viernes, 24 de noviembre de 2017

LA ESPAÑA DESREGULADA, SIN CONTROL


Regular es un vocablo procedente del latín regulare (normas o reglas). Según el DRAE, en su cuarta acepción, significa “determinar las reglas o normas a que debe ajustarse alguien o algo”. Por contra, desregular indica eliminar total o parcialmente la disposición anterior. Es evidente que tanto uno como su antagonista implican querencia o no a cultivar, aun defender, estos preceptos que afectan al marco social. Algunos sociólogos reivindican arrinconar cualquier lastre restrictivo, atentatorio contra las libertades individuales. Inclusive exponen argumentos grotescos, sui géneris, para apoyar teorías coyunturalmente ciertas. A largo plazo, cualquier quiebra esencial de la norma carece de fundamento y consistencia, según opinión mayoritaria. Sociólogos modernos e investigadores sobre comportamientos grupales, defienden contextos reglados para conseguir una armonía perfecta. 

Nuestra experiencia, asimismo con sobrada lucidez, brinda referencias cuya gnosis lleva a la duda razonable. Reconozco que anécdotas, acotaciones personales y limitadas, restringen conclusiones válidas, universales. Todos los miércoles recojo a mi nieta mayor del politécnico valenciano. Tras comer, con suma urgencia, la devuelvo al mencionado centro. Ambos instantes, dos y cuarto a tres y cuarto, presentan abundante circulación; tanta que aquello se congestiona hasta lo insufrible. Más, si aparco a la derecha y, en cincuenta metros, he de cruzar cuatro carriles abarrotados para torcer a la izquierda. Los semáforos reguladores priorizan los accesos al politécnico creando verdaderos atascos en la zona. Digo bien si proclamo el trance una tortura regulada.

¿Sirve lo expuesto como prueba caótica derivada de una privación reguladora? No. Regulación o desregulación forman parte del haber individual, de la pericia. Me niego a admitir una desregulación consciente, antisocial, en quienes adquieren responsabilidades públicas, fuera de la mera acción política. Pudiera entenderse tal menester en personas sin ninguna catadura moral o con notables carencias intelectuales. El resto, a lo sumo, perpetra yerros técnicos que contribuyen a la complejidad que nos rodea por doquier. Hasta la propia naturaleza protagoniza errores insólitos, gigantescos, como el advertido en una chica treintañera cuya altura superaba, de largo, los dos metros. Son acontecimientos disculpables, puesto que el desacierto, la pifia, vienen asidos a la mano de lo inusual. Tal vez no tanto, porque errar es humano.

Surge rápida una pregunta: ¿admitimos igual proceder en políticos? Desde mi punto de vista, no pueden equipararse yerros, neurosis e ineptitudes. No cabe duda de que un político puede atesorar cualquier estigma expuesto, pero no imputársele demencia sea cualquier grado y circunstancia. El disparate, la ineptitud, son atributos capaces de consignar, en estos probos personajes, un alto porcentaje; tanto, que casi determinan su oficio. ¿Conocen mis amables lectores algún preboste inmaculado? Una respuesta escrupulosa constituye el mejor sondeo. Desdeño atavismo alguno o maledicencias debidas a mi escepticismo y costumbre abstencionista. No soy yo quien hace al político sino el político quien fomenta mi criterio.

España lleva siglos desregulada. Reglas y normas han de asegurar igualdad exquisita para todos. Caso contrario, se franquea paso a actitudes, a legislaciones, arbitrarias, grotescas. Tenemos miles ejemplos en que basarnos para confirmar incapacidades auténticamente reguladoras que emergen de la sociedad y terminan en los gobiernos de turno. Sometidos al talante disgregador propio -tal vez impropio- de un individualismo sacrosanto, somos incapaces de aceptar otra piel que no sea la nuestra. Luego pagamos con los demás sin molestarnos en activar introspecciones quirúrgicas. Deberíamos reprobar la validez de tópicos incrustados en el biombo oportuno de nuestra idiosincrasia. Evitemos aquel nefasto epílogo que conlleva la frase: ”España y yo somos así, señora”.

