viernes, 26 de agosto de 2016

SOLILOQUIOS, DESCONFIANZA Y CANCIONES INFANTILES


Tras ocho meses de gobierno interino, de arraigado cerrilismo alimentado por intereses bastardos, se otean hoy parecidos talantes y sinrazones. Cualquier sigla, todo líder que se precie, nutre los noticieros con un latiguillo tópico, falaz, irritante: “estamos trabajando para los ciudadanos”. Mientras, alargan sine die el pleito que debe desembocar en un gobierno real, permanente, operativo. Dicen, y no les falta razón, que la interinidad actual daña la débil economía que sobrellevamos. Sin embargo, no se advierte ningún esfuerzo para sacarnos de esta situación putrefacta. Quieren lavar la cara al personal sin mancharse las manos, al modo de quien pretende hacer una tortilla sin romper huevos. Si no fuera inquietante, tal momento debiera venir orlado por cierto tipismo hispano no exento de ribetes esperpénticos. Algo así como el espectáculo del bombero torero político.

Abundan por estos parajes, y con tal ocasión, los soliloquios. Cuando negamos algo de forma obcecada, insistente, genuina, hilvanamos un discurso interno, inválido, sin fuerza. Se convierte en repique interior, eco enjaulado; constituye, en definitiva, un soliloquio, un mensaje nonato, oculto, del que solo conocemos sus efectos perversos. Ignoramos qué tesis quiere airear ni cuáles son sus argumentos raquídeos. Queda un susurro retórico tan hueco como inocuo e ineficaz. Ahora nos encontramos inmersos en tal escenario. A veces, no hay nada más allá de un silencio culpable o penitente. Esto, al menos, caracteriza a Rajoy, Sánchez y Rivera. Lo de Iglesias puede confundirse con un ascetismo aparentemente transformador, catártico. Pura apariencia como se desprende del pulso con las Mareas gallegas que, a la postre, le partieron el brazo.

Conocemos los encuentros -más bien desencuentros- entre PP y Ciudadanos para firmar unos acuerdos que permita a estos últimos un voto afirmativo en la investidura de Rajoy. Notamos desgana, aplicable al grupo pepero, y desconfianza lógica, que anotan los de Rivera. Cuatro años de rodillo malcrían a cualquiera y lo convierten en persona insoportable, engreída, prepotente. El PP olvida cerrado, poseído de no se sabe qué derechos o legitimidad, que necesita aliados, compañeros de camino. Sospecha, eso conjeturo, que Ciudadanos persigue conseguir determinado capital político a costa de embestirlo. Razón suficiente para interpretar los graves altibajos en las negociaciones. Poco les importa descubrir, al menos aparentemente, que ninguno desea sanear la vida pública, quizás menos el PP por los innumerables procesos que otea cercanos. A última hora, in extremis, se ha cerrado un acuerdo sietemesino. La urgencia del parto necesitó medios extraordinarios cuyas secuelas anatomo-fisiológicas no son apreciables, de momento. Ha concluido la primera etapa con resultado satisfactorio, si nos atenemos a revelaciones bastante optimistas. Veremos.

Sí, el PP es la Penélope que a ratos deshace lo que en otros, llevada por esa virtud llamada necesidad, construye o propone con total desencanto. Quiere que Ciudadanos y PSOE apoyen, de forma afirmativa o absteniéndose, una investidura poco trabajada y menos atractiva. Amenaza con celebrar la jornada electoral -tercera farsa- el mismísimo día de Navidad. Le falta tramitar propuestas serias, con enjundia, rigurosas, y le sobran artimañas. Resulta comprensible que anhele colaboraciones poco exigentes, pues sus rivales quedaron empequeñecidos por el 26J. No obstante, tensar la cuerda demasiado suele originar el efecto contrario, siempre perverso. Parece lógico que cada sigla pretenda un espacio notable, firme, consolidado, dentro del nuevo marco político. Este fondo obliga a rehusar cualquier acercamiento a un PP sucio, corrompido. Quizás menos que otras siglas merecedoras de un rechazo social más evidente pero salvas por la opinión pública. Este es el crisol de la desconfianza, venero de indecisiones, cebo del momento ambiguo, padre putativo de toda contestación. Prevalece, pese a su fama, un PP sin rival manifiesto hoy por hoy. Ciudadanos exige sin ambages el papel de bisagra. Por su parte, el PSOE ansía formar parte esencial del bipartidismo pero teme dar un paso en falso y ser engullido por Podemos. De ahí su ceguera cicatera, su ausencia, ya que Podemos le causa demasiado terror y por ello, dada la indigencia estratégica que revela, ofrece tan menesterosa capacidad de reacción. 

