viernes, 26 de abril de 2019

SOCIOLOGÍA ORIUNDA: DEL SOBRESALIENTE AL JUDAS


Hace cien años, Unamuno comentaba con Ortega que era preciso españolizar Europa. Sí, siempre hemos sido diferentes sin que tal circunstancia implique ser mejores o peores. Probablemente ellos reivindiquen, arrebatados por el espíritu quijotesco, nuestra idiosincrasia y nosotros ansiemos, presos de fingida fascinación, ser algo más europeos. Sea como fuere, España siempre ha sido la prostituta virginal, ingenua, paradójica, inalcanzable; esa que provocaba rechazo y onírico placer a partes iguales. Europa dormía, apoyada su cabeza en los Pirineos, mientras los españoles velábamos la calle excitados por aventuras de paladines y picarescas mezquindades. Porque somos eso, un contrasentido, un disparate hecho cordialidad e ingenio.


Días atrás, en ese albero televisivo que preparó con remilgos TVE, reviví El Ruedo, semanario taurino que leía por los años cincuenta un familiar muy aficionado a los toros. He de confesar que mi temprano contacto con la tauromaquia no ha dejado huella alguna en mi empeño; por mejor decir, ha desembocado en despego si no repulsión. Decía, que -en gala nocturna- cuatro espadas experimentados, de tronío, trastearon una faena de aliño, con altibajos, sin que pueda destacarse ninguno. No miento si aprecié deficiencias generales al usar la muleta, básicamente en Sánchez (Niño de la Moncloa) y Casado (Morenito de Palencia). Por su parte, Iglesias (Pelambres de Villatinaja) se permitió un Tancredo armado de guía lidiadora, constitucional. Albert Rivera (Riverita) estuvo bien, suelto en todo momento.


Tres de la cuaterna estoquearon y apuntillaron sus respectivos morlacos siguiendo el programa previsto, comprometido; pero el cuarto, niño de la Moncloa, ora por cobardía ya por significarse, se negó a estoquear al suyo en el último momento. Saltó a la arena su sobresaliente -José Luis Ábalos- que aprovechó esa plaza amiga para endosarnos un toreo intempestivo, plúmbeo, interminable, postizo. Al final, el sobresaliente gustándose, saboreando una faena insolente, protagonizó sin quererlo (evitar) un festejo que había generado excesivas expectativas. Resultó extraño al gentío que todavía se pregunta el porqué de tan átona sustitución. En este país, y en el ruedo nacional, nada puede resultar sorprendente, prodigioso; menos, cuando transigimos o nos hacen transigir con un esperpento de los principios patrios. 


El día después, La Sexta escenificó otro episodio con envoltura menos encorsetada. Si los prolegómenos invitaban a presenciar un espectáculo atractivo, complemento nítido del anterior, surgió a poco una bruma misteriosa que se adueñó del entorno. Hasta Iglesias, sinuoso tras la máscara adoptada, se permitió exhibir una moderación engañosa, novelesca. Inmerso en modo penitente, quizás buscara el perdón de abatidos adeptos que lo abandonaron por sus muchos pecados cometidos. ¡Qué poco conoce la estrella a sus fans! Estos, no obstante, van conociendo poco a poco a la estrella estrellada; lo juzgué ridículo y sin perdón. Sánchez, inquieto, perplejo, empequeñecido, sufría incontables latigazos dialécticos provenientes de Rivera y Casado. Sin duda, vimos un Ecce Homo bíblico incruento física y moralmente. Temía, y con razón, dejar al descubierto sobradas lagunas, demasiada indigencia. Sus falsas alusiones a la mentira de los rivales, que tanto éxito dieron antaño a otros conmilitones, le hundieron todavía más en el fango. Dejó traslucir sus ardides e inepcia para gobernar.