Cataluña, con el tiempo, ha madurado un problema institucional preocupante. Podemos alegar poco cuando arrecian voces sobre la evidente falta de coraje en un gobierno que improvisa realidades. Se aprecia desfase, desregulación, al tomar medidas. Otrora deja sin ejecutar sentencias sustantivas; aplica a la fuerza y de forma melindrosa, a medias, el artículo ciento cincuenta y cinco que ha resultado más mediático que eficaz. Apresa compungido medio gabinete catalán, pues permite huir al otro medio. El drama, al final, lo tornan sainete porque sus actores -estos y aquellos- pierden los papeles. El cupo vasco resucita la transacción bíblica a cambio de unas lentejas inmorales, delictivas. Enfatizo solo lo inmediato, lo que ahora mismo aflige a un país decepcionado.

Qué decir del resto, tanto nacionalistas como nacionales. Vislumbramos un PSOE agazapado, infiel, sin ubicación. Gesticula falto de proyecto, ligero de ideas, amorfo, con apresuramientos. Se pegará el tortazo por transitar ajeno a la edafología del suelo que pisan. Ciudadanos ha de contener la imagen que de él pretenden sembrar los anteriores llevados por intereses muy concretos. La conciencia social patria se manipula con facilidad, resultando difícil revertir, perfilar debidamente, cualquier presunción creada. Podemos, mareas, comunes, y sus aguerridos colindantes, conforman de por vida el acompañamiento folklórico que todo poder mantiene como excusa. Quizás debiera templar algo el fenómeno ocupa cuando afecta a bienes familiares.

Sí, paradójicamente vivimos muy controlados por el sistema a nivel personal, pero despendolados de forma colectiva. Las leyes incumplidas se enmohecen, recrean los viejos judas surgidos el domingo de resurrección. Antes de quemarlos, asustaban solo a niños cándidos porque los díscolos les sometían a toda clase de desmanes y pedreas. Por lo que apreciamos, los poderes públicos se han lanzado sin freno a una competición cleptómana, corrupta. Desaparecidos aquellos antagonismos emblemáticos, eficientes, fructíferos para el ciudadano, se han confabulado -más allá de vanas apariencias- para estafar el opíparo presente y atesorar un plácido futuro. Somos su evocación permanente, su farsa insidiosa, estúpida, para saquearnos bajo la cobertura de servicio escrupuloso. Hasta la imperiosa respuesta penal está desregulada, desbordada, sin control.   

viernes, 17 de noviembre de 2017

CHARLATANES, SALTIMBANQUIS Y DANZARINES


A veces -siempre con deleite- se acumulan en mi mente lejanos, viejos, recuerdos de infancia. Alrededor de los siete años, inicio los primeros y casi últimos relacionados con unos visitantes esporádicos: los charlatanes. Colocaban en la plaza sus inverosímiles vehículos que (al abrir portones traseros) enseñaban ordenado un mundo multicolor, llamativo, insólito. Solían proceder de Murcia. Cuando ello ocurría, el aire se llenaba de misteriosos reencuentros fascinantes. Un hálito de sabrosas crónicas refrescaba el aislamiento cotidiano. Al instante, en segundos, una muchedumbre de mujeres, hombres y niños, rodeaba curiosa las renqueantes camionetas. Ellas, esperaban encontrar alguna ganga apetecible a fuer de innecesaria; ellos, algún chisme de “buena fuente” y nosotros nos conformábamos con admirar la escena. Todavía hoy me parece una ficción, algo irreal, ficticio.

Dominado por extrañas sensaciones, veía con arrobo el manejo seductor que ejercían. Era normal ver a niños boquiabiertos, encandilados, por el espectáculo curioso, sugestivo. No tanto a mujeres, sobre todo a hombres, rendidos a la falsa verborrea, que también. Sin embargo, eran pobres todos: timadores y timados. Ignoro qué rédito dejaban siete prendas, quizás más, (básicamente textiles) acompañadas del tópico peine para calvos que completaban aquellos lotes-chollo cuya propiedad era adquirida no por diez, ni por nueve, ni por ocho…, por cinco pesetas. Medio pueblo se llenaba de mantas “despertadoras”, que en veraz y triste realismo expresaba mi padre. Constituía la doble inutilidad de lo innecesario. Hoy, el Black Friday cibernético puede considerarse hijo tecnológico, moderno pero putativo, del arcaico charlatán viajero en sus objetivos.

