgañiten al objeto de velar sus propias maldades pasando de
puntillas, al mismo tiempo, por proyectos, planes, que ayuden a extirpar esta
lacra. ¿A qué esperan? ¿Acaso prefieren mantener viva, aunque denigrada, la
gallina de los huevos de oro a la espera de su turno? Podemos es punto y
aparte. Me repele, no solo debido a tener una vena falaz, cínica, maligna, sino
porque los líderes más representativos muestran tics alarmantes. Yo, pese a mi predisposición
anarcoide, sorteo cualquier servidumbre pretendidamente revolucionaria, he
pasado la juventud -etapa vehemente no exenta de inocencia- y el romanticismo republicano,
o marxista puro, se me adelantó unos años al nacimiento. Por estos motivos, a
Podemos lo veo nítido, explícito, real.
Ahí va un botón de
muestra. Hoy, de rebote, sin encomienda alguna, se le ha ocurrido anunciar una
próxima moción de censura huérfana de contenido expreso. Algo parecido a
difundir el descubrimiento de un laxante eficaz para deponer o exonerar
vientres recalcitrantes. En grupo, como gustan, argumentan que lo proponen
dando respuesta al clamor popular y en consonancia con su ética política que les
exige dar el paso. Curiosa ética la de estos chicos que les impulsa a apuntalar
-reticencias implican aserciones- la dictadura bolivariana contra otro clamor democrático
que pone muertos y produce vergüenza ajena. ¿De qué o a quién queréis salvar?
Abandonad todo señuelo, contentaos con esos cientos o miles de enchufes
concedidos, quizás detentados, por obra y gracia de incultos, dogmáticos e
irreflexivos.
Decía Ignacio Camuñas,
ministro de Suárez, que corrupción y Estado Autonómico van íntimamente ligados.
El noventa por ciento de los casos se dan en las comunidades autónomas. Tal
aserto anula los afanes de inferir especulaciones distintas. Concluimos de esta
guisa que, salvo Ciudadanos todavía limpio de poder, el resto se ha visto
envuelto en casos de corrupción. Cierto que, por decisiones mediáticas, unos
han aparecido con mayor estruendo y profusión, sin que ello signifique grado
parecido a la hora de cuantificar sus efectos. Nadie crea este delito antisocial
característico de aquel atributo “casta”, urdido con inquina para despistar.
Casta, en puridad, no puede aplicarse a individuos o grupos aislados, casta sabe
a poder. Políticos todos, sindicalistas, comunicadores de prestigio,
financieros, empresarios, instituciones judiciales, son casta. Casta potencialmente
corrupta y corruptora.
“El derecho viene a perecer
menos veces por la violencia que por la corrupción” divulgaba Lecordaire,
político y religioso francés. Seguramente tal anuncio era conocido por Alfonso
Guerra cuando pronunció aquel “Montesquieu ha muerto”. Resulta curioso que, a
la postre, en vez de restringir la dependencia de las instituciones judiciales
al poder político, se haya aumentado sin escuchar ninguna nota discordante.
¿Error o síntoma de beneplácito general? Luego se oye un solemne, cínico,
rasgar de vestiduras mientras responsabilizan al adversario de tanta carencia
democrática. Mientras, salvaguardan dinero y honor con máscara virtuosa. No
importa qué pócimas, adicciones, trastornos, circulan por venas políticas y
sociales sin respuesta a cualquier tratamiento. Hemos de conllevar esta sobrecarga
limitando extremos abusivos como los que nos atenazan. Nadie crea en soluciones
prodigiosas, inexistentes porque el poder nutre la corrupción y aquel, según
Ortega, es imprescindible para conformar una sociedad y convivir: “A partir de
hoy un imperativo debiera gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el
imperativo de selección” (La España invertebrada).
Ojo, amigos lectores, el
poder es único en sus diversas manifestaciones. No puede compartirse porque
entonces queda debilitado y cambia de manos, pero nunca de sustancia.
Constituye un juego de azar, en ocasiones una ruleta rusa que se conquista
matando o muriendo, real o metafóricamente. Atesora peculiaridades, peligros y
goces. El ciudadano de a pie espera poco más allá de recrear sus libertades
individuales siempre que no entren en demasiada colisión con el mismo. Los regímenes
tiránicos -nazismo y marxismo- aunque se disfracen de hada madrina, ni esto. Es
decir, no conozco ningún sistema que pueda asegurarme ausencia de corrupción,
amén de un Estado de Bienestar. Es el poder, estúpido.