viernes, 31 de mayo de 2013

ESCUELA, EDUCACIÓN Y SOCIEDAD


Soy católico no practicante. Desde el punto de vista intelectual, rehúyo la Iglesia Institución -más bien no creo en ella- aunque la respeto profundamente, junto a su historia llena de luces y sombras. Siento, incluso, cierto magnetismo por quien hace profesión, asimismo profusión, de fe contra viento y marea. No me duelen prendas, por último, manifestar simpatía al conjunto de fieles que conforman el cuerpo místico; asiento verdadero hoy, en este mundo convulso, de amparo y solidaridad. Llegados a tal extremo, puede concebirse un claro paralelismo doctrinal entre política y religión pese a quien, para marcar diferencias irreconciliables, suele subirse al púlpito social reiterando eslóganes tan embaucadores como el típico: “La religión es el opio del pueblo”. Con este dogma (he dicho bien, dogma), y a la contra, legitiman -o lo pretenden- el celo político.

Llevo a mis espaldas, además, cuarenta años de experiencia docente. Diversos ámbitos, épocas y edades, coadyuvaron a forjar un tesoro empírico del que me enorgullezco con humildad. Quiero, aprovechando este bagaje, precisar algunas apreciaciones sobre la enseñanza que quedaron incompletas, quizás confusas, en el artículo anterior porque el contexto impedía focalizarlas eficazmente. Desde luego, relego cualquier atisbo subjetivo, o supuesto por otros, de sentar cátedra en tema tan complejo, multifacético e interpretable. Sin embargo, el tratamiento, presentir su naturaleza y método, es vital para el desarrollo futuro de un país. España ahora mismo se encuentra en una grave encrucijada -no sólo económica- debida a la visión miope de unos políticos que anteponen pruritos y apetencias personales al interés general.

Hoy, la escuela debería regirse por una legislación única, con un currículo universal; ambos consensuados bajo los auspicios de una política de Estado. Desde mi punto de vista, ningún credo religioso ha de acomodarse al proyecto educativo de los centros públicos ni concertados; es decir, la escuela debiera ser laica porque la formación doctrinal -una y otra- es competencia exclusiva de los padres, hasta que el educando sea capaz de elegir sin ninguna injerencia. Sí debe recoger la Historia de las Religiones como un área más del tronco humanístico. De esta forma, quedarían sin argumentos quienes desean contaminar, politizando la cátedra, mentes infantiles y adolescentes con asuntos tan improcedentes como falaces y cicateros. Tenemos la obligación moral y social de salvaguardar sus mentes de ortodoxias, cuanto menos inquietantes si no quiméricas.

La escuela, digo, tiene una función instructiva y socializadora; aspectos básicos, con suficiente entidad, para que su quehacer conquiste el reconocimiento ciudadano. Toda desviación, facilitada por objetivos falseados y ajenos a su impulso, le lleva sin remedio al desastre permanente. Dejo aparte discrepancias epistemológicas y el advenimiento de la escuela comprensiva (obsoleta desde hace tiempo en países de nuestro entorno) verdadera columna vertebral de la mediocridad y el fracaso escolar. Cuando el gobierno (los gobiernos), más allá de la adscripción ideológica, incluye en el currículo la adquisición de pautas o valores que afectan y competen a familias y a una sociedad viva, crítica, dinámica, el sistema educativo se politiza, pierde su esencia y, el adoctrinamiento partidario, termina por engendrar clones al uso del “mundo feliz” que dibujara Aldous Huxley. Los regímenes tiránicos siempre se han alimentado, curiosamente, de calurosos elogios a la libertad.