Sí, pero el embaucador, el insidioso, no muere. Como el ave Fénix, resurge de sus cenizas sin solución de continuidad. A aquellos ejemplares de la ruta que malvivían dejándose voz y descanso por plazas ávidas, los han sustituido una caterva de inanes mequetrefes con parecidos ardides. Ahora, renacidos farsantes vertebran los partidos políticos. En especial, quienes se decantan por el populismo metódico. Maximiliano Korstanje asegura que son totalitarios, antidemócratas. Cada vez más millones de compatriotas, y yo mismo, tienen la convicción plena de su acertado análisis. Podemos, si no el único, conforma el mayor exponente. Airean maldades de otros (callan las propias, que excusan hasta con fiereza), pero no aportan ninguna solución. Son auténticos vendehúmos al compás orquestado de eslóganes oportunos, penetrantes. Eme punto Rajoy, forma parte de su última cosecha. Estamos de acuerdo, pero … ¿hay algún proyecto real que potencie el bienestar del español? ¿Alguna aclaración doctrinal, al menos? ¿Alguna propuesta sin gestos estériles? Nada. Aquellos charlatanes, mucho más sobrios, proporcionaban soluciones coyunturales; estos, solo aportan costosos peajes. Salvo mi antigua admiración por los estafadores y la actual inquietud por los estafados, descubro pocos cambios. Tal vez, una exenta tosquedad indisimulada ahora.

Nos hemos despertado con políticos saltimbanquis. Desacreditadas las ideologías, estos chalanes (España es su bestiario) reniegan de doctrina para fomentar terminologías ad hoc. Ya no existe la izquierda, tampoco la derecha transformada en ultra, fascista (al decir de las presuntas izquierdas); ahora nos movemos entre los de arriba y los de abajo. Quizás, haciendo filigranas, describan leves movimientos sin determinar ubicación precisa. Un guirigay corrupto, usurero, prostituye vocablos de vigorosa aceptación conscientemente desprestigiados. Lo tremendo, lo irascible, es que estos ladinos ignorantes, estos nuevos trileros del ágora, los corrompieron con nefasta terquedad. La democracia queda convertida así en sutil diccionario antojadizo, en vitola ridícula e insustancial.

Siempre que arriban momentos cruciales, derecha, socialdemocracia e izquierda, resultan lastres, rémoras electorales. Queda, no obstante, un partido que se atreve a caminar con el estigma de liberal, aunque la izquierda plena califique de ultraderechista. Ciudadanos rompe las encuestas y de ahí que se haya convertido en el rival a batir. “Ladran, luego cabalgamos”. Cuando los saltimbanquis tasan el espacio sin red, cuando empiezan a oler victorias pírricas (derrotas revestidas), aparecen pulsos devastadores, rivalidades infinitas, y llegan las quiebras. Mientras se cabalga a lomos de privilegios, canonjías, viaductos, etc. desencuentros, disparidades y contrastes subsisten diluidos en el statu quo. Desparecida la tutela, afloran imparables sentimientos cautivos, hibernados, durmientes.

Transversalidad, supone una novedosa piedra filosofal sometida a numerosos agentes erosivos. Formaliza el queso gruyere que alimenta a la izquierda débil, inconsistente, agujereada. PP y PSOE pulsan recuerdos, fabrican sospechas fundadas, reclaman actos de fe. Ciudadanos, entre tanta mediocridad, camina firme, sin saltos circenses, a ocupar lugares de privilegio en la escena política española. Son los únicos “limpios”, con proyecto nacional, dentro de un pernicioso catalanismo insuperado. Porque, quiérase o no, más allá de su no independentismo, respaldan, justifican, la singularidad catalana. Actitud que les resta votos, junto a Podemos y PSOE. Cataluña y resto de España, hoy por hoy, son incompatibles. Quien gane una, pierde otra. Tan triste como real. Los equilibrismos hacen perder las dos.

Terpsícore, diosa de la danza, acapara la escena política. Sabemos que algunos prebostes, Iceta verbigracia, han exhibido públicamente aptitudes sobresalientes. Fuera de éxtasis, otros mantienen con discreción sus habilidades. Incluso practican, autodidactas, el complejo ejercicio de acompasar pasos y ritmo. En ocasiones, lentos o vertiginosos, danzan lateralmente con aplomo, cadencia y simetría. Algunas veces, hacia adelante o hacia atrás, conviniendo divertidos saltos que hechizan al espectador docto. Sin quererlo, desorientan al profano imbuido de cierto estatismo austero, pragmático. Sospecho que esa coreografía, tipo yenka, no agrada a gran parte del respetable. Tal vez resulte estético, pero deja estupefacto a quien disgusta el exceso; más aún, ribeteado de exquisiteces. Al ciudadano gusta la normalidad, el paso seguro, firme, sin excentricidades, estridencias, ni fantasías.

