Si consultamos el DRAE, práctica que en buena medida
deberíamos realizar con mayor frecuencia, consignaremos que superviviente
significa ser que sobrevive. Sin embargo, tan lacónico concepto tiene, para una
mayoría de la población, sobrecarga sentimental o emocional. El individuo,
siempre presto a hurgar en los estímulos, sabe que al vocablo superviviente le
acompaña como siamés un matiz dinámico, vital, aguerrido. Cualquiera de ellos
es un luchador al más puro estilo darwiniano. Zorro, ciñéndonos a su segunda
acepción y de forma coloquial, significa persona muy taimada, astuta y
solapada. Observamos, pues, que en términos morales pudieran ser sinónimos; pero,
aunque los zorros sean supervivientes, no todos los supervivientes son
necesariamente zorros.
Reconozco con cierta frivolidad que epígrafe y lucubraciones
tienen un origen esotérico, pintoresco. Isabel Pantoja, divulgan los medios, se
convierte en concursante para la decimoctava edición de “Supervivientes”; un reality
poco apropiado para quien goza de largo y extenso crédito artístico. No
obstante, su audacia -quizás irreflexión- ha dado al traste con la campaña
electoral. Estoy convencido de que al ciudadano (casi en la misma proporción
que a la ciudadana) le preocupan los avatares que pueda protagonizar esta
sevillana de pro y no cualquier falsa promesa anunciada por quienes se sabe, con
total seguridad, que no la van a cumplir. Tal escenario es el mejor test para evaluar
los errores de una sociedad insensata y el aprovechamiento malicioso, espurio,
de unos políticos amorales.
Supervivientes, además de incrementar la cuenta corriente, justifica
el triunfo del protagonista que despierta menos rechazo. Masa y mediocridad
comparten parecidos hábitats. He aquí por qué la excelencia está reñida con el vulgo,
más si este -motu proprio o con estimulación exterior- se nutre de incultura e incluso
detesta analizar palabras y hechos. Entre ciertas cadenas y el público ha
surgido una simbiosis pedestre, de nula calidad, pero buscando lucros comunes con
sólidas convicciones. Políticos de una y otra sigla se someten continuamente a torpezas,
aderezadas con nauseabundas maneras, sin buscarles enmienda. Percibimos exceso
de palabrería junto a orfandad en programas y planificación. Hemos llegado al punto en que resulta mucho
más atractivo un reality que cualquier declaración, debate u oferta electoral.
Nuestros políticos, estos que llevan meses tocando a rebato,
pueden considerarse también supervivientes, pero con menos riesgos y mucho más
boato. Conforman una clase especial, única, incompatible. Se distinguen, y también
se diferencian, porque en ellos concurren un exceso de aquellos atributos que
les acercan a los zorros en su acepción coloquial. Piensen. ¿Acaso entrevén a Zapatero,
Rajoy, Sánchez, o cualquier líder actual que pudiera ocupar la presidencia del
gobierno, dando conferencias a trescientos sesenta mil euros la hora? ¿Saben
por qué no? Porque son una especie detestable, sedentaria, huera, sin sustancia
más allá de su ecosistema, inútil. Solo la tribu, el estilo gregario, basamento
de la idiosincrasia española, es terreno abonado para acoger tan ruinosa hechura.
Sí, los políticos que sufrimos son unos zorros: taimados,
astutos, solapados. Logran, además, ser supervivientes natos, aunque nada
carismáticos y, desde luego, afrontan sus impudores embriagados, casi con frenesí.
Les acompañan, cual proyección palpable, reverente, vital, un cortejo
variopinto de periodistas, tertulianos y otros ejemplares, que loan desvergonzados,
sin freno, al hombre público (cuidado con el apelativo) bajo el vértigo de una
progresía ruin, fanática, selectiva. Siembran y cultivan el ritual dogmático
que aconseja cada momento o situación. He visto a lo largo de cuantiosas intervenciones
cómo un mismo hecho ha suscitado opuestos comentarios dependiendo de qué sigla
lo hubiera realizado. Sofistas empedernidos, retuercen la argumentación hasta
límites insospechados buscando, ahítos de cinismo, darles la forma conveniente.
El interés mediático ahora mismo ha cambiado de bando. Pese a
que ambos escenarios son realitys, siempre se prefiere el original. Isabel Pantoja
domina este espectáculo y la campaña oficial queda en segundo plano, tal vez relegada
al poético ángulo oscuro cubierta del polvo acumulado en meses. El personal está
ahíto de chorradas y exabruptos. Si nadie queda al margen, Sánchez monopoliza la
farsa y los medios públicos de forma infecta, corrompida, dudosamente
democrática. Aprovecha incluso aspectos negativos de su gobierno convirtiendo siempre
la necesidad en virtud. El pacto con el independentismo confirmó un postulado
político, no ya para expulsar a Rajoy sino para ocupar La Moncloa. Aquel “relator”
cogido a traición, le hizo cambiar de táctica. Impulsó la desaprobación de los
presupuestos generales y confecciona premisas postizas manifestando que él es diálogo
concluyente, único, para resolver el tema catalán.
Cubiertas sus ilimitadas ansias, el prurito -probablemente
compartido- de saborear la gloria, Pedro sabe que es muy aventurado, expuesto,
gobernar con la extrema izquierda y el independentismo. Albert Rivera ha roto
una esperanza loable, virtuosa, al afirmar que no puede gobernar con Sánchez porque
es el problema de España. Contra afirmaciones progres, curiosas, interesadas,
en esta ocasión Ciudadanos cumplirá la palabra, no tiene otra salida, porque su
estimación sobre Sánchez es incontrovertible. Pese a todo, como le embriaga la ostentación,
está sometido a fuerzas opuestas. Ataca al independentismo sabiendo que esa
actitud le da votos, pero mantiene un hilo invisible por si acaso. Dice “Los
independentistas catalanes no son de fiar” a la vez que “Cataluña es una
cuestión de diálogo y de convivencia”. Es decir, rasgo mientras preparo la aguja.
El refranero español tan rico e instructivo enseña que “la
zorra vieja, vuélvase bermeja”. Parece que unos ocupas se han encaprichado de
un piso abandonado y en lamentables condiciones de salubridad. Los dueños del
inmueble, pedido con antelación el correspondiente permiso de obras, pretenden
reformas que lo hagan habitable. Ada Colau no solo los protege, sino que
pretende denunciar al dueño por no realizar labores de mejora. Quién diría que nos
hallamos en plena campaña electoral a comienzos del siglo XXI. Estos
bermejones, anticapitalistas, desconocen la reflexión de Jappe: “Ninguna
categoría que participa en el ciclo del trabajo y del capital está, en tanto
que tal, al margen del capital”. Lo dicho, estamos rodeados de supervivientes y
de zorros. Peor aún, es que somos incapaces de evitar sus nocivas influencias.
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