viernes, 27 de diciembre de 2013

GRACIAS, SEÑOR MONTORO


 

Decía Goethe:”Allí  donde hay mucha luz, la sombra es más negra”. Este aforismo parece referirse al devenir y comportamiento de un partido que despertó extraordinarias expectativas, vacías durante dos nefastas legislaturas. El PP, sin esfuerzo, supo alentar los sentidos prosaicos del elector. Declaraciones, silencios y gestos adobados con futuras realidades virtuales, le permitieron obtener una increíble mayoría absoluta. Eran los tiempos de luz cegadora, de regocijo sin sustancia, quizás de quimera. Pronto, tras ávidas jornadas, la sombra del desencanto empezó a ganar terreno. Traslucía tonos oscuros, inquietantes. Sólo conspicuos seguidores (tontos de los cojones, en célebre y exquisito verbo del munícipe) siguieron adorando al gigante de barro. Algunos empezamos a comprender que Rajoy era un clon de Zapatero acicalado con terno vistoso para la ocasión.

La metafísica aprecia el bien como realidad perfecta o suprema. Es evidente que, desde este punto de vista, estamos anegados por el mal. Nadie en su sano juicio puede afirmar que vivimos la perfección. Somos, debido a ello, esclavos de una maldad que contraviene -ignoro si deliberadamente- todos los códigos de conducta moral. Nuestra sociedad posee razones empíricas y argumentos fiables para apreciar el grado de incuria que afecta al ejecutivo. En síntesis, y lejos de un relato tedioso, el gobierno ha ido colocando parches sin atreverse a explorar el problema. Ineptitudes, temores, o ambos en inoperante conjunción, impidieron dar pasos firmes más allá de los proyectos. Es un gobierno siempre en estudio; le cuesta desarrollar la práctica y suspende. Promueve un círculo vicioso. Parafraseando al marqués de Sade, no hay mayor tortura para el contribuyente que la estupidez y la maldad de sus gobernantes.

Ferdinand Galiani recomendaba: “No temáis a los malvados. Tarde o temprano acaban por desenmascararse”. Hemos tardado poco en darnos cuenta del verdadero material que disfraza a quienes regentan el Estado. Al igual que esa imagen del astronauta unido a la cápsula por un tubo (particular cordón umbilical), los españoles colgamos en el espacio político indefensos, sujetos a una inmisericorde Ley de Murphy. No hay escapatoria ni indulgencia. Nuestro destino lo rige tal caterva de pretenciosos palabreros -ineptos, trincones e inmoderados- que se impone tomar medidas severas. Resulta rara tanta mediocridad; pero los hechos, asimismo las consecuencias, ratifican todos los extremos. Como casi siempre, se llevan la palma aquellos ministerios que delimitan nuestra ubicación. Interior y Exteriores sobrepasan cualquier media; son líderes destacados. Uno, dentro, se mueve en laberíntico itinerario dando pasos que le encaminan a ninguna parte. Excarcelar presos de ETA y un liberticida Proyecto de Seguridad Ciudadana, encarnan sus dos logros más “meritorios”. El otro, fuera, en loable avenencia, diseña rutas cabalistas, espectrales, relegadas para el común.

Personalmente, mis preferencias, mis encomios y mi gratitud -sin duda alguna- tienen patrono: el ministro de Hacienda. Bajo una capa de prepotente chulería y desahogo, encontramos un personaje circunspecto, sesudo, eficaz. Cauto, diversifica tiempos y pautas con mano de cirujano. Al compás, corta (recorta) asemejando estilo y decisión más a cuchillo de cocinero que a tijeras de sastre. Peca mortalmente quien juzgue su sinvivir de oneroso, mezquino o provocativo. Cuando solventes peritos averigüen el déficit real -diferente del estadístico, precocinado- advertiremos su esfuerzo para que supere sólo dos o tres puntos al seis y medio previsto por la UE. Muy pocos seremos conscientes de su titánica brega por nivelar oferta y demanda agregadas. Nadie le tolerará la mínima desviación del Presupuesto. ¡Qué injusto se muestra el individuo cuando tocan su bolsillo!

Creo, no obstante, que al ministro le crea una imagen árida, le confunde, el reproche tendencioso de su gestión económica. Olvidamos que la praxis le viene impuesta por un presidente lego, por una herencia terrible y por la troika maldita que compone música fúnebre para acompañar los despojos de un pueblo malvendido. Toda empresa virtuosa suele presentar algún poro que enturbia una trayectoria limpia, inmaculada. La idea punitiva de gravar un veinte por ciento todo premio superior a dos mil quinientos euros, supone el borrón insólito que empaña su selecto currículo. Desconozco qué vahído le impulsó a cometer disfunción tan paradójica.

El Libro de Isaías, en su capítulo cincuenta y cinco, expresa que los caminos del Señor son insondables. Mi caso constata las palabras de Isaías. Antes de que el señor Montoro tuviera la inoportuna ocurrencia, yo era un jugador golpeado por los hados. Desde ese momento, al inicio de dos mil trece, la fortuna me acompaña todas las semanas. Bonoloto, primitiva, euromillón, lotería de Navidad, Niño, etc., no finalizan de tentar mi suerte. Eso sí, siempre el reintegro. Encima, como nunca llego a cobrar dos mil quinientos euros, permanezco en paz con el fisco. Menudo chollo.

Gracias, gracias mil, señor Montoro. En primer lugar -completando lo dicho- por abrir mi mente a esa máxima de Terencio: “Cuando se puede evitar un mal, es necedad hacerlo”. A continuación, por demostrarme con pruebas la falsedad del Teorema de Ginsgberg que se levanta sobre tres asertos: No puedes ganar; no puedes desempatar; tampoco puedes abandonar el juego.

 

 

viernes, 20 de diciembre de 2013

SALIR DEL ASOMBRO


Tengo un nieto de ocho años que a cualquier pregunta rutinaria suele responder invariablemente “no lo sé”. Pareciera el recurso fácil del niño atolondrado, vago y maquinal. Un vivales que, más allá de su capricho, todo le importa un bledo. Aunque retrato y realidad concordasen con precisión, el apunte no corresponde sólo a un ejemplo concreto ni a un estadio de vida determinado. Una buena amiga, adulta, juiciosa, locuaz, siempre que analizamos el discurrir -quizás deslizar- de los acontecimientos, si le acucio con alguna conjetura de futuro, me da la misma réplica: “no sé”. Este caso, con todo, es diferente del anterior. Mi amiga, como cualquiera, aprecia la complejidad del momento. Observa un entorno confuso, lleno de tinieblas, y no se atreve a aventurar una salida impecable, ajustada a toda precisión lógica, al vaticinio ancestral  del oráculo.

Se hace preciso, perentorio, encaminarse al final de la crisis. El mayor impedimento es que soportamos varias. Nos acechan verdaderas dificultades para desentrañar cuándo va a concluir la económica. Quedaría por dilucidar una contigua, el conflicto social, y otra  cuya trascendencia no se calcula en su justa medida: el escollo institucional. Políticos del gobierno, tan visionarios como los del ejecutivo anterior, ven a poco salida de la indigencia. Desconozco qué oftalmólogo preserva sus ojos. Pese a tan radiante fanfarria, estaríamos hablando de la menos lesiva aunque las cosas del comer sean cruciales. Queda por resolver un agudo dilema social, con hondas diferencias, y la restauración de una dinamizadora clase media. Desde mi punto de vista, no obstante, la convivencia pacífica se vertebra en la organización territorial del Estado.

Walter Bagehot, siglos atrás, enunció algo que encaja a la perfección conmigo: “Un maestro de escuela debe tener una atmósfera de temor, y caminar con asombro, como si estuviera sorprendido de ser él mismo”. Verdad es que, en este punto, me ronda cierta prevención y siempre admiré de alguna manera ser yo mismo. Pero donde alcanza el pleno es en ese dictamen de caminar con asombro. Creo que esta última encomienda del señor Bagehot, incluso ignorando qué casta política deberíamos padecer, se hace usual, genérica. La gente tiene sobrados motivos para alimentar un asombro reiterado, terco. Partidos, junto a gerifaltes, pierden el norte ideológico; se dejan seducir por corruptelas y arrebatos de poder. Sin esfuerzo, manipulan su propia mente para recrear un venero adoctrinador. A renglón seguido lo hacen con las de sus compatriotas. Aquí nace el éxito electoral que explotan de manera inigualable. No son ellos mismos ni se sorprenden. Reivindican ser el auténtico tejido nacional, lanza de la democracia viva, reivindicatoria. Nos engañan coadyuvados por fervorosos secuaces mediáticos. Contra esas urgencias narcóticas, proclamo que corresponde al pueblo el genuino soporte patrio y democrático.

Me asombra un presidente gris que sigue culpando al anterior de sus errores. Tras dos años de inercia, persevera en explicaciones arteras, fabulosas y extemporáneas. Mantiene todavía, entre otros asuntos espinosos, que la subida de impuestos se debe al camuflaje malintencionado del déficit. Miente o, peor aún, hace gala expresa de ineptitud al inadvertir las cuentas de aquellas autonomías que su partido gestionaba; casi todas. Este espeluznante e insólito marco económico y financiero sigue teniendo, según divulga, un culpable: el PSOE. Me intranquiliza que el poder judicial se someta a una politización clamorosa. Liquida con agrado y albedrío su integridad a cambio de honores canallescos. Incentivan la infamia aquellas siglas que ofrecen galardones, que derriban obstáculos en los atajos del abuso. Recelo de un bipartidismo estratégico; de un PP refractario, confuso y cobarde; de unos ministros escuálidos cuyo compromiso no resiste más allá del discurso. Dejo al arbitrio del amigo lector cuantas iniquidades quiera estimar y no hayan pasado el tamiz del recuerdo.

