viernes, 28 de febrero de 2014

MEDIDA PROFILÁCTICA RECOMENDABLE


Cualquier diccionario indica, en terminología higiénica, que profilaxis es la manera de prevenir o tomar medidas para evitar una enfermedad. Si generalizamos, las acciones encaminadas a detener el deterioro físico, aun espiritual, pudieran considerarse profilácticas. Desde hace tiempo se evalúa la salud como un equilibrio establecido entre cuerpo y mente. Los clásicos ya apuntaban ese objetivo cuando encarecían aquel apotegma: “mens sana in corpore sano”. Hoy se evoca la antigua sugerencia (ganando adeptos) pero de forma incompleta; así lo creo, al menos. Caminante diario por el espectacular Paseo Marítimo valenciano, veo multitud de jóvenes -chicas y chicos- correteando incansables. Eso que los modernos llaman “jogging” aunque el anglicismo no añada ningún incentivo a nuestro humilde vocablo. Mi anterior actividad docente, asimismo, me lleva a la conclusión de que sus cabezas, en gran medida, distan mucho de acumular un ápice de ejercicio oportuno. Tal retraimiento mental estaba previsto por la LOGSE dentro de un vasto proyecto de ingeniería social. ¿Exagerado? ¿Por qué estamos donde estamos? ¿Caos? ¿Azar? Razonen. 

A lo largo de los diversos acontecimientos patrios, siempre he sido un fiel -casi temerario- consumidor de la “madre de todos los debates”: el del estado de la Nación. Sin pestañear, y con oídos prestos a distintas inflexiones, pasaba horas enteras ante el televisor. Me exigía a mí mismo un esfuerzo parejo al del hermeneuta para apreciar si las intervenciones (harto aparentes, fronterizas con lo ininteligible) desplegaban un sentido literal o alegórico. Tal vez místico. Fundidas las meninges, concluía abrumado, perplejo; con irrisoria posibilidad de percepción ni respuesta. Acababa exhausto y vacio moralmente. Así, año tras año; contumaz. Tanto ofuscamiento sin advertir provecho alguno, más bien apreciar mengua psíquica, hacía sentirme fácil presa de una adicción nociva. Poco a poco, diseccionando análisis, promesas e invectivas, según los casos, fui adquiriendo conciencia de que aquella representación implicaba acuerdo previo, pacto furtivo.

Siento opinar -no por el afecto sino por el cotejo- que estos debates sirven a unos y otros de resonancia. A los oradores (adalides del simulo oprobioso) les importa un bledo el ciudadano, incluso su firme votante. Viven de la encuesta y a ella se deben. Si ganan pulverizan al rival; pero también ahogan, en sus propias filas, cualquier sensibilidad desafecta. “Quién se mueva no sale en la foto” encierra un principio de actuación política más que una velada -o no tanto- amenaza. Nunca mejor dicho, triunfa el silencio de los corderos. Pese a mi escepticismo natural, quizás por ello, iba concediendo márgenes a la duda, oportunidades para que prebostes adscritos a diferentes siglas -que no ideologías globalizadas cual economía inspiradora- recurriesen a la ética o al cargo de conciencia. Vano intento, innecesaria tardanza. El individuo, guiado por la codicia, convertido en mostrenco, es aquel animal (con mayúscula) que tropieza dos y más veces en la misma piedra.

Semejante escenario me condujo a despreciar por vez primera todo lo concerniente al debate. Me aburre, me cansa, la inconsistencia. No aguanto a los políticos convertidos en histriónicos farsantes, protagonistas inmorales del tocomocho. Más allá de una imagen solemne, emerge la mejor colección de hipócritas vividores. Comprendo las dificultades que atosigan al ciudadano común para desentrañar la falacia, mediocridad y egoísmo, ocultos bajo cada disfraz. Parlotean sin tregua. Pretenden impedir que la farsa tenga asideros temporales. Constituye el mejor método para entorpecer cualquier análisis riguroso. Ajetreo y lucubración son términos antitéticos. Trajín y predominio escénico provocan una pantomima monstruosa.

De un tiempo acá voy adoptando la decisión de ignorar a los políticos, sus ideas y opiniones. No me interesa escuchar cuentos chinos, banalidades, travestidos de declaraciones magistrales, compromisos marchitos o, tal vez, promesas fatuas. Ignoro un solo caso en que anuncio, verdad y culminación, planeen sobre la ejecutoria de quien acostumbramos a llamar hombre público. Siempre que un agradecido -o políticamente correcto- comunicador, tertuliano, quizás ad látere, se desgañita por convencernos de su necesario concurso democrático, traduzco tal mensaje como el incuestionable castigo de soportar un mal oneroso, inútil. Democracia, oscurantismo y delincuencia no tienen parangón.