Casado y Rivera compitieron al pim, pam, pum, con los anteriores de forma inmisericorde, básicamente el segundo. La infrecuente ofensiva vino por la contenida y falsaria táctica que adoptaron Iglesias y Sánchez. Todos, consecuencia del trauma electoral, esgrimieron un papel contrario al uso. Ignoro qué beneficio o perjuicio puede acarrear transfiguración tan desconcertante. Si nos atenemos a los presagios que despertaron en diferentes analistas -huérfanos unos y otros de ecuanimidad- nos quedaremos como al principio. Creo, pese a los augurios, que podrán formar gobierno PP, Ciudadanos y Vox con sobrada mayoría absoluta. El sentido común indica que la mayor parte del voto oculto e indeciso irá a Vox en perjuicio de PSOE y Podemos.


Cuando llegan las crisis y los partidos clásicos muestran con creces lacras y errores sin fin, el ciudadano se deja seducir por los populismos como única alternativa. Ocurrió con Podemos y -ante lo fallido de sus propuestas, amén de su talante- ocurrirá con Vox. Aquellos, aireando las vergüenzas de la casta, se han subsumido con ella sin mejorar un ápice el Estado de Bienestar. Queda Vox como ilusión, como aliento esperanzador, porque todavía mantiene esa pureza a la que puede agarrarse el individuo maltrecho, frustrado, harto. No me satisface ningún populismo, pero ante los extremos de una izquierda decimonónica, neocomunista, prefiero el punto de radicalismo que pueda desplegar la derecha ultra. Al menos no lleva aparejada necesariamente ni la miseria ni la esclavitud. 


Pudiera gobernar Sánchez con el apoyo de Podemos, que exigiría (adiós cordera) entrar en el ejecutivo, ERC, PNV e incluso JxCat y Bildu. Dicho gobierno, incalificable, duraría mucho menos de lo previsto. Bien porque alguien accione la espoleta de retardo, bien porque Europa cierre la caja del BCE, le auguro -si nace- corta vida. Ni Europa, ni España, ni el PSOE, pueden conjugarse para cometer tan colosal error. La extrema izquierda española no tiene cabida en la Europa del siglo XXI. PP, PSOE y Ciudadanos han de dar un giro copernicano a sus políticas y, sobre todo, a sus principios éticos y estéticos. Si no lo hacen ellos motu proprio, tendrá que implicarse el ciudadano en esa responsabilidad.


Termino evocando nuestra idiosincrasia hecha de fuego y sangre, elementos que excitan un primitivismo fiero, umbilical, superviviente. Pese a todo, somos pueblo pacífico, amable, acogedor. La paradoja aniquila el buen nombre que, en justicia, merecemos. Gustamos gestos agresivos, violentos, como respuesta psicológica, compensadora, a ese complejo que nos perfila excesivamente indolentes, pusilánimes. Coripe, pueblo sevillano, ha fusilado y quemado -como viene haciendo desde siglos atrás- al judas el Domingo de Resurrección. Este año el representado ha sido Puigdemont, político cuyos deméritos son infinitos comparados con los del rey Felipe VI.  Véase el abismo entre la probable llaneza con que queman uno y el sesgo de odio que conlleva el otro fuego. Ya ven, a tres días de las elecciones nos agitamos entre sobresalientes y judas.

viernes, 19 de abril de 2019

REFUGIO DEL DOGMÁTICO IMPLACABLE


Aparte de fruto -cuya noción hoy no me resulta útil- “pero” contrapone, como conjunción adversativa, un concepto a otro diverso o ampliativo del anterior. Eso, al menos, esgrime el DRAE. La acepción cuatro, y de forma coloquial, indica defecto u objeción. Esta, sin ninguna duda, persiste todavía en ciertas áreas rurales donde se oye con frecuencia que una determinada persona tiene “muchos peros”. Políticos y medios, más bien tertulianos o comentaristas, prefieren el primer significado como refugio eficaz para restaurar la coherencia perdida ante argumentos irrebatibles. Su tenacidad dialéctica jamás deja torcer el brazo, incluso armado de vacuidad cuando no de absurdo. Demasiadas veces, en el transcurso del debate (y antes de pronunciarse un determinado interviniente) podemos advertir, sin desplegar apenas agudeza, qué trayectoria va a tomar mientras pervierte el análisis con verdadera habilidad. Son los bufos del litigio.  


