Los partidos políticos aprovechan
cualquier coyuntura para obtener beneficios electorales. Si la sociedad se
muestra absorta, indolente, algunos adversarios del gobierno -muy concretos y que
conforman una oposición hostil- fustigan sus más toscos instintos. Persiguen
una muchedumbre domada que constriña determinados soportes democráticos. Sin
embargo, quienes hacen de lo público un medio exclusivo de vida, no se
conforman con el alboroto moderado, testimonial. Desaforadamente inquietos por
una ansiedad sin freno, borrachos de poder, maduran la movilización general
revolucionaria; aquella que pretende violentar, con mil excusas, hipotéticas
soberanías ciudadanas. Suelen recurrir a sectores dogmáticos, abducidos; idóneos
para ejecutar acciones radicales que llevarán a cabo, no ya contra la élite
opresora (de cuyo núcleo forman parte los cabecillas) sino contra la población.
Reconozco que todo sector social puede desplegar
razones para la queja; para expresar, incluso con cierta vehemencia, su
hartazgo ante un escenario oneroso de cuya gestación se reputa inocente. No
obstante, me parece inadjetivable el uso, y hasta abuso, a que es sometida una
comunidad bastante irreflexiva y presta, bajo hábiles estímulos, a la revuelta
estridente. El individuo aporta, con su indignación, parte del sustento al
verdadero objetivo, a la maldad política; empero, quien atesora el fraude (por
tanto la mala fe agravante) debe buscarse en esa minoría tonsurada que instiga al
desorden con fines espurios. Estas algaradas suelen rozar el ensañamiento si no
lo sobrepasan. Es la táctica nazi o totalitaria -valga la redundancia- para
quebrar ilegítimamente un poder constituido.
Además del viejo vicio expuesto, existe
otro con parecido semblante. Me refiero a la circunstancia temporal, mejor
dicho extemporánea. Constituye la prueba que confirma el lecho político por el
que transcurre toda protesta (siempre de la oposición), especialmente si en
ella pastan los partidos considerados de izquierdas. Poco importa deslindar
culpables. Se magnifica el momento para beneficio u olvido de la fuente.
Asimismo, les puede servir el argumento antagónico si fuere preciso. La masa,
en mayor grado si está atomizada, acepta sin pestañear una tesis y su contraria.
Esta huelga de estudiantes configura un
claro ejemplo de manipulación. Se aduce como motivo casi único una supuesta
mengua de la calidad educativa debida a los recortes. ¿Quién puede ofrecer
datos rigurosos que dejen traslucir una implicación concluyente entre recortes
y deterioro cualitativo? Meras especulaciones. Pareciera lógico sospechar que
con menos medios materiales y humanos, la educación deba sufrir un
empeoramiento manifiesto. Pese a quien pese, aquellos factores que influyen de
manera capital en el éxito o fracaso no son precisamente los tangibles. Así lo
vienen demostrando diferentes informes PISA, en años de bonanza, y mi propia
experiencia. Cuando empecé mi andadura profesional, mediados los sesenta del
pasado siglo, era común tutelar un aula con tres niveles y más de cincuenta
alumnos. Puedo dar fe de que, en conocimientos y preparación, superaban con
creces a los actuales cuya ratio -en primaria- no llega a treinta. ¡Ah!, ahora
rige la LOGSE.
Se ha dado el caso chocante, insólito, de
que la CEAPA (en origen Confederación Española de Asociaciones de Padres de
Alumnos, hoy con la innecesaria coletilla de “y Madres” pues el plural entraña
padre y madre o un velado insulto a la madre, aparte la casuística que puedan
traer los nuevos tiempos), una de tantas asociaciones instrumentales
teledirigidas por el PSOE, apoyara la huelga; es decir, brindara -más o menos
directamente- a niños con el empeño de conseguir algún rédito político en una
acción execrable. Menos impúdico, aunque origine mayor desconcierto social, es
el soporte explícito que diversos líderes socialistas han concedido a estas
movilizaciones. Haciendo gala de gran cinismo, acusan al gobierno actual de los
mismos yerros que ellos cometieron con entusiasmo en una atmósfera de resignación
y silencio. Sólo los jetas mentecatos se atreven a jactarse de tan irracional
extravagancia. He ahí la providencia fortuita del gobierno incompetente que
padecemos.
El broche de oro lo ponen (¡cómo no!)
los sindicatos. Para recargar su crédito y soporte social -abandonado hace
lustros-, para garantizar un modus vivendi subvencionado a través de la
presión, las centrales sindicales mayoritarias, y sus cuantiosos liberados, han
dispuesto una huelga general para el catorce de noviembre. Algún líder, obnubilado
por la quimera, calificó de hito histórico esta “primera huelga ibérica”,
cuando media Europa ha previsto docenas. ¿Tiene sentido forzar dos huelgas
generales en pocos meses? ¿Quién va a pagar los vidrios rotos? Debe ser el
desperezo de siete años de práctica inactividad.
Dos huelgas generales, unas violentas
manifestaciones estudiantiles de fría raíz invernal, un cerco al Parlamento y
una huelga más, también colegial, en menos de un año, parece de difícil
digestión. La sociedad tiene justificaciones sobradas para un rechazo masivo de
gobiernos y políticos en general desde hace, al menos, diez años. Únicamente la
avenencia y el hastío lo impiden. A cambio ha de soportar distintas revueltas
molestas e inútiles porque encauzan desembocaduras ajenas al interés colectivo.
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