Antes del veinticinco ya vislumbraba que Rajoy desmenuzaría un discurso en el que la visión arcangélica, paradisiaca, de España resultara tan artificial como los argumentos utilizados. Datos selectos, verdades a medias y ocultaciones sin par, merecerían un protagonismo asombroso. Rubalcaba -haciendo digna la impostura- abriría las heridas arraigadas, sangrantes, de los recortes en sanidad y educación. Completaría su enumeración el aumento del paro, ocaso de la clase media, pérdida de poder adquisitivo en trabajadores y pensionistas, etc. Cocinaría tan suculentos platos añadiendo calculadas dosis de condimento sabroso, demagógico pero efectivo, de poner en cuestión las libertades ciudadanas. Todo tácitamente pactado. Ninguno quiere sacrificar la gallina de los huevos de oro. Configura esa rotunda línea roja que no conviene trasponer. El resto, desangelados comparsas, desgranarían retóricas de fácil asimilación gregaria. También los humildes deben procurarse un futuro cálido.

Pero… ¿y los españoles? En la inopia. Los políticos lo saben mejor que nadie. Somos su razón y su excusa. Por ello se atreven a asegurarnos protección y amparo. No obstante, ¿quién nos guarda de nuestros protectores? Para superar el achaque he decidido -como medida profiláctica y en defensa propia- mandarlos metafóricamente a hacer puñetas. Quien quiera, que me siga.

 

viernes, 21 de febrero de 2014

COMO CAÍDAS DEL CIELO


Antes -mediados los cuarenta del pasado siglo, cuando el lenguaje no arrastraba esta especie de parálisis que sufre hoy- España era indigente pero ubérrima en giros lingüísticos. Verbigracia, para afirmar la oportunidad de alguien a la hora de satisfacer algún anhelo, al menos desde mi ámbito vital, solía decirse: “me vienes como caído del cielo”. La frase recreaba, sin duda, el oportuno alimento bíblico que sustentó al pueblo judío en su viaje de promisión. También nosotros, por aquellos años de remiendos, cruzábamos un desierto desdeñoso, conflictivo, mísero. La postguerra nos sumía en avatares excepcionales. Dibujaba un escenario perverso sólo atenuado a base de esfuerzo y concordia, ahora ambos casi extintos. Constatábamos el dicho popular: “Dios aprieta pero no ahoga”. Faltaba absolutamente de todo a excepción de enigmas y zozobra.

Estos tiempos actuales, cada vez más semejantes a los esbozados, vienen repletos de hechos asombrosos, insólitos. A veces, una buena orquestación mediática acrecienta su enjundia. Incluso hay casos en que ella constituye la única realidad. Existe lo que se publica. He aquí el papel crucial desempeñado por los profesionales -propios y anexos- de la comunicación. Dominan el aggiornamiento e incluso robustecen un poder opaco. Aventuran además un futuro ocre, entre la mejora y el pasmo. Depende del momento, del hechizo y, comúnmente, del aditivo doctrinal. Sin embargo, suelen curarse en salud adoptando elocuencias que no llevan a ninguna parte. Son verdaderos maestros del arcano cual oráculos amantes de la tergiversación. Su discurso no se ajusta al “ni sí ni no” para conjugarse en un “sino todo lo contrario”.

El gobierno del PP atesora sin esfuerzo un descrédito capaz de batir récords. Las encuestas favorables, aun cocinadas, indican un desapego desconocido. A lo largo de la Transición, ningún otro partido luce una fractura tan intensa entre votantes y sigla. Semejante contexto, indiscutible, esperan rehuirlo aventando el inmerecido peaje que están pagando por culpa del PSOE. Pasada media legislatura, todavía blanden la bicha de una herencia ominosa y fementida. Debe otorgarse al argumento un periodo de validez, pasado el cual entra en putrefacción y despide un hedor repugnante. Omito temas tan sólidos y manoseados como actitudes ante el terrorismo (asimismo sus víctimas), pulso nacionalista, separación de poderes, racionalización de la estructura nacional, subvenciones y transparencia; en fin, gestión democrática de partidos y sindicatos. Pido disculpas por la digresión, pero mal pueden estos entes jerarquizados jugar un papel esencial en los sistemas democráticos. Hay que ser muy pez para tragarse el burdo anzuelo.