Asombra un PSOE disgregador, siempre a la contra, desideologizado. Surge como un sedimento que quiere ser marxista sin serlo. Tampoco puede definirse socialdemócrata. Es la nada en permanente oposición a la derecha para arrogarse cuerpo de izquierda. Adopta lucrativos fulgores democráticos cuando presenta un fondo totalitario. Podemos verificar tan notorios atributos si discriminamos palabras y actitudes en análisis serenos, alejados de cualquier encantamiento. El PSOE ni es nacional ni nacionalista sino todo lo contrario. Exhibe el progresismo de quien se estanca en el siglo XIX. Camina a saltos de mata, irregular, inconstante e inconsciente. Actúa sin convicciones, agrandando los contrastes, viviendo de ellos. La corrupción, nunca obstaculizada pese a promocionales propósitos de enmienda, lo hace colega del PP. 

Quiero mencionar al nacionalismo catalán, en sus dos versiones, por el simple hecho de huir hacia adelante. Semejante ligereza acarreará un grave retroceso a su economía ciudadana. Añadiendo oscuras complicidades de PP y PSOE (o viceversa) que permitieron el adoctrinamiento de varias generaciones, la estrategia nacionalista desafía el absurdo político. En un mundo globalizado, es alucinante y suicida pues hundirá a Cataluña.

Sé, confío al menos, que antes o después, de una forma u otra, superaremos todas las crisis expuestas al principio. Salir del asombro es imposible. Menos con estos vividores de tres al cuarto, que siempre ha consentido el pueblo español. La Historia, fiel notario, así lo acredita.

 

 

viernes, 13 de diciembre de 2013

EL NECIO, EL CARTERISTA Y EL CONSENTIDOR


Mal, muy mal, deben andar las cosas cuando un contenedor se convierte en expectativa suprema. Mis recuerdos infantiles, lejanos, están ayunos de tal mobiliario. No lo había porque los pueblos usaban un gran estercolero circundante, inmenso e inmundo. Allí medraban diversos animales entre cochambre y restos -casi siempre inorgánicos- que la gente arrojaba sin escrúpulos. El pueblo denominaba “cebadal” a este anillo cuya función (guardando las distancias) era similar a la que realizan los bioparques actuales. Sin embargo, encontrar algo de comida en aquel albañal constituía delito más que milagro. La miseria deslizaba su rasero dramático e inapelable. Exquisiteces y temores contienen amplias divergencias con estómagos holgados de desmayo. Ningún alimento libraba fecha de caducidad. Al niño o joven irreflexivo, apático, se le aplicaba curiosamente un dicho, mitad desdén mitad reprimenda amorosa: “tienes los ojos llenos de pan”. Importuna forma de identificar hartura y dilación, continencia y viveza. Sobraba penuria.

Sesenta años después de estas evocaciones vuelve la indigencia espoleada por la crisis y sus efectos. Tiene otro sabor, el de la insensibilidad. Atrás queda el convecino que compartía lo poco para ahora tener que lidiarla el individuo solo, abandonado, en lo mucho. Ya no es recurso de etnias, grupos marginales o emigrantes huérfanos de amparo familiar. Hoy advertimos -sumergidos en ocasiones- a gente llana escudriñar el contenedor que la injusticia pone en su camino. Le sobra grandeza en proporción pareja a la que a nosotros nos falta de vergüenza. Partidos, sindicatos, medios, jerarcas, mantienen los sentidos cerrados no vaya a ser que su conciencia (vano juez) les zahiera. Precipitan, además, aquel aforismo compensador, sedante: “ojos que no ven, corazón que no siente”. De esta guisa pueden seguir tomando el brebaje impío que les permite planificar una vida satisfecha, excesiva. Luego limpian atropellos y despecho ofreciendo gestos de falsa humanidad. A su pesar, no disponen de asiento en el Olimpo. ¡Pobres!

No están los tiempos, sospecho, para recrear referencias ni identificaciones frívolas. Conviene, no obstante, descubrir aquellos vicios que quiebran una convivencia democrática. Me viene a la mente, con poco esfuerzo, un extraordinario filme de Sergio Leone que describe a la perfección el violento oeste americano del siglo XIX donde rige la ley del más fuerte. Tres personajes comunes comparten protagonismo y acción: el bueno, el feo y el malo. Huyendo, como digo, de cualquier atisbo superficial, quiero construir un paralelismo que capte con fidelidad el escenario en que nos movemos. El título se ajusta a tal objetivo. Desprecia, al compás, tanto tópicos que encierren culpas atesoradas por susceptibilidades históricas cuanto actitudes que se alimenten de prejuicios radicales o exhiban cierta inclinación a depurar frías venganzas sociales. Ambos cometidos encajarían en el terreno de lo lógico y de lo justo. 

Escuchaba hace poco unas declaraciones de Julio Anguita. Acertadas e interesantes, como siempre, venía a decir que los políticos no son seres venidos de otros mundos; que salen y se entroncan con el pueblo al que representan. Comentaba, asombrado, por qué el ciudadano vota por segunda vez a quien, verbigracia, ha demostrado ser mal gestor. Su interrogante lo hacemos nuestro muchos, quizás no tantos. Nos desconcierta también constatar ese famoso adagio: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Las palabras sabias de don Julio adolecen de exceso. Conforme con planteamiento y epílogo, me parece que el pueblo español (colmado de vicios y picardías) no merece -jamás mereció- esta plaga de pésimos y onerosos políticos. He aquí al necio. Aun reconociendo sus muchos defectos, debiera penar menos; no por consideración  sino por  piedad.

Poseemos -es un decir- una casta enrocada junto a sindicatos, empresarios y financieros. Todos, en nombre de la democracia, se han construido una torre de marfil. Al igual que modernos faraones, utilizan al pueblo para erigir auténticas fortunas bajo el látigo opresor del fisco. Por si fuera poco, sustituyen la mazmorra por el apremio administrativo menos hiriente, en apariencia, pero más productivo. Sobre nuestros lomos democráticos y soberanos se asienta la nutrida banda de carteristas que expide legitimaciones originales. De vez en cuando recurren a imposturas suscritas por una mente colectiva previamente adoctrinada. Así remozan su democracia y nosotros renunciamos a la verdadera. He aquí al carterista. Sólo puede existir en conjunción con el necio.

Enterrado mil veces Montesquieu, España -sin contrapeso- camina hacia el abismo bajo la discrecionalidad de un ejecutivo ataviado con hipotéticos principios estéticos, pues desconfío de los éticos. La judicatura se ha dejado llevar por un prurito estamental. Le puede el boato por encima del incentivo crematístico. No se integra en la torre de marfil, pero consiente su presencia. El pueblo es su dama. A él debiera dedicar por entero todos los desvelos. Lo exige la deontología de su ministerio. Por esto me recuerda al cabrón (así lo define el diccionario) cuando permite compartir con galanteos, favores, goces, a su señora. Y encima gratis; a cambio de laureles, solemnizando al macarra. He aquí al consentidor. Etéreo, mezquino, indigno.

 

viernes, 6 de diciembre de 2013

LA OTRA CARA DEL BOTELLÓN


“La juventud es el único defecto que se cura con la edad”, asegura cierta sentencia popular. Ignoro quién pudiera alumbrar tan mísera reflexión. Quizás gente entrada en años. Desde luego alguien corroído por la envidia; un individuo que expele su mala uva (incluso su pena) porque aquel canto a la felicidad concentrado en el carpe diem carece para él de vigor, es sólo nostalgia amarga, insultante. La vida, a poco, se esfuma entre yerros y angustias. Cuando las introspecciones devienen en marco sustancial del último tramo, advertimos con qué ingenuidad derrochamos tiempo y energías. La bueno o malo, según recurramos al consuelo o nos alimentemos de quimeras, es el tropiezo generalizado salvo individuos en cuyas mentes anida la fantasmada; a lo peor el absurdo. No reconforta, pero mal de muchos…

El joven arrastra una imagen deplorable. Quienes protagonizan opiniones, alejadas de generosa tolerancia y de verosimilitud, atesoran dos maldades. Renuncian a volver la vista atrás; bien para evitar extrañas reminiscencias, bien instigados por pruritos incómodos. Descargan, además, responsabilidades propias, desidias cobardes e impotencias desgarradoras, en ese aparente desenfado juvenil. Aquella tópica lucha generacional entre padres e hijos, llega a trocarse en guerra abierta cuyos contendientes adoptan posiciones radicales por falta de diálogo y nula comprensión. Una sociedad vital, madura, debe reconocer -desde mi punto de vista- mayor porcentaje de culpa porque renuncia a su papel rector tras andar parecidos recodos del camino.

Mis cuarenta años de docencia, casi siempre con chicos mayores de trece años, me conceden ventaja, que no cátedra. El común tiene hijos, sobrinos, vecinos, pero esta circunstancia implica una percepción difuminada y subjetiva. Aun con meritorios esfuerzos, la familia dispone para evaluar al joven de una experiencia adulterina, tendenciosa. Algunos allegados, al recibir testimonios -por parte del profesor- referentes a actitudes y talantes del joven familiar, se quedan boquiabiertos, incrédulos, al escuchar, para ellos, insólitas aclaraciones. Ocurre lo mismo cuando fuerzas de orden público descubren, a padres consternados, hazañas ayunas de respeto y civismo de sus retoños. Ambos escenarios, demasiado frecuentes a veces, constatan una triste realidad.