Aunque nuestros políticos (por sus obras los conoceréis) me resultan una élite nada recomendable, he de admitir -en este caso- que quienes se llevan la palma al respecto son los tertulianos. Hay unos cuantos sectarios, aferrados al tren progre, cuya impronta deja momentos de estupor pese a que uno, gastados muchos años, está acostumbrado a vivir rodeado de incontinencias estúpidas. Con harta frecuencia elijo debates, más o menos equilibrados, para interiorizar sobre todo qué contertulios merecen crédito y cuáles se adosan al poder o a doctrinas estereotipadas. Ahora mismo, aunque en continuo descenso popular, Podemos seduce a rostros relativamente notorios de los medios audiovisuales. Son consumidores asiduos del “pero” adversativo, axiomático, intransigente. Otros, los comunicadores gurús, la excelencia, sobrevuelan la conjunción y se adueñan del alegato rotundo, inapelable, ex cátedra.


Los reconozco a la legua. Cuando un tertuliano -hipotéticamente liberal, objetivo, huérfano de doctrina concreta- expone un hecho o aseveración inapelables, su/s interlocutor/es adictos a la izquierda, extrema o no tanto, se ven incapaces de oponer argumentos lógicos. Contiguo al asentimiento, a esa adhesión constreñida, aparece bravucón, reiterativo, oportuno, el “pero” de rigor. Es un pero que inhabilita, rompe el hilo, mientras deja aparecer un mensaje distinto, casi siempre opuesto. Verbigracia. Si se comentan los “escraches” sufridos por PP o Ciudadanos, aquellos tertulianos “progres” de linaje o baratillo, no tienen más remedio que claudicar; sería necio negarlo. Sin embargo, a poco, surge el “pero” de la provocación, u otro pretexto endeble, y al final los “escracheados” son culpables de su propio sacrificio en el ara afrentosa, radical. Se necesita una encarnadura única, detestable, para sobrellevar esa carga injusta, insolidaria, disparatada, sobre un dorso presuntamente ético y estético.


Sorprendida, expuesta, la caterva cavernaria, contradictoria, fanática, hemos conocido la farsa comunicadora en estado puro. No pretendo, ni mucho menos, argüir verdad absoluta si manifiesto que el dogma católico se vence a la derecha y el doctrinal encaja con la izquierda. El primero, pese a aquella famosa frase de Marx: “La religión es el opio del pueblo”, puede considerarse nocivo -si acaso- para los católicos, vinculados a cualquier camarilla del amplio abanico ideológico. Asimismo, el segundo constituye un hándicap nefasto, espeluznante, para el conjunto. La gnosis popular se conforma, de manera parasitaria, manipulando cuanta información le llega al individuo, básicamente a través de los medios audiovisuales. El acto electoral, única participación democrática, queda así muy viciado. Cuando no sirve al ciudadano, el papel de la prensa acaba maltrecho, mustio. Muestra ostensible, TVE.


Los españoles transitamos por caminamos abarrotados de señales informativas. “La izquierda se nutre de ética”. “El bienestar social solo acaece cuando gobierna la izquierda”. “No hay progreso fuera del PSOE”. “El PP es el partido más corrupto de Europa”. “Si gobierna la derecha, España retrocederá al siglo XIX”. “PP y Ciudadanos se asimilan a Vox conformando una derecha extrema”. Todas malinforman, son mentira; algunas, exhalan certidumbre con matices. Quizás leídas en sentido opuesto evocaran más la realidad. Izquierda y ética no siempre se ubican en el mismo plano. Las pautas económicas marxistas traen miseria, según constatan los hechos históricos. El marxismo es la única doctrina nacida a finales del siglo XIX. Extrema, totalitaria, tiránica, siempre la izquierda jamás el liberalismo; al menos, no existen reseñas históricas que indiquen lo contrario.


