Encuestas recientes delatan no ya la espectacular
bajada en las expectativas electorales de PP y PSOE, sino el efecto
taquicárdico que afecta, sobre todo, al primero. Los socialistas, acostumbrados
a ubicarse cerca del precipicio, despliegan un ánimo calmo y contemplan su
futuro con cierta renuncia fatalista. Les inquieta constatar si el apremio será
o no definitivo. Temen que esta atmósfera viciada pueda dañar de forma
irreversible su estructura, naturaleza y vitalismo. Les queda, a consecuencia
de impulsos exógenos (sin minimizar los endógenos, cada día más espinosos), un
último hálito antes de pasar a mejor vida o a la nada testimonial.
Que el PP adolece de arritmia y
taquicardia causa poca extrañeza. Hasta ahora, ningún partido se había
desfondado en tan poco tiempo. Le han visto las orejas al lobo. Por este
motivo, cabezas pensantes (ríanse ustedes del sentido literal) han programado
un vídeo para corregir el curso de los acontecimientos. Técnicamente notable,
enumera con rapidez lo que al individuo le viene impuesto. Encomia aquello otro
que el ciudadano puede elegir para, de algún modo, satisfacer su ego. Asimismo,
más allá de una imagen, de un calco oscuro, tal elección -representativa a la
vez de idiosincrasia e ideal - informa el régimen que “disfrutamos” y que yo perfilo
a caballo entre lo utópico y lo palpable. Concluye con la visión exaltada de
grupos antisistema, violentos, revolucionarios sin metas, mientras una voz en
off se pregunta: ¿nos representan? para concluir en fugaz sucesión de
beatíficas imágines vinculadas a diferentes siglas (incluso movimiento 15M)
bajo el mensaje -un tanto artero- “si tú no eliges, otros lo harán por ti”. Interesadamente elevan a
categoría lo que no pasa de circunstancia.
Poner en duda la alarma que atenaza a
los populares refutaría elementales principios de objetividad perceptiva y de
sentido común. Asimismo, aseverar la incuria argumental del mensaje postrero
(quizás conclusión dogmática) no sólo atesora un esfuerzo de pudor intelectivo
sino que cristaliza en obligación ética, social y democrática. Estas dos
peculiaridades, insisto, constituyen todo soporte en que se apoya el minuto y
medio de contenido audiovisual con pretensiones terapéuticas. Atesora la misma
insensatez que mostraría un neumólogo, verbigracia, si aplicara un parche
poroso al enfermo con grave afección pulmonar.
Los sistemas democráticos surgen de la
participación ciudadana pero se fortalecen con la acción política. El voto de
unos legitima el sistema; la coherencia de otros lo vigoriza. Cuando el
político hace oídos sordos olvidando adeudos y promesas (veja a quien le otorga
el poder), siembra la decepción y el desafecto. No es verdad, reitero, que el acto de elegir pueda considerarse
piedra angular de la democracia. Hoy, el español para el poder, sea cualquiera,
no pasa de mero contribuyente. Se le concede arbitrariamente, eso sí, minucias
y sucedáneos democráticos que realizan un papel de espita para estabilizar la
presión social.
Hay un tópico que provoca gran crédito:
“Cada pueblo se merece los políticos que tiene”. Configura otra patraña
sembrada en la mente colectiva. El pueblo es incapaz de trocar indigencia y
latrocinio por excelsitud e integridad. Quien lo ha intentado abrazó una
quimera bañada en sangre. Conocida es la aversión que muestra el Parlamento
hacia cualquier acción legislativa popular que pretenda limitar sus privilegios
judiciales y económicos. Si bien el escenario concreta un botón de muestra, su
simbología rebasa con creces todo intento de justificación. Los españoles
tenemos peores gobernantes de lo que nos correspondería por nuestros graves
defectos. Además, numerosos comunicadores (aferrados al dogma o la dádiva)
mancillan sus tácitos juramentos deontológicos. Se engaña, incluso, cuando
voces -supuestamente autorizadas- pontifican que la democracia se conquista
cada día. Permutan así, del político al ciudadano, la supuesta responsabilidad
de su deterioro.
La situación ha pillado fuera de juego
al PP propiciando un marasmo de declaraciones previas a la rectificación. Ya no
es un partido esperanzador; constituye la mezcolanza heterogénea de diferentes
intereses y sensibilidades faltos de cohesión programática.
Termino estas reflexiones con el
bochornoso espectáculo ofrecido por Rajoy el pasado miércoles, día ocho, en su
idílica visión de una España quebrada. Entresaco algunas afirmaciones etéreas.
“La subida de impuestos fue necesaria para afirmar la fiabilidad de España. La
prioridad era reducir el déficit”. El amable lector conoce a buen seguro algún
método menos gravoso para el individuo, llamado de a pie. “No volveremos a
estar tan mal como en dos mil doce. Ahora no tenemos las manos vacías y no
generamos deudas”. Terminó esta expresión dando las gracias a los españoles por
su esfuerzo (loas al pagano de siempre). “Quienes generen alarma pinchan en una
nube”. Otro que tal. ¿Por qué les da a los ineptos por mencionar las nubes?
¿Acaso viven en ellas? “Todo se debe al esfuerzo y sacrificio de los
españoles”. ¿De todos? Terminó con una promesa que no se la cree ni el Papa (el
hombre de mayor fe). “Recorreremos con firmeza el camino que nos falta”. Fin de
la fábula.
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