Tertulias de todo signo y composición se encrespan, eternizan, tratando guiones baladís. Juzgo absurdo tanto interés por la ramplonería. Me parece frívolo atender, alimentar, debates que pergeñan acontecimientos vanos de oscura génesis y de gran eficacia adictiva. Sumamos semanas inquiriéndonos si la infanta Cristina es presunta o clara cómplice -incluso necesaria- en los trapicheos de su marido. Desde mi punto de vista, y comparando el hecho con la situación crítica que sufre gran parte de españoles, tal contingencia tiene escaso valor dentro de la corrupción generalizada que impera. Evito calificar el atractivo creado por algo tan trivial como el modo en que la infanta debiera acercarse a la sala. Pura humareda. Ni siquiera el aspecto estético debiera superar al que a próceres nacionales, autonómicos o locales, sería procedente exigirles. Del rey abajo, ha de demandarse por igual un compromiso exquisito en la gestión de bienes públicos. Consecuentemente, idéntica servidumbre y pena. Al instante, podemos elaborar una larga lista de mangantes impunes, a medio juzgar, con sentencia firme e indultados, que comparten la inobservancia de devolver lo saqueado. Este marco parece ofrecer buen maridaje con la democracia, salvo para el pueblo llano; su titular.

Insisto, lo que escapa al concepto adjetivo son las secuelas, los aplazamientos forzados y convertir en sustancia accidentes glamurosos. Cuando medios, periodistas y tertulianos se ceban con ciertos trances, ¿lo hacen porque estos despiertan turbia curiosidad de forma incomprensible? Presumo que su porfía estriba en dar satisfacción a un poder anhelante por difuminar los auténticos problemas. Desplazar el centro de atención evita sinsabores, molestias, y hace la gobernanza cómoda además de rentable. Suspicacia aquí es sinónimo de certidumbre. “Piensa mal y acertarás” preconiza una sentencia notable. Creo que la maldad -si la hubiera- surgiría por torpeza, por tener reparos, a hacerlo de manera muy tajante, decisiva.

Bastantes informaciones, incluso trágicas, aparejan un carácter sedante, catatónico. Lamentablemente el terremoto informativo de las avalanchas subsaharianas en la frontera hispano-marroquí, los enfrentamientos en Venezuela y Ucrania, el lance anecdótico de Granados, el paripé de ETA con verificadores ad hoc, etc. resumen noticias caídas del cielo. Aparte reseñas dudosas sobre magros logros en macroeconomía, como los aumentos en las exportaciones (callan la cruz de impulso y consecuencias: bajada de salarios, declive del consumo interno, enfriamiento mercantil), el maná informativo produce al PP un efecto similar al del gotero en el enfermo. ¿Alguien lo niega? Constituiría una comprometida temeridad hacerlo.

 

 

 

viernes, 7 de febrero de 2014

DOCTORES TIENE LA IGLESIA Y OTROS PORMENORES


Voy a tomarme una pequeña licencia. Hoy no disertaré de política pero sí de prebostes y adláteres. Cierto es que nombrar la soga indica, de alguna manera, referirse al ahorcado. Lo haré, con todo, de forma tangencial, poniendo el foco sobre la envoltura que sustrae entraña al producto. Emula a aquellas cortezas cuyas propiedades medicinales, preventivas, eclipsan las nutricias y gratas del fruto. Permite un tratamiento desenfadado pero el trasfondo rezuma la misma circunspección, parecido rigor, que conseguiría un proceso explícito. En estos asuntos, airear las vacuidades del hombre público permite concebir qué recorrido puede esconder. Para Balzac, el vanidoso no tiene algo mejor que ostentar. Umberto Eco da en el clavo cuando mantiene que el hábito hace al monje.