Wert y su ley no atentan, en principio, a la tan cacareada calidad educativa. Intuyo que nadie en su sano juicio, o efectuando rigurosos cotejos, pueda aportar pruebas, aun evidencias, que terminen por enconar a tan amplio colectivo contrariado. LOE y LOMCE están hechas a imagen y semejanza. Ninguna aplica novedades estructurales o metodológicas. Tampoco aportan innovaciones de fondo. A lo sumo, la Ley Wert, tiene afán de unificar criterios y romper una lanza frente a la exclusión lingüística. Este es su capítulo fuerte y ¡qué paradoja! su tendón de Aquiles. Fuera de esto, reina la nada hecha proclama. No obstante atrae hacia sí el resquemor diabólico de que se dota la inepta casta política, autodenominada progre, y gregarios. Parodiando a Clinton, se podría clamar a medio tono (la realidad no da para más): ¡Es la economía, imbéciles!

Educación y escuela, por tradición, son conceptos que el común identifica iguales. Tal escenario conlleva un error difícil de subsanar. Educar consiste en convertir al individuo en ciudadano cívico, capaz de exigir sus derechos y respetar los del otro. Tan compleja empresa, exige el concurso de escuela, familia y sociedad; incluyendo en ella la ingente responsabilidad de los medios audiovisuales. No debemos exonerar el doble papel jurídico-policial a la hora de corregir desvaríos violentos. Si la instrucción afecta al futuro laboral y económico del país, la educación es piedra angular para una pacífica convivencia. 

La sociedad culta y educada lleva a una nación a conquistar puestos de privilegio en el ámbito internacional. Ocurre, asimismo, que países con escasa raigambre democrática, donde el poder diverge del individuo y este muestra su impotencia secular, eternizan el reconocimiento y asunción de la soberanía popular. Por este motivo, el gobierno prioriza, busca, la desvertebración a través de la incultura, el desarraigo nacional y el incivismo como factores necesarios para imponer, tácitamente, la ley de la selva. Es el caldo de cultivo apropiado para el atropello y la corrupción. ¡Ah! El poder carece de ideología y no repele ninguna sigla.

Termino con una reflexión de Nicolás Salmerón, nada sospechoso en defender intereses espurios: “Es de rigurosa justicia emancipar la Enseñanza (así, con mayúscula) de todo extraño poder y convertirla en una función social, sin otra ley que la libre indagación y profesión de la verdad”.

viernes, 24 de mayo de 2013

JUSTICIA, EQUIDAD E IGUALDAD


No hace mucho apareció -en determinado medio escrito- un interesante artículo de Guadalupe Jover sobre la retrógrada (desde su punto de vista) Ley Wert. Centra su comentario en los aspectos epistemológico, social y político alternando tópicos, que considera incontestables, dando al escrito un carácter maniqueo, probable fuente del único desatino.
Aplica a Norberto Bobbio, se escuda en él: “La izquierda tiende a subrayar lo que de semejantes tenemos para comprometerse en la eliminación de las desigualdades sociales. La derecha, por el contrario, parte de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades son naturales y que, por tanto, no pueden eliminarse”. Constituye una sinrazón restringir las bondades o maldades de una ley sometiéndola a juicios de valor que prejuzgan aspiraciones e intereses. Se pierde perspectiva, objetividad y, con ellas, argumentos rigurosos. Luego se deshace en loas al construccionismo y a la escuela comprensiva como enfoques sin tara ni lastre. Sin embargo la LOGSE (paradigma de ambos), a la que respalda tácitamente,  atrae sobre sí los magros resultados de los sucesivos informes PISA.

La Ley Wert (obsérvese la diferencia entre LOCE y LOMCE) no suma novedad alguna, salvo esa M de mejora. Se parece demasiado a aquella promovida en las postrimerías del gobierno Aznar y que hizo desaparecer -sin ensayo- el resentimiento de Zapatero. Añade una carga político-lingüística impropia con la pretensión de recoger el agua rebasada, por la inoperancia de PSOE y PP, desde los años ochenta. Desde luego, no pasará a los anales de la Historia como una ley sobria a fin de enmendar la enseñanza; menos, afianzar objetivos que consigan salvar, a priori, el marasmo económico, social e institucional en que nos encontramos.