Negras expectativas se ciernen sobre una juventud azotada por un paro espeluznante. Universitarios sin proyecto y trabajadores ociosos conforman un colectivo desorientado, insustancial. Tan heterogéneo grupo, pintoresco si lo requieren modos y modas, se convierte en víctima propiciatoria de pícaros sin alma. Narcotizan con impudicia coraje e insatisfacción ofreciéndoles placebos que encauzan su rebeldía hacia la nada. Les vemos trajinar de aquí para allá agigantando un desfile anárquico, mustio. ¿Qué futuro puede esperarles con este maremágnum? Superando ciertos matices, el mismo que ocurriera si las circunstancias fueran más esperanzadoras. El hombre comete torpezas análogas en cualquier momento y estadio, pero posee capacidad de adaptación. A tenor de ello, su respuesta suele ser eficaz, reparadora. ¿Por qué no, en un ejercicio de introspección, recordamos nuestros desvaríos juveniles? ¿Acaso transcurrieron nuestros años mozos por un camino de rosas? ¿Respondimos acertadamente al futuro partiendo de insatisfacciones parecidas? Opino que sí. Ellos lo harán también.

A los veinte luchábamos -unos más que otros- por conseguir una libertad ansiada. Hoy, el joven disfruta de ella, bien que tenga aspecto formal y no real. Sin trabajo, goza de esa estabilidad económica que le proporciona el ámbito familiar. Es comprensible que, ante tal atmosfera, su desaliento le lleve al botellón y a otras actividades que manan de él: droga, sexo, irreverencia. Tasamos con demasiado rigor tan insolvente -a la vez que molesto y oneroso- esparcimiento. ¿No haríamos algo afín si nos encontrásemos en su lugar? Seamos coherentes, amén de justos. Es más fácil alzar el diapasón aireando fallos que enaltecer tímidamente aciertos; murmurar vicios que describir virtudes.

Días atrás, una nueva pasó de puntillas por noticieros y tertulias diferentes cuando debió ocupar -durante varias jornadas- espacios centrales de ellos. Un grupo de jóvenes granadinos, rondando esos veinte del comentario, devolvieron una cartera que contenía cincuenta mil euros. Seguramente practican botellón. Semejante cantidad les permitiría celebrar así (con botellón) su octogésimo cumpleaños en compañía de hijos y demás descendientes. No obstante lo devolvieron. Su gesto -sé que no comporta un hecho singular, aislado- mereció la reseña casi imperceptible de algunos medios. La masa, sin titubear, juzgará el comportamiento de insólito. Para mí, refutando tan torcido veredicto, constituye un rasgo perteneciente a la otra cara del botellón.

 

 

viernes, 29 de noviembre de 2013

ESTRADOS Y PÚLPITOS


Cualquier diccionario descubre que Estrado, en su acepción primera, se refiere al “sitio de honor algo elevado sobre el suelo donde en un salón de actos se sitúa el conferenciante”. Otro significado, menos sugerente pero no menos asiduo, indica “sala o asiento de los tribunales donde suben los testigos y los acusados para declarar”. Púlpito, a su vez, indica “tribuna elevada que suele haber en las iglesias, desde donde se predica o realizan diferentes actos religiosos”. Ambos -con matices-  conceden al orador competente, real o supuesto, un lugar encumbrado, de privilegio. Elevan su persona en una interpretación inmodesta de que la altura física trasluce incremento de solvencia, prerrogativa e incluso saldo moral. Antonio Machado, enemigo acérrimo de laureles y sutilezas, sentenciaba: “Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura”.

Los políticos, asfixiados por miserias prosaicas, se encaraman al estrado para engatusar a individuos cautivos de múltiples defectos. Estos emanan del carácter indolente que muestran y de su tolerancia al status. Aún me asombro, tras perseverar muchos años, cuando constato el desarme cultural y cívico que despliegan nuestros compatriotas. Tengo fundamentadas sospechas sobre cuál es el núcleo del problema. Eludo restarle protagonismo al propio sujeto que debe asumir su parte alícuota de responsabilidad. Hay quienes -a la ligera, o no tanto- opinan que una sociedad constituye el venero de su clase política. Discrepo por dos razones. La primera porque el gobernado carece de empuje para aquietar paroxismos y desafueros. La segunda alega que el individuo soporta copioso lastre educativo-emocional, definido previamente en un exhaustivo programa de ingeniería social.

Reitero, nuestros tiranos (sinónimo de opresores, déspotas y autócratas) utilizan con inclinación falsaria el estrado parlamentario o cualquier otro que le sugieran. Su fárrago lascivo, inmoral, tiene un auditorio irrisorio, descreído, perplejo. Como acostumbra decirse, y bajando. Dejan, tras una incoherencia irrefutable, jirones de su exiguo crédito. Además se sumergen -casi sin excepción- en opacas turbulencias dinerarias. El español, hostigado por una profunda crisis económica, advierte con airada impotencia que los políticos viven a espaldas de ella. Al sufrido contribuyente le importa poco ese secular desplante que veja su dignidad. Tampoco actitudes castas o lujuriosas. Le enfurece, más en épocas de escasez, el asalto continuo a la caja común. Demanda vanamente que el político devuelva lo distraído, pise diferente estrado y, si fuere reo de culpa, pague con la cárcel.

Se precisa la existencia de un complemento imprescindible para que el mensaje concentre resonancia e interés. Surgen -para ahuyentar tales ausencias- los santones. Su hábitat natural, operativo, es el púlpito. Configura un marco cuyo eco, debido a la gravedad del entorno y a la abulia del oyente, tiene un desenlace multiplicador. Los estrados, como los políticos, parecen excelsos pero son rastreros. Impulsan únicamente las bajas pasiones; constituyen estímulos que afectan en exclusiva a las vísceras. Los púlpitos -por el contrario- exigen percepciones inmateriales, supremas. Son fecundos cuando el auditorio se encuentra henchido de fe o los santones de turno (sus usufructuarios) expelen credibilidad. Culminan la farsa iniciada por esta caterva de aventureros sin escrúpulos que se aúpan al estrado público.

Sí; periodistas, tertulianos y charlatanes (retóricos sacros, quizás sacralizados) se izan al púlpito audiovisual para esparcir -cual caja de resonancia- dogmas y consignas procedentes de doctrinas hoy vacías. Las ideas ya no sirven; han sido trocadas por la codicia. Políticos, junto a legión de serviles muñidores, conforman una casta que, utilizando la democracia como biombo, propagan mágicos, quiméricos, objetivos mientras vertebran un negocio muy rentable. Aquellos vivificadores de humo acompañan, cual peces rémora, a estos tiburones aciagos, voraces, insatisfechos siempre, por los caminos de la falacia y el trinque. Allá ellos, su pulcritud y su conciencia.

Donde se aúnan hambre y ganas de comer (curioso giro habitual por tierras que me vieron nacer) llenan momentos en que un político deviene tertuliano. Vemos con mayor o menor frecuencia a populares -invariablemente populacheros- representantes públicos en la televisión. Por lo general, despliegan desparpajo y cinismo a raudales, sin que la sigla les exima de esta ubérrima unción. Podría enumerar infinitos ejemplos, al igual que cualquier contribuyente. Creo, no obstante, que la palma debe llevársela uno de ERC que el otro día se dejo decir, refiriéndose a sus colegas políticos: ”Estamos rodeados de chorizos”. ¿Se precisa, o no, tener un par?

Yo, escéptico, con el enorme bagaje que conseguí en años, me considero inmune al estrado, a cualquier truhan que evidencie poder. Lejos por igual de dogmas y consignas orientadores de vidas ajenas, detesto el púlpito aunque forme parte de la grey. Quiero desenmascarar a los santones, especie muy peligrosa porque, como el camaleón, se incrusta al paisaje.

 

 

viernes, 22 de noviembre de 2013

EL OCASO DE UN SUEÑO


Siento enorme desazón al iniciar este artículo. Hubiera preferido no tener que hacerlo nunca, pero lo impone la firmeza, el rigor, y un devenir político repugnante. Vivimos tiempos de sobresalto; como dice el tópico, revueltos. Soportamos -desde hace años- engreimientos y falacias sin fin, ahora condimentados con una corrupción impúdica que hace inútil cualquier esfuerzo económico. España soporta, según parece, una fiscalidad excepcional aunque el marco descrito fomenta su insuficiencia. Déficit y deuda alcanzan un pavoroso estado de morbidez. La troika (célebre, contingente) representa una espada de Damocles amenazadora, infausta. Ni aun por esas conseguimos ser eficaces con las medidas correctoras introducidas y no siempre aplicadas. El enfermo engrosa desesperadamente. ¿Puede recuperarse sin utilizar cirugía agresiva? Intuyo que no. 

El joven ahoga en botellones su confusión y desaliento; asimismo, su rebeldía. Después los sustituye por una especie de abandono fatalista e ineficaz. Así, ante tamaña indolencia, esta chusma desaprensiva que nos esclaviza y mina puede gobernar a su antojo. Encima, una judicatura manejable, les proporciona impunidad absoluta sin intención de excusarla. Reintegro y cárcel constituyen disposiciones anómalas en cualquier sentencia. Como decía, chicos sin futuro -o escaso- conforman una multitud abigarrada, decadente, potencialmente perturbadora. Recurren al seno familiar anhelando que esa esperanza de vida octogenaria suavice y facilite la suya propia. Luego, ventura y providencia completarán el resto. Es el recurso que les queda ante la insolvencia gubernamental.

