domingo, 14 de octubre de 2012

ESPAÑOLIZAR, ADOCTRINAR, COBARDEAR Y APESEBRAR


Aunque parezca lo contrario, no me anima ninguna apetencia especial por el infinitivo pero tampoco encono belicoso sea cualquiera su contenido. El señor Wert (sin ser diestro en su quehacer educacional, desde mi punto de vista, porque ataca una reforma educativa omitiendo rectificar la esencia epistemológica y el principio comprensivo)  merece, al emitir esa fórmula tan chocante, incomprensible y radicalmente censurada, que se concluya una reflexión profunda y serena del mensaje en lugar de arrojar el sobre a la hoguera. Los santones, esa ralea que refuta el púlpito sin bajarse de ellos, deciden quemar la letra para que resulte imposible percibir su espíritu a través de ella. No me sorprende la inquina desplegada por nacionalistas de sentimiento u ocasión, tampoco la respuesta inercial de un PSOE extraviado y con necesidades electoralistas vivificantes. Me asombra, más bien me enfurece, la cochambre de unos y el fariseísmo de otros. El ministro ha hablado con particular tino no exento de bravura, pues debía imaginar el terremoto que iba a ocasionar su reflexión. 

Que los nacionalistas llevan treinta años adoctrinando a sus infantes, no es materia de examen ni objeto de titubeo. Siembran con impunidad lacerante, al tiempo que permisiva, un odio invasor que produce el caldo de cultivo oportuno, indispensable, a un irredentismo falso, imposible, desgraciado. Fuerzan la acción ilegal, capciosa, asumiendo una representatividad íntegra al identificarse plenamente, cual encubierto camaleón, con el territorio. Ayunos de ponderación, todos suelen violar la frontera. Dibujan, o desdibujan, a la vez demarcaciones burguesas (CiU, PNV), proletarias (PSC, PSE), revolucionarias (ERC, BILDU). Definen la misma realidad a través de una curiosa e insólita fenomenología subjetiva. Así, vocean una realidad difusa, postiza, sin pasado ni futuro. Muestran, exigiendo plena aceptación a los demás, actitudes que ocultan  tras una legitimidad popular y democrática (más que vaga) comportamientos totalitarios.


La situación que soportamos se inicia por una vana e infeliz esperanza de integrar los nacionalismos latentes. Un Referéndum sanciona el Estado Autonómico para evitar conflictos que generaron trágicos incidentes hacia mil novecientos treinta y cuatro. Quedó claro, no obstante, la indisolubilidad de España, principio recogido en la Carta Magna. Enseguida, los nacionalistas emprendieron una derrota soberanista; blandieron la independencia por instinto una minoría, el resto por rédito. Quienes habían jurado (quizá prometido) cumplir y hacer cumplir la nueva Constitución, empezaron a cobardear cediendo competencias exclusivas o permitiendo excesos inconstitucionales. La Ley Electoral, que concedía dividendos particulares, obligó a los partidos mayoritarios, supuestamente nacionales, a entregar porciones de soberanía patria a cambio de apoyos concretos. Nadie se salvó. Ninguno puede sacar pecho e imputar al adversario de amparar sediciones o vilezas. La permisividad de sendos ejecutivos, y su apéndice jurídico-constitucional, respecto a las arbitrariedades lingüísticas, terminó por imbricar el binomio adoctrinamiento/odio a lo español, implantando un poderoso alimento identitario. Crisis para el nacionalismo, sobre todo catalán, es sinónimo de perturbación. Declaraciones, aun hechos agresivos y violentos, lo confirman.


Los españoles en masa, asimismo diferentes analistas internacionales, culpan al Sistema Autonómico del grave aprieto que padecemos. También de la dificultad que conlleva, en sí mismo, para abandonarlo. Tal aseveración es compartida por quien posea capacidades libres de lastre dogmático o cicatero; es decir, el conjunto social a excepción de los nacionalismos fanatizados. Si bien su fundamento se debe a un voluntarismo integrador, a poco, ambos partidos mayoritarios, destaparon un afán desmedido por colocar deudos, amigos y afines en puestos de confianza (sin exigencia previa) muy bien remunerados. Ahora, en pleno saboreo de tan exquisitos manjares, les resulta utópico abandonar esos manteles. ¿Quién se atreve a poner el cascabel al gato? ¿Comprenden por qué razón las encuestan ubican a los prebostes en el tercer puesto de las preocupaciones ciudadanas? A mí me desconcierta que no ocupen, muy destacados, el primero.


El tiempo -factor fijo- junto a cuatro infinitivos movedizos, han cosechado estos frutos con maca por la acción de incontables parásitos. Se precisa una maniobra preventiva, puede que enérgica, para reducir el efecto dañino. Conformemos un país consistente, evitemos divergencias, enterremos, por obvias, expresiones -políticamente incorrectas pero necesarias- del tenor de españolizar España (los alumnos catalanes son España), hija humilde de aquel “españolizar Europa” que Unamuno defendió cuando el continente estaba a los pies de los caballos. Proscribamos sus acompañantes funestos: adoctrinar, cobardear y apesebrar (infinitivo todavía no suscrito por la RAE, a pesar del tumulto que le acompaña). Este postrero, en acepción distinta a la que entendió monseñor Mario Aurelio Poli de preparar el corazón para que se hinche de amor navideño. Amén.

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