Pecaría de superficial si
no reconociera los titubeos surgidos hasta encontrar un título satisfactorio.
El objetivo era claro: tratar, alejándome del drama, la coyuntura catalana.
Considero sobrepasado plenamente el sainete tragicómico. Ni Muñoz Seca hubiera concebido
contexto tan insólito. Es cierto que las apariencias llevaban a un epílogo
sombrío, calamitoso, terrible. Día a día, se venía perfilando un sino con rostro
de tragedia. Pero, ¡oh, ventura!, vino el simulacro; una falsa esperanza con freno
bronco que activó el artículo ciento cincuenta y cinco. Debemos consignarle, asimismo,
la primera broma (como tal) al parir Tabarnia -probable hija putativa- tras un
corto periodo de gestación.
Alguien confesó: “Uso el
sarcasmo porque el homicidio es ilegal”. Sin llegar a dicho exceso, procuraré
interiorizar el mensaje ya que parece acertado, además de virtuoso. Aparte, me
ahorraré un esfuerzo ingente dado mi natural cáustico. Decía que la aplicación mutilada,
timorata, del artículo antes expuesto, permitió desnaturalizar (tal vez posponer)
la tragedia. De repente, notamos una metamorfosis esencial consolidándose un
marco agridulce, caricaturesco. Previo a él tuvimos que aguantar bastantes
soponcios cuyo origen lo anunciaron diversos trapicheos protagonizados por el
circense govern catalán y permitidos estoicamente por un calmoso ejecutivo
nacional.
Tengo frescas aún las
jornadas previas al 1-O. Insinuaciones de entornos políticos y judiciales, evidenciaban
una rebeldía irracional a fuer de infantil. Gobierno catalán, parlamento, amén
de una policía autonómica de acomodo independentista, hicieron oídos sordos y promovieron
el juego desleal del escondite. Rajoy dispuso sobre la mesa sus cartas: guardia
civil y policía. La judicatura hermanaba doble papel: desafuero para unos
mientras otros apreciaban en ella un argumentario sólido. Aquellos, cargados de
falsas razones, ocupaban el extremo rocoso, fuerte, a la sombra del primo -poco
exprimido- que se agigantaba al contraste de la figura melindrosa que recogía
el guante. Porque aquello era un reto a la antigua usanza. Según vemos, el
brazo fuerte se inclina paradójicamente del lado más débil, en teoría.
El físico danés Bohr,
proclamaba: “Hay algunas cosas que son tan serias que solo puedes bromear con
ellas”. Sin estar de acuerdo al cien por cien, reconozco que -como método-
puede resultar balsámico. A veces, husmeando el rigor agrio de los
acontecimientos debemos introducir una bufonada imprevista, sorprendente, que
desarticule la acción sobrecogedora. Eventualidades muy espinosas, con probable
final indeseado, hay que cortocircuitarlas mediante el escarnio. Ridiculizar al
Tribunal Constitucional (hace tiempo desacreditado, por otra parte), tomar a
chirigota cualquier reproche de un gobierno legítimo y democrático, amén de
maniatar a los mossos, facilitaron el arranque de una broma inexcusable. El
senado aprobó con algún equívoco grotesco, altanero, inoportuno (de la factoría
PSOE), el artículo ciento cincuenta y cinco.
Estoy convencido de que al
gran público (reminiscencia del gran payaso) ya le hastía la farsa. Sin
embargo, ha de convivir con ella. Una gran contradicción se enseñorea de la
platea popular. Ve, atónito, rostros congestionados, casi lívidos, que provocan
espasmos de espanto, quizás de risa. Luego, roto cualquier intento de
intersección, aparece a galope tendido el caballo del hechizo. Aparecen de
nuevo las convulsiones, pero ahora de mofa general. La provoca el PP -con su
quiero mas no debo- dejándose inducir por el sí condicionado equivalente a un
no obvio. Fruto defectuoso, amargo, es el cese de un gobierno huido y preso, a
medias. Queda intacta toda infraestructura política, policial y mediática. Es
la consecuencia del empalagoso enredo introducido por un PSOE que no anda ni
para. Tabarnia es la broma urgente, necesaria, ineludible.
A nadie debe extrañar que
esta falta de decoro permitiendo calladamente la propaganda, obtusa a la vez
que eficaz, dé los resultados electorales conocidos. La broma que gastó Rajoy a
los españoles, sobre todo catalanes, deja el problema tan candente o más que
antes. Para este viaje no se necesitaban alforjas. Ahora hay un prófugo -exiliado
para fanáticos- que pretende, huérfano de toda decencia, su impunidad a través
de una presidencia telemática, grosera. Pulveriza el límite del cinismo cuando
exhibe un lazo amarillo peticionario. Jamás llegó tan lejos un impresentable ni
a tan poco el seny catalán.
Colocados al preludio del
año dos mil dieciocho, persisten los mismos nubarrones con que despedimos el
dos mil diecisiete. Temo que más negros e intensos. La sociedad catalana, al
compás de sus políticos, no aprende ni en propia cabeza. Vista esa dinámica
empresarial generada por un independentismo extemporáneo, absurdo, pensaba -aunque
todas las encuestas lo negaran- que se impondría el sentido común. Pero no.
Cada bloque sigue firme dentro del trasvase. Algunos “linces” esperan marear la
perdiz judicial insistiendo en declarar la república catalana como si tal
objetivo difiriera u opusiera a la DUI. Buscan, con el mismo éxito que
Diógenes, una impunidad a cualquier precio.
Llevamos años
sorprendiéndonos (señal inequívoca de respuesta candorosa) de las patochadas
aberrantes que expele el independentismo. Los máximos exponentes, salvado un
Puigdemont indigno, se encuentran en las altas esferas de ERC. A Tardá, as del
vituperio, le pisa los talones una juventud que aprende deprisa. Gabriel, de
apellido atributivo, está dejando en paños menores a su maestro, con permiso de
Marta Rovira que lo acosa inmisericorde. Si el bloque constitucionalista no da
para mucho, el independentista quita todo. Unos ponen palos en las ruedas; al
mismo tiempo, otros las pinchan. A PP y PSOE, a sus desencuentros, les han
salido dos competidores expertos: JxCAT y ERC. Sobra hipocresía donde falta
decoro e inteligencia. El decoro es un biombo que permite excusar nuestras
carencias. La inteligencia percibe a Tabarnia como broma que pudiera esconder algo
muy serio. El fuego vigoroso, extenso, empieza con una llama minúscula. Cuestión
de enfoque.