Quienes el dios Cronos ha llevado a la jubilación constatamos desde nuestro otero, ya algo erosionado, que el futuro se nos escapó de las manos. Creímos agarrarlo a la muerte del general. Nos anunciaron algo parecido a aquella bíblica tierra prometida que levantó ilusiones ocultas, revitalizadoras. Pura quimera. El pasado, sin embargo, facilita información precisa para acometer -si antes arrojamos todo lastre dogmático- juicios razonados, ecuánimes. Nuestra existencia vino marcada por aquella miseria atroz que advertimos al nacer y esta incisiva, vergonzosa, hogareña, impuesta al crepúsculo. Aparte otras diferencias, nosotros vivimos dos regímenes: una dictadura formal y una democracia postiza. El empirismo, sirve para aportar conocimientos directos, sólo viciados por humanas limitaciones. Abrir recuerdos admite cualquier ejercicio de comparación.

Un falso progresismo mediático, que incluye gentes nacidas tras la muerte de Franco, fantasea las maldades del régimen. Se cometieron excesos en los primeros tiempos, pero las circunstancias y el momento histórico malograban acontecimientos laudatorios. Yo, septuagenario, no percibí la mayoría de cargos que se atribuyen al franquismo. Desde mi punto de vista, a finales de los cincuenta, el régimen se fue liberalizando y el grueso social (personas distantes, individuos llanos, sin adscripción) lo aceptaron de grado. Cuantos opositores surgieron en los prolegómenos del mayo francés, eran hijos de la élite rectora. Actitudes, comportamientos y manifestaciones sociales, niegan gestos de pugna u oposición. A lo largo de aquella década, donde el despertar del nazismo subyacente y el totalitarismo virulento quiso entronizar la utopía, apareció una clase media a cuyo protagonismo debemos la ansiada transición. Mientras, algunos que se arrogaron tan ejemplar mudanza aprovisionaban cálculos poco meritorios.

Recuerdo que, contra referencias en boga, el franquismo no fue oneroso para quienes llevaran una vida estándar, sin ambiciones ni devaneos doctrinales. Hoy, con matices, ocurre lo mismo. Se debe al sino del poder que, con frecuencia, oculta un rostro turbador. Desde luego, a sus diferentes máscaras, le enfurece apetencias exógenas y consiente -con reparos- asaltos de las adyacentes. Mediados los cincuenta, la hambruna abandonó hogares e individuos. Desconozco que se efectuara vigilancia, asimismo acosamiento, vastos e indiscriminados sobre la población. Quien, basándose en este marco, hable de estado policial sueña, quizás tenga mala fe. Como yo carecía de ambiciones e inquietudes políticas, aun sindicales, hice lo que me vino en gana. Ahora conservo las mismas opciones, dentro del marco legal. Con el proyecto de Interior en ciernes, ignoro qué límites me impondrán las sanciones anunciadas. No dudo que serán muchos. Respirábamos seguridad, algo excluido hoy. Infraestructuras cuantiosas y una saneada economía familiar, logros al crepúsculo franquista, merecen reconocimiento pleno. Si sumamos a esto la inexistencia de impuestos directos, hemos de convenir que aquel régimen tuvo sombras al principio y luces a su término. En medio quedaron episodios de tasa dispareja.

¿Qué tenemos ahora? Dejando al margen la corrección política, abundancia de aventureros, indocumentados y estafadores. Gozamos únicamente durante cinco años un sistema de libertades verdaderas. A raíz de confirmarse la democracia, allá por mil novecientos ochenta y dos, vino el desmadre. Un PSOE vigoroso, envanecido por la prodigiosa aureola electoral, cerró el proceso transitorio e inició uno nuevo para reducir aquel rumbo abierto. La liquidación de Montesquieu, junto al cerco del librepensador, rebelaron síntomas inquietantes. Si sumamos a este escenario el posterior Pacto del Tinell y los esfuerzos de Zapatero por ningunear toda oposición sustantiva, podríamos sostener con rotundidad que la izquierda española carece de propensiones democráticas. A tenor de lo hecho por el PP y el Proyecto de Seguridad Ciudadana, hace recelar que la derecha adolece del mismo rasgo.

Creo injusto absolver de culpa a la sociedad, pero quien efectúa el desastre -por tanto soporta la máxima demanda- son estos políticos desalmados y trincones. Su quehacer, lleno de torpeza e ignominia, debiera llevar a la juventud (desorientada y ayuna de vivencias) a exigir respuestas. Los mayores, con marcadas experiencias, empiezan a echar de menos aquel régimen “terrorífico”. Sólo ellos, los políticos, han matado el sueño.

 

viernes, 15 de noviembre de 2013

CORRUPCIÓN Y DEMOCRACIA


El español (cada vez menos ciudadano y más contribuyente) sufre con estoicismo, casi connivencia suicida, la crudeza de una crisis dura e interminable. Algunos casos se acercan a esa miseria que hace años se instalaba sólo en el tercer mundo. Son ya muchedumbre quienes remueven los contenedores buscando cómo mitigar un hambre física. La de justicia todavía tiene mayor dificultad para encontrar resarcimiento. Sin embargo, le abate sobre todo el grado de corrupción en que ha terminado nuestro sistema. Cada día un nuevo caso se suma a los anteriores -ya excesivos- logrando al final cierto efecto hipnótico. Pareciera que políticos y pueblo llano, ambos, quisieran batir con urgencia un récord extraordinario. Unos de infame saqueo, otros de rancio cretinismo.

Creo aventurado tropezar con alguien (se me hace difícil fijarle un atributo preciso) capaz de poner en tela de juicio la autenticidad del continuo asalto a que someten nuestros bolsillos acreditados delincuentes. Dicho sujeto sería marciano, aparte otros epítetos menos tibios. Gobernado y tiempo -este en mayor medida- se alternan para desenmascarar la dependencia que gravita sobre los caprichos pueriles, arbitrarios, de una casta en plena pugna por liderar el ranking del desafuero, latrocinio e impunidad. Aunque etiquetas y acusaciones pretendan ensuciar exclusivamente un sector ideológico (ubicado bien a la derecha, bien a la izquierda), todos acometen con ahínco tan vil como rentable empresa. Se dice que no es justo generalizar porque se perpetra un disparate contra el sentido común. Afirmo sin reservas lo atinado del pronunciamiento cuando condicionamos protagonismos a un cierto nivel de omnipotencia e incluimos acción o incuria.

Hasta ahora, era columna vertebral de la corrupción una rapiña permanente, un acopio constante, en sus diferentes maneras u oportunidades. Cualquier político que se precie, aunque sea despreciado o no dada la desidia e inopia del común, consuma sus andanzas bien provisto. ¿Necesitan nombres? Elijan uno, al albur, de los que son y fueron. Mezclados, se alternaban estos casos prosaicos con otros de presunta avenencia, asimismo pleitesía, del poder judicial al ejecutivo. Carecemos de datos y, sobre todo, pruebas para asegurar que algunas resoluciones judiciales exudan fundamentos ayunos de refugio legal. Tenemos abundantes sospechas. También sobrados indicios. Un pensamiento clarificador explica la deriva de España: “El silencio es el mayor lacayo de la corrupción; quien lo oculta, al final de cuentas, termina convirtiéndose en cómplice”.

Días atrás, una reseña pasó de puntillas, cauta, por noticiarios, debates y tertulias. Apareció a la luz pública con desgana, mostrándose dual, contradictoria. Quiso nacer a oscuras; ocultando su faz monstruosa, indigna, deplorable. El gobierno cesaba la cúpula de la Policía Judicial. Entre ella, los mandos de la UDEF (Unidad de Delitos Monetarios y Financieros). Se dijo que el objetivo era iniciar un rediseño para impulsar la actividad interna y reforzar la cooperación internacional. Quien más quien menos, entrevió la sombra de Bárcenas o del Caso Gürtel cuya investigación corresponde a este sector. Tan potencialmente falso puede resultar el recelo a favor del enjuague como su contrario. Aquel exhibe un cimiento labrado en la lógica empírica, base del criterio pragmático: “Piensa mal y acertarás”. Este tiene un soporte menos consistente: fe, arriesgada tras lo visto.

Los partidos políticos sin excepción enfatizan que vivimos en democracia. Poco importa que quienes se autoproclaman de izquierdas tilden al rival de fachas, fascistas, dictadores, deslegitimando -al tiempo- el régimen cacareado. Quizás estimen que existe democracia únicamente cuando gobiernan ellos, lo cual implica una dictadura de hecho. La coherencia no es su fuerte. Ni coherencia ni humildad para reconocer que no conforman el orbe social y político; que los demás no son escoria obstructiva dispuesta a domeñar al individuo. Tal recurso constituye una corrupción sibilina que quiere atenazar voluntades indigentes. Proyectan interrumpir la alternancia, por tanto asfixiar el sistema de libertades. Ignoro si un toque de aldaba sobra para convencer al personal.  Hechos y respuestas, bendita candidez, sugieren que sí.

Quienes -inmersos en un empleo donde domina la corrupción económica, institucional o social- sacrifican a traición la democracia, quieren ocultar su terrible crimen agitando brillantes lentejuelas, abalorios doctrinales, para cegar la mente ciudadana. Persiguen hacerla incapaz de discriminar lo real de lo aparente. Son manejos rentables porque atrapan a una mayoría. Algunos somos refractarios a ese cínico quehacer. Abandonamos hace tiempo toda atadura intelectual hacia ellos. Arrancamos ese sentimiento emotivo, acrítico, que nos subyugaba a su antojo. Desterramos a poco el magnetismo del que éramos prisioneros. Ahora clamamos identificándonos con la libertad: “Encanta escuchar la mentira cuando sabemos toda la verdad”. 