Para el progresismo, alega la señora Jover, es prioritario (en frase de Cofrancesco) “liberar a sus semejantes de las cadenas que les han sido impuestas por los privilegios de raza, casta, etc. A la palabra tradición se opone emancipación”. Los principios son todos estimables, valiosos, pero cuando salen del “laboratorio” chocan con la realidad y se desvanecen. Asimismo, el pensamiento “las palabras convencen, los ejemplos arrastran” ponen a cada uno en el lugar que le corresponde. Al final, debieran considerarse magnitudes receptoras, mensurables, únicamente las acciones; nunca la retórica.

Debemos abandonar toda esperanza de que el progresismo, concepto tan etéreo como insolvente, pueda armonizar los grupos sociales en un gobierno efectivo. Si esto fuera posible, el anarquismo abandonaría su entraña utópica para convertirse en columna de convivencia. Sin embargo, toda sociedad se constituye en Estado. Sólo a él corresponde, y se considera necesario, el uso legal de la fuerza con objeto de salvaguardar derechos e intereses justos. A tal escenario nos lleva la experiencia, esa que el construccionismo asegura ser la idónea para alcanzar el conocimiento.
Más allá de estilos o talantes, el individuo es sujeto de justicia. La justicia es la idea que cada civilización tiene acerca de las normas jurídicas, con fundamento cultural o formal. No obstante, a veces, leyes y justicia divergen de manera clara sin sobrevenir regímenes dictatoriales o ayunos de legalidad. Cuando la norma presenta textura demasiado general, la justicia queda encorsetada a menudo. El juez personifica entonces cualquier acción que termina por alumbrar, un poco a sus expensas, tan huidiza probidad. Los legisladores han de preocuparse, con extraordinaria pulcritud, para que la justicia no penda de una sutileza azarosa, aun subjetiva.

Equidad es sinónimo de justicia. Disienten en que esta tiene un fundamento jurídico positivo mientras aquella se basa en el derecho natural. La equidad propende a dejarse llevar por la conciencia o el deber más que por la jurisprudencia. Podemos entenderla como disposición de ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece. En este sentido enlaza con el precepto jurídico de Ulpiano que obliga “a dar cada uno lo suyo”.

La igualdad no procede del campo legislativo sino del elemento humano. Es este principio, y no al revés, quien empieza articulando cualquier Carta Magna nacional o basamento normativo. A su pesar, en multitud de ocasiones, tal extremo queda burlado o, quizás peor, se ahueca su espíritu quedando, al final, un grato despliegue teórico sin intención de llevarlo a la práctica. Se asemeja a aquellas propuestas que quedan deslavazadas fuera del signo o del sonido; un eslogan cuya apetencia es ganar adeptos a cualquier precio.
Lejos de mí descabalgar del ámbito educativo -aunque no lo considere adecuado en sentido estricto- la conquista de valores sociales o proscribir el discernimiento de aquellos que nos vienen dados como humanos, especialmente los que intitulan estos renglones. No comparto el uso de tópicos subjetivos, discutibles, para argumentar presuntos vicios (sin duda los tiene) de una Ley educativa que todavía puede soportar cambios significativos o matizados. Detesto, a la par, maniqueísmos perturbadores e inquisitoriales. Creo que realizan un flaco papel a la sociedad y a la democracia.

 

 

viernes, 17 de mayo de 2013

HACIENDA PÚBLICA


Cuando los españoles depositan su voto (tras un periodo de añagazas denominado campaña electoral, y el pertinente aparte reflexivo), los políticos acostumbran a calificar este laxo acontecimiento fiesta de la democracia. Constituye el paradigma bochornoso del maquiavelismo rancio. Sin embargo, creo que tal epíteto forma parte inseparable de un marketing con que se vende toda mercancía, aun improductiva y caduca. Desconozco las razones que impiden relacionar, en justa correspondencia, el periodo hábil del impuesto con alguna referencia ingrata, onerosa, aterradora. Podrían bautizarlo, verbigracia, “el averno temporal del IRPF” por su equiparación con el llanto y crujir de dientes que recogen los evangelios. Al fin y a la postre, este último destino encuadra mejor la realidad del individuo -(des)preciado contribuyente- que aquella que lo concibe ciudadano modesto.

