martes, 12 de abril de 2011

NOCHES DE PALMATORIA


 

 

Permítaseme que, a modo de prólogo, precise algunos conceptos cuyo entendimiento pudiera resultar dudoso, bien por desuso bien por oponer un matiz resbaladizo. Palmatoria es un candelero bajo, en forma de platillo con mango y pie. Usufructuario y usuario tienen una frontera asentada sobre derivaciones ociosas. Disfrute y placer dirigen su actividad, también su esencia, al primero.

Ubicado en ese balcón espectacular (con sabor a sal y horizonte de velas) que se abre al mar, conformando una arquitectura característica bajo la indicación Distrito Marítimo de Valencia, vago cada día por el Paseo donde, individuos diferentes en edad y desocupación, solazamos fatigas, interrogantes e impotencias. Los mayores caminamos; mientras otros, más jóvenes, se apresuran convencidos quizás de alcanzar el futuro, ese que se les escabulle a la misma velocidad, como si encarnase una pesadilla.

En pasados tiempos de fortuna hasta escasas fechas, farolas y focos rendían la noche, rasgaban la oscuridad, vistiendo de luz cerámica y arena (en ocasiones). Con frecuencia, incluso, bien entrada la mañana se batían, en desigual duelo de honor, con el astro rey. Hoy, bañados de  crepúsculo, próximas las sombras, a las nueve en punto, todo queda a oscuras excepto el carril bus y la carretera. A partir de esa hora los usuarios vislumbran, "cegatean". Se ha pasado del derroche estéril a la indigencia vergonzante sin solución de continuidad. ¡Qué difícil es usufructuar el Paseo! Bicicletas, perros, patines, etc. turban la solana; una procesión de obstáculos abruma el relajo, el deleite. Más tarde la penumbra abre su caja de misterio que, a estas alturas, sólo trae zozobra. ¿Alguien puede obtener así placer?

El apagón se limita al recorrido, desde la acequia de Vera a la entrada litoral del complejo portuario. No se aprecia en el área, casi desierta a semejante hora, comprendida entre el canal interior y la escollera. Deduzco que la norma tiene por objeto ahorrar unos euros al Ayuntamiento. Exaspera, no obstante, que se haga a costa del ciudadano, de su renuncia. Si excluimos el dato -no sé si completo- de la mengua salarial, las disposiciones propuestas para sanear el tesoro público las sufre únicamente el alegórico ciudadano de a pie (nunca mejor dicho). Evito resumir una alternativa adversa ya que, aun conociéndose, resultaría inútil. ¿Supondría grave quebranto al político compensar el gasto afrontando dispendios, por ejemplo?

El hombre público, sin importar adscripción, exhibe altas dosis de codicia; no en balde debe creerse erróneamente el ombligo de la sociedad, fundamento de la convivencia democrática. Me afligiría que esta estimación fuera injusta. Se me escapa la posibilidad de que el concurrido Paseo Marítimo, en estas condiciones, sea escenario ideal, meditado; perseguido por próceres y asesores para rescatar una atmósfera romántica (cada vez más escasa) las próximas veladas de canícula.

Todos los años, los valencianos (en general) y los naturales del distrito (en particular) serpenteamos el Paseo hasta altas horas de las bochornosas madrugadas. Este verano, si doña Rita no lo remedia, cada familia, pareja o grupo (aceptando un mal menor) deberá llevar su vela en la palmatoria correspondiente. Espero de los distintos chiringuitos que jalonan el trayecto, abandonen cualquier tentación eléctrica, hagan causa común y adornen sendas áreas de dominio con estéticos candelabros, en perfecta sintonía.

No persigo alumbrar sutilezas en época electoral, pero evitaríamos la hipérbole, asimismo, si con humildad en el cardinal propusiéramos, ante el hecho consumado, un documento gráfico anexo al siguiente titular: Valencia a dos velas.

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