 

viernes, 8 de noviembre de 2013

RTVV UN MANÁ POLÍTICO


No voy a ser yo quien defienda el cierre de radio-televisión valenciana. Como cualquier providencia que acarree la desaparición de un venero cultural -aun presunto- me parece deplorable. Este proceso, además, supone una prueba evidente de torpe visceralidad, de divergencia recurrente, de naufragio colectivo. Por fas o por nefas, los valencianos (aborígenes y adoptados) nos quedamos sin voz propia, sirva la hipérbole. Es cierto que, a lo largo de estos veinticuatro años de existencia, RRTV recogió en palabras e imágenes los acontecimientos significativos de la Comunidad. Nadie puede, con rigor, negar el protagonismo del medio divulgando episodios cotidianos, haciendo Historia. Fue cronista cercano y cohesionó la sociedad. Asimismo, su devenir acopió algunas sombras.

Al igual que toda empresa e institución públicas, RTVV sufrió a lo largo del tiempo la erosión inducida por codicia, abuso y clientelismo. Su turbia existencia originó deudas milmillonarias, inasumibles. Cimentar ahora una inculpación unidireccional me parece tan injusto y descabellado como el propio cierre del medio. Gobiernos autonómicos, básicamente del PP, sindicatos y trabajadores debieron ser conscientes de un aumento incontinente, anárquico, oneroso. Si sumamos a este marco cierta dosis de estatismo irracional en las posiciones iniciales, habremos precisado parte del problema. La génesis no comprende sólo una componente económica sino el desencuentro absurdo que se revela incapaz de armonizar los diferentes intereses en juego. 

Tamaña ceguera origina mancilla, recelo, deserción, de un partido bastante deslucido a nivel comunitario y estatal. El PP -no Fabra, que también- debe asumir el desgaste que supone tan rechazada determinación. Por su parte, casi dos millares de trabajadores inflarán las listas del paro. Quizás no sean peor las situaciones individuales. Vislumbro auténticas tribulaciones familiares. No obstante, los verdaderos perjudicados, quien va a sufrir el efecto amargo será la sociedad valenciana. Desconozco qué razones, salvo arrebato momentáneo, ha llevado a unos y otros a suicidarse vanamente. Nadie se beneficia. Hay un perjuicio general, incluso considerando exageradas afirmaciones sobre el impacto cultural y vertebrador. Pocas dudas plantea considerar el XV Siglo de Oro de las letras y artes valencianas. Por aquel entonces (ocurrente giro) no había radio ni televisión.

Dicho lo anterior, me sorprende esa vocación manipuladora que, desde distintos ámbitos, envuelve cualquier pronunciamiento del PP. Comparto y aplaudo los esfuerzos asumidos por el personal adscrito al ente valenciano en defensa de sus legítimos intereses. Creo con ellos que la mayor responsabilidad se fundamenta en los tentáculos del poder, sea político o sindical. Ahí se genera el problema, con el añadido de que algunos cómplices quieren formar parte vertebral de su solución. Constituyen ese grupo anecdótico, insólito, algo rancio, que quieren ser novios en las nupcias y difuntos en los enterramientos. Su afán protagonista deja al descubierto una inanidad extrema cuyo resultado tradicional atrae desgracias e inquietudes.

Cuestiono, al compás, el ruido de la calle. ¿Qué pintan en ella colectivos sin conexión con el mundo audiovisual? ¿Se decantan por el río revuelto? Politizan el clamor y quiebran la solidaridad. ¡Cuánta gente que se abona al bloque retrocede para no comulgar con ruedas de molino! Hasta vería razonables todo tipo de advertencias, de admoniciones, contra el poder, pero contra cualquier poder. Repelo aquellas persecuciones orquestadas, grupales, impúdicas a veces, que cabalgan a lomos de la misma ideología. Quienes favorecen el impulso de tanto sectarismo, deben saber que o bien se engañan -y han de rectificar- o son cómplices conscientes en los continuos intentos de constreñir las maneras democráticas. 

Colectivos sin tacha aparente y ciudadanos con desvelos sociales conforman la comparsa necesaria. Partidos entusiastas del tumulto permanente, a su pesar, atesoran la responsabilidad de transgredir esa calma rehabilitadora que ansía el individuo. PSOE e IU encrespan a la multitud contra el cierre de RTVV cuando no hace mucho, temiendo una manipulación electoralista -tan real como la de Canal Sur, amén de otros canales públicos- pedían su cierre definitivo. Entonces, para ellos, no contaban los miles de trabajadores que deberían quedar en situación similar a la actual. Venden con soberbio cinismo fuegos artificiales, cohetería, que esta tierra idolatra apasionadamente. La sociedad valenciana abomina el carpetazo dado por el gobierno a la televisión pública. Del mismo modo, tampoco debiera ser un huésped privilegiado de parásitos políticos que ven en ella el alimento ideal, su maná preferido.

 

 

viernes, 1 de noviembre de 2013

ESPÍAS Y JUECES


 

Thomas Henry Huxley, en mil ochocientos setenta, demostró que la abiogénesis (generación espontánea) era un supuesto falso. Del mismo modo, concluir que no acontecen episodios tutelados por la mano del hombre, es una quimera digna de cerriles o crédulos inconscientes. La diferencia entre Aristóteles - autor del yerro biológico- y los gobernantes actuales, defensores a ultranza del acaecer azaroso, es más que notable. Aquel observó la aparición de seres vivos en bases inorgánicas. Los escasos medios del momento le impidieron, a través de experimentos, cotejar su hipótesis. Por ello infirió la generación espontánea. El hombre público, adicto a una impunidad plena, suele esconderse en casualismos para ofrecer razones que de otro modo serían onerosas. Uno aplica la lógica de los hechos. Otros adulteran el acontecer aunque para conseguirlo usen métodos rayanos en lo reprensible. Visten, al menos, ropajes antidemocráticos.

Proclamaba Jacinto Benavente, nuestro Nobel dramaturgo, que “la casualidad es un desenlace, pero no una explicación”. Prebostes de la casta política que sufre España se encargan de rectificarlo. Pocos aúnan realidad y fundamento. Asientan indigencia, cuando no desvergüenza y maldad, sobre pilares cuyos rudimentos constitutivos rebosan soberbia, ambición y fraude. Se han hecho acreedores de un descrédito excepcional. Su trayectoria erosiona al partido e impiden que sangre nueva, jóvenes incorruptos cargados de entusiasmo y estética, pueda tomar un testigo bastante ajado. Resulta  cómplice necesaria, claro, esa misma juventud temerosa -asimismo sometida- a una disciplina canallesca y cobarde. Siempre pensé que todo statu quo termina por inmolarse debido a excesos arbitrarios de los líderes y a la incapacidad que tiene el clan sucesor de asumir respuestas contundentes.

El PP, ahora mismo, se halla inmerso en un momento angustioso. Les viene encima, suman, tal cantidad de contratiempos que desbordan y desestabilizan al partido más compacto u homogéneo. Encima, este marco concreto no le caracteriza. A Bárcenas, a sus sobres opacos y extras, hay que añadir una ley educativa -siempre en ciernes- cuya contestación llena meses y titulares. Un PSOE montaraz, dividido (por ello temerario), casi huérfano, junto al nacionalismo hosco, despeñado, se emplea a fondo sembrando una calle dispuesta a recibir cualquier semilla que haga crecer su hastío. Si no fuera suficiente, viene Estrasburgo para, en un fallo encarrilado, crear enorme rechazo social. La concentración de apoyo a las víctimas constata el malestar ciudadano hacia el gobierno. Así fue a pesar de las reiteradas demandas de respeto, se dijo, a las víctimas. En el fondo pretendían salvar la cara a Rajoy.

Un refrán válido para católicos y ateos expresa que “Dios aprieta, pero no ahoga”. El turbio espionaje americano vino a cuajar la oportunidad del adagio. Con él, y la resonancia mediática incrementando su trascendencia, se acallaron los molestos ecos de un veredicto ignominioso. La sociedad -veleta, hambrienta de novedades, acuciada por la indiferencia informativa- cambia pronto de aliciente. Estrasburgo queda arrinconado para hincar el colmillo al cinismo americano que espía a sus propios aliados. Esos acuerdos Eta-Ejecutivo (tácitos a nivel popular y cuya consecuencia evidente es la excarcelación de presos) pasan a segundo plano. Las víctimas, el rebato general, quedan superados por un espionaje de tebeo que agiganta la coyuntura. Al final, el CNI reconoce haber protagonizado un aderezo oportuno. Añado, y rentable.

Las tretas atesoran corto recorrido. Por este motivo, se hace necesario el recambio inteligente, eficaz. No hay mejor estrategia que dosificar el humo. Vale cualquier estridencia si se envuelve adecuadamente. Unos, de forma consciente, y otros, vendidos a la audiencia, airean, amplían hasta la nausea, informaciones que aspiran conseguir parecidos efectos al perfilado por el palo y la zanahoria. Una probable imputación de la infanta; un PP madrileño embarcado en desafiar cualquier normativa fiscal; el sobreseimiento del borrado de dos discos duros donde, supuestamente, Bárcenas acumulaba pruebas contra miembros destacados, se convierten en elementos clave para prolongar esa impunidad tópica. Por suerte para el político, la memoria ciudadana es tan corta como su nervio crítico.

