sábado, 20 de octubre de 2012

COBERTURA POLÍTICA OBSCENA


Los partidos políticos aprovechan cualquier coyuntura para obtener beneficios electorales. Si la sociedad se muestra absorta, indolente, algunos adversarios del gobierno -muy concretos y que conforman una oposición hostil- fustigan sus más toscos instintos. Persiguen una muchedumbre domada que constriña determinados soportes democráticos. Sin embargo, quienes hacen de lo público un medio exclusivo de vida, no se conforman con el alboroto moderado, testimonial. Desaforadamente inquietos por una ansiedad sin freno, borrachos de poder, maduran la movilización general revolucionaria; aquella que pretende violentar, con mil excusas, hipotéticas soberanías ciudadanas. Suelen recurrir a sectores dogmáticos, abducidos; idóneos para ejecutar acciones radicales que llevarán a cabo, no ya contra la élite opresora (de cuyo núcleo forman parte los cabecillas) sino contra la población.

Reconozco que todo sector social puede desplegar razones para la queja; para expresar, incluso con cierta vehemencia, su hartazgo ante un escenario oneroso de cuya gestación se reputa inocente. No obstante, me parece inadjetivable el uso, y hasta abuso, a que es sometida una comunidad bastante irreflexiva y presta, bajo hábiles estímulos, a la revuelta estridente. El individuo aporta, con su indignación, parte del sustento al verdadero objetivo, a la maldad política; empero, quien atesora el fraude (por tanto la mala fe agravante) debe buscarse en esa minoría tonsurada que instiga al desorden con fines espurios. Estas algaradas suelen rozar el ensañamiento si no lo sobrepasan. Es la táctica nazi o totalitaria -valga la redundancia- para quebrar ilegítimamente un poder constituido.

Además del viejo vicio expuesto, existe otro con parecido semblante. Me refiero a la circunstancia temporal, mejor dicho extemporánea. Constituye la prueba que confirma el lecho político por el que transcurre toda protesta (siempre de la oposición), especialmente si en ella pastan los partidos considerados de izquierdas. Poco importa deslindar culpables. Se magnifica el momento para beneficio u olvido de la fuente. Asimismo, les puede servir el argumento antagónico si fuere preciso. La masa, en mayor grado si está atomizada, acepta sin pestañear una tesis y su contraria.

Esta huelga de estudiantes configura un claro ejemplo de manipulación. Se aduce como motivo casi único una supuesta mengua de la calidad educativa debida a los recortes. ¿Quién puede ofrecer datos rigurosos que dejen traslucir una implicación concluyente entre recortes y deterioro cualitativo? Meras especulaciones. Pareciera lógico sospechar que con menos medios materiales y humanos, la educación deba sufrir un empeoramiento manifiesto. Pese a quien pese, aquellos factores que influyen de manera capital en el éxito o fracaso no son precisamente los tangibles. Así lo vienen demostrando diferentes informes PISA, en años de bonanza, y mi propia experiencia. Cuando empecé mi andadura profesional, mediados los sesenta del pasado siglo, era común tutelar un aula con tres niveles y más de cincuenta alumnos. Puedo dar fe de que, en conocimientos y preparación, superaban con creces a los actuales cuya ratio -en primaria- no llega a treinta. ¡Ah!, ahora rige la LOGSE.

Se ha dado el caso chocante, insólito, de que la CEAPA (en origen Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos, hoy con la innecesaria coletilla de “y Madres” pues el plural entraña padre y madre o un velado insulto a la madre, aparte la casuística que puedan traer los nuevos tiempos), una de tantas asociaciones instrumentales teledirigidas por el PSOE, apoyara la huelga; es decir, brindara -más o menos directamente- a niños con el empeño de conseguir algún rédito político en una acción execrable. Menos impúdico, aunque origine mayor desconcierto social, es el soporte explícito que diversos líderes socialistas han concedido a estas movilizaciones. Haciendo gala de gran cinismo, acusan al gobierno actual de los mismos yerros que ellos cometieron con entusiasmo en una atmósfera de resignación y silencio. Sólo los jetas mentecatos se atreven a jactarse de tan irracional extravagancia. He ahí la providencia fortuita del gobierno incompetente que padecemos.

El broche de oro lo ponen (¡cómo no!) los sindicatos. Para recargar su crédito y soporte social -abandonado hace lustros-, para garantizar un modus vivendi subvencionado a través de la presión, las centrales sindicales mayoritarias, y sus cuantiosos liberados, han dispuesto una huelga general para el catorce de noviembre. Algún líder, obnubilado por la quimera, calificó de hito histórico esta “primera huelga ibérica”, cuando media Europa ha previsto docenas. ¿Tiene sentido forzar dos huelgas generales en pocos meses? ¿Quién va a pagar los vidrios rotos? Debe ser el desperezo de siete años de práctica inactividad.

Dos huelgas generales, unas violentas manifestaciones estudiantiles de fría raíz invernal, un cerco al Parlamento y una huelga más, también colegial, en menos de un año, parece de difícil digestión. La sociedad tiene justificaciones sobradas para un rechazo masivo de gobiernos y políticos en general desde hace, al menos, diez años. Únicamente la avenencia y el hastío lo impiden. A cambio ha de soportar distintas revueltas molestas e inútiles porque encauzan desembocaduras ajenas al interés colectivo.

 

 

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