Nunca fueron buenos consejeros premuras
ni prendimientos instantáneos; tampoco primeros planos que hacen exiguo el
campo visual. Una semana después se tiene información amplia y talante
impermeable. Lamento, sin embargo, martirizar al amable lector con la árida
enumeración de unos datos previos que se hacen necesarios. Veamos. El veintiuno
de octubre, en Galicia, el PP perdió ciento treinta y cinco mil votos aunque
obtuviera tres diputados más que en dos mil nueve. El PSOE sacrificó doscientos
treinta mil y siete diputados. El nacionalismo, compuesto por AGE (Alternativa
Galega de Esquerda) y BNG, ganó setenta y cuatro mil y cuatro escaños. La
escisión del nacionalismo gallego bendijo una holgada mayoría del PP. Sin esta eventualidad
hubiera repetido mayoría, por estrecho margen, gracias a la abstención que
perjudicó al PSOE, sobre todo. En el País Vasco, el PNV pierde dieciséis mil
votos y tres diputados. BILDU gana ciento setenta y seis mil y dieciséis
diputados. El PSOE se deja ciento siete mil y nueve escaños. El PP pierde
dieciséis mil y tres diputados. UPyD pierde setecientos votantes pero ningún
diputado.
Los primeros análisis hablan de una
victoria “sin paliativos” del PP en Galicia y un “desastre” en el País Vasco.
Con mayor exactitud se apostilla el fracaso total del PSOE. El tiempo alumbra
el exceso de optimismo con que comentaristas y líderes loan un falso triunfo
pepero (aquí acumulan una derrota mayor, a pesar de las apariencias) servido
por los gallegos. La realidad viste de luto ante el fallecimiento de ambos
partidos nacionales. Su defunción fortalece, por contraste, al nacionalismo
radical. BILDU y AGE son los auténticos triunfadores en las elecciones del 21 O
y el verdadero problema de España. Desconozco si todavía queda tiempo para
rectificar tal dinámica secesionista que ha pillado por sorpresa, asimismo, a
nacionalistas de mentirijillas; de esos que enarbolan con una mano el señuelo
mientras agitan significativamente una furtiva
bolsa con la otra.
“Yo no soy político. Además, el resto de
mis costumbres son todas honradas” expresó Artemus Ward en el siglo XIX. Creo
compartir con el referido escritor análogo carácter. Semejante detalle, así
como las reiteradas reseñas que proporciona cualquier encuesta, me permite
vislumbrar un escenario en Cataluña idéntico al analizado. Quizás pueda
incrementarse el descalabro de un PSC errante y roto. Aquí, en esta Comunidad, se
acrecienta la deriva independentista por la huida adelante que viene
protagonizando CiU, hasta ahora moderado ideológica y tácticamente. CiU y PSC
han alimentado un monstruo que empuja al primero a radicalizar el discurso y
devora al segundo, víctima de incoherencias y vacilaciones. Cataluña se
encuentra en una encrucijada opuesta a aquella que, en el siglo XVII, desembocó
en los trágicos sucesos del Corpus Sangriento. Hoy, la sociedad catalana parece
embarcarse sin plena conciencia en proyectos quiméricos de resultados inciertos
respecto a logros, sinsabores y peajes solapados.
Peter Drucker, padre del Management,
mantenía que “la mejor estructura no garantiza los resultados ni el
rendimiento, pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso”.
Management es el método corporativo cuyo fin se centra en mejorar la eficacia
de una empresa. Se basa en la elección de procesos adecuados, entre ellos el
mantenimiento de la cadena de valor. Un partido político tiene, o debe tener,
gestión empresarial. Nadie negará que, aparte el descrédito general, PP y PSOE perciben
los umbrales de la desaparición más que del descalabro. Así lo indican los
postreros resultados electorales.
Tal marco afecta seriamente a la
convivencia en España. No importan siglas ni líderes, pero sí sus efectos. Es
mala noticia el imparable ascenso de doctrinas excluyentes, de dudoso proceder
democrático. Los partidos vertebrales han desarraigado la cadena de valor; es
decir, la idea de Estado y sus fundamentos ético-jurídicos. PP y PSOE deben
abandonar diferencias artificiosas y enfrentamientos egoístas. Es
imprescindible, al menos, sentar las bases de la independencia judicial,
racionalizar la estructura territorial y concebir un sistema educativo que
armonice esfuerzo personal e igualdad de oportunidades. También ha de
corregirse el acomodo partidario demoliendo reductos intestinos. Por supuesto,
se hace imperioso modificar la Ley Electoral para que se haga del poder un
reparto equitativo. Precisan, a nivel interno, atesorar principios sólidos,
lealtad al ciudadano y congruencia sin tacha.
A pesar de estar en juego el sistema democrático,
la unidad territorial y su propia subsistencia como partidos, me temo lo peor.
Alguien aseguró que a los políticos no les gusta pensar lo que dicen. Sospecho
que tampoco lo que hacen. Allá ellos con su responsabilidad, patriotismo y
sentido común. La ciudadanía empieza a dar muestras poco alentadoras. Entre
tanto, prebostes, afines y anexos, siguen ciegos y sordos; hostiles al análisis
ecuánime. Basta ya de vanas inculpaciones recíprocas. O siembran ideas o nos
hundimos.