Cualquier sigla suele huir del “pero” adversativo porque ellas son el pero objeción, defecto. Se dice, con sentido común, que los partidos son la espina dorsal del sistema democrático. Pero si son defectuosos, originan democracias defectuosas al estilo de la nuestra. Podría pensarse que envueltos en plena campaña electoral, quien más quien menos comete excesos de todo tipo. Semejante razón sería insuficiente para justificar añejos vicios porque los políticos siempre se encuentran practicando análogos esfuerzos; las campañas hoy son tan intensas, tan ignominiosas, que omiten momentos de calma. Actúan como son y tenemos la democracia cuya esencia dista mucho del imaginario exigible. Nos han tomado la medida, estamos a su merced, y seguimos respondiendo gozosos a cualquier requerimiento, aunque sugiera capricho o trivialidad. Falta cultura a la vez que sobra indolencia, desatino. 


Expongo, a renglón seguido, algunos juicios sembrados por próceres, representativos o no, pero que sintetizan a un mínimo porcentaje en el número de lenguaraces. Miriam Nogueras, diputada del PDeCAT en el Congreso, manifiesta: “Nosotros queremos la independencia de Cataluña”. Bien, pero me temo que el resto de españoles no. Este es un pero que se le viene indigestando a Sánchez desde que se animara a adelantar las elecciones. Es que no le apetece ni mencionarla, lo mismo que tampoco apetece nombrar la soga casa del ahorcado. Iglesias, al respecto y a pregunta sobre las afirmaciones de Miriam, expresó: “Me parece previsible; si un independentista pide la independencia es lo normal, igual que el PP diga que va a bajar los impuestos a los ricos”. Esto, Pablo, es mentira manipuladora, antidemocrática. Tú sí has dicho con frecuencia y reiteración: “los que somos demócratas…”. ¿Demócrata un comunista que vive además como un potentado? A lo que se aprecia, ¡menudo rédito material e ideológico debe producirle el populismo totalitario (valga la redundancia) que forma parte de su esencia política

viernes, 12 de abril de 2019

SUPERVIVIENTES VERSUS ZORROS


Si consultamos el DRAE, práctica que en buena medida deberíamos realizar con mayor frecuencia, consignaremos que superviviente significa ser que sobrevive. Sin embargo, tan lacónico concepto tiene, para una mayoría de la población, sobrecarga sentimental o emocional. El individuo, siempre presto a hurgar en los estímulos, sabe que al vocablo superviviente le acompaña como siamés un matiz dinámico, vital, aguerrido. Cualquiera de ellos es un luchador al más puro estilo darwiniano. Zorro, ciñéndonos a su segunda acepción y de forma coloquial, significa persona muy taimada, astuta y solapada. Observamos, pues, que en términos morales pudieran ser sinónimos; pero, aunque los zorros sean supervivientes, no todos los supervivientes son necesariamente zorros.


Reconozco con cierta frivolidad que epígrafe y lucubraciones tienen un origen esotérico, pintoresco. Isabel Pantoja, divulgan los medios, se convierte en concursante para la decimoctava edición de “Supervivientes”; un reality poco apropiado para quien goza de largo y extenso crédito artístico. No obstante, su audacia -quizás irreflexión- ha dado al traste con la campaña electoral. Estoy convencido de que al ciudadano (casi en la misma proporción que a la ciudadana) le preocupan los avatares que pueda protagonizar esta sevillana de pro y no cualquier falsa promesa anunciada por quienes se sabe, con total seguridad, que no la van a cumplir. Tal escenario es el mejor test para evaluar los errores de una sociedad insensata y el aprovechamiento malicioso, espurio, de unos políticos amorales.


