El diccionario revela
que fiasco significa fracaso, decepción. Desde un punto de vista empírico, todo
vocablo debe someterse al perfil material para su mejor entendimiento. En este
caso, quien determina su exacta comprensión es el oficio de político español; prohombre
incapaz de reconocer la diferencia -divergencia más bien- entre observancia y desplante.
Solo este espécimen patrio es capaz de convertir la palabra en burla. Parece consolidar
una actitud, un comportamiento ancestral, sin advertir consideraciones
temporales. Se renueva y revitaliza con demasiada frecuencia. Desoye los
lamentos que vierte el pueblo ansiando mayor aprecio y desagravio. Ellos
(displicentes, inanes, falsos) olvidan promesas, adeudos. Se ocupan en
conseguir el patrimonio que les facilite un futuro incierto. La evidente
indigencia moral que exhiben viene a ser columna vertebral de su esencia.
Nunca fui partidario de
los rituales democráticos, bien sin atributos bien con aquella muletilla
“orgánica”, nada baldía en pasados tiempos. Cuantas veces he votado, escasas,
lo he hecho por imposición o generosa oportunidad. Creo que la soberanía
individual o colectiva no proviene del hecho viciado de introducir una
papeleta. Esta práctica electoral, fomenta dar un cheque en blanco al partido
que no al político eficaz. Si a esto añadimos mi escepticismo habitual, se
comprenderá el carácter abstencionista del que hago gala y arrastro -con mayor
o menor dificultad- desde siempre. La experiencia acumulada a lo largo de los
tiempos, con dos regímenes teóricamente opuestos, me lleva al corolario de que
tal actitud política es, al menos, oportuna. No tanto por fraude del
gobernante, que también, cuanto por convicción.
Librepensador e
intelectualmente ácrata, mis análisis pudieran tildarse de rigurosos frente al
poder, a todo tipo de poder. Por este motivo suelo centrar la acidez en el
gobierno de turno, con especial empeño en su presidente. Zapatero, que antaño
recibió críticas nada compasivas por mi parte, es a la sazón un lamentable
recuerdo. Sigo pensando que fue el peor gobernante del país sin deslinde
temporal. Es todo. Ahora preside el ejecutivo Mariano Rajoy. Él debe
sobrellevar cualquier cotejo socio-político por inclemente que sea. Pecaría de
incorrecto quien osara juzgar de manera absoluta a otro preboste, incluso con
arbitraje en la gobernanza nacional. Resultaría absuelto por la partidocracia
que domina la vida política. Menos satisface resucitar observaciones de
políticos retirados.
Rajoy, digo, ha resultado
ser un fiasco. Para mí, no tanto. Un observador discreto hubiera presentido con
toda lógica semejante situación. El ahora presidente, durante dos legislaturas
al frente de la oposición, dio sobradas muestras de su indigencia doctrinal y
operativa. Más notable aún teniendo como rival a Zapatero. Exhibía sin desmayo
evidencias de vacuidad política, hasta el punto de conseguir mayoría absoluta
sin mover un dedo. Lo hizo por demérito del contrario y desesperación del
pueblo que puso en él una confianza inmerecida. A caballo entre lo expreso y lo
tácito, la sociedad le instó a que diera la vuelta al calcetín mustio que,
entonces y ahora, conformaba España. Ah, Arriola no debe constituir ningún
escudo protector.
Durante tres años
justifica su ineptitud para resolver la coyuntura económica -quizás harto
compleja- inculpando a la herencia recibida. Recuerdo, a este efecto, las loas
que se entonaron sobre el cambio, para enseguida airear que el déficit real
superaba en dos puntos al oficial. Magros argumentos que intentaron justificar una subida de impuestos necesaria,
forzada por la famosa troika. Porque… ¿alguien imagina que idearía disminuir el
Estado para hacerlo más económico, sostenible? Fue el primer eslabón de una
larga cadena de incumplimientos programáticos. Veamos. Bajada impositiva,
independencia judicial, subida de pensiones, ilegalización de las marcas
blancas batasunas, creación de empleo, ley sobre el aborto y derecho a la vida,
etc. Nada se ha cumplido realmente. Ofrece, a cambio, ficciones y tapaderas.
Cercano el final de la
legislatura, sin visos auténticos de cambiar el ciclo, tenemos medio millón más
de parados, la deuda aumentó trescientos mil millones, la clase media
(depauperada) se eclipsa, la pobreza galopa por las esquinas, etc. Además de
estos “logros”, la justicia está condicionada, se proyecta una ley de seguridad
ciudadana que pone en solfa el Estado de Derecho, hay deseos de matizar la
elección de alcaldes, etc., etc., etc.. Una genuina reforma democratizadora. El
calcetín -pese a propagandas, señuelos y cuentos varios- se encuentra en peores
condiciones que en dos mil once. Rajoy persiste en dejar por bueno a Zapatero.
Nunca hubiese pensado que, a este último, alguien pudiera “mojarle la oreja”
(en mi tierra y en mi infancia, retarlo, superarlo).
El PP perderá millones
de votos merced a su nefasta gestión y porque no eran suyos. Preocupante es la
alternativa que se otea. Cualquier experimento estrambótico, no homologable a
los sistemas occidentales, traerá más miseria; asimismo, opresión. La masa revela
una ceguera extrema. Sin embargo, como asegura un refrán clarificador, aunque
la mona vista de seda, mona se queda. Dicho está y ojo avizor.