 

viernes, 10 de noviembre de 2017

PURGA, PURGAR Y ESPULGAR


Frecuentemente, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se utiliza el lenguaje de forma inexacta, fraudulenta, con afán de confundir, cuyo desenlace debiera producir efectos contrarios. Ignoro si queda algo de cultura o dignidad para frenar tanto dislate insano. Es evidente el comportamiento rastrero y la acción intrigante, arbitraria, que conlleva a tal efecto cualquier populismo. Conviene, como enmienda, clarificar conceptos de antemano porque el revoltijo constituye su menú cotidiano. Utilizo para ello la doctrina que imparte un alto tribunal lingüístico: El DRAE.

PURGA, en su tercera acepción, significa “expulsión o eliminación de funcionarios, empleados, miembros de una organización, etc. que se decreta por motivos políticos, y que puede ir seguida de sanciones graves”. PURGAR, indica la acepción segunda, “sufrir con pena o castigo lo que alguien merece por su culpa o delito”. ESPULGAR, es “quitar las pulgas”. Por mi tierra de la Manchuela conquense, y en sentido figurado, se usa cuando alguien quiere limpiar sus tachas ensuciando la imagen de otro u otros.

Nuestro mundo civilizado convierte la purga en marginación de poder. Otros sistemas, (adscritos al totalitarismo hipotético o al comunismo inflexible, radical) despliegan pocos miramientos con el purgado. Aquí, su seguridad, su cabeza, pende de un hilo finísimo. Paradójicamente, practican un culto retrógrado a la personalidad, mientras dicen desvelarse por el bien común. Son fiadores a ultranza del pueblo, de la gente, en nombre de los cuales cometen abusos y excesos. Los partidos liberal-conservadores también desprecian a conmilitones cuando amenazan los intereses del líder. No obstante, existen notables diferencias. Observemos, neutrales, qué rivales y la forma notoria de apartarlos que revelan Rajoy o Rivera y cómo los desdeña Sánchez; sobre todo Podemos. Este último no solo rechaza insurgentes sino desafectos al adalid bienhadado.

Tania Sánchez pulverizó su meteórico ascenso, no por rivalidad sino por malquerencia. Frialdad de ánimo significa en Podemos herejía, y esta destierro. José Manuel López, Sergio Pascual, Íñigo Errejón, Olga Jiménez, Carolina Bescansa y Dante Fachín, son algunos espectros políticos de primera fila consumidos por la purga marxista. Ocurre que la genuflexión termina siempre por ser postura incómoda, física y aun moral. Honrados sean quienes no precisan realizar sacrificios ni libaciones hacia el ser supremo para seguir intachables en decoro y de bien logrado peculio.

Un PP acomplejado, cobarde, está purgando culpas asumiendo inexistentes extravíos que tan ladinamente le asigna una izquierda farisea, cínica. Por mucho que se porfíe, la derecha social en este país no atesora ningún lastre histórico, jamás apoyó -menos compartió- un gobierno dictatorial. Stalin contribuyó a divulgar una estridente lucha antifascista mientras Hitler sugería acciones agresivas contra los comunismos salvajes. Como bien saben mis amables lectores, ambos marcharon convencidos por la senda democrática. Quiero decir, ni más ni menos, que proclamarse antifascista o anticomunista no implica calidad democrática; asimismo, tampoco proclamarse sexador de pollos, verbigracia. Ser demócrata no empieza ni termina en un acto de fe o presunción. Es un devenir de hechos y actitudes hacia los demás. Las palabras son eso, palabras.

La izquierda en general, y extrema en particular, purga una Historia inexorable, objetiva, que denuncia sus incoherencias y patrañas. No se le escapan tampoco cuantas disonancias acomete en el plano ético. Lo atestigua sin tapujos un refrán conocido: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. Entre algunas contradicciones más recientes, traigo a colación el soporte que ofreció PSOE y UGT al general Primo de Rivera. Tal ambivalencia, muy arraigada, por lógica debiera rechazar turbios empeños de etiquetar a rivales políticos. Ni hablar, su inmodestia se ajusta al carácter de las izquierdas; quedando al margen aspectos repelentes, exclusivos, de la izquierda ultra, populista. Acarician, en un intento cada vez más inútil, lavar su cara tiznando la del resto.

