Permítaseme que, a modo de prólogo, precise algunos
conceptos cuyo entendimiento pudiera resultar dudoso, bien por desuso bien por
oponer un matiz resbaladizo. Palmatoria es un candelero bajo, en forma de
platillo con mango y pie. Usufructuario y usuario tienen una frontera asentada
sobre derivaciones ociosas. Disfrute y placer dirigen su actividad, también su
esencia, al primero.
Ubicado en ese balcón espectacular (con sabor a sal y
horizonte de velas) que se abre al mar, conformando una arquitectura característica
bajo la indicación Distrito Marítimo de Valencia, vago cada día por el Paseo
donde, individuos diferentes en edad y desocupación, solazamos fatigas,
interrogantes e impotencias. Los mayores caminamos; mientras otros, más
jóvenes, se apresuran convencidos quizás de alcanzar el futuro, ese que se les
escabulle a la misma velocidad, como si encarnase una pesadilla.
En pasados tiempos de fortuna hasta escasas fechas,
farolas y focos rendían la noche, rasgaban la oscuridad, vistiendo de luz
cerámica y arena (en ocasiones). Con frecuencia, incluso, bien entrada la
mañana se batían, en desigual duelo de honor, con el astro rey. Hoy, bañados
de crepúsculo, próximas las sombras, a
las nueve en punto, todo queda a oscuras excepto el carril bus y la carretera.
A partir de esa hora los usuarios vislumbran, "cegatean". Se ha
pasado del derroche estéril a la indigencia vergonzante sin solución de
continuidad. ¡Qué difícil es usufructuar el Paseo! Bicicletas, perros, patines,
etc. turban la solana; una procesión de obstáculos abruma el relajo, el
deleite. Más tarde la penumbra abre su caja de misterio que, a estas alturas,
sólo trae zozobra. ¿Alguien puede obtener así placer?
El apagón se limita al recorrido, desde la acequia de
Vera a la entrada litoral del complejo portuario. No se aprecia en el área,
casi desierta a semejante hora, comprendida entre el canal interior y la
escollera. Deduzco que la norma tiene por objeto ahorrar unos euros al
Ayuntamiento. Exaspera, no obstante, que se haga a costa del ciudadano, de su
renuncia. Si excluimos el dato -no sé si completo- de la mengua salarial, las
disposiciones propuestas para sanear el tesoro público las sufre únicamente el
alegórico ciudadano de a pie (nunca mejor dicho). Evito resumir una alternativa
adversa ya que, aun conociéndose, resultaría inútil. ¿Supondría grave quebranto
al político compensar el gasto afrontando dispendios, por ejemplo?
El hombre público, sin importar adscripción, exhibe
altas dosis de codicia; no en balde debe creerse erróneamente el ombligo de la
sociedad, fundamento de la convivencia democrática. Me afligiría que esta
estimación fuera injusta. Se me escapa la posibilidad de que el concurrido
Paseo Marítimo, en estas condiciones, sea escenario ideal, meditado; perseguido
por próceres y asesores para rescatar una atmósfera romántica (cada vez más
escasa) las próximas veladas de canícula.
Todos los años, los valencianos (en general) y los
naturales del distrito (en particular) serpenteamos el Paseo hasta altas horas
de las bochornosas madrugadas. Este verano, si doña Rita no lo remedia, cada
familia, pareja o grupo (aceptando un mal menor) deberá llevar su vela en la
palmatoria correspondiente. Espero de los distintos chiringuitos que jalonan el
trayecto, abandonen cualquier tentación eléctrica, hagan causa común y adornen
sendas áreas de dominio con estéticos candelabros, en perfecta sintonía.
No persigo alumbrar sutilezas en época electoral, pero
evitaríamos la hipérbole, asimismo, si con humildad en el cardinal
propusiéramos, ante el hecho consumado, un documento gráfico anexo al siguiente
titular: Valencia a dos velas.