Queda lejos de mi ánimo explorar
los espacios infinitos -a veces grotescos- que enmarcan el futuro más o menos
inmediato. Me conformo con exponer deliberaciones y probables consecuencias de
lo que, entre todos, estamos forjando. Aunque inseparables, quiero dejar al
margen personas y colectivos (protagonistas sin duda) para centrarme en
políticos y partidos, motores impíos de tanta pantomima. Ellos sí deben ser
blanco fundamental de nuestros reproches, no para satisfacer el justo desquite social
sino a resultas de cierta exigencia democrática. Concibo, a la vez, que algunos
aventadores populistas, enemigos acérrimos de las libertades, pretendan compensar
su desenmascaramiento atribuyendo, a diestro y siniestro, etiquetas al margen.
Lejos de protegerme con
prendas impermeables, he vivido lo suficiente para generar una piel insensible,
repelente, ante cualquier censura infundada. A resguardo, manifiesto -sin reservas,
al desnudo- mis convicciones respecto a la coyuntura electoral próxima. Alguien
quiso, de primeras, deslucir tan irregular convocatoria sembrando el campo con la
semilla dañada del artículo ciento cincuenta y cinco. Deduzco que pretendía
ilegitimar una y otro apoyando dicho sofisma en la legitimidad de un gobierno
jurídicamente ilegalizado. No obstante, quienes declaraban ilegítima esta
convocatoria electoral, participan de ella. Por supuesto, si el resultado les
fuera favorable, loarían con parecido ardor su legitimidad democrática y
representativa. Vana coherencia.
El escenario previo a la
campaña hubiera podido tildarse de insólito, avanzando formas y desarrollo
oficial calamitosos. Candidatos huidos, medio libres y encarcelados, otorgan un
carácter pintoresco a cualquier consulta electoral. Mítines video
conferenciados, patrañas infumables, farsas y agresiones son caldo de cultivo
diario. Además, la estructura político-mediática -prácticamente intacta-
tampoco ayuda mucho a la pureza exigible. Todavía hay algunos (adjetiven
ustedes a su gusto) que amenazan con realizar un seguimiento especial del
recuento ante el temor, según ellos, de pucherazo. Son los mismos que alaban, y
no paran, el extraordinario ejemplo democrático dado el 1-O, certificado por televisión.
Luego se extrañan del desapego; ridículo con tanto granuja lenguaraz, aun insolente.
Cierto que la campaña
huele infinitamente peor que los amplios preliminares. Percibo un PP nada persuasivo
porque su natural empeño es atesorar embustes y corrupciones sin suscribir
ningún propósito de enmienda. Lo del PSOE, además de parecidos vicios, roza el
esperpento. Un día no pactará con independentistas para, a renglón seguido,
prometer el indulto a políticos soberanistas, si termina Iceta siendo
presidente del gobierno catalán. ¿Es esto serio? ¿Expresa un desiderátum de
campaña o algo meditado, comprometido? ¿Merece, acaso, liderar con estas
propuestas un partido que puede alcanzar el gobierno? Desde mi punto de vista,
no. Por último, considero a Ciudadanos, ese que según la propaganda se ubica a
la derecha del PP, el único capaz de dar batalla real al soberanismo enfermo,
suicida, más que radical. De todas formas, debe dar algún paso que otro al
frente. Quizás esfuerzo lingüístico y solidaridad económica.
Podemos, la señora Colau,
evalúa romper aquella difusa, vieja, equidistancia -que favorecía a Pablo
Iglesias- pasando armas y bagajes al campo independentista. Así lo muestran
palabras, gestos y actos, salvo astutos regates. Ella sabe en qué campo debe
jugar su baza política. Cuando Iglesias le estorbe lo enviará “a escardar
cebollinos” como mandan las buenas, flemáticas, costumbres. El señor Doménech,
defensor sin matices de la escuela catalana, debe saber que ciertas sugerencias
y utilización a/de alumnos, dista muy mucho de las bondades que le atribuye (con
escasa mesura) a dicha escuela. Sé de qué hablo. Claro, yo fui docente y no
político.
El independentismo selecto,
sagaz, auténtico, avalado por extenso pedigrí, viene de la mano de ERC y CUP.
CiU, PDCAT, JxCAT, uno y trino, se ha convertido (tal vez lo han convertido) en
representante de una burguesía aburrida o atormentada; independentista, a
ratos. Encamados todos meses atrás, el yugo salta hecho añicos no precisamente
por diferencias tácticas, ideológicas. Todo se reduce a novedosas ansias de
poder, trastocado al decir de las encuestas. La burguesía revolucionaria, esa
paradoja inexplicable, debe conquistar un poder apenas abandonado. Surge, pese
a todo, la disputa abonada por el empate técnico, según los oráculos duchos en
sociometría. ERC y JxCAT disputan el feudo al tiempo que surgen enconos
difíciles de salvar. Puigdemont-Marta Rovira, un dúo enfermizo, infeccioso, inocularán
el virus al ciudadano catalán -ya bastante mermado- originando una comunidad
febril, maltrecha.
Dentro de los inmensos
nubarrones que predicen unos resultados inciertos, surgen dos viejos remedios:
independencia o volver al ciento cincuenta y cinco. Preveo como mal menor la
independencia. Veamos. Nadie en su sano juicio vaticina posible reeditar dicho
artículo. Ofrecer salidas económico-financieras especiales, exclusivas, además
de injusto significaría la absorción del PP por Ciudadanos, al igual que hizo
en el pasado AP con UCD. Resta permitir la independencia. Si Europa acepta el
reto -que lo aceptaría ante el peligro de ruptura- veríamos una independencia
de ida y vuelta. En meses, cabizbajos, desearían volver al statu quo renunciado.
Conflicto resuelto por larga temporada. La globalización pone en bandeja este
definitivo desenlace.
No nos engañemos. Ni
Arrimadas ni Iceta pueden logar la presidencia porque ambos, además de tener
múltiples suspicacias personales, son cautivos de sus referentes a nivel
nacional. PP, PSOE y Ciudadanos se juegan un envite de mayor trascendencia: las
generales. Colau, líder autonómica sin otra salida, juega solo en campo catalán
y su estrategia pasa por un equilibrio aparente. Sin duda, los votos que acumule,
irán a parar por necesidades metodológicas al soberanismo, igual que la CUP.
Pese a mis esfuerzos,
sigo sin explicarme qué papel desempeña un PSC denso, nebuloso, perdido. Si se
inclina por apoyar o simular apego al soberanismo, Sánchez jamás será
presidente de España, aunque -en cualquier caso- tenga escasas probabilidades
de ello. Sin embargo, este marco sería otro asunto. Creo que los partidos
constitucionalistas saben que se ha abierto una brecha insuperable, frentista, divergente,
entre Cataluña independentista y resto de España. A poco razonar, brota
imperiosa una sola conclusión: Lo que se nos avecina.
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