La actual tesitura lleva a algunos a entonar repudiadas canciones, no sé si infantiles o infantiloides. Ciudadanos abrió el melón al proponer un personaje independiente, de consenso, para investirlo jefe del gobierno. La idea les pareció al resto absurda, poco democrática, un calentón primaveral debido a aquel bloqueo empecinado a que llegaron los partidos. Ahora, ahogados de nuevo por análogo inmovilismo, sin salida visible, el secretario general de los socialistas catalanes -reacio en ocasión anterior- lo propone no sabemos si como salida exótica o como ocurrencia ingeniosa, mordaz, algo extemporánea. Sea cual fuere su intención, enseguida consiguió un abigarrado coro de seguidores incondicionales. Así lo manifestaron al unísono PSOE y Unidos-Podemos; una identificación más que resulta inadmisible, acongojonadora, para socialistas juiciosos.

Vamos abocados a unas terceras elecciones porque nadie quiere mancharse sosteniendo a un PP corrompido sin límites y sin exclusión, por activa o por pasiva. Resulta ilusorio que se apoye la investidura de Rajoy sin pringarse. Uno puede ser patriota, responsable, pero no suicida. Cierto que las siglas tradicionales, todas, cuentan con episodios de dispendios calculados; es decir, sujetos a diferentes comisiones. Pese a tal sospecha, solo al PP le imputan profundas y extensas raíces delictivas. Sin ser falso el dato, no debe despreciarse el acorralamiento visceral, impúdico, a que son sometidos el señor Rajoy y su partido. Vale más caer en gracia que ser gracioso, dice cargado de razón un proverbio popular.

Quiero resaltar, en última instancia, con qué fuerza un joven periodista -tocayo mío- definió a Podemos partido democrático. Nulo de argumentos que le llevaran a lucubrar semejante conclusión, estoy convencido de que con la misma trabazón lógica (insisto, desconocida), precisaría, verbigracia, que el partido Nazi era fascista, antidemocrático y totalitario. Que yo sepa, a Corea del Norte se le denomina República Popular Democrática y ya ven. ¿Sería ese país su paradigma democrático?

 

 

viernes, 19 de agosto de 2016

LA CHISTERA DE RAJOY O EL EPÍLOGO DEL CÉSAR


Rememoro con socarronería una anécdota tan disparatada que invita a encontrarla falsa. Se refiere al opositor cuya estrategia consiste en prepararse parte del temario y dejar al azar aquel que su indigencia intelectual o volitiva le impide vencer. La bola, adversa, traicionera, obliga a escribir sobre los Reyes Católicos. Con poca información sobre ellos, le sobran conocimientos relativos a Colón. Por este motivo, ni corto ni perezoso, realiza un breve prólogo: “durante el reinado de los Reyes Católicos, Cristóbal Colón descubrió América”. Después, y abierto el camino, dedicó páginas enteras al navegante. Constituye la salida estéril, rocambolesca, pero estética de quien rebosa mala suerte, indolencia, quizás abatimiento. “Dios aprieta pero no ahoga”, debe considerarse base raquídea, ley absoluta, que surge providencial de veneros metafísicos. Cualquier debate cuyo punto de encuentro o desencuentro esté relacionado con el suceso expuesto, ofrece una justificación torpe pero recurrente.