Esa labor de espulgue constituye el único principio motor del proyecto doctrinal que exhiben los comunistas ahora. Vistas las consecuencias de tan aclamada, a la vez que alevosa, ideología a lo largo del último siglo, el comunismo actual intenta desideologizar su trayectoria. Transversalidad es la leche; un vocablo innovador, sintético, hueco, tendencioso. Se mueven entre penumbra, vehemencia e imputación pueril. Quizás no tanto, pero su discurso es inoperante porque escamotean soluciones. Mucha corrupción, elitismo, ardientes llamadas a la moralidad pública, pero ninguna propuesta realista. Les ajusta como anillo al dedo: “Reprende vicios ajenos quien está lleno de ellos”.

Quisieran espulgarse la giba tiránica, totalitaria, personalista, que ha ido cosechando el comunismo desde finales del siglo diecinueve. Imposible. Este paradigma tozudo se ha fosilizado en la mente social. Semejante escenario les obliga, azuzados por medios afines, a propalar las maldades de una ultraderecha inexistente en España. Aquí solo reside un fascismo genuino, autóctono, personificado en diferentes agrupaciones de izquierda, que procuran espulgarlo imputándolo a otros. Pese a la abundante propaganda mediática, los españoles van depurando información. Ya no valen fingimientos y las encuestas así lo atestiguan. El ciudadano empieza a asumir que el fascismo anida solo en la extrema izquierda a la que se acostan los independentismos de última hora.

España es un país democrático, perfectible, pero democrático. Pese a todo, empieza a proliferar una horda fundamentalista que airea mensajes nocivos; básicamente, para ellos. Verdaderamente, en su afán de internacionalizar una transacción interna, están generando el espectáculo grotesco, irrisorio, que conocemos día a día. El fascismo, nuestro fascismo particular, alumbra hoy múltiples siglas que tienen ADN común.

Los medios, en su inmensa mayoría, espulgan sin prisas un progresismo fatuo, tramposo. Tal vez debiera ser más justo y personalizar semejante deriva antisocial a periodistas y comunicadores marcados por la zozobra de tal prurito. Demasiado abundantes, siento que no casen equidad y concisión. Su pócima progre data de siglos pretéritos, pero la corriente agitadora -aquella que atrae a turbas groseras- los arrastra mezclados entre el fango. Se espulgan lentos porque, según Fourier en sus falansterios, su hábitat natural debe ser cenagoso. ¿Y qué decir de la sociedad? Hay, la sociedad. Para tirar cohetes. Qué pena.

 

 

viernes, 3 de noviembre de 2017

LLEGA LA HORA DE HABLAR CLARO


Uno, entrado en años y espectador crítico de esta coyuntura, viene conjeturando alegatos, tesis, que niegan planteamientos considerados indiscutibles. Mi escepticismo confeso, amén de dispensa activa, me impiden ser valedor de nada ni nadie. Tampoco antisistema convencido o folklórico. Simplemente, al igual que millones, soy un contribuyente -antes ciudadano- que abona la pitanza de numerosos sinvergüenzas. Tal venero legitima el socorrido y popular derecho al pataleo, a poner los puntos sobre las íes.

Este marco -que nos retrotrae a tiempos lejanos- concede por ahora autoridad moral de hablar sin excesivas restricciones. Si mi escrito tuviera eco, las posibilidades de hacerlo menguarían. Seguro que los amables lectores comparten abiertamente párrafos venideros. Al fin y al cabo, padecemos similar trato. Además, siendo conscientes de la farsa, nos sentimos incapaces de frenar tanta ignominia. ¿Soberanos? No, rendidos al sistema, a la zanahoria que pende del palo.

Lo he manifestado en varias ocasiones. Media existencia conviví con el franquismo; el resto, con la democracia. Seguro que -sobre el papel- ambos regímenes son opuestos, aunque la práctica diaria certifique su convergencia. Al principio, uno era reconocida dictadura y otro manifiesta democracia. El tiempo los fue difuminando; tanto, que sus diferencias se tornaron irreconocibles. Al menos, desde mi punto de vista.

Considerando la dilatada etapa que va desde el ocaso de los sesenta hasta el momento actual, no atisbo en ella disensiones sustantivas. Quizás quienes vociferaban a favor de un ordenamiento democrático y lo efectuaran para conseguir puestos orgánicos e institucionales, opinen de forma distinta. Que -de rebote, o no tanto- se imponga este sucedáneo, les importa un bledo. Yo, pese a cuarenta años de actividad docente, jamás alcancé dos mil euros de salario. Otros, muchos, han pasado del paro a retribuciones codiciadas. Sin sacrificios, sin instrucción, sin méritos; con total permanencia, desde temprana edad hasta una jubilación espléndida. He ahí el motivo de elogio a semejante democracia. Cínicos, trincones.  