Estimo quimérico que alguna potencia adscrita a la Unión Europea sufra una casta política parecida a la vernácula. Esta seca piel de toro convive, desde hace siglos, con la intransigencia, el enfrentamiento y el latrocinio. Talante democrático y políticos, en España, son conceptos antagónicos. Solemos justificar  nuestra indolencia echando la culpa a los gobiernos. Estos ocultan su ineptitud argumentando que su hechura procede del mismo material que conforma al pueblo. El cenagal, insisten, proviene del mismo polvo. Puede, pero ellos -además- cuentan con espías, jueces y una amplia caja de resonancia.

 

viernes, 25 de octubre de 2013

NUREMBERG, ESTRASBURGO Y LLUVIA


Llevamos unos días en que la irritación social está alcanzando niveles excesivos. El español, desacostumbrado a confusos laberintos jurídicos y a torneos retóricos o gestuales, se desconcierta ante resoluciones cuya naturaleza (unidireccional, por tanto adicta y vejatoria) permite inquirir hacia qué lado inclinan la justicia. Estoy convencido -porque España, a excepción quizás de los políticos, extraña muertos ajenos pues todos le son propios- de que el país entero ha sido víctima del terrorismo. Tal escenario implica que estemos provistos de sentimientos hostiles al Tribunal causante de emociones invariablemente amargas. Encima silencia iniciativas o sugerencias que ayuden a romper ese trasfondo insensible en relación a la salvaguarda de ciertas compensaciones morales a las víctimas. Incauta actitud y alineamiento.

Desde mi punto de vista, justicia y resoluciones judiciales divergen con frecuencia. Incluso, a veces, se oponen. Cuando esto ocurre debemos considerar refractario al juez e inconsistente el texto legal. Justicia e iniquidad -cruz de la primera- son inmanentes al hombre, le acompañan formando un conjunto imbricado a su andadura terrena. Las disposiciones legales provienen del Estado (variopinto, mutable, capcioso) que debiera defender los derechos ciudadanos por encima de cualquier circunstancia inoportuna o agreste. Si no lo practica pierde toda razón de ser. Algún filósofo clásico enunció que: “La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho”. Constata  que las reflexiones anteriores son certeras. Disponemos de ejemplos vitales e históricos que exhiben discrepancias notables entre justicia y ley. Para que fueran semejantes, a esta le sobra la venda. Los puristas podrían calificar de irresponsable esta desiderata. Pudieran pensar -tales puristas- que la venda impide al juez cualquier sometimiento a sentidos, estímulos o afectos. ¿Acaso la venda asegura independencia y equilibrio? No, ¿verdad? Pues eso.

Nadie negará que el juicio de Núremberg, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, constituyó un desagravio de vencedores sobre vencidos. Con resultado contrario, hubieran sido reos los que ahora forman el Tribunal. Contra ellos se hubiera utilizado parejo basamento legislativo ad hoc. Semejante contexto  revela la contingencia legal. Doce penas de muerte y tres cadenas perpetuas jalonaron la “defensa de los Derechos Humanos”. Crímenes de Guerra, Crímenes contra la Humanidad y Guerra de Agresión sirvieron de sarcasmo, sobre todo a la participación Rusa. Nada importaron los millones de muertos, asesinados dentro y fuera del país, cuya responsabilidad correspondió sólo a Stalin. Resultó paradójico que juristas propuestos por el gobierno ruso juzgaran crímenes contra la Humanidad. Se aplicaron leyes a cuyo imperio debieron someterse parte de los mandatarios para darles apariencia de legitimidad. He aquí otro episodio que apunta la disensión ocasional entre ley, defensa de los derechos humanos y justicia. ¿Ardor? No; apaño. Una adecuación de la ley al momento sin más.

España, atormentada por malhechores de la peor calaña y terroristas, tenía un Código Penal desproporcionado, benigno, laxo. Diversos motivos, no siempre justificados con trasparencia, sirvieron de excusa para dar largas a una legislación algo más severa. Delitos que causaron gran alarma social, tras los arbitrajes jurídicos dejaron -al compás- insatisfacción penal. Fue el detonante de la doctrina Parot. Desde ese momento, los casos especiales se verían sometidos a un reparo equitativo y justo. El viejo procedimiento aseguraba los mismos beneficios carcelarios independientemente del número de delitos cometidos. El individuo corriente, que sabe de justicia pero no de leyes, inquiría qué tipo de Estado era capaz de dispensar tamaño desatino. Con la instrucción Parot, el reo sentenciado con múltiples penas estaría sujeto a beneficiarse una a una. Quedaría libre después de treinta años, tiempo máximo que permiten las leyes españolas, y no a los  veinte, o menos, de media.

Desde el lunes veintiuno, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o Tribunal de Estrasburgo, resolvió que la Doctrina Parot no puede aplicarse a sentenciados con anterioridad a mil novecientos noventa y cinco. Parece evidente la irretroactividad de la ley, salvo beneficios penales. Sin embargo, el mencionado Tribunal -poco distributivo de esta guisa- debería vislumbrar con la misma nitidez la injusticia y desamparo a que acaban sometidas las víctimas de tan horrendos crímenes. Estas, presumo, necesitan una reparación justa que Estrasburgo les hurta al estimar sólo los derechos humanos de quienes protagonizaron actos que aterran al común. A la postre, nada impracticable; menos en quienes suelen utilizar con destreza el florete legal.

Salvando las distancias temporales, naturaleza y objetivos últimos, percibo -entre el Tribunal de Estrasburgo y el de Núremberg- cierto paralelismo. Este juzgó sin ninguna autoridad moral (recuérdense las atrocidades de Stalin) los excesos nazis; dejó al descubierto un desprecio continuado y expreso de los derechos humanos. Si la victoria hubiese sonreído a los nazis, un tribunal parecido condenara a los aliados a parecidas penas aireando las mismas carencias. Constituye el ensamble, la sumisión, de la Ley a las circunstancias y discrecionalidad azarosa. Estrasburgo significa el ejemplo cercano de la observancia a una Ley eventual y el desaire a una justicia inmanente e inmutable.

Como en todo momento histórico, su esencia viene acompañada por la anécdota bufona, miserable, indigna. La autoría, asimismo el deshonor, recayó en el presidente del gobierno. Rajoy mostró cicatería, aun despecho, por todos los españoles; básicamente por esas víctimas (que él supo embaucar en propio rédito) de un terrorismo que, al estilo Núremberg, ha resultado ser la parte vencedora. Una lluvia efímera anegó el talante presidencial sin atenuar la aciaga jornada. ¡Qué epílogo!

 

viernes, 18 de octubre de 2013

TROPEZAMOS SIEMPRE EN LA MISMA PIEDRA


Un adagio, ahora olvidado, proclama que sólo el hombre tropieza dos veces en la misma piedra. Algún cachondo -quizás romántico acre- matizaría que lo inoportuno no es tropezar cuantas veces favorezca una idiocia reiterada, sino enamorarte de la piedra. Tal es el caso. Si identificamos hombre con individuo contumaz, rudo, de esta tierra -casi sin nombre- donde surgen héroes y villanos a la par, tenemos establecida media parte del entorno. Asimilar piedra y sigla política, para completar el marco del ecosistema nacional, se me hace complejo porque cualquiera de ellas encajaría a la perfección. Habrá, seguro, quienes pretendan apreciar un rasero subjetivo en futuras, hipotéticas e inevitables comparaciones. Nadie está libre de juicios poco o nada fundamentados. Desde luego, ni soy progenitor del refrán ni tengo implicación alguna en los recurrentes tropiezos electorales que cometen mis conciudadanos.

El individuo, para defender sus derechos, necesita imperiosamente un Estado capaz de salvaguardarlos. Aunque parezca asombroso, fue Winston Churchill -gran político conservador inglés- quien sentenció: “La democracia es el menos malo de los gobiernos posibles”. Hoy existen multitud de teorizantes prestos a tomar el púlpito social. Sobre todo clanes pertenecientes a la “izquierda divina” con perturbador rostro humano. Preconizan una democracia particular, inexistente fuera del venero que ellos rubrican. Determinan esencia, etiología básica e incluso cuerpo doctrinal en que suele habitar. Cualquier persona ajena a esta hermeneusis político-social (todos excepto la élite investida), debe abjurar de esquemas y actitudes contrarias al precepto que estampa su ortodoxia.    

Cada día vemos los medios audiovisuales atiborrados de políticos y comunicadores que esparcen consignas con objeto de cincelar la conciencia colectiva. Así van apareciendo pilares, tan generosos como falsos, del único sistema que permite la convivencia ciudadana. Se difunde, por ejemplo, que políticos y sindicatos son imprescindibles. Sin coto ni reserva. Abren, conscientes o no, un abismo entre pautas y emociones. Silencian, por el contrario, otros factores de especial constitución: división de poderes, igualdad ante una ley que debe ser inexorable y auténtica soberanía popular. Aparecen tan fundamentales que su ausencia niega cualquier vestigio democrático. Concepto, formas, aun apariencias, resultan insuficientes para conformar textura y proceder. Por tanto, más que un derecho es una exigencia renegar de falsos sistemas concebidos, alentados, por una casta que se enroca en clichés fatuos, artificiales, para medrar a su costa. Codicia inmensa y menosprecio al gobernado generan una irreversible corrosión que tanta altanería les obstaculiza apreciar.  