Rajoy lleva tiempo actuando como el opositor de referencia, superado, perplejo, errante. Sin ir más lejos, el miércoles diecisiete -tras una vana semana de largas- anuncia que el Comité Federal, órgano talismán de cualquier césar, solo le “había autorizado” a iniciar conversaciones con Ciudadanos. Consciente de su desprestigio, reaccionó de forma parecida al opositor ingenioso. Impelido por la necesidad, siempre virtuosa, cambió a la corre prisa una respuesta que estimaba táctica. En el acto, tuvo que recomponer el mensaje. Contra toda advertencia, sin ganas, opuesto a cualquier afecto mariano, tuvo que aceptar las condiciones impuestas por Rivera. Desconcertado, indocto, sin alegato a lo que la bola le solicitaba, ofreció una salida estética pero nada asimilada. Calculó al centímetro su evidente salida de tono según íntimos presupuestos. Se sabe objetado, suspenso, pero le mantiene el efecto milagrero del placebo. Acertó en la corrección aliviando todo despecho displicente y culpable.

El salto retórico que brindó inesperadamente al país el jueves, cuando esperábamos una espantada memorable e incomprensiva, dejó descolocados a muchos, yo entre ellos. Tenía previsto un titular muy plástico: “Rajoy o el lastre evitable del PP”. Sin alterar la idea central, esa decisión postrera -de última hora- quebró el encanto y los estros, inquietos, sorprendidos no menos que yo, decidieron tomarse un corto jubileo. Me quedé en blanco cuando el presidente en funciones decidió actuar con sensatez, invalidando mi artículo ya pergeñado. Tuve que preparar, con la cocina todavía caliente, un nuevo menú argumental, una tesis matizada, sin inutilizar el anterior esqueleto. Rajoy ya no protagonizaba el mayor yerro de un prócer en la actual coyuntura política. Antepuso acuerdos inciertos, aparentes, para ofrecer el menú aderezado una semana antes. Su fuego de artificio tenía la pólvora mojada y estuvo tentado de prender la mecha de manera irreversible, necia.

Pese a todo, a cálculos infinitesimales, a presiones diversas, aun a amenazas caóticas, Rajoy es un político amortizado. Conmilitones muy cercanos, adosados, adheridos a las regalías, defienden la inobjetable presencia de don Mariano al frente del próximo gobierno. Aducen que el votante ha puesto su confianza en él. Falso. Este país vota a la contra o con los ojos cerrados. Zapatero encarna un paradigma certero, sustantivo, desgraciado. Declinar sobre el líder todo crédito electoral, no solo es aventurado sino inconsistente. Rajoy resplandece, destaca, porque alguien lo ha izado a la peana, no necesariamente porque sea el candidato propuesto e ideal. He escrito en numerosas ocasiones que los partidos presidencialistas, cuando se apaga la luz, tienen difícil hallar el recambio cabal, un saneamiento imposible, en beneficio de la sigla y del ciudadano, priorizando aquella sobre este. Tal detalle ilumina su interés de servicio al pueblo.

Aunque la genuina oposición (PSOE) y medios afines responsabilizan al PP de todos los desarreglos, exageración y quimera revolotean inquebrantables sobre tanta animosidad o desconocimiento. Cierto es que nadie hace todo acertado o calamitoso. Sin embargo, poco puede oponerse a realidades tozudas. Cuando Rajoy tomó el gobierno, a finales de dos mil once, la deuda pública ascendía a setecientos treinta y cuatro mil novecientos sesenta y un millones de euros. Suponía el sesenta y nueve por ciento del PIB. Hoy, la deuda supera el billón cien mil millones (ciento uno por ciento del PIB) después de subir impuestos y recortar servicios básicos. Si a estos números sumamos la situación infausta de la justicia, el desastre autonómico y territorial, amén de incumplimientos referidos al terrorismo y al marco católico, junto a otros pormenores acabados en el olvido, hemos de convenir la dudosa gestión de Rajoy en cuatro años. Para más inri, los españoles le concedieron una insólita mayoría absoluta. ¡Cuántas razones asisten a quienes critican al gobierno!

