Frecuentemente, sin
encomendarse a Dios ni al diablo, se utiliza el lenguaje de forma inexacta, fraudulenta,
con afán de confundir, cuyo desenlace debiera producir efectos contrarios.
Ignoro si queda algo de cultura o dignidad para frenar tanto dislate insano. Es
evidente el comportamiento rastrero y la acción intrigante, arbitraria, que
conlleva a tal efecto cualquier populismo. Conviene, como enmienda, clarificar
conceptos de antemano porque el revoltijo constituye su menú cotidiano. Utilizo
para ello la doctrina que imparte un alto tribunal lingüístico: El DRAE.
PURGA, en su tercera
acepción, significa “expulsión o eliminación de funcionarios, empleados,
miembros de una organización, etc. que se decreta por motivos políticos, y que
puede ir seguida de sanciones graves”. PURGAR, indica la acepción segunda, “sufrir
con pena o castigo lo que alguien merece por su culpa o delito”. ESPULGAR, es “quitar
las pulgas”. Por mi tierra de la Manchuela conquense, y en sentido figurado, se
usa cuando alguien quiere limpiar sus tachas ensuciando la imagen de otro u
otros.
Nuestro mundo civilizado
convierte la purga en marginación de poder. Otros sistemas, (adscritos al totalitarismo
hipotético o al comunismo inflexible, radical) despliegan pocos miramientos con
el purgado. Aquí, su seguridad, su cabeza, pende de un hilo finísimo.
Paradójicamente, practican un culto retrógrado a la personalidad, mientras
dicen desvelarse por el bien común. Son fiadores a ultranza del pueblo, de la
gente, en nombre de los cuales cometen abusos y excesos. Los partidos
liberal-conservadores también desprecian a conmilitones cuando amenazan los
intereses del líder. No obstante, existen notables diferencias. Observemos, neutrales,
qué rivales y la forma notoria de apartarlos que revelan Rajoy o Rivera y cómo
los desdeña Sánchez; sobre todo Podemos. Este último no solo rechaza insurgentes
sino desafectos al adalid bienhadado.
Tania Sánchez pulverizó
su meteórico ascenso, no por rivalidad sino por malquerencia. Frialdad de ánimo
significa en Podemos herejía, y esta destierro. José Manuel López, Sergio Pascual,
Íñigo Errejón, Olga Jiménez, Carolina Bescansa y Dante Fachín, son algunos espectros
políticos de primera fila consumidos por la purga marxista. Ocurre que la
genuflexión termina siempre por ser postura incómoda, física y aun moral. Honrados
sean quienes no precisan realizar sacrificios ni libaciones hacia el ser
supremo para seguir intachables en decoro y de bien logrado peculio.
Un PP acomplejado,
cobarde, está purgando culpas asumiendo inexistentes extravíos que tan
ladinamente le asigna una izquierda farisea, cínica. Por mucho que se porfíe,
la derecha social en este país no atesora ningún lastre histórico, jamás apoyó -menos
compartió- un gobierno dictatorial. Stalin contribuyó a divulgar una estridente
lucha antifascista mientras Hitler sugería acciones agresivas contra los
comunismos salvajes. Como bien saben mis amables lectores, ambos marcharon convencidos
por la senda democrática. Quiero decir, ni más ni menos, que proclamarse
antifascista o anticomunista no implica calidad democrática; asimismo, tampoco proclamarse
sexador de pollos, verbigracia. Ser demócrata no empieza ni termina en un acto
de fe o presunción. Es un devenir de hechos y actitudes hacia los demás. Las
palabras son eso, palabras.
La izquierda en general,
y extrema en particular, purga una Historia inexorable, objetiva, que denuncia
sus incoherencias y patrañas. No se le escapan tampoco cuantas disonancias
acomete en el plano ético. Lo atestigua sin tapujos un refrán conocido: “Una
cosa es predicar y otra dar trigo”. Entre algunas contradicciones más
recientes, traigo a colación el soporte que ofreció PSOE y UGT al general Primo
de Rivera. Tal ambivalencia, muy arraigada, por lógica debiera rechazar turbios
empeños de etiquetar a rivales políticos. Ni hablar, su inmodestia se ajusta al
carácter de las izquierdas; quedando al margen aspectos repelentes, exclusivos,
de la izquierda ultra, populista. Acarician, en un intento cada vez más inútil,
lavar su cara tiznando la del resto.
Esa labor de espulgue
constituye el único principio motor del proyecto doctrinal que exhiben los
comunistas ahora. Vistas las consecuencias de tan aclamada, a la vez que
alevosa, ideología a lo largo del último siglo, el comunismo actual intenta
desideologizar su trayectoria. Transversalidad es la leche; un vocablo innovador,
sintético, hueco, tendencioso. Se mueven entre penumbra, vehemencia e imputación
pueril. Quizás no tanto, pero su discurso es inoperante porque escamotean soluciones.
Mucha corrupción, elitismo, ardientes llamadas a la moralidad pública, pero ninguna
propuesta realista. Les ajusta como anillo al dedo: “Reprende vicios ajenos
quien está lleno de ellos”.
Quisieran espulgarse la giba
tiránica, totalitaria, personalista, que ha ido cosechando el comunismo desde
finales del siglo diecinueve. Imposible. Este paradigma tozudo se ha fosilizado
en la mente social. Semejante escenario les obliga, azuzados por medios afines,
a propalar las maldades de una ultraderecha inexistente en España. Aquí solo reside
un fascismo genuino, autóctono, personificado en diferentes agrupaciones de
izquierda, que procuran espulgarlo imputándolo a otros. Pese a la abundante propaganda
mediática, los españoles van depurando información. Ya no valen fingimientos y
las encuestas así lo atestiguan. El ciudadano empieza a asumir que el fascismo
anida solo en la extrema izquierda a la que se acostan los independentismos de
última hora.
España es un país
democrático, perfectible, pero democrático. Pese a todo, empieza a proliferar una
horda fundamentalista que airea mensajes nocivos; básicamente, para ellos. Verdaderamente,
en su afán de internacionalizar una transacción interna, están generando el
espectáculo grotesco, irrisorio, que conocemos día a día. El fascismo, nuestro
fascismo particular, alumbra hoy múltiples siglas que tienen ADN común.
Los medios, en su inmensa
mayoría, espulgan sin prisas un progresismo fatuo, tramposo. Tal vez debiera
ser más justo y personalizar semejante deriva antisocial a periodistas y
comunicadores marcados por la zozobra de tal prurito. Demasiado abundantes, siento
que no casen equidad y concisión. Su pócima progre data de siglos pretéritos,
pero la corriente agitadora -aquella que atrae a turbas groseras- los arrastra
mezclados entre el fango. Se espulgan lentos porque, según Fourier en sus
falansterios, su hábitat natural debe ser cenagoso. ¿Y qué decir de la
sociedad? Hay, la sociedad. Para tirar cohetes. Qué pena.
Una realidad guste o no y una gran prosa, un placer.
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