Robo y derroche se dan la mano. Cualquiera puede observar que tanto impuesto, directo e indirecto, no se corresponde con las infraestructuras elementales. Si somos conscientes del elevado gasto en personal, si estamos convencidos de que el Estado Autonómico es económicamente inviable, ¿por qué no exigimos su desmantelamiento? La iniciativa encuentra un freno decidido entre los que se desgañitan afirmando una preocupación total, firme, por el bienestar ciudadano. Banalizan cuestiones importantes mientras acrecientan extraño interés por asuntos triviales. Ello, con el apoyo masivo de medios que venden su deontología al mejor postor.

Aprovechando el celo que despierta en nuestros políticos la soberanía popular, ¿por qué no exigir un referéndum para que los ciudadanos nos manifestemos respecto a la idoneidad del Estado Autonómico? Desde aquí lo propugno e invito a potenciar dicha demanda. Descentralización, sí; autonomía, no. Qué mejor eslogan, sugerente, plástico, para conseguir el objetivo previsto. Con total seguridad, ellos se articularían en nuestra contra. Ni tan siquiera revertir al gobierno central sanidad y educación.

Nuestra democracia, algunas otras también, camina senderos exclusivos; muy diferentes a las demandas sociales. ¿Ahorrar? ¿Pero cómo se nos ocurre tanta maldad? Mientras haya impuestos confiscatorios y deuda pública, los políticos vivirán como potentados. Del mismo modo, la ciudadanía estará cada día más harta e indigente. Eso sí, vivimos en democracia. Recelo cómo actuarían ellos, activistas vocacionales, si fueran individuos de a pie, sujetos pacientes. Crearían terribles problemas de convivencia. Sin embargo, tenemos la suerte de que se han aupado al machito y permiten que disfrutemos una paz cara, tormentosa.

Se están juzgando responsabilidades judiciales de parlamento y gobierno catalanes. Faltan muchos presuntos delincuentes. Faltan cientos de comunicadores de radio-televisión catalana (aun española) y millones de individuos fanáticos que son cómplices necesarios. Cuatro gatos carecen de entidad para proclamar la independencia. Cualquier condena sería legal, legítima, apropiada, pero injusta porque el mayor porcentaje queda impune. La utopía no se catequiza por decreto ley. Suéltenlos y que todos, a coro, gocen la miseria de una Cataluña aislada, autárquica, autoritaria. Acogerlos de nuevo, o no, debiera ser decisión soberana. Por mí, buen viaje; os deseo parecida paz a la que dejáis.

Comprendo que cada cual defienda sus garbanzos. No obstante, hay extremos que no conviene superar por lo funesto de su influencia. Rufián, declara que se está celebrando un proceso parcial debido a la reprobación del fiscal jefe y el distintivo que la guardia civil concedió a Carmen Lamela, jueza en cuestión. Sí, ¿pero hay algo más que lo ilegitime? Conviene poner en solfa aquello que se opone al pensamiento único. A falta de argumentos sólidos, agitación y propaganda. ¡Eh! cuidado. Somos portavoces del pueblo catalán. Vale, pero disolveros; no caben más fantasmas.

Ada Colau, niega las leyes vigentes y sus determinaciones reconociendo legitimidad al cesado gobierno catalán. Otros, alegan la existencia de presos políticos cuando han asesorado a Venezuela, ese país bolivariano cuya televisión difunde la presencia de tanques por Barcelona. Aquí, quien incumple la ley es preso político y allá los presos políticos “son criminales”. Alberto Garzón dixit. ¿Semejante cuadrilla piensa gobernar España? ¿Estos van a traer el fortalecimiento democrático? ¿Su “transversalidad” caótica va a conseguir definitivamente el bienestar ciudadano? A otro perro con ese hueso.

La política ha desmerecido de forma alarmante. Farsantes, trúhanes, desocupados, indignos, correveidiles, indocumentados, delincuentes, han ocupado las instituciones públicas llevando ese oficio a niveles mediocres, ínfimos. Así nos va. Por cierto, ni una palabra al asalto del Banco Popular, mutismo sobre sus accionistas “requisados” en nombre del Mecanismo Único de Resolución (MUR) europeo. Lo podrido, aunque se desdeñe, siempre huele mal.