Supervivientes, además de incrementar la cuenta corriente, justifica el triunfo del protagonista que despierta menos rechazo. Masa y mediocridad comparten parecidos hábitats. He aquí por qué la excelencia está reñida con el vulgo, más si este -motu proprio o con estimulación exterior- se nutre de incultura e incluso detesta analizar palabras y hechos. Entre ciertas cadenas y el público ha surgido una simbiosis pedestre, de nula calidad, pero buscando lucros comunes con sólidas convicciones. Políticos de una y otra sigla se someten continuamente a torpezas, aderezadas con nauseabundas maneras, sin buscarles enmienda. Percibimos exceso de palabrería junto a orfandad en programas y planificación.  Hemos llegado al punto en que resulta mucho más atractivo un reality que cualquier declaración, debate u oferta electoral.


Nuestros políticos, estos que llevan meses tocando a rebato, pueden considerarse también supervivientes, pero con menos riesgos y mucho más boato. Conforman una clase especial, única, incompatible. Se distinguen, y también se diferencian, porque en ellos concurren un exceso de aquellos atributos que les acercan a los zorros en su acepción coloquial. Piensen. ¿Acaso entrevén a Zapatero, Rajoy, Sánchez, o cualquier líder actual que pudiera ocupar la presidencia del gobierno, dando conferencias a trescientos sesenta mil euros la hora? ¿Saben por qué no? Porque son una especie detestable, sedentaria, huera, sin sustancia más allá de su ecosistema, inútil. Solo la tribu, el estilo gregario, basamento de la idiosincrasia española, es terreno abonado para acoger tan ruinosa hechura.


Sí, los políticos que sufrimos son unos zorros: taimados, astutos, solapados. Logran, además, ser supervivientes natos, aunque nada carismáticos y, desde luego, afrontan sus impudores embriagados, casi con frenesí. Les acompañan, cual proyección palpable, reverente, vital, un cortejo variopinto de periodistas, tertulianos y otros ejemplares, que loan desvergonzados, sin freno, al hombre público (cuidado con el apelativo) bajo el vértigo de una progresía ruin, fanática, selectiva. Siembran y cultivan el ritual dogmático que aconseja cada momento o situación. He visto a lo largo de cuantiosas intervenciones cómo un mismo hecho ha suscitado opuestos comentarios dependiendo de qué sigla lo hubiera realizado. Sofistas empedernidos, retuercen la argumentación hasta límites insospechados buscando, ahítos de cinismo, darles la forma conveniente.


El interés mediático ahora mismo ha cambiado de bando. Pese a que ambos escenarios son realitys, siempre se prefiere el original. Isabel Pantoja domina este espectáculo y la campaña oficial queda en segundo plano, tal vez relegada al poético ángulo oscuro cubierta del polvo acumulado en meses. El personal está ahíto de chorradas y exabruptos. Si nadie queda al margen, Sánchez monopoliza la farsa y los medios públicos de forma infecta, corrompida, dudosamente democrática. Aprovecha incluso aspectos negativos de su gobierno convirtiendo siempre la necesidad en virtud. El pacto con el independentismo confirmó un postulado político, no ya para expulsar a Rajoy sino para ocupar La Moncloa. Aquel “relator” cogido a traición, le hizo cambiar de táctica. Impulsó la desaprobación de los presupuestos generales y confecciona premisas postizas manifestando que él es diálogo concluyente, único, para resolver el tema catalán.


Cubiertas sus ilimitadas ansias, el prurito -probablemente compartido- de saborear la gloria, Pedro sabe que es muy aventurado, expuesto, gobernar con la extrema izquierda y el independentismo. Albert Rivera ha roto una esperanza loable, virtuosa, al afirmar que no puede gobernar con Sánchez porque es el problema de España. Contra afirmaciones progres, curiosas, interesadas, en esta ocasión Ciudadanos cumplirá la palabra, no tiene otra salida, porque su estimación sobre Sánchez es incontrovertible. Pese a todo, como le embriaga la ostentación, está sometido a fuerzas opuestas. Ataca al independentismo sabiendo que esa actitud le da votos, pero mantiene un hilo invisible por si acaso. Dice “Los independentistas catalanes no son de fiar” a la vez que “Cataluña es una cuestión de diálogo y de convivencia”. Es decir, rasgo mientras preparo la aguja. 