He hablado (escrito en este caso) de las numerosas lagunas y deficiencias que exhibe Pedro Sánchez. Con toda seguridad volveré a hacerlo. De momento, un sectarismo insensato, oportunista, postizo, se deja sentir sobre todo en el partido. Distan mucho de ser modernos, razonables, aquellos que enmarañan intereses propios y pureza doctrinal. El señor Sánchez viste chistera arcaica, tosca, inoperante. La del señor Rajoy, confeccionada con medias verdades y mentiras meridianas, se ha quedado sin conejos, sin atractivo, átona, superflua. Vendrá, por su natural, un recambio huérfano de crédito. ¿Qué solvencia ofrece a la ineludible catarsis quien se ha mantenido mudo por tiempo indefinido? Los césares implantan desconfianza en sus delfines una vez desaparecidos. Es su herencia formal, rigurosa, imperativa. Abrumador epílogo.

 

 

viernes, 12 de agosto de 2016

SOMOS UN PAÍS DE IMBÉCILES


 

Acierta quien vea cierto paralelismo entre el epígrafe y aquella reputada película de los hermanos Coen “No es país para viejos”. El filme presentaba una temática psicológica centrada en la circunstancia del  hombre; culpable, a su vez, de toda actuación posterior. Con afanes más humildes, solo deseo expresar una idiosincrasia específica del individuo español, general, quizás provocada, que guía la conducta política y ciudadana. No creo que suframos el efecto perverso de un atributo reciente, concebido por la sociedad actual. Hemos de aceptar los múltiples errores, aun vicios, que ha ido formando, a través de los siglos, nuestro currículo. Digo. Algunos, inducidos; la mayoría, por propia iniciativa. Un carácter indolente, acomodaticio, tribal, permite al poder crear individuos heterogéneos, insolidarios, bastante brutos. Consecuente con ello, se conforma una sociedad atomizada, rota; ideal para su manejo gratuito, sin ningún peaje.

Permítanme, antes de entrar en materia, que narre un caso paradigmático de entre los muchos que cualquiera atesora en su rutina diaria y vital. Ubicado en mi pueblo de la Manchuela conquense a fin de mitigar la canícula veraniega, jornadas atrás fuimos a Motilla del Palancar al objeto de aprovisionarnos de viandas. Cargado el coche sin dejar resquicio alguno (deben nutrirse cuatro hijos y seis nietos pantagruélicos), me dispuse a una vuelta rápida para evitar el deterioro de productos congelados. A medio salir del aparcamiento, aparece un tío -pido perdón- conduciendo un enorme todoterreno con demasiada premura. No puede aparcar y queda en medio impidiendo el paso, a la vez que cualquier maniobra. Retrocedo para paliar el embrollo, cuando otro tío  -suplico de nuevo excusas- aparcado enfrente da marcha atrás sin mirar y, tras pitidos y voces clamorosas, frena a escasos dos centímetros justo donde mi aterrada esposa se palpa incrédula de estar ilesa. ¿Creen que fue la conjunción fortuita de dos imbéciles? No, solo un incidente inevitable, repetido -dada la fauna hispana- que, en esta oportunidad, me sucedió a mí.

Concluido el relato, ejemplo y prólogo, sacuden mi mente varias reflexiones que alimento de forma incesante. Cada vez me asombra más constatar la respuesta invariable de mis conciudadanos y compatriotas. Es corriente escuchar diatribas contra toda sigla, incluso políticos, sin concretar ideología. Es sentir colectivo el hecho incuestionable de que nuestros prohombres -sin exclusión señalada, aparte vicios y excesos abundantes- ansían bienes espurios. Sin embargo, pese a tal certidumbre, cuando retorna el rito electoral siguen votando anhelantes. No subrayan programas  -qué disparate- importa únicamente que el rival ideológico pierda el poder sometiéndolo a las tinieblas del olvido. Resulta curioso cómo en esos momentos resucitan su maniqueísmo, arrinconado días antes. Semejante desvarío solo tiene encaje en países indigentes, abarrotados de imbéciles. ¿Exageración? ¿Derrotismo? Simple y llanamente apostura contrastada, inconcusa.