No descubrimos nada nuevo al afirmar con rotundidad que la situación se muestra insostenible. Tampoco erraríamos si nos inclinamos por la urgencia de desmantelar un sistema que lesiona los derechos ciudadanos aparecidos a finales del siglo XVIII en la Revolución Francesa. No podemos seguir más tiempo sumergidos en esta podredumbre aniquiladora. O él o nosotros. Resulta ilusorio descubrir una conversación que se abstenga de poner a caldo a políticos -últimamente sin reservas- de todo signo. Se incluye, en la ajustada invectiva, al propio sistema (un totum revolutum) que dilapida a pasos agigantados hasta conspicuos defensores. Pareciera que -prebostes huérfanos de principios doctrinales, así como indigentes a la hora de servir al pueblo- introdujeran, plenamente concienciados, un estrafalario Caballo de Troya para aniquilar el sistema que ellos tanto aclaman.

Menos de cuatro décadas han bastado para conformar este régimen que satisface, por encima de otras firmes consideraciones, desmedidas avideces de aventureros políticos, sindicalistas, juristas, comunicadores y tecnócratas. Esgrimen hechuras democráticas pero encubren, cucos, comportamientos hegemónicos, dictatoriales. Los partidos clásicos -sin excepción- desvirtúan constantemente aquellos manuales que generan Estados de Bienestar y convivencia plena. Hemos caído en manos de auténticos desalmados, puros o conversos. Es difícil encontrar gobernantes u opositores (sirva la redundancia) que rechacen, con mayor o menor claridad, bochornosos actos de injusticia, cuando no de latrocinio. Propenden, por inercia, a la encubierta exculpación mutua.

¿Podemos hacer algo nosotros, ciudadanos de a pie? Sí. Contrarrestar su juego. ¿Cómo? Primero sacudiéndonos esclavitudes ideológicas que nos atan a las maniobras cotidianas de unos y otros. Si no estamos diestros en ahuyentar prejuicios doctrinales, jamás seremos libres. Justificar abusos porque son de los nuestros -porque la mente es un cordón umbilical- coarta tomar medidas imprescindibles. Analicemos las informaciones de nepotismo, enchufe, regalías, compras, ventas, injusticias, sentencias opuestas a la lógica (aun al derecho) e indultos en última instancia, cometidos por todos invocando intereses democráticos, razones de Estado y, en el colmo de la desfachatez, errores humanos.

Veo dos salidas. Abstención total que, a lo peor no resolvería demasiado pero deslegitimaría a estos sinvergüenzas, o votar plataformas e incluso partidos reformadores. Movimiento para la Ciudadanía (recién estrenado) merece mi crédito. También, pero con reservas, UPyD. Escoja el amable lector, el sufrido ciudadano, la opción que más le convenza. Abórdela en el próximo compromiso electoral o no. Lo importante es soslayar la piedra, prevenir un nuevo tropiezo.

 

viernes, 11 de octubre de 2013

POLÍTICA, POLÍTICOS Y VILIPENDIO


Hace ya algunos milenios, Aristóteles pronunció su famosa frase: “el hombre es un animal político”. Desde aquellas fechas, ríos de tinta pretendieron dejar sentada una interpretación, al menos, lógica. Todos los animales procuran organizarse, vivir en común, por diversas circunstancias o necesidades. Se deduce de tal pormenor irrebatible que el sabio griego dio al hombre, a su articulación, un carácter orgánico propio, sedentario, social: vivir junto a otros en la polis. Ningún ser vivo es capaz de agruparse y componer una organización tan específicamente humana.

Cuando la ciudad  puso de manifiesto esa vocación comunitaria del hombre, al instante aparecieron peculiaridades menos armoniosas: ambición e influencias. Atributos, unos y otros, que le inducen a protagonizar gestos generosos, solidarios, heroicos, mientras es capaz de los más bajos y ruines instintos para conseguir el poder. Poco a poco se va conformando un marco sórdido, irrespirable. Cuando la urbe debiera oscilar entre gestión y convivencia sin  distingos, excelsitudes ni prerrogativas, surgen los dirigentes.  Una casta. Son próceres -sabios, filósofos, mercaderes- que se constituyen en personajes aventajados, casi dueños de la polis. El resto es muchedumbre, chusma y esclavos. Posteriormente aparecieron los burgueses (habitantes de burgos) y, en épocas democráticas, los ciudadanos (habitantes de ciudades) cuya soberanía es subrogada por políticos de nuevo cuño -pero vetusto proceder- omnipotentes y omnipresentes.

Queda, pues, claro que el político no tiene ninguna justificación -en su estatus actual- como personaje imprescindible para recrear una sociedad equilibrada. Al contrario, la soberanía popular queda encorsetada, viciada, por quienes asimismo la temen. Sorprende que renuncien a ganarse su puesto desdibujando el verdadero papel para cuyo cometido fueron elegidos. Se equivocan cuando anteponen maquillajes, latrocinios y jactancias al mero acto de una gestión humilde, rigurosa e inmaculada. No es nada recomendable imponer, por mor de un poder advenedizo, la propia indignidad. El estadista convence, seduce, atrae; nuestros políticos, con honrosas excepciones, sufren el rechazo general.

Es innecesario que estos especímenes, habitualmente parásitos, vengan con paños calientes. Asumimos, como realidad inferida, que hemos de soportarlos, bien por concienciación acomodaticia bien por impotencia extrema; nunca debido a un ineludible activo del sistema. Sé que los defectos humanos generan minorías que, apartándose del límite ético, ponen en grave riesgo bienes e integridad. Concibo que, para defenderse, el individuo se agrupe en Estados a cuyo frente terminan por colocarse otras minorías tan desdeñosas del límite como aquellas. Pensemos. La codicia y el poder cuelgan del mismo extremo. Perro no muerde a perro. Estamos instalados entre una delincuencia furtiva y otra más o menos consentida. El individuo sólo es ciudadano en las verdaderas democracias. Desde un punto de vista empírico, no he conocido ninguna. Tengo lejanas referencias de alguna que presenta confusa analogía.

Lucubraciones teóricas y sesudos análisis son demasiado benignos si los comparamos con la realidad cotidiana. Ayer, verbigracia, el ministro de Hacienda se atrevió a asegurar que “los salarios no están bajando, están moderando su subida”. Este eufemismo achulado -aun de ser cierto, que no lo es- constituye una agresión a diecisiete millones de trabajadores; aparte los seis que gustarían atesorar alguno. El ejemplo constata la indigencia e indecencia que anidan en la casta política. Cuando productividad y contención del gasto público se vertebran sólo en recortar salarios y personal, expresiones de este calado causan vergüenza ajena por ausencia de la propia. Luego se preguntan, llenos de estúpido asombro, qué razones alega el ciudadano para desarrollar tanto desafecto.

Donde desdoro e iniquidad se funden con una política irresponsable y rastrera, es en la huelga llevada a cabo -durante un mes- por el profesorado de las Baleares. Politizar la enseñanza degrada por igual a instituciones, profesores y familias. Imponerla resulta un mal negocio pero peor es la intriga y el fraude. Nacionalistas, PSOE e IU jamás acordarán con el PP un sistema de enseñanza común, duradero. Aquellos consideran la educación (también la cultura) un pretexto clásico para adoctrinar, un mecanismo de poder; mientras el PP, con aciertos y errores que deben depurar sin complejos, ve en ellas un medio de formación, libertad y desarrollo económico-social.

Si la política -a veces- adolece de específicas particularidades o factores truculentos, otras presenta sin embargo rasgos pintorescos, casi esperpénticos. El Congreso de los Diputados, cualquier parlamento autonómico, debe ser el centro del debate por excelencia. Con demasiada frecuencia se divisa el hemiciclo vacío mientras un orador estoico libera del paro al taquígrafo correspondiente. Resulta chocante cotejar cómo la presidenta del parlamento catalán impide a un diputado “refractario” responder al insulto proveniente de un parlamentario “compinchado”. La acerba impudicia dialéctica emerge del señor Gallardón cuando, interrumpida su intervención por el estimulante despelote físico de tres jóvenes abortistas, apela al respeto que merece la sede de la Soberanía Nacional y que con tan poco ahínco acostumbran a salvaguardar políticos de todo signo y pelaje.  De la Soberanía Popular, ¡para qué vamos a hablar!

 

 

viernes, 4 de octubre de 2013

ETIQUETAS CENSURABLES


De las diferentes acepciones que definen el vocablo etiqueta interesa al epígrafe aquella cuyo significado dice: “Calificación que se aplica a una persona y suele hacer referencia a su forma de pensar o que la identifica con una determinada postura ideológica”. Reservo si otros países practican semejante registro al prójimo. Por estos lares nuestros, llega a ser deporte nacional. Nos cabe el honor de cultivarlo con verdadera profusión y maestría. Atesoramos un desvelo -ilimitado, enfermizo- por nuestros semejantes, no siempre con actitud magnánima. Sentimos extraña querencia a consumar aquel aforismo tan acusador: “no advertir la viga en ojo propio y ver la paja en ojo ajeno”. Tal marco describe perfectamente la idiosincrasia que domina y atenaza el proceder español. Siglos de culturas que dejaron su impronta, junto a una orografía agreste, inhóspita, conformaron al espécimen actual que despliega -a lo que se ve- escasos empeños de pulirse. La muchedumbre gusta regodearse con el epíteto que se expide contra el vecino. Evita así (es creencia general) verse identificada en él. Los políticos utilizan esta marca inquisitorial -original martillo de herejes- para consagrar su “alistamiento”.