Ignoro quién fue el preboste que tuvo la ocurrencia de apellidar “pública” a la Hacienda. Preferir tal apellido a “nacional” debió sustentarse en poderosas razones que se nos escapan al común. Hoy, casi seguro, el español medio la inscribiría con igual apellido pero por razones distintas. Como bien sabemos, pública significa que pertenece al Estado pero también, en este género, mujer de vida alegre, prostituta, mantenida. A un Estado Social y de Derecho real, no de iure, corresponde una Hacienda Pública, tomada en su primer sentido. España, ahora mismo, encarna la corrupción, el nepotismo, la arbitrariedad, el fraude. Por tanto, el Estado navega sin rumbo en tan procelosas aguas y su Hacienda Pública goza del predicamento moral y de la decencia que pregona su segunda acepción.

Quizás algún lector, henchido de indulgencia, opine que mis palabras implican haberme pasado algunos pueblos en el paralelismo. Veamos. “A tal puta, tal rufián” asevera una sentencia popular. Toda prostituta que se precie tuvo, tiene y tendrá su chulo. Hoy Hacienda está plagada de chulos a tenor de la enorme cantidad, según los medios, de evasores, defraudadores y otros que evitan pasar por caja con tácticas que bordean la ilegalidad. Las clases medias (sus distintos estratos, cada vez más proletarios) enjoyan, enriquecen, esa Hacienda pinga que gozan -casi con exclusividad- financieros, políticos y comparsas abundantes que conforman el amplio colectivo macarra.

Multitud de gentes, adscritas a esta subespecie trincona, se encaman con tan libidinosa hembra, quien busca la compañía del poderoso mientras desprecia amores (en ocasiones platónicos) y renuncias humildes. Es curioso cómo millones de euros pasan la criba del capricho mientras decenas -a lo peor centenas- inculpadas por error o por inercia, quedan sujetos al tupido cedazo de la discriminación ignominiosa. Conozco el caso cercano de un familiar que hubo de pagar casi quinientos euros por el yerro que evidenció la declaración paralela. Fue un desliz lógico, sin otro deseo. Se debió al producto inconsciente de una rutina. Meses después, consideran los responsables -motu proprio, sin otro basamento- que hubo intencionalidad y le multan, por falta leve, con ciento cinco euros. ¿Hay cautela o podemos atribuirlo a una ligereza de buscona? Aunque acometo una alegoría, pido disculpas por el hipotético carácter de la ramera.

No me importaría, como a la mayor parte de compatriotas, cumplir mis obligaciones fiscales si la dama fuera casta. No me enfurece contribuir a la redistribución justa de la riqueza, ni al equipamiento social, si ello dominase los esfuerzos personales e institucionales de quien tiene responsabilidades gubernativas. Me temo, por el contrario, que la práctica diaria se opone a estos objetivos; que las prioridades se alejan de todo proceder ético.

“Corte, puta y puerto, hacen al hombre experto”, introduce un proverbio anónimo y redondo. Consecuente con él, al individuo crítico e informado le cuesta horrores (tanto económicos como administrativos) terminar a gusto la primavera. Tarda en hincar el diente al hecho ingrato de presentar la declaración de la renta. A mí me pesa, tanto que lo hago en las últimas horas, apartando cuanto puedo el doble y vano disgusto; dar ese paso donde la estafa, el latrocinio (ambos tolerados), adquieren categoría evidente. Reitero. Me perturba que entre SICAVs, amnistías fiscales, prescripciones y otras maniobras que la élite permite o aprovecha, los poderosos evadan miles de millones. Luego se recuperan con recortes y subida de impuestos. Abonarán los de siempre. A su pesar, el doble castigo a que someten a la masa no sirve para abrir los ojos cegados, de estatua, que exhibe una sociedad roma, crédula y paciente. Cuando estos pormenores (o pormayores) que dibujan la descomposición del Estado, junto a seis millones de parados, no  provocan el estallido social, tenemos bien ganado el suplicio presente y la negación despectiva del mañana.