Durante unos días el protagonismo mediático cambió de manos, al menos de hechuras. Disminuyó el interés que provocan -por reiterativos, espinosos- los temas capaces de mantener en vela a los españoles. Nos hemos dado un respiro con el auxilio necesario, quizás interesado, de quienes deciden qué toca ver y escuchar. La noticia del doble y falso doctorado (filología castellana y catalana) de Pilar Rahola produjo un despelote general. Desde luego su verbo vehemente, osado, pintoresco, le procura méritos para tenerlos de hecho; como mínimo el de castellano, a su pesar. ¿Merece tanta pulla? No. Aparte las razones puramente retóricas, vertebrales, existen otras de plena gratitud aunque más livianas. ¿Olvidaremos tan pronto aquellos debates inigualables, fogosos, heteróclitos?  ¡Qué instantes, cuánta holganza expiada! Gracias. Jamás tuvo ningún cargo ejecutivo y, por tanto, su quehacer político lo ha regido el acierto y la honradez. Cuántos honores se han concedido con menor decoro, desproporcionados. Pobre Pilar. Qué fácil es caer en el encanallamiento.

Otros políticos con más alcurnia (no necesariamente pedigrí) atesoran doctorados fraudulentos cuando su formación alcanza, rapado, la licenciatura. Casi todos los medios, asimismo la ciudadanía, suelen darles un trato servil, piadoso; inmerecidamente exquisito. Ignoro tan desmedido afán de una vanagloria rácana. Sin embargo, fue Roldán el primero en falsear un currículum portentoso, envidiable. Así lo aseguran las crónicas. El plurilicenciado director de la Guardia Civil sólo estudió algunos cursos de sociología en la UNED, al parecer. Le cabe el honor vil de mostrar un camino indecoroso a correligionarios o antagonistas que han seguido sus pasos. Austero en cualificación, pues nunca envolvió sus “títulos” en dignidades doctorales, se convirtió en ubérrimo universitario aportando diversas titulaciones. ¿Quién si no podía dirigir mejor el emérito cuerpo? Tanta sabiduría le permitió desvalijar presuntamente incluso lo reservado para los huérfanos.

Menos jactanciosos, altos responsables de los gobiernos postreros -ellas y ellos- se satisfacen acomodando trola e indefinición. Realizó estudios de… conforma el añadido habitual del preboste iletrado. Abunda, está masificado, el grupo de políticos adscritos a cualquier sigla que excusa su complejo mediante tal fórmula. Comporta, por demás, una declaración irrefutable de inopia, de incuria cultural. Por piadosa discreción me abstengo de citar nombres que pueblan mentes y recuerdos. Sí digo que configuran el paradigma de aquellos individuos cuya desvergüenza y miseria moral les lleva a detentar un ascendiente bastardo. Les inculpa su falta de principios, la disipación. Lo demás les absuelve, incluyendo el error de mitigar un currículum intelectualmente laxo.

Hay una divergencia clara entre titulación académica y eficiencia gubernativa. Los ejecutivos de Zapatero, incluyendo al presidente, se constituían con personas indoctas de derecho y aun de hecho. Por el contrario, Rajoy y sus ministros cuajan un gobierno atestado de profesionales reconocidos y opositores de alta excelencia. No obstante, ambos resultan igualmente anodinos. Se deduce, pues, la nula conexión entre academicismo y práctica gestora. Platón reivindicaba el filósofo rey o el rey filósofo como vínculo ideal. El marco empírico demuestra cierta superioridad de la voluntad sobre el entendimiento.

Todos, asimismo, compiten en desatino. Gustan desplegar escaso, si no nulo, sentido común. El PP hace esfuerzos ímprobos por torcer el camino que le marcaron los españoles hace dos años. Al atajo innecesario, oneroso, se oponen dos partidos noveles (Movimiento Ciudadano y Vox) que encuentran un caldo de cultivo vivificador cuando sus correligionarios los etiquetan de ultraderecha. Esta estrategia de “tierra quemada” puede quebrar los cimientos programáticos del PP y con ellos su propia existencia. Mientras el PSOE quiere aglutinar a UGT, CCOO. ONGs, “mareas” de educación, sanidad y servicios sociales, además de feminismo, ecologismo y a la izquierda del PSOE, en especial IU. Peca del mismo vicio. Destruirá cualquier venero ideológico en una defenestración suicida. Proyectan revivir un Frente Popular maléfico, inverosímil; sin homologación posible con la Europa actual. Algunos, que se autoproclaman progres, apetecen retrotraernos al siglo XX, a un periodo penoso de la Historia Mundial. Siguen sin asumir la derrota que ellos mismos propiciaron y que Besteiro predijo con exactitud.

Un tópico insustancial indica que “doctores tiene la Iglesia”. Falso, incluso con interpretación favorable del enunciado. Fuera de ella también abundan. Ello no es óbice para que advirtamos, en cualquier caso, el empuje demoledor del capricho; lacra innoble con o sin títulos.