El refranero español tan rico e instructivo enseña que “la zorra vieja, vuélvase bermeja”. Parece que unos ocupas se han encaprichado de un piso abandonado y en lamentables condiciones de salubridad. Los dueños del inmueble, pedido con antelación el correspondiente permiso de obras, pretenden reformas que lo hagan habitable. Ada Colau no solo los protege, sino que pretende denunciar al dueño por no realizar labores de mejora. Quién diría que nos hallamos en plena campaña electoral a comienzos del siglo XXI. Estos bermejones, anticapitalistas, desconocen la reflexión de Jappe: “Ninguna categoría que participa en el ciclo del trabajo y del capital está, en tanto que tal, al margen del capital”. Lo dicho, estamos rodeados de supervivientes y de zorros. Peor aún, es que somos incapaces de evitar sus nocivas influencias.

viernes, 5 de abril de 2019

ESTOS NO PUEDEN PROMETER, PERO PROMETEN


Todavía resuena lozano, fresco, aquel “puedo prometer y prometo” dicho con cálida rotundidad por el mejor presidente que ha tenido España en décadas, tal vez siglos. No hablaba de promesas materiales, más o menos resueltas, sino de esperanzas e ilusiones caídas en abandono a consecuencia de remotos e innumerables desengaños sufridos. La sociedad era deseo, impaciencia, hechos arrebato; una demanda masiva encubierta de silencios. Se necesitaba alguien resolutivo, con empuje, sin flaquezas ni vehemencias perturbadoras, ineficaces. Suárez sintetizaba esas virtudes y alguna otra poco conocida, aunque no menos valiosa. Su muerte política, a traición, creó un mito excelso; mientras, la sociedad española describió un proceder amnésico, con ribetes de vileza.


A veces, es conveniente preguntarse si fue antes el huevo o la gallina. Semejante entresijo, a primera vista fuera de contexto, constituye la sustancia idónea para ir comprendiendo hechos venideros. Recuerdo las postrimerías políticas de Suárez cuando bastantes “prendas” del partido se encargaron de volar aquel intento firme de valor, honradez y servicio. Altas instancias -extrañas, o no tanto, a los acontecimientos- lo intentaban, al mismo tiempo, sin precisar el alcance de una aventura innecesaria. Asaltar el Congreso, dar un espectáculo tragicómico, resultó redundante porque Suárez y UCD estaban ya desahuciados. Queramos reconocerlo o no, tales apresuramientos por quebrar la ética instituida fue, presuntamente, el huevo del desenfreno posterior.  


Año y medio después iniciaba su andadura el bipartidismo que se afanaría, durante tres décadas, por consolidar esta democracia distorsionada, corrupta en cualquier sentido. Felipe González inició el rito preelectoral de prometer lo que era imposible cumplir. Aún recuerdo aquellos ochocientos mil puestos de trabajo (ochocientos o mil por boca de rivales maledicentes) y el soniquete paradójico, menesteroso, “OTAN, de entrada, NO”. Al final, sumó un millón más de parados y consentimos la OTAN, condición ineludible para entrar en la CEE.  Verdad es que la entrada se realizó de forma prematura, como único capital político que pudo ostentar González. Tras el primer enjuague, a base de permanentes señuelos y trampantojos, ocupó el poder dos lustros más modernizando el país, pero abriendo un camino lleno de oscurantismo y proceder aletargante que se ha ido refinando con el tiempo. 


Aznar prometía, inmovilizado por el desaliento opositor, una regeneración democrática imprescindible al declive cesarista de González, tras alarmantes escenarios de extravío económico y corrupción vertiginosa. Tal vez esa deficiencia acreditada, palpable, exhibida, le llevara a ganar las elecciones. Constituyó un hito tras catorce años de gobiernos socialistas vinculados a una extensa red clientelar. Ciertamente, Aznar incumplió su palabra. Sospecho que nadie pueda afirmar con fundamento durante la primera legislatura -fructífera sin duda- y menos en la segunda, haber notado una mejora del sistema. Desde el punto de vista económico consiguió resultados excelentes, si bien a costa de permitir apalancamiento financiero y burbuja inmobiliaria, ambos muy onerosos para afrontar el futuro. Pese a algunas censuras, cuajó buena presidencia.