Las terapias grupales basan su eficacia revelando conductas desordenadas, vicios individuales -a veces con alcance social- ante otros individuos en parecida situación. Corroboramos, asimismo, que descargar preocupaciones y defectos a los íntimos resulta tranquilizador, sedante. Sin embargo, en ocasiones pretendemos el mismo éxito asignando a otros nuestros particulares demonios. Es humano, excusable, hacerlo como lenitivo aunque vulnere la barrera de lo digno. Peor disculpa ofrecería parecido comportamiento con el único objetivo de conseguir ventajas políticas o electorales. Algo que, cualquier sigla, realiza con asombroso desparpajo y resultado.

Todos los partidos sin excepción utilizan viejas artes -incluso ayunas de ética- para conseguir beneficios notables sobre sus rivales. Ninguno parece encontrar líneas que se deban respetar. Someten formas, conciencia y estética a un determinado fin. Guardar las maneras es un camelo para uso del común y otros remilgados. Procuran desprestigiar al adversario más que afianzar méritos personales de los que suelen escasear o carecer. El boxeo es noble, honra al rival y castiga los golpes bajos. La pelea política apesta a vileza o admite normas demasiado laxas. Son combates incruentos a pesar de la saña, y elevadas dosis de profanación, con que se materializan. Por el concierto observado tras la vorágine electoral, cabe asegurar que todo se circunscribe a una pantomima tragicómica desarrollada con una tramoya ad hoc. Constituye el golpe de efecto que proporcionan al ritual para seguir asidos a la ubérrima e inagotable teta.

Si bien es cierto el uso indiscriminado de tan indigna e inmoral empresa, tenemos que tasar las especificidades de cada ideología incluyendo matices. La izquierda parte de una ostentación moral infundada, falsa. La derecha se deja dominar por complejos cuyo origen parece encontrarse en episodios recientes con los que jamás tuvo complicidad. Diferente es que asuma el papel definido, aireado, por una izquierda codiciosa e incómoda. El PSOE, así, mata dos pájaros de un tiro. Acusa al PP de una participación inexistente -que le procura jugosos réditos electorales- y arroja ciertas reservas respecto a su verdadero acomodo durante la Guerra Civil. Resulta sencillo manipular la Historia, pero los hechos, pese a quien pese, son inmutables.

Nadie pierde la ocasión de utilizar y aprovechar las etiquetas que injustamente se aplican al antagonista. El PP toma su base social de la CEDA por lo que hunde sus raíces en una derecha ajena al golpismo. Desde el punto de vista religioso, sus afiliados y votantes ofrecen dispares actitudes respecto al Dogma y la Moral. Sin embargo, y a su pesar, exhiben plena incapacidad para arrojar de sí esas etiquetas que la izquierda expectora más que culpa: fachas, fascistas, ultras, et. Como colofón a la estrategia falsaria, lucrativa, la izquierda aplica a fondo ese refrán popular, plástico: “Dijo la sartén al cazo, apártate que me tiznas”. Lo curioso es que el PP parece asumir esos trazos que conforman una caricatura ominosa e infundada.

La izquierda española -no la socialdemocracia europea sin nada en común- elude su origen marxista, totalitario. Durante la Segunda República, mediados los años treinta y que evocan con hartura, la sumisión a Stalin alcanzó cotas insólitas. Tanto que gobiernos socialistas y conservadores (Francia e Inglaterra) apostaron por Franco para evitar -a las puertas de la Guerra Mundial- un Estado satélite de Rusia, amiga de Alemania al concluir la década. Tras perder una guerra fratricida, le da un giro social a la Historia. Ahora resulta que hubo un único culpable, uno y trino: ejército, iglesia, derecha. ¿Acaso Gil Robles fue franquista? ¿Reconoció a Franco o se opuso? ¿ Ha de conllevar la iglesia una izquierda anticlerical y violenta? ¿Por qué se identifica izquierda con República? ¿Era de izquierdas Alcalá Zamora? ¿Por qué se (con)funden República y Democracia? Con estos argumentos llegaremos a la conclusión errónea, prevista, instigada, de que quien prefiere izquierda colabora a construir la Democracia cuando en realidad son vocablos contrapuestos. Es difícil oponer datos y hechos que demuestren lo contrario.

Al igual que “entre dicho y hecho hay mucho trecho”, entre etiqueta y realidad puede haber una inmensidad. Nuestra ocupación -quizás obligación- es intentar la certidumbre. El análisis sosegado y la crítica libre de dogmas puede ser un camino aconsejable e idóneo.

 

 

viernes, 27 de septiembre de 2013

EL CEPO


Quienes estudiamos el momento que toca vivir a la sociedad española, advertimos diferencias cruciales entre entusiastas afirmaciones oficiales y una realidad espinosa. Día a día vamos conociendo casos cercanos en los que la subsistencia familiar anula cualquier otra conquista. Todo esto se da mientras saqueo y ostentación generan un caldo de cultivo que alimenta odios, cuando no peores instintos. Oponer hipotéticos desaliños, estatismos o aceptaciones fatalistas, conlleva a errores de tardía enmienda. Prohombres heterogéneos creen conjugar perfectamente candor y abuso; pero ambos elementos pueden acarrear una mezcla explosiva. Sobre todo si cuentan con un poderoso catalizador denominado miseria.

El hombre ha utilizado artilugios sin fin para someter, quizás aprovisionar, animales que le son inconvenientes, hostiles, incluso vitales. En definitiva, siempre requirieron herramientas que le procuraran poder; a veces, rayano al atropello y explotación. Ocasionalmente, estos mecanismos -los cepos- carecen de toda estructura material. Conforman variados procedimientos tramposos, de engaño, que provocan los mismos efectos. Tienen, además, la ventaja de su difícil (casi imposible) reparo. Aunque el uso esté bastante generalizado, los políticos lo convierten en instrumento particular y efectivo. Tanto que político e integridad son términos incompatibles. Que nadie se engañe ni utilice tópicos al uso. Generalizar no supone exceso pues toda norma lleva aparejada, implícita, alguna (vocablo indefinido) excepción.

“Botas y gabán encubren mucho mal” enseña el proverbio. Cierto es. Un torturado contribuyente (antes ciudadano) sufre aviesos intentos de enjuague cerebral. Es víctima escogida, propiciatoria. El talante manso del individuo y los irrefrenables deseos de subyugar que tal marco despierta en el político, arman la columna vertebral del entorno. Iremos desgranando modos, contenidos y siglas. El partido que mantiene la gobernanza merece, por méritos propios, abrir esta relación. PP y estratagema, ahora mismo, son sinónimos. Ignoro qué motivos lo elevan al ranking. No descarto el efecto miserable que le viene infundido por una falsa y mal entendida (ir)responsabilidad. Mentir no lleva al huerto, conduce al fastidio y al menoscabo. Pudiera suceder que el poder hace al político, o viceversa, pero garantizo que ambos conforman una simbiosis siniestra. Destacar a un miembro del ejecutivo se convierte en espinoso cometido. Merecen eximio puesto los ministros de exteriores e interior (¡qué casualidad!) por su verbo ardiente y farruco. Sin obviar al resto del Consejo, la palma se la lleva el presidente. Entre muchísimas argucias, no es cierto que para evitar el descontrol del déficit y deuda sea imprescindible recortar en Educación y Sanidad a la par que subir impuestos de forma asfixiante. El lastre proviene de un Estado mastodóntico, inútil, y de una Administración -empresas públicas incluidas- redundante, asimismo descomunal.

Viene junto, ex aequo, un PSOE que no se arruga ante la deriva. Tras el último desastre electoral debería haber hecho una crítica liberadora y reconstituyente. Pues no.  Sigue empecinado en evidenciar el cepo del desequilibrio institucional. Anuncia además que, cuando recupere el poder, desarticulará el sistema educativo y sanitario propuesto por el PP. Este complejo de Penélope y su arrebato federalista asimétrico (federación y asimetría expresan una contradicción en los términos) molesta, empalaga,  al votante que le va huyendo convencido de su farfolla.

Izquierda Unida (partido desubicado en un marco capitalista) esconde el lazo bajo una ética de boquilla que los hechos desmienten. Obsérvese el ejemplo “edificante” que certifican compensando al gobierno andaluz (paso por alto los curiosos tejemanejes de algún personaje exótico). Llevan también su intransigencia al elogio federal, por cuenta propia o en comandita con el PSOE.

Nacionalismo catalán (CiU y ERC) y ratonera lucen con idéntico fulgor. Presentan un territorio histórica y formalmente entrampado. Ejercen de abanderados independentistas hasta que la generosidad o tacañería del Estado, según los casos, acaba con sus presunciones. Sin duda, atesoran un nacionalismo pragmático. Acortan y alargan a conveniencia porque el tópico -la pela es la pela- se convierte, más que en principio, en Constitución. Sirva de argumento inapelable la ocurrencia de doble nacionalidad pergeñada por el señor Junqueras para evitar una fría e infecunda orfandad comunitaria.

Como epílogo -no sin realizar un breve recuerdo al disfraz que exhiben otras siglas, hoy poco significantes- expongo algunas reflexiones para librarnos de esta recua. Suelen, como sospechan ustedes, entrampar aparentando una realidad atractiva. No tengan reparos ni prejuicios sobre persona o doctrinas. Ninguna merece tratamiento diferenciado. Eviten actitudes lerdas, confiadas e inocentes. Semejante tipo de parásitos se cobijan en la bonhomía acrítica. Superada la defensa moral, intelectiva, somos títeres movidos por su ambición. Tengamos presentes el adagio: “Para librarse de lazos, antes cabeza que brazos”. No hay mejor consejo contra toda clase de cepos.