Verdad es que Hacienda (en sentido amplio, general) muestra el estilo antojadizo, veleta, de una meretriz cualquiera que goza con quien quiere; siempre sujetos adinerados. Al parecer, incluso, la prostitución sirve como método de blanqueo y evasión de capitales. No me sorprende.

Albert Camus dio en el clavo cuando pronosticó que: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas”.

 

viernes, 10 de mayo de 2013

ELECCIÓN, DEMOCRACIA Y FÁBULAS


Encuestas recientes delatan no ya la espectacular bajada en las expectativas electorales de PP y PSOE, sino el efecto taquicárdico que afecta, sobre todo, al primero. Los socialistas, acostumbrados a ubicarse cerca del precipicio, despliegan un ánimo calmo y contemplan su futuro con cierta renuncia fatalista. Les inquieta constatar si el apremio será o no definitivo. Temen que esta atmósfera viciada pueda dañar de forma irreversible su estructura, naturaleza y vitalismo. Les queda, a consecuencia de impulsos exógenos (sin minimizar los endógenos, cada día más espinosos), un último hálito antes de pasar a mejor vida o a la nada testimonial.

Que el PP adolece de arritmia y taquicardia causa poca extrañeza. Hasta ahora, ningún partido se había desfondado en tan poco tiempo. Le han visto las orejas al lobo. Por este motivo, cabezas pensantes (ríanse ustedes del sentido literal) han programado un vídeo para corregir el curso de los acontecimientos. Técnicamente notable, enumera con rapidez lo que al individuo le viene impuesto. Encomia aquello otro que el ciudadano puede elegir para, de algún modo, satisfacer su ego. Asimismo, más allá de una imagen, de un calco oscuro, tal elección -representativa a la vez de idiosincrasia e ideal - informa el régimen que “disfrutamos” y que yo perfilo a caballo entre lo utópico y lo palpable. Concluye con la visión exaltada de grupos antisistema, violentos, revolucionarios sin metas, mientras una voz en off se pregunta: ¿nos representan? para concluir en fugaz sucesión de beatíficas imágines vinculadas a diferentes siglas (incluso movimiento 15M) bajo el mensaje -un tanto artero- “si tú no eliges, otros lo  harán por ti”. Interesadamente elevan a categoría lo que no pasa de circunstancia.

Poner en duda la alarma que atenaza a los populares refutaría elementales principios de objetividad perceptiva y de sentido común. Asimismo, aseverar la incuria argumental del mensaje postrero (quizás conclusión dogmática) no sólo atesora un esfuerzo de pudor intelectivo sino que cristaliza en obligación ética, social y democrática. Estas dos peculiaridades, insisto, constituyen todo soporte en que se apoya el minuto y medio de contenido audiovisual con pretensiones terapéuticas. Atesora la misma insensatez que mostraría un neumólogo, verbigracia, si aplicara un parche poroso al enfermo con grave afección pulmonar.

Los sistemas democráticos surgen de la participación ciudadana pero se fortalecen con la acción política. El voto de unos legitima el sistema; la coherencia de otros lo vigoriza. Cuando el político hace oídos sordos olvidando adeudos y promesas (veja a quien le otorga el poder), siembra la decepción y el desafecto. No es verdad, reitero,  que el acto de elegir pueda considerarse piedra angular de la democracia. Hoy, el español para el poder, sea cualquiera, no pasa de mero contribuyente. Se le concede arbitrariamente, eso sí, minucias y sucedáneos democráticos que realizan un papel de espita para estabilizar la presión social.