Dos falacias -guerra de Irak y chapapote- junto a ciento noventa y tres muertos en atentado, permitió que trepara un indigente a la jefatura del gobierno. Zapatero demostró ser un político anodino, insulso, incapaz de prometer nada porque era el erial, la excepción que confirma toda regla. Podemos advertir, sin temor a errar, la ausencia de proyecto o envite que encandilara al ciudadano. Consiguió ser todo sin proveer nada. Abrió las vísceras sociales con aquella frentista Ley de Memoria Histórica junto a la nueva ley sobre el aborto. Asimismo, exasperó al público (caliente ya) suscitando la Alianza de Civilizaciones e infundiendo preocupación extrema por el “Cambio Climático”. Cumplió, y se excedió, con lo no prometido; el único. Su inepcia condujo al PP a obtener una mayoría absoluta tan inesperada como indebida.


Rajoy batió el récord por excelencia de incumplimientos. Prometió bajar impuestos, desarrollar leyes educativas rigurosas que pusieran fin al adoctrinamiento ciudadano, blindar las pensiones, cambiar la ley del aborto, etc. etc. Subió aranceles fiscales, corrigió leyes educativas con tanta demora que impidió llevarlas a la práctica, las pensiones perdieron poder adquisitivo, dejó intacta la ley abortista de Zapatero al tiempo que recortaba presupuestos sociales.  Sospecho que no tuvo más remedio, pero echar culpas al gobierno anterior por ocultación del verdadero déficit, me parece indecoroso sobre todo porque llevaban un año gobernando la mayor parte de Comunidades. Como consecuencia de su inacción, en cuatro años paso de casi once millones de votos a poco más de siete. Solo él consiguió desarmar moralmente a una sociedad confusa y harta; escaso castigo (reiterado al resto de políticos) para corresponder a sus deméritos.


¡Sánchez y cierra España! gritan, aun con sordina, esa horda de mamelucos que la impronta gabacha debió dejar al socaire de turbulencias irracionales. BOE, capitales públicos sin presupuesto, medios y tertulianos ad hoc, rentistas, versátiles, apuestan cada día por un PSOE transmutado en sanchismo. A este erudito del trile le importan los afiliados, su partido, el país, un pepino. Exhumar a Franco y la Ley de Género han sido, más allá de recorrer -sin ton ni son- medio mundo, su objetivo medular. Ahora, a escasas jornadas de pugna electoral, empieza con promesas que no cumplirá salvo deterioro irreversible de una economía alejada de la “champion league”. Los viernes sociales, así llamados, conforman una variopinta colección de salvas con apelativos postizos. 


Anteanoche, tras casi una hora de histrionismo, Sánchez prometió ofrecer a la sociedad española un partido moderado para conquistar el futuro opuesto al radicalismo rancio de la triple derecha, esa derecha “trifálica” de Delgado. Ya, sin cotejo futuro, sé que Pedro miente una vez más. ¿Cómo puede hablar de moderación quien pactará con Podemos, independentistas, PNV y Bildu? Lleva semanas anunciando que viene el lobo ultra cuando lo tiene alrededor de sí. Afirmo, sin margen de duda, no tener ningún desasosiego por lo que pueda ocurrir en los percances posteriores al veintiocho de abril. Ninguno cumplirá sus promesas y si el peligro asoma acompañado de Podemos, independentistas y Bildu, Europa dará buena cuenta de él como antes lo hizo con Zapatero. Yo, escéptico ante tanta burla, seguiré firme en mi actitud abstencionista porque ninguno merece que (cuando fuese al colegio electoral) me cayera o fatigara.