Me sorprende que Rajoy obtuviera ciento veintitrés diputados al primer intento. Vista la eficiencia de su legislatura, tal número -aun considerando importante, sintomática, la reducción de sesenta y tres- implica claro desfase entre la idoneidad de un político y la sentencia ciudadana. Pareciera que el votante introduce su voluntad en la urna de forma atrabiliaria, mecánica, casi simplona. Ignoro qué umbral perceptivo puede atribuirse al individuo español, pero considerando sus actuaciones deduzco que bastante escaso, proporcional a la semblanza que revela el segundo párrafo. Las elecciones del 26J, el saldo, añade un plus argumental. Hoy, consentimos silenciosos que las urgencias sugeridas caigan en saco roto. ¿Cuántas veces hemos oído, por boca del señor Rajoy, la exigencia imperiosa, urgente, de investir al nuevo gobierno? ¿Tantas como para posponer una semana la respuesta a Albert Rivera? Indignante. 

El señor Sánchez -negación hecha conflicto que abre varios frentes- pospone sine die la diligencia preceptiva, vital, pese a los buenos oficios de socialistas prototípicos cuyas sugerencias parecen acabar en los desagües de Ferraz. Temo que aquí la imbecilidad sea compartida aunque los padres integren portavocías o responsabilidades organizativas. Don Pedro, sus tres noes parecidos a los tópicos tres etcéteras de don Simón, conquista el sobresaliente cum laude de la  incoherencia. ¿Cómo maridar sus negativas a la investidura con el hecho divulgado de rechazar terceras elecciones? A mayor gloria, él y su terca contradicción metafísica se permiten andanzas de chiringuito soslayando la complejidad del patio. Genio y figura.

Sé que mi tesis es políticamente incorrecta, pero en absoluto postiza. Por este motivo, termino con  una breve referencia. Imbécil significa falto de inteligencia, torpe, molesto, inoportuno. Es vocablo que no mora en el campo del insulto; su hábitat natural se encuentra en el área del concepto, de la definición. Leales a la sinceridad, el acontecer diario e histórico nos lleva de manera definitiva al lance inevitable de que somos un país de imbéciles. Queda, como antídoto y aliento, el esfuerzo animoso, inquebrantable, de trastocar la situación.

viernes, 5 de agosto de 2016

NUESTROS POLÍTICOS VIVEN UN SINVIVIR EN SÍ


Decía Viktor Frankel, eminente psiquiatra austriaco: “Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros  mismos”. Esta advertencia, que cualquier individuo sensato asumiría sin dudarlo, se muestra velada para nuestra ilustre clase política. Es cierto que penamos los hombres públicos más grises (para ser generoso) del último periodo democrático. Hemos topado con una caterva de aventureros ahítos de ruindad que merecen el mayor rechazo social. Su sentido de Estado puede considerarse irrisorio cuando no inexistente. Con todos los errores y lagunas, Suárez, González, e incluso Aznar, nos parecen de otra galaxia comparados con estos vacuos que vienen engatusándonos desde hace quince años. Somos capaces de repudiar la pericia mientras caemos rendidos, ciegos, por retóricas inconsistentes. Temo la planificación de una compleja ingeniería social desde el poder. Ni nueva, ni espontánea. Solo así se explica el grado de estolidez que adorna al ciudadano español pese a su proverbial suspicacia.