Hay un tópico que provoca gran crédito: “Cada pueblo se merece los políticos que tiene”. Configura otra patraña sembrada en la mente colectiva. El pueblo es incapaz de trocar indigencia y latrocinio por excelsitud e integridad. Quien lo ha intentado abrazó una quimera bañada en sangre. Conocida es la aversión que muestra el Parlamento hacia cualquier acción legislativa popular que pretenda limitar sus privilegios judiciales y económicos. Si bien el escenario concreta un botón de muestra, su simbología rebasa con creces todo intento de justificación. Los españoles tenemos peores gobernantes de lo que nos correspondería por nuestros graves defectos. Además, numerosos comunicadores (aferrados al dogma o la dádiva) mancillan sus tácitos juramentos deontológicos. Se engaña, incluso, cuando voces -supuestamente autorizadas- pontifican que la democracia se conquista cada día. Permutan así, del político al ciudadano, la supuesta responsabilidad de su deterioro.

La situación ha pillado fuera de juego al PP propiciando un marasmo de declaraciones previas a la rectificación. Ya no es un partido esperanzador; constituye la mezcolanza heterogénea de diferentes intereses y sensibilidades faltos de cohesión programática.

Termino estas reflexiones con el bochornoso espectáculo ofrecido por Rajoy el pasado miércoles, día ocho, en su idílica visión de una España quebrada. Entresaco algunas afirmaciones etéreas. “La subida de impuestos fue necesaria para afirmar la fiabilidad de España. La prioridad era reducir el déficit”. El amable lector conoce a buen seguro algún método menos gravoso para el individuo, llamado de a pie. “No volveremos a estar tan mal como en dos mil doce. Ahora no tenemos las manos vacías y no generamos deudas”. Terminó esta expresión dando las gracias a los españoles por su esfuerzo (loas al pagano de siempre). “Quienes generen alarma pinchan en una nube”. Otro que tal. ¿Por qué les da a los ineptos por mencionar las nubes? ¿Acaso viven en ellas? “Todo se debe al esfuerzo y sacrificio de los españoles”. ¿De todos? Terminó con una promesa que no se la cree ni el Papa (el hombre de mayor fe). “Recorreremos con firmeza el camino que nos falta”. Fin de la fábula.

viernes, 3 de mayo de 2013

ATASCO VERGONZOSO Y LA MARCA ESPAÑA


Empecé mayo con un viaje relámpago (ida y vuelta) de Valencia a Madrid por motivos familiares. Salimos temprano. Durante los primeros kilómetros disfrutamos de una conducción despejada, ágil. En realidad, desde Buñol a Madrid fuimos solos; la carretera se mostraba limpia, desnuda, provocativa. Hacia Valencia apreciábamos tráfico denso; más allá de Honrubia, congestionado. A partir de Villares empezaron las retenciones frecuentes, continuas, hasta la capital a pesar del tercer carril abierto en Tarancón. Nosotros, francos de obstáculos, radiantes, vislumbrábamos rostros pacientes, castigados en el lento -cuando no inmóvil - caminar. Una solidaria sensibilidad recorría nuestro pecho ante aquel desastre circulatorio. Al tiempo, como un presagio intuitivo, especulábamos qué restricciones nos encontraríamos a la vuelta.

Salimos de Madrid a las cuatro y media. Hasta Tarancón, las únicas barreras que limitaban la marcha provenían de la Ley, si bien soportábamos una circulación intensa. Desde aquí, hasta Cervera -aproximadamente sesenta kilómetros- tardamos casi dos horas. Una vergüenza que debe repetirse cada puente en todas las autovías cuyo punto de encuentro sea Madrid. A lo largo del malhumor no advertí agente de tráfico (en estas condiciones, sería importuno multar por defecto de velocidad) ni señal luminosa que aconsejara medidas (las hay) para paliar el bochornoso espectáculo. Sin embargo, cuando el vendaval, verbigracia, azota nuestro coche, suele aparecer en todos los paneles informativos el innecesario: “¡cuidado, rachas de viento!” tomándonos por tarugos aletargados. Pese a todo, me resultó misterioso que, de pronto, empezáramos a acelerar sin trabas y de forma continuada. El trance, en apariencia absurdo, pudo durar al menos doce horas.

Los atascos (si nos armamos de paciencia, aunque sea difícil con la que está cayendo) sirven para lucubrar y observar al viajero, más bien familia, que el azar coloca a mano. Algunos desaprensivos -psicológicamente poco estables- jetas o listillos, aprovechan cualquier circunstancia para adelantar, embutidos en artimañas ridículas, cuatro coches. Cual políticos, o viceversa, evidencian su inanidad ética y estética. ¡Pobres imbéciles! Como digo, estos tragos se llevan mejor meditando. Mis cálculos transitaban, es un decir, distinguiendo la diferencia entre lo que aporto al fisco en impuestos y aquello que recibo vía servicios o bienestar social. A mí, igual que a muchos conciudadanos, me incomodan -en este tema- dos cuestiones: la facilidad con que se evaden quienes debieran pagar por su status y el hecho archiconocido del trinque variado, asimismo variopinto, de los dineros públicos. Otra vergüenza más.

Políticos de distinto pelaje suelen referirse a la Marca España siempre que desean diluir responsabilidades por algo ya oneroso, incluso por proyectos cuya ejecución se presuma poco o nada lucrativo. A veces, utilizan la frase cual arma arrojadiza contra rivales, quizás ciudadanos, para conseguir a contrapelo anuencias y beneplácitos difíciles de otorgar salvo esta amenaza encubierta que demanda altas dosis de fe patriotera. Estos prohombres, amantes del eslogan, se conforman con la virtualidad del mensaje. Pareciera que el simple anuncio materializara, sin otra circunstancia, su contenido semántico (real o simbólico), como si la Marca España se alimentara, se engrandeciera, con su propia fonética.

Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos, detallaba el genial Cervantes. Locuaces y falsarios, los políticos tienen de caballeros lo que yo de astronauta; es decir, nada. Su preocupación por la Marca España es un sinsentido, un brindis insolente a la ciudadanía, al mundo. Hay que tener mucho descaro para ofertar algo que se desmorona, que aburre. Quien saliera de Madrid el día uno, por cierto fiesta del trabajo (paradoja que ensombrece el entorno), además de sufrir numerosos tramos intransitables, cotejaría cuánto sarcasmo acompaña al “bienhadado” eslogan. Algún extranjero que compruebe los raudos y entretenidos viajes vinculados a los puentes, junto a la presunta respuesta administrativa, estará al cabo de la calle respecto a lo acertado del concepto Marca España, en una nimia pero trascendente faceta.

El gobierno expresa que la Marca España es una política de Estado cuya eficacia reside en el largo plazo. Sospecho que muy largo, añado. Respecto a su visión, agrega sin remilgos: “España es un país para visitar. Su historia, su patrimonio, sus entornos naturales, sus playas… todo invita a perderse y a descubrir”. Desconozco si al foráneo que padeciera semejante experiencia como la descrita, le quedarían ánimos para perderse por los senderos españoles. Me temo lo peor. Sin embargo, se cumplen a rajatabla las palabras de Bernard Shaw: “El estúpido dice que cumple con su deber cuando hace algo que debiera avergonzarle”.

Un comentario general afirma que los refranes hablan, y debe ser verdad. Hoy ocurre lo que apunta uno tremendamente popular: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. Con todo, a los que mandan tal escenario parece traerles al fresco. Si no somos idiotas (ahí reside el quid) oiremos llantos y crujir de dientes en algunos meses. De lo contrario, seguiremos atascados políticamente; ahora sin remedio probable.