Espacios informativos, y de debate mediático, iluminan cada jornada con noticias que deben surgir de cerebros turbadores, quizás grotescos. Estamos llegando a extremos aledaños a mentes raptadas por la quimera; esa rueda o tiovivo del sinsentido. Resulta imposible conjugar lo uno y su opuesto con tanto esmero, con devoción tan perversa. No obstante, estos prohombres que nos desalientan son capaces de todo excepto de conseguir un gobierno estable. Los tres líderes nucleares (Iglesias se disgrega a poco, si no lo está ya, cual materia de heterogénea conformación) dicen huir de nuevas elecciones faltos de confianza. Observamos, pese a manifestaciones convencionales, notables discordancias entre obra y pensamiento. Los acontecimientos desmienten esa dialéctica falsamente esperanzadora, sin muchas expectativas, ya que Cronos destapa la invalidez de tan tenues mensajes.

Ramiro de Maeztu sentenciaba: “Las autoridades son legítimas cuando sirven al bien, cesan de serlo al cesar de servirlo”. Políticos y comunicadores afines, calculadores, siembran semillas contaminadas en el barbecho social. La legitimidad democrática, proclaman, se determina por el voto ciudadano. Cierto, pero el gobernante no queda investido por él sin acotaciones ni matices. Maeztu, acertadamente, deja al descubierto una verdad a medias, bastarda, que es mentira afrentosa. El elector constituye parte alícuota del sistema, por tanto de su legitimación. Quien lo vertebra, lo afianza o constriñe, es el político con su actividad diaria. El ciudadano de a pie carece de armas para enfrentarse a los desenfrenos o excesos del poder. Todo atributo pierde su temple al cometer un atropello, ora a conciencia ya por error. De igual modo, quien abandona su vigilia bienhechora adultera toda legitimidad adosada a una servidumbre, jamás don privativo. Estamos viviendo la fase en que las siglas, sus líderes notorios, atesoran excesivos abandonos a la hora de afanarse por el bien común.

Considero a Rajoy principal responsable del bloqueo institucional. Pasado un mes de las elecciones, no antes para saciar la urgencia que dice haber de constituir gobierno, inicia los contactos con Sánchez y Rivera. Les proporciona un programa ambiguo, pobre, para su examen con el objetivo de llegar a acuerdos que le permitan la investidura y posterior gobierno. Según parece, el ofrecimiento carece de entidad; por consiguiente, de auténtico  interés para llegar a pactos sustanciales, desbloqueantes. Sospecha, con firme cimiento, que el PSOE quedaría muy mermado en una nueva cita a las urnas. Por el contrario, el PP rozaría la mayoría absoluta y aupado por Ciudadanos, si fuese preciso, le permitiría un gobierno estable y duradero. Lo sabe. Supone el argumento para exprimir al PSOE inicuamente hasta la saciedad. Maldad y  triquiñuela que perjudican la economía nacional. De ahí, esa demanda obcecada, renuente, al compás, de su jubilación. Estoy de acuerdo, Rajoy debe dejar paso a alguien menos nocivo, más evidente, sin aristas.

Sánchez, lo he sugerido en varias ocasiones, desde aquel “pactaré con todos a excepción de PP y Bildu” debería haber dejado paso a otro secretario general sin lastres sectarios. Hoy, tan arraigado NO -amén de recurrente, incisivo, inmovilista- debiera tornarse parlamento, arreglo necesario, patriótico; en definitiva, abstención que desbloqueara esta actitud absurda, límite. Desde hace tiempo disfrutaríamos, es un decir insensible, de otra legislatura algo renqueante, en este caso, pero efectista. Sánchez y equipo cercano han dado motivos sobrados para tornar a sus antiguas ocupaciones. Don Pedro viste traje ampuloso, enorme, tanto que le proyecta una figura cómica; en ocasiones, trágica. Ruego que haga una introspección rigurosa, exigente; dé una oportunidad a su patriotismo y abandone en aras al bienestar ciudadano.

Albert Rivera, dentro de ese dar palos de ciego mejor o peor fundamentados, quizás sea el único que escapa al juego de las medias verdades para justificar arrogancias cuando no cegueras dañinas. Al parecer no le afecta ningún desasosiego ni inquietud cercana al paroxismo, al suplicio emocional, a ese sinvivir casi místico. Contradice, o le rebasan, las